Si alguna vez fue indispensable comprender y seguir los métodos correctos de enseñanza de Cristo, al igual que imitar su ejemplo, ese tiempo es ahora.

Al establecer a su iglesia en la Tierra, Jesucristo actuó de modo muy diferente a la acción de los grandes líderes de la humanidad en el establecimiento de sus imperios. Mientras que estos se han lanzado a la conquista con ejércitos fuertes y bien entrenados, Cristo avanzó con un grupo pequeño de hombres comunes, naturales de Galilea. El relato bíblico sobre la elección de estos hombres también es diferente de la manera en que los ejércitos del mundo son convocados. Después de pasar una noche en oración, lejos de la efervescencia de la multitud, Jesús escogió a doce hombres “para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (Mar. 3:14, 15).

Humanamente hablando, los escogidos no tenían atributos que los acreditaran para cumplir el plan estratégico del Maestro. Justamente, el que aparentaba tener mejor preparación más tarde lo vendió por treinta monedas de plata, además de sustraer recursos de la tesorería del grupo para sus intereses personales. Así, las limitaciones eran grandes, y gigantescas las imposibilidades de convertirse en mensajeros celestiales.

Pero Jesús vio más allá de lo que los ojos humanos pueden ver. Amorosa y graciosamente, vio lo que ellos podían ser bajo su cuidado y liderazgo. Sabía que, si bien el material disponible era imperfecto, en caso de que se lo permitieran, ese material sería moldeado por sus divinas manos en una hermosa obra de arte misionera. La estrategia incluía la transformación de esos hombres en un grupo modelo, a fin de que, a partir de ellos, el mundo fuera transformado. Sin eso, ninguno de esos discípulos jamás podría ser instrumento de restauración de la humanidad. Cada uno necesitaba ser moldeado por el Alfarero celestial.

CAPACITACIÓN CONSTANTE

Al reflexionar en las condiciones en que fueron encontrados y en cuán prontamente respondieron al llamado, y dejaron atrás sus propios proyectos, sueños y negocios, concluimos que también buscaban algo superior. Se percibe que algunos eran seguidores de Juan el Bautista (Juan 1:35-40), uno pertenecía al grupo de los zelotes (Mat. 10:4), e incluso hubo uno que cambió el empleo económicamente confortable de publicano por el discipulado (Mat. 9:9-15). Esos hombres deseaban alguien que los moldeara, los condujera más cerca de Dios y los entrenara para moldear a otras personas. Esperaban la consolación de Israel y estaban dispuestos a testificar de ella.

Ese deseo armonizaba con el ideal del Maestro, quien, de acuerdo con A. B. Bruce, “no solo deseaba tener discípulos, sino tener cerca de sí hombres a los que pudiera entrenar para hacer otros discípulos”. [1] Dios siempre usa a la persona que se dispone a ser utilizada por él, aun cuando no aparente tener las virtudes que entendemos que son importantes para un liderazgo de éxito.

Así, visualizándolos en sus actividades diarias bajo la orientación de Jesús, es posible notar una hebra de oro que pasa por la asociación, la consagración, el entrenamiento y la misión. Si bien las etapas se mezclan, el proceso transformador se extendió durante días, noches, semanas, meses y años, a través de caminatas, consejos, sermones, lecciones extraídas de la naturaleza y estilo de vida. Si bien ejercía el ministerio de la predicación, Jesús dedicaba tiempo a ese grupo de doce hombres. Compartía con ellos los misterios, ministrándolos con respeto, en la atmósfera de comunidad entre él y los discípulos, un grupo pequeño modelo sencillo, pero exitoso.

Los diálogos que mantuvieron en los polvorientos caminos, en las playas, en las casas y en los montes seguían una planificación para moldear al grupo. Incluso las actitudes eran usadas para transformar vidas. Bajo la explicación del Rabí galileo, la naturaleza y los eventos cotidianos ganaban una dimensión celestial. De manera transparente, los asuntos eran analizados y resueltos, se corregían los errores, la fe era estimulada y fortalecida, y se quebraban los preconceptos. Las ideas y las enseñanzas distorsionadas por los religiosos de la época perdían su brillo ante las enseñanzas de Jesús. Los discípulos sentían en su propia vida la mano de Dios y la acción silenciosa del Espíritu Santo, haciendo de ellos nuevas criaturas; deshaciendo lo viejo y rehaciendo un nuevo hombre.

