Nuestros niños han disfrutado el privilegio de sembrar belleza para otras familias de pastor. Algunas veces me he quejado de la vida en las casas pastorales. Muchas veces fracasé en mi función de esposa de pastor y no siempre fui una madre ejemplar.

La vida en la casa pastoral I tiene muchos desafíos. Pero también privilegios que nadie más puede disfrutar.

Los niños que son hijos de pastor son muy afortunados”, dijeron Juanito, de 13 años, y Rut, de 12, cuando regresaron de un viaje vacacional de dos semanas. Un letrero en nuestra puerta decía: ‘‘Bienvenidos. Los amamos mucho”.

Flores recién cortadas en el florero, la alacena llena de alimentos enlatados, pastel y pan recién horneados y un refrigerador repleto de sustitutos de carne, quesos y huevos ofrecían un panorama que llenaba de gozo el corazón.

Mis hijos no siempre se expresaban con entusiasmo acerca de su experiencia como hijos de pastor. Hubo momentos en que no deseaban asistir a la iglesia, pero de todos modos lo hacían. Hubo ocasiones en que no querían dejar a sus amigos para mudarse a otro distrito, pero de todos modos nos cambiamos. Llegó un tiempo cuando hasta se rebelaron contra la autoridad paterna, pero de todos modos obedecieron. Sin embargo, es evidente el hecho de que casi siempre han apreciado y valorado el privilegio de ser hijos de pastor. He hablado con muchas esposas e hijos de pastor y estoy convencida de que los hijos de pastor son niños especiales. A decir verdad, es muy afortunado ser hijos de un predicador.

Casas especiales

Vivir en diferentes casas pastorales resulta emocionante para los hijos de pastor. Nosotros hemos vivido en diversidad de casas durante 36 años de ministerio pastoral.

La primera casa pastoral donde vivieron nuestros niños fue una antigua escuela. El primer piso servía de iglesia y el segundo, era nuestra casa. Cuando llegamos, los pizarrones todavía estaban clavados en las paredes, pero después de remodelar todo cuidadosamente, disfrutamos de un departamento muy cómodo.

Una vez, durante el culto divino, llevé a mi bebé a la casa pensando acostarlo en su cuna, pero encontré a otro bebé durmiendo en ella. Junto con la ventaja de no tener que preparar pañales para ir a la iglesia tropecé con la desventaja de tener que compartir la cama del bebé.

En cierta casa pastoral que habitamos en Florida cultivamos una costumbre que hemos seguido por años. Dado que no había sombra alrededor de la casa de block, decidimos plantar un árbol. Nuestros niños ayudaron a aplanar la tierra alrededor de la plantita recién sembrada. Quince años más tarde pasamos cerca de la casa pastoral. ¡Qué emocionante fue descubrir que nuestra plantita se había convertido en un árbol gigantesco que se alzaba muy por encima de la casa, proyectando una sombra agradable y muy necesaria!

Desde entonces hemos plantado permanentemente en los patios de todas las casas pastorales que hemos ocupado: árboles, rosales, bulbos de tulipanes, arbustos y otras plantas duraderas. Nuestros niños han disfrutado el privilegio de sembrar belleza para otras familias de pastor.

La casa pastoral de Lake Placide estaba situada en la empinada ladera de una colina, mas arriba de la iglesia. Hicimos un tobogán que iba desde nuestra casa hasta la iglesia. Juanito y Ruth todavía recuerdan con emoción los rápidos viajes que hacían en los edificios: Mientras aprendían a patinar sobre hielo en el lago cercano, se bamboleaban al lado de los patinadores profesionales que efectuaban sus prácticas rutinarias allí.

En New Hampshire vivimos en un departamento contiguo a la parte posterior de la iglesia. Cuando preparaba un asado al horno se esparcían tentadores olores hasta el interior del santuario. Mi esposo trataba de terminar su sermón antes que los estómagos de sus oyentes empezaran a sentir las ansias del hambre.

De New Hampshire nos mudamos a una casa pastoral de cinco recámaras en Quincy, Massachusetts. Vivir tan cerca de la mansión Adams, de la casa donde había nacido John Quincy Adams y de otros sitios históricos de Boston, era de gran ayuda para nuestros hijos en su aprendizaje de la historia.

