Existe la posibilidad de que llegue a conocer a una persona que fue herida por el incesto. Sepa de qué manera puede ayudar.

Fui una víctima del incesto desde que tenía tres años hasta que mi ofensor murió cuando yo tenía once años. A medida que crecía sufrí física, moral y psicológicamente. Y cuando llegué a ser cristiana, ese sufrimiento no se terminó automáticamente.

Incluso luego de mi bautismo, en mi relación con Dios, luché con los problemas ocasionados por el incesto. Busqué la ayuda de varios pastores, pero ninguno de ellos tuvo el conocimiento suficiente como para auxiliarme en mi problema. No pudieron entender la naturaleza de mis conflictos ni aliviar mis temores.

Pero Dios me ayudó, me sostuvo y, gradualmente, la relación se fortaleció. Me dio un esposo bueno y comprensivo. Me asesoró a través de su Palabra y de la oración. Sin embargo, a pesar de todo esto, consideré la hipótesis del suicidio luego del nacimiento de nuestro tercer hijo.

Recuerdo cuando lloraba y oraba: “Dios, si tienes una respuesta, por favor dámela. ¿Por qué no me ayudas? ¡Por favor! Dime, ¿qué debo hacer?”.

Finalmente vino la respuesta: “Tu problema lo ocasionó el pecado de otra persona. Tú conoces la cura del pecado. Lleva tu problema a la cruz”. Las lágrimas de dolor se transformaron en lágrimas de alabanza cuando acepté el mensaje y deposité al pie de la cruz de Jesús toda mi culpa, mi vergüenza, mi temor y mi frustración.

Desde aquel momento he hablado con otros pastores y con otras personas que padecieron el incesto y llegué a la conclusión de que en la iglesia se debiera comprender mejor la problemática involucrada en el incesto.

¿De qué manera puede ayudar un asesor?

Cuando me preparaba para escribir este artículo encontré muchas víctimas que se sentían frustradas por no encontrar un asesoramiento competente dentro de la iglesia. Fue pavoroso escuchar el mismo informe contado por distintos labios. Sólo ocasionalmente escuché algo positivo: la historia de un asesoramiento exitoso dirigido por un obrero en favor de una víctima del incesto. Los siguientes dos ejemplos ilustran el potencial para ayudar o dañar que existe cuando una víctima busca que un pastor la asesore. En ambos casos los asesores fueron bondadosos y bien intencionados, pero sólo uno realmente ayudó a la mujer que acudió a él.

El primer consejero estuvo errado desde un principio. Estaba mal informado sobre los hechos referentes al incesto y las necesidades de sus víctimas. Aun cuando no podía comprender la naturaleza exacta de los temores de la mujer, pudo ver que estaba bajo el peso de una tremenda tensión e hizo todo lo que le fue posible para ayudarla. Le dijo a la dama que el episodio había ocurrido hacía mucho tiempo y que lo mejor era borrarlo de la mente. La invitó para que estuviera dispuesta a perdonar al ofensor. Luego leyó algunos pasajes de las Escrituras referentes al amor de Dios, al perdón y al acto de llevar nuestras cuitas a Jesús. Finalmente, la invitó a salir de ese episodio pasado y a establecer una relación sólida y diaria con Cristo. Oraron y la hermana se fue. Algunas otras pocas entrevistas esporádicas tuvieron el mismo fin. El pastor se puso impaciente por la falta de progreso y la hermana llegó a sentirse muy frustrada porque no encontraba alivio a su sufrimiento. Finalmente perdió la esperanza.

El otro consejero tenía una mejor comprensión del incesto. En este caso, el pastor empleó su tiempo con libertad; dejó a un lado sus asuntos personales y dedicó el tiempo necesario para las entrevistas de asesoramiento. La regularidad de estas sesiones le proporcionaron a la mujer la seguridad que necesitaba.

El ministro la invitó a hablar con total libertad, para que pudiera aliviar su dolor, y a la vez para que él pudiese comprender con mayor precisión cuáles eran los problemas que la aquejaban. El aceptó su situación en lugar de rechazar la realidad y urgiría a tomar un curso acelerado de “perdónelo y olvídelo, y entonces siga su camino”. El Espíritu Santo lo capacitó para que la hermana pudiera recuperar gradualmente la autoestima y la comprensión al establecer un firme fundamento del conocimiento del amor y la aceptación de Cristo.

