En su nombre, todos los sufrimientos y las privaciones tienen su compensación.
Conviviendo con indígenas, en el territorio de la naciente del río Amazonas, bien en el corazón de la selva, la pareja William y Olga Schaeffler cumplió una misión de riesgo durante diez años. Todo tuvo inicio a partir de 1927, cuando se organizaron las misiones indígenas de la antigua Unión Incaica (repúblicas del Perú, Bolivia y Ecuador). Ese era un territorio difícil para la Iglesia Adventista. Pocos obreros se animaban a aceptar llamados para la región. El campo no era promisorio: las dificultades financieras eran inmensas.
Con valentía, los Schaeffler aceptaron trabajar en la selva norte del Perú. Como resultado, establecieron dos escuelas y una iglesia, además de instalaciones para atender a la población y albergar obreros. Casi 250 indios campa fueron bautizados, se mudaron cerca del matrimonio y formaron una villa adventista en plena selva.[1]
Relatos como este impresionan, en parte porque muchos de los que nacieron en un hogar adventista un día soñaron con ser misioneros. Dios usa estos relatos, y muchos otros medios, para llamar a jóvenes y familias a trabajar en lugares remotos del mundo. Pero, si bien algunos han recibido ese llamado, no necesitamos necesariamente mudarnos a otro país, si queremos ser misioneros. Para la gran mayoría, es suficiente representar dignamente a Dios y su evangelio en cualquier lugar.
Eso tiene mayor peso en el siglo XXI. Nuestra sociedad viene abandonando su herencia cristiana y asumiendo una postura llamada “poscristiana”, como si la religión de Cristo estuviera superada. Para revertir el cuadro, necesitamos volver a la Biblia. En ella, encontramos excelentes modelos de hombres que vivieron a la altura de las exigencias de su tiempo. En este artículo, reflexionaremos en la experiencia de uno de estos hombres.
EL PASTOR TIMOTEO
Teniendo como mentor al apóstol Pablo, el joven predicador Timoteo recibió consejos relevantes, uno de los cuales realza la invitación a la “buena batalla” (1 Tim. 1:18). Él era natural de Listra de Liconia, hijo de una judía convertida, pero el padre era griego. En su segundo viaje misionero, Pablo tuvo la compañía de Silas (o Silvano). Los cristianos de Listra e Iconia dieron buenas referencias de Timoteo, y el apóstol lo llevó consigo luego de circuncidarlo (Hech. 16:1-3).
¿Qué clase de capacitación tenía Timoteo, a fin de asumir el comando de uno de los frentes de combate en la guerra espiritual? Pablo le dijo que no debía menospreciar el acto de la imposición de las manos (1 Tim. 4:14). La expresión “por mensaje profético” sugiere la existencia de una revelación sobrenatural, que señala la consagración de Timoteo (ver Hech. 13:2, 3). Fue Pablo el que impuso las manos de la consagración sobre el joven pastor (2 Tim. 1:6).
Como pastor ordenado, Timoteo no debía preocuparse por la salvación meramente desde el punto de vista evangelizador. Debía comprometerse experimentalmente en el proceso. Pelear la buena batalla incluía tomar posesión de la vida eterna (1 Tim. 6:12). Salvarse a sí mismo era imperativo; tanto como salvar a los demás (2 Tim. 4:16).
Evidentemente, la experiencia de la salvación produjo innumerables beneficios. Pero la salvación les generaba a los divulgadores la oposición y el desprecio por parte de los que rechazaban su mensaje. Timoteo debía soportar los sufrimientos que la predicación del evangelio le acarreara, con la certeza de la salvación pasada y de la vocación presente (2 Tim. 1:8, 9), además de la garantía de la recompensa futura (2 Tim. 1:12; 4:7, 8).
CONSEJOS FUNDAMENTALES
La buena batalla de la fe todavía clama por personas que acepten su desafío y el alcance de la misión dada por Dios. Pablo, Timoteo, Juan Huss, Zwinglio y millares de campeones del pasado descansan en el Señor; ellos cumplieron su parte en la batalla. Ahora, es nuestra oportunidad de erguirnos y luchar por nuestra salvación, y la de nuestros semejantes. Para eso, no existe nada mejor que considerar las orientaciones de Pablo a Timoteo.
“Esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 2:1). Es como si Pablo dijera literalmente: “Ve al campo de batalla como un soldado”.[2] La forma enfática con que el apóstol incentivó a Timoteo también puede ser vertida de la siguiente manera: “Tú, mientras tanto, mi hijo, fortalécete continuamente por la gracia que hay en Cristo Jesús”.[3]
Los desafíos de los posmodernistas son inmensurables. Pero la iglesia está madura como para enfrentarlos. En un documento oficial, reconoce que “el desafío de alcanzar a los más de seis mil millones de personas del planeta Tierra” es algo que “parece imposible”, una tarea amedrentadora. “Desde una perspectiva humana, el rápido cumplimiento de la gran comisión de Cristo, en algún momento próximo, parece improbable”. Ante esto, el liderazgo mundial de la iglesia hace un llamado a que busquemos el reavivamiento y la reforma, una experiencia que nos ligará al Espíritu Santo.[4]
En ningún momento en que el pueblo de Dios se unió, humildemente buscando poder, su oración fue rechazada. El Padre quiere llenarnos de sabiduría y discernimiento. Necesitamos al Espíritu de Dios, transformador de nuestra vida. ¡Es tiempo de que nos fortalezcamos en la gracia del Señor!
“Transmite el legado de la verdad, incluyendo a otros en la misión” (vers. 2). Como se encuentra traducido en algunas versiones, este versículo puede dar la idea de transmisión indirecta, como si Pablo hubiera enseñado a otros que, a su vez, enseñaron a Timoteo. Por otro lado, la mayoría de las versiones señala correctamente que la transmisión de la enseñanza fue directa. Pablo, personalmente, enseñó al joven predicador: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (RVR60); “Lo que me has oído decir en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros” (NVI).[5]
Se puede trazar un paralelo del texto con el tono de las instrucciones presentadas en 1 Timoteo 1:18 al 20, donde se nota el contraste entre Timoteo y algunos que apostataron, entre los cuales son nombrados Himeneo y Alejandro. Del joven discípulo es dicho que poseía la confirmación profética para continuar la buena batalla con buena conciencia. Sobre sus opositores, Pablo escribió que habían rechazado los llamados de Dios a la conciencia, y que naufragaron en la fe, siendo entregados a Satanás.
Como alguien divinamente comisionado, Timoteo tenía la misión de legar lo que aprendió de Pablo. Legar significa transmitir un legado, dividir una herencia, ceder un patrimonio. El patrimonio del cristiano es la verdad (Jud. 3). “El ministerio no es algo que podemos hacer por nosotros mismos y mantener para nosotros mismos. Somos guardianes de un tesoro que Dios nos confió. Es nuestra responsabilidad guardar el depósito y entonces invertir en la vida de otros. Ellos, a su vez, tienen que compartir la Palabra con la próxima generación de creyentes”.[6]
“Sométete a las condiciones” (vers. 3-7). Pablo invitó a su joven compañero a compartir su vida de sufrimientos en favor del evangelio. Para realzar todavía más la cuestión en la mente de Timoteo, él presentó sus argumentos con ejemplos tangibles. Mencionó tres imágenes representativas de la manera en la que debemos ajustarnos a la misión:
1. Soldado. Aquí se enfatizan dos aspectos: el soldado sirve solamente a quien lo reclutó (vers. 4), y se sujeta al sufrimiento (vers. 3). En la época del Imperio Romano, la disciplina de un soldado era ardua. Cada soldado cargaba pesados armamentos, además de utensilios como sierra, cesta, martillo, su lecho y comida para tres días.[7]
Esa imagen involucra compromiso. Durante el período del servicio militar, el soldado no se preocupa por su sustento ni por sus actividades sociales. Ni siquiera tiene tiempo para dedicarse a la familia. Su foco está en el servicio prestado al país. En nombre de este compromiso, se sujeta a las privaciones. De manera semejante, la vida cristiana y el ministerio incluyen compromiso incondicional con los asuntos del Reino de Dios. Hay una lucha reñida y desafíos constantes. Debemos tener en cuenta que nuestro mayor compromiso es con el Señor Jesús, que nos reclutó. En su nombre, todos los sufrimientos y las privaciones tienen su compensación.
2. Atleta. Durante las olimpíadas de Seúl, en 1988, el canadiense Ben Johnson venció en la prueba de los 100 metros llanos, estableciendo una marca de 9,79 segundos. El mundo quedó fascinado con esa rapidez. Infelizmente, algunas horas más tarde se descubrió que el atleta había usado estanozolol, un esteroide anabolizante. Se le quitó la medalla, finalmente, y su récord fue anulado.
En 2001, el mismo Ben Johnson, a quien ya se le había prohibido competir por reincidencia en el uso de sustancias ilícitas, volvió a ser noticia. Se hallaba en la Vía Veneto, en Roma, cuando una mendiga le quitó su billetera. El corredor salió en persecución de la ladrona, pero, irónicamente, ¡no pudo alcanzarla![8] La historia de Ben Johnson refuerza el aspecto que Pablo pretende enfatizar: el atleta valida su participación siguiendo las reglas de la competición. En la vida cristiana, nuestra misión debe ser llevada adelante, pero no de cualquier forma. No solo los resultados, sino también los motivos y los métodos para obtenerlos son importantes. Debemos seguir las reglas del juego; aquellas que el propio Dios estableció en su Palabra.