De Quincy nos trasladamos a una casa pastoral estilo campirano en el estado de Indiana, que tenía el salón de actividades sociales de la iglesia en la parte baja. Nuestros niños se deleitaban con los deliciosos platillos de aquellas comidas informales que la iglesia servía en aquel salón y comieron como príncipes durante los nueve años que vivimos allí.

Nuestros niños ya han volado fuera del nido y mi esposo y yo parloteamos como una pareja de tortolitos en una enorme casa pastoral cerca de los montes Cascade. Seguramente a nuestros hijos les gustaría vivir aquí. ¡Cuán afortunados fueron!

Aprendiendo a servir

Los hijos de pastor tienen muchas oportunidades de aprender a servir. Nuestros niños visitaban a los incapacitados para asistir a la iglesia, cortaban figuras y material para las escuelas bíblicas de vacaciones, cantaban en el coro, doblaban los boletines, recogían los himnarios, cedían su recámara cuando teníamos algún pastor de visita y ayudaban de muchas otras maneras. Si les mostramos a nuestros hijos que hacer la obra de Dios es un motivo de gozo, les ayudaremos a concebirla de ese modo. Tal vez por eso nuestro hijo es misionero en África y nuestra hija sirve activamente en su iglesia.

Vivir en una casa pastoral parece que tiende a desarrollar cierto sentido del humor tanto en los niños como en los padres.

Un día, después del culto, nuestro hijo que entonces tenía diez años cerró la iglesia y la trancó por fuera. Hecho esto se fue tranquilamente a casa dejándonos encerrados con algunas personas que se habían quedado charlando con nosotros después de la reunión. Cuando tratamos de salir nos dimos cuenta de que habíamos quedado encerrados dentro de la iglesia. La única salida posible era un estrecho pasadizo que se usaba como depósito de carbón en el sótano. Afortunadamente logramos llamar la atención de un señor que pasaba por la calle frente a la iglesia. El quitó el pasador de la puerta y nos puso en libertad.

En otra ocasión, cuando ese mismo hijo de pastor tuvo cinco años, miró atentamente a una señora que tenía un bigote bastante poblado y exclamó en voz alta: “¡Oye, yo creía que sólo los hombres tenían bigotes!” Lo único que se me ocurrió fue simular que no conocía a aquel bribonzuelo.

Sí, es divertido vivir con niños que son hijos de pastor. Y son afortunados cuando sus padres tienen también un buen sentido del humor.

Dulces recuerdos

Bob Bensin nos recuerda, en su libro Laughter in the Wall, que después que los hijos se hayan ido, nuestros hogares seguirán llenos de dulces recuerdos de su niñez, especialmente aquellos que se relacionaban con el hecho de ser hijos de pastor.

Mi hija recordó cómo se gozaba ayudando a entretener a los evangelistas y misioneros que visitaban nuestro hogar. Sentarse alrededor de la mesa y escuchar a un misionero relatar sus aventuras es inolvidable. Ella recordó también los regalos de Navidad que recibíamos de la iglesia y cómo dividíamos el dinero en partes iguales entre los cuatro.

Ruth recordó también lo mucho que disfrutaba los domingos, que tratábamos de convertirlos en días especiales en la casa pastoral. Después del culto vespertino del domingo, por costumbre nos relajábamos y disfrutábamos de una velada comiendo palomitas de maíz, participando en los juegos de mesa. Nuestros hijos esperaban con ansias esas veladas en las cuales nos reuníamos como familia.

Los campamentos, los congresos, las reuniones de diferente carácter eran momentos cumbre en la vida de nuestros hijos. Les encantaba reunirse con otros niños en el campamento. Participaban en los cursos bíblicos y en todas las actividades de los jóvenes.

Juanito recuerda que a veces iba a comprar helados los miércoles después del culto de oración. Recuerda especialmente el altar de la familia cuando a cada uno le tocaba, por turno, dirigir el culto vespertino.

Confieso que las lágrimas corren por mis mejillas cuando leo las cartas que mis hijos escribieron. Algunas veces me he quejado de la vida en las casas pastorales. Muchas veces fracasé en mi función de esposa de pastor y no siempre fui una madre ejemplar. Pero los recuerdos que mis hijos escribieron en sus cartas borraron cualquier pequeña desazón que haya tenido por haberme casado con un pastor y por todos mis fracasos. Ellos sienten que fueron muy afortunados por haber sido hijos de un pastor.

Sobre la autora: ha vivido en casas pastorales durante toda su vida matrimonial. Además de esposa de pastor es escritora.