De este modo, el pastor condujo a la mujer a una relación más estrecha con Jesús de modo que el Señor pudiera sanar la imagen dañada de Dios que tenía. El asesor trabajó para resolver su culpa, su angustia y otras cargas, evitando pasar sobre ellas sólo una capa de perdón cosmético. La orientó para que consultara a un buen asesor de la unidad de salud mental del condado para que la asesorara en los problemas que no eran de naturaleza espiritual. Gradualmente, esta hermana llegó a ser una nueva persona en Cristo. El conocimiento, la comprensión y la aceptación de este asesor, fundamentados en Cristo, determinaron la diferencia entre la salud espiritual y el desastre; quizás entre la vida eterna y la muerte eterna.

El incesto afecta a algunos miembros de iglesia

Es posible que ahora el incesto no esté afectando a los miembros de su iglesia, pero es posible que este problema tenga su real efecto en algún miembro de su congregación.

Una niña de cada diez y uno de cada setenta son víctimas del incesto en algún momento de la vida.[1]

Son pocas las víctimas que hablan del tema, incluso de adultas. La culpa y la vergüenza hacen que guarden silencio. Se estima que por cada persona que busca ayuda, diez no lo hacen.[2] Y ese silencio no significa que sus problemas no tengan importancia o que sean menos devastadores que los de las víctimas que buscan ayuda. Hasta es posible que su herida sea mayor porque no se le ha dado una vía de escape. Estas personas que sufren en silencio necesitan que se las ayude a salir de la oscuridad.

El incesto es un golpe en el mismo corazón del plan de salvación. Carga el alma de la víctima con una culpa inmerecida, crea en ella un tipo de culpa que la conduce a alejarse del Salvador, y destruye su capacidad de elaborar una relación genuina con Dios. Incluso después de que la persona ha acudido a Cristo, se encuentra espiritualmente discapacitada, y no puede aceptar a Dios como su Padre.

Y los problemas no terminan cuando la relación incestuosa culmina. Las heridas pueden perdurar a lo largo de toda una vida, y pueden ser un factor que precipite a que la víctima se case con un cónyuge abusivo o inadecuado para ella. Algunos de los síntomas latentes que pueden asaltarla en su vida adulta se manfiestan en: hogares disueltos, castigo infantil, alcoholismo, empleo de drogas, problemas psicológicos, ciertos problemas de salud e intentos de suicidio. Una trabajadora social que se especializa en el asesora- miento a las víctimas del incesto, estima que el 20% de los pacientes que se encuentran en el hospital psiquiátrico donde ella trabaja ha sido víctima del incesto.

El daño espiritual que resulta del incesto es sorprendente. Para los niños, los padres ocupan el lugar de Dios. Es casi imposible que alguien que tenga la figura paterna tan dañada pueda establecer una relación de fe con Dios. Fe es confiar en Dios. El incesto es una felonía, una traición de la confianza del niño en alguien que ocupa el lugar de Dios. La víctima puede sentirse tan vil y degradada que no pueda acercarse a Dios; hasta es posible que abrigue un sentimiento de indignidad ante el Señor.

Incluso luego que una víctima de incesto ha aceptado a Jesús, su relación de fe permanece quebrantada. Todavía quedan restos de culpa, y ellas abrigan sentimientos que las llevan a sentir vergüenza y a pensar que merecen un castigo. A veces sienten que su pecado está más allá del perdón de Cristo, o de que Cristo podría rechazarlas por lo que han hecho. (Alabado sea Dios que nos encuentra en donde estamos, para que esa fe paralitica pueda aferrarse de su mano!

A menudo, en el corazón de la víctima queda rencor y odio. Estos sentimientos no sólo se orientan hacia el ofensor, sino también hacia los que fueron instrumentos de esa situación, o simplemente no fueron capaces de brindar la ayuda oportuna. A medida que se abrigan esos sentimientos, la relación con Cristo padece problemas.

Estas son las heridas del alma que impiden la obra de la gracia. Las víctimas pueden acudir a sus asesores en busca de ayuda para sus problemas relacionados con el incesto, pero la mayoría necesitará que un asesor maduro, lleno del espíritu cristiano las ayude a aceptar la gracia de Dios, a poner sus cargas al pie de la cruz y a permitir que el Señor sane sus heridas.

Ayudando a las víctimas a encontrar sanidad

Los pasos fundamentales que hacia la cruz deben dar las personas heridas por el incesto son: convicción, justificación, santificación y perdón.

La cura comienza cuando el Espíritu Santo convence a la víctima de su necesidad del Salvador. Hasta una persona cristiana que es víctima del incesto necesita reconocer esta necesidad vez tras vez.