3. Agricultor. Ciertamente, aquellos que crecieron en un ambiente urbano tendrán dificultades para adaptarse a la dura rutina del campo. Las personas que viven en el campo duermen y se despiertan muy temprano, para trabajar arduamente durante muchas horas del día. Pablo enfatizó que el agricultor participa de la propia cosecha (vers. 6), lo que constituye su recompensa en medio de tantas penurias.
Estas tres imágenes tienen algo en común: si bien presentan matices diferentes, “un soldado sufre por ser forzado a ignorar afectos civiles. El atleta sufre debido al entrenamiento. El agricultor sufre por causa del trabajo arduo. Lo que permea todas estas metáforas es el tema de la perseverancia frente al sufrimiento descrito”.[9]
“Mantén en vista el objetivo de la misión” (vers. 8-13). Pablo estaba preso y consciente de que se encaminaba al fin de su vida (2 Tim. 4:6, 7). En situaciones semejantes a esa, las personas acostumbran a sentir pena de sí mismas. ¡No Pablo! Su foco estaba en la recompensa, porque sabía que no había corrido en vano. ¿Qué debemos hacer para no dejar de lado el objetivo de Dios para nosotros? Solo tres cosas:
1. Anunciar al Cristo resucitado (vers. 8). Jesús permanece como el centro del mensaje de Pablo. En especial, el apóstol consideraba la doble naturaleza del Hijo de Dios: “Su descendencia humana establece su humanidad. Su resurrección proclama su divinidad”.[10]
2. Anunciar la Palabra invencible (vers. 9). Si bien Pablo estaba preso, la Palabra tenía libertad, recorriendo los rincones más distantes del imperio del César. Sus heraldos podían caer y enmohecerse en calabozos subterráneos, ¡pero el mensaje por el que vivían era indestructible!
3. Anunciar que la fidelidad divina dará la recompensa (vers. 10). Por sobre todo, en un mundo de injusticias, Pablo no esperaba el reconocimiento ni los aplausos. Él sabía que el discipulado era un riesgo para toda persona. A veces, el discípulo de Cristo recibe injurias, en lugar de aplausos. Muchas veces, esta es la realidad. ¿Quieres ser recordado? Haz algo fútil, escandaloso y sin provecho. ¿Quieres ser rechazado, tratado injustamente, sufrir persecución y constante desdén? Decídete por seguir a Jesús.
Cuando nos fortalecemos en la gracia de Jesús, transmitimos el legado de la verdad, disponemos las condiciones de la misión y mantenemos la atención en nuestra recompensa futura, nada más importa. Vivimos impregnados con la sangre vertida en el Calvario. El impacto que causaremos en el mundo dependerá menos de gastos de marketing. Especialmente, pensando en el ejemplo de Pablo, es necesario que haya pastores que conformen su vida y su ministerio de acuerdo con el patrón del Príncipe de los pastores. A fin de cuentas, el clamor de la iglesia es por pastores legítimos.[11]
Sobre el autor: Capellán en el Instituto Adventista Paranaense.
[1] Floyd Greenleaf, Terra de Esperança: O Crescimento da Igreja Adventista na América do Sul (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2011), pp. 338-340.
[2] Warren W. Wiersbe, Wiersbe’s Expository Outlines on the New Testament (Wheaton, III: Victor Books, 1997), p. 645.
[3] William D. Mounce, Word Biblical Commentary: Pastoral Epistles (Dallas: Word, Incorporated, 2002), t. 46, p. 503.
[4] Documento votado en el Concilio Otoñal de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día el 11/10/2010.
[5] C. Michael Moss, 1, 2 Timothy & Titus; The College Press NIV Commentary (Joplin, MO: College Press, 1994), edición electrónica, comentario sobre 2 Timoteo 2:2.
[6] Warren W. Wiersbe, The Bible Exposition Commentary (Wheaton, III: Victor Books, 1996), edición electrónica, comentario sobre 2 Timoteo 2:1.
[7] James M. Freeman; Harold J. Chadwick, Manners & Customs of the Bible (North Brunswick, NJ: Bridge Logos Publishers, 1998), p. 543.
[8] “O fim de uma farsa” [El fin de una farsa], http://epoca.globo.com/especiais/olimpiadas/0807_ouroperdido.htm
[9] William D. Mounce, ibíd., p. 507.
[10] Thomas C. Oden, First and Second Timothy and Titus: Interpretation, a Bible Commentary for Teaching and Preaching (Louisville: J. Knox Press, 1989), p. 49.
[11] E. Glenn Wagner, Scape from Church, in: The Return the Pastor-Shepherd (Zondervan, 1999), pp. 32, 111.