RESULTADOS

Podemos imaginar el impacto de la presencia de Jesús en la vida de los discípulos cuando lo veían responder preguntas delicadas, como, por ejemplo, la de los impuestos: “Dad, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mat. 22:21). O al ser testigos de la presión enfrentada para que condenara a muerte a una mujer encontrada en adulterio (Juan 8). Se agrega a esto el asombro causado por los milagros de sanación física y espiritual; la visita a la casa de Zaqueo (Luc. 19:1-9). Y ¿qué decir de la afirmación según la cual “el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Luc. 18:17)? ¿O del permiso para que una mujer prostituta le lavara los pies (Luc. 7:36- 50)? El propio sufrimiento, la muerte y la resurrección del Líder del grupo fueron elementos de transformación en la vida de ellos. Cada etapa y cada episodio los conducían a una nueva dimensión de fe, amor y gracia, acercándolos más y más a su extraordinario Discipulador.

Después de una convivencia de tres años y medio con el Maestro, sucedió un cambio en esos galileos. Lucas escribió acerca de la admiración de las personas ante las multitudes de los discípulos: “Tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes […] estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ‘¿Qué quiere decir esto?’ ” (Hech. 2:11, 12).

Si bien era diferente a los métodos comúnmente utilizados, el método usado por Cristo en la formación de los líderes multiplicadores produjo vida y edificó la iglesia que nacía en medio de la religión formal de la época. Parecía improbable que el trabajo del Redentor de la humanidad, concentrado en un grupo de personas tan disfuncionales como eran esos galileos, tuviese éxito. Pero, el tiempo confirmó que el camino para salvar al mundo nacía en la Deidad y seguía a través de los discípulos, haciendo que la comunidad cristiana creciera, se multiplicara y se expandiera “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8), causando una verdadera revolución, según el testimonio de los judíos en Tesalónica: “Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá” (Hech. 17:6).

Hoy, pasado tanto tiempo desde la ascensión de Cristo, y después de la muerte de los discípulos, el evangelio continúa diseminándose por la Tierra, alcanzando los lugares más distantes, transformando vidas. Y todo comenzó con el Maestro y sus doce discípulos, en una escuela sin paredes, con el cielo como techo, un currículo con fuerte énfasis relacional y el propósito de multiplicar discípulos. Aquellos hombres, transformados por medio de la convivencia, de la enseñanza y el amor del Maestro, en un grupo pequeño, fueron instrumentos en las manos de Dios para impactar el mundo.

TRAS LOS PASOS DEL MAESTRO

Con frecuencia, hemos testificado a un número cada vez mayor de personas que renuncian al reino de las tinieblas y son abrigadas en el Reino de la luz. Maravilladas por lo que descubren, deciden vivir más intensamente la nueva realidad. Como los discípulos del primer siglo, quieren crecer en la gracia, servir a Dios y ser la iglesia por la cual Cristo alcanza a otros pecadores. Estas personas ansían disfrutar de las insondables y gloriosas riquezas de Cristo (Efe. 3:8, 16). Muchas ya son miembros de iglesia, pero desean más. Impelidas por el Espíritu Santo, sienten que pueden y deben crecer en la vida cristiana, y realizar mucho más por la causa de Cristo. A semejanza de los primeros discípulos, buscan las alturas, desean ardientemente que alguien las discipule y las conduzca para edificación y vida en comunidad.

En ese sentido, Coleman sugiere que la estrategia por ser utilizada debe ser la misma del Maestro con los Doce: discipulado individual y atmósfera relacional en el ambiente del grupo pequeño. Él dice: “Es en este punto que debemos comenzar, exactamente del mismo modo que Jesús. Será un trabajo lento, pesado y doloroso. Es probable que, al principio, ni siquiera nadie note nuestro esfuerzo. A pesar de todo, el resultado será glorioso. Aunque no vivamos lo suficiente para verlo. Desde este punto de vista, esta decisión se revela muy importante para el ministerio”.[2]

A su vez, Elena de White escribió: “Si alguna vez ha sido esencial que entendamos y sigamos los métodos correctos de enseñanza e imitemos el ejemplo de Cristo, es ahora”.[3] Felizmente, en muchos lugares, pastores y miembros de la iglesia obedecen la orden divina para transformación de nuevos discípulos en un ambiente relacional y a través de Grupos pequeños. Sienten repetir en la vida eclesiástica la experiencia que los doce discípulos de Cristo disfrutaron en el primer siglo. Viven en crecimiento espiritual, arraigados y cimentados en amor, con todos los santos. Están intensamente comprometidos con la misión dada por Cristo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mat. 28:18-20).

En este grupo de obedientes debemos ser hallados.

Sobre el autor: Director de Escuela Sabática y de Grupos pequeños en la Asociación Brasil Central.


[1] A. B. Bruce, Treinamento dos Doze (São Paulo, SP: Arte Editorial, 2005), p. 20.

[2] Robert E. Coleman, O Plano Mestre do Evangelismo (São Paulo, SP: Editora Mundo Cristão, 2006), p. 29.

[3] Elena de White, El evangelismo, p. 44.g