A menudo la víctima siente la culpa del incesto. Ella puede sentir que es responsable por no haber dicho no, por no haber delatado al ofensor. Ella pudo haber disfrutado de la atención (a menudo el único tipo de atención que logró conseguir de su ofensor) o puede creer que su participación dividió a la familia. Ella puede llegar creer que cometió un grave crimen contra la esposa del ofensor. Muchos ofensores se aseguran el silencio de sus víctimas diciéndoles que lo que hicieron es malo y que se meterán en problemas si lo cuentan a otra persona. El hecho de que este tipo de culpa sea inmerecida no mengua la realidad del problema. No se la puede disminuir considerándola ficticia. Jesús, quien nos liberó de la culpa de nuestros pecados, también puede liberarnos de la culpa de los pecados que se cometieron contra nosotros.

Pero un sentimiento de vergüenza, de contaminación y de absoluta falta de mérito puede hacer que la víctima tema acercarse a Cristo. Será necesario recordarle que Jesús sanó a los leprosos que pensaban que eran inmundos e impuros. Se amistó con los descastados y despreciados de la sociedad. Levantó a los que estaban atrapados en el pecado y dijo: “Ni yo te condeno”. Si Jesús no condenó a estas personas, jamás condenará a una víctima del incesto.

La víctima necesita perdonar al ofensor antes que las heridas puedan ser plenamente sanadas. No porque Dios esté indispuesto a sanar, sino, más bien, porque el odio y el remordimiento mantienen abiertas las heridas. El perdón no es una mera formalidad. Debe fundamentarse en la comprensión que la persona afectada tiene de sí misma y del ofensor a la luz de la cruz.

Aquí es donde aparece la santificación. Debemos perdonar, pero no podemos hacerlo. Sólo el perdón de Jesús puede fortalecernos. A través de la obra de la santificación, el Señor nos ofrece su poder en lugar de nuestra debilidad; su capacidad para perdonar en lugar de nuestro odio o nuestra ira. Cuando la víctima está lista para dar este paso, Cristo le dará el poder para perdonar plenamente.

Es importante que se dé un paso adicional cuando se trata de una dama casada. A menudo los problemas de la víctima la conducen a problemas maritales que dejan perplejo, frustrado o enojado al esposo. Tales matrimonios tienen un alto riesgo de fracaso. Si el esposo puede comprender la causa fundamental de los problemas maritales y darle apoyo a su esposa, el matrimonio podrá ser restaurado. Si él la trata con bondad y comprensión, podrá ayudarla para que vuelva a confiar en él. A esta altura debieran ser asesorados en forma conjunta.

Esté preparado para ayudar

Estas son diez pautas que lo ayudarán a estar preparado para enfrentar las necesidades que tienen las víctimas del incesto:

1. Infórmese. Consulte la bibliografía apropiada acerca de este tema.

2. Prepárese para compartir libremente su tiempo. Al ayudar a las víctimas del incesto, las sesiones cortas, irregulares o desordenadas pueden ser desastrosas. Las heridas profundas no se sanan con unas pocas charlas; ni el dolor que ha sacudido una vida puede, ser alejado por los matices inestables de una entrevista irregular. Recuerde que la víctima necesitó muchísimo valor para buscar ayuda. Se arriesgó a quedar envuelta por la vergüenza o la condenación al acudir a usted. Las entrevistas superficiales, la sugerencia de que regrese en un momento más apropiado, o la promesa de volver a trabajar en el caso cuando disponga de un momento extra pueden hacer que la persona se recluya en el silencio. Si esto ocurre, seguramente no volverá a tener una nueva oportunidad de ayudarla. Ante las eternas consecuencias involucradas en una situación incestuosa, usted necesita dedicarle tiempo en forma regular.

3. Esté atento. A la víctima del incesto puede resultarle difícil hablar. Es posible que tartamudee, se ponga nerviosa, que guarde silencio o que llore. No le pida detalles, ni la interrumpa a fin de apresurar el relato. Con delicadeza invítela a continuar. Luego de que esta manifestación de amabilidad le otorgue cierta confianza, la entrevista adoptará una mayor fluidez. Y es posible que, después que la persona tenga la confianza suficiente como para hablar libremente, le resulte difícil encontrar la forma precisa de abordar el punto al que quiere referirse. Si usted no está atento, o es impaciente ante esta suerte de imprecisión, podrá ocasionar daño en dos sentidos. Primero, se perderán detalles importantes que podrían ser valiosos en el asesoramiento. Segundo, ella puede notar una actitud distraída. Muchas víctimas del incesto están tan convencidas de su profundo nivel de degradación que llegan a pensar que ninguna persona tiene interés de tratarlas. La falta de atención o la impaciencia de un pastor serviría para confirmar la pobre opinión que la víctima tiene de sí misma

4. Acepte los sentimientos de la víctima. Disminuir la culpa diciendo: “Ahora sabe que no hizo nada malo, por lo tanto deje de lado esa idea y no se detenga más en ello”, es rechazar los verdaderos sentimientos y problemas de la víctima. Esa propuesta pone fuera de juego los verdaderos temas que la persona más necesita discutir; y también pone fuera de alcance la ayuda que se le podría ofrecer. Todo problema que la haya afectado es real para ella, y es necesario que se lo aborde como tal.

5. Lo mejor es que el asesor sea del mismo sexo. Los varones debieran asesorar a los varones, y las damas a las damas. Resulta más fácil abordar este tipo de temas con un asesor del mismo sexo, y también armoniza más con ios principios de la Biblia. Esto no significa que se le niegue apoyo profesional a una dama porque no haya una persona del sexo femenino dispuesta a ayudarla. Las dilaciones y las demoras que aumentan el sufrimiento de la víctima pueden tener consecuencias eternas.

6. Gobierne con cuidado sus emociones. No siempre se debieran expresar las emociones fuertes. Si usted manifiesta horror y revulsión, puede avergonzar o atemorizar a la persona que padeció el acto. Si, por el contrario, manifiesta ira hacia el ofensor o lástima por la víctima, puede hacerla desarrollar emociones que le hagan difícil dejar la ofensa al pie de la cruz. El consejero necesita mostrar bondad, comprensión, aceptación y simpatía.

7. “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Sant. 2:15,16). Tendemos a abordar los problemas humanos en el nivel más simple posible. Unos pocos pasajes de las Escrituras y algunos pensamientos elevadores, a los que se suma una palabra de oración, no curarán el problema. Apenas atormentarán a un alma sedienta sin ofrecerle ni una gota de alivio.

8. Recomiende a un asesor que sea cristiano. A menos que usted sea ese profesional, es difícil que pueda apoyar a la víctima en todos los aspectos necesarios. En diferentes reparticiones gubernamentales podrá encontrar gabinetes de asesoramiento dirigidos por personal especializado. Sin embargo, será sabio que el pastor continúe apoyando espiritualmente a la persona. De este modo, las necesidades seculares y espirituales se abordan simultáneamente.

9. No tema tomar recaudos para que una víctima infantil esté segura. La separación voluntaria de los padres o la intervención legal no son medidas anómalas que se debieran tomar cuando está en juego la seguridad de un niño. Muchos obreros sienten que la ruptura del vínculo familiar, y quizás el hecho de tener que sacar al niño del hogar por medio de las autoridades competentes, es un daño irreparable; pero no es tan grave cuando la alternativa en juego es el daño espiritual, físico y mental que puede sufrir el niño. Es coveniente buscar medios pacíficos. Determine si el ofensor está presente o no, cuál es la actitud de los padres y luego actúe según lo indiquen las circunstancias. Despliegue todo el tacto posible, pero siempre establezca como prioridad el bienestar del niño.

10. Ore sin cesar. El asesoramiento sobre un caso de incesto es una batalla espiritual. El incesto es una herramienta del demonio para alejar a las almas de su Padre celestial, negándoles la esperanza de la salvación. Los ángeles malvados luchan para retener a estas víctimas. No podrá tener éxito en liberarlas a menos que Jesús lo asista en la batalla.

La gran necesidad

Los obreros necesitan mejor educación, comprensión y mayor preparación para el asesoramiento en estos temas; y no solamente los pastores, sino también los médicos, maestros y alumnos deben estar mejor informados acerca del incesto. Sin que usted lo sepa, hay personas cerca de usted que padecen las consecuencias del incesto. Por favor, dedique tiempo para asistirlos cuando busquen su ayuda.

Sobre la autora: Julia C. S. Vernon escribe desde Salt Lake City, Utah, Estados Unidos.


Referencias

[1] Susan Forward y Craig Buck, Betrayal of Innocence (New York, Penguin Books, 1979), pág. 3. La columna de Ann Landers, Salt Lakfí Trihune, 13 de junio de 1984.

[2] Ibíd