Un episodio de la historia del antiguo Israel esconde lecciones y advertencias para la iglesia de nuestro tiempo
Moisés había muerto. El desierto y las largas jornadas de miseria y de milagro hablan quedado atrás. Atrás habla quedado Egipto y la liberación. Atrás habla quedado la nube que los habla guiado durante el día y la columna de fuego que los habla conducido en la noche. Atrás habla quedado el cruce maravilloso del Mar Rojo. Atrás había quedado el desierto y la demostración notable del cuidado de Dios por sus hijos al darles el maná, y la lección del sábado. Atrás había quedado el cruce del Jordán. Ahora el pueblo estaba en Canaán, la tierra que el Señor había prometido a sus padres. ¿Cumplirían las estipulaciones del pacto? ¿Serían un pueblo digno de las promesas que Dios habla hecho a sus antepasados?
Muy pronto también murió Josué, el último de los grandes dirigentes y un testigo directo de los milagros y maravillas del pasado. ¿Qué ocurriría con la nueva generación?
El libro de los Jueces nos ofrece lacónica y concisamente un panorama claro de lo que ocurrió. “Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel” (Jue. 2:10).
El contexto del pasaje (Jue. 2:1,2) revela indicaciones precisas que el Señor transmitió a su pueblo: no debían hacer pacto con los habitantes de esa tierra, y era necesario que destruyeran los altares. Y eso fue justamente lo que no hicieron.
Luego de las experiencias de victoria, Israel comenzaba a vivir un período de alternancia entre la idolatría y la dominación extranjera, entre la fidelidad y el castigo.[1]
El contexto posterior presenta el dramático cuadro de la infidelidad y de la adoración a Baal. No olvidemos que según los textos extra bíblicos Baal era “señor” y también “esposo”, hecho que supone el vínculo afectivo que llegó establecer Israel con esta divinidad.
La versión Valera traduce: “Fueron tras dioses ajenos”, en cambio la Biblia de Jerusalén dice: “Se prostituyeron siguiendo a otros dioses”. El vocablo utilizado para prostitución es un término genérico, zanah. En el contexto de la relación entre Dios y el pueblo descripta como un vínculo matrimonial, el vocablo expresa infidelidad marital, adulterio, un crimen cuya consecuencia es la pena mortal.[2]
El versículo describe la aparición de una generación nueva, una descendencia, cuyas raíces eran hebreas, unida genealógicamente a la anterior, pero separada ideológicamente de ella. Esta descendencia “no conocía a Jehová” (lo iade’u ’eth adonai). Les faltaba el conocimiento (iada) de Dios. Este verbo, conocer, surge en el panorama bíblico para describir la relación entre Adán y Eva (Gén. 4:1), por lo que muchos afirmaron que se refiere al conocimiento sexual, cuando en realidad lo comprende, pero lo trasciende. Este conocimiento es la consecuencia natural de una relación vivencial, directa, estrecha, permanente, que abarca el amplio abanico del conocimiento, pero a partir de una experiencia de relación.
Aquí estaba la esencia, el meollo de la crítica condición de Israel en la época de los jueces. Rodeado de cultos seductores, con sus mensajes que los golpeaban directamente en sus sentidos y pasiones, Israel estaba fracturado, y fascinado por la cultura cananea. Su ideología estaba rota, no tenían el conocimiento de Dios.
Ahora estaban en Canaán, pero es evidente que Canaán estaba dentro de ellos.
El contexto describe los pasos graduales de la calda: Olvidaron la fe de sus padres, buscaron armonizar con los pueblos circundantes, establecieron compromisos con los cananeos y “dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y Astarot” (Jue. 2:13).
Este no es sólo un riesgo del pasado
El apóstol Pablo dijo: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).
Es natural y hasta característico que toda nueva generación proponga cambios. Difícilmente, ciertas características identificatorias y típicas de una generación se mantengan en la siguiente. Con el paso del tiempo pueden llegar a producirse modificaciones que incluso afecten la doctrina y la ética. Por otra parte, tampoco es común que una segunda generación sostenga sus convicciones con un fervor semejante al de sus antepasados que los moldearon en la fragua del conflicto y ante el riesgo del martirio.
En algunos casos se producen cambios, sorprendentes y difíciles de predecir, en ciertos movimientos religiosos, que son una evidencia más de la permanente corriente secularizante que puede llegar a penetrar en todo credo establecido.
Recientemente, se realizó en Utah una investigación que analizaba las posiciones doctrinales sustentadas oficialmente por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y las que hablan desarrollado sus miembros de esa misma zona, que es algo así como la capital del mormonismo en el mundo.
Es necesario recordar que esta denominación (los mormones) se ha caracterizado siempre por afirmar que su iglesia se origina por mandato divino y por la autoridad que Dios delegó sobre los dirigentes eclesiásticos de esa denominación. Sus publicaciones oficiales enfatizan en la importancia de la obediencia a las directivas y al consejo de los líderes inspirados y también en la importancia de la ortodoxia sobre los diferentes puntos de fe. Sin embargo, este estudio demuestra las marcadas diferencias que existen entre las posturas doctrinales sustentadas oficialmente por los dirigentes y lo que creen los laicos.[3]
Es evidente que nos estamos moviendo en un período histórico marcado por profundos cambios en la forma de pensar, de concebir la realidad; una etapa signada por nuevas formas de abordar el análisis de la experiencia religiosa, por nuevas metodologías científicas aplicadas al estudio de las distintas disciplinas, y en algunas de ellas la misma Biblia es considerada meramente como un documento entre muchos otros.
A su vez, según notan algunos autores, ciertos credos buscan que el individuo alcance un nivel socioeconómico superior. Pero algunas investigaciones revelan que “una vez que se han elevado en la escala social y económica, las personas pierden interés en su religión y desembocan en un vago agnosticismo”.[4] “Ernst Troeltsch, contemporáneo y amigo de Max Weber, expresó frecuentemente el temor de que el protestantismo llegara a crear las condiciones de su propia decadencia”.[5]
En este contexto, es posible que se pueda perder el sano equilibrio entre la preparación teológica acabada y la vida de piedad, y entonces se produzca una oscilación entre extremos, por la que el reavivamiento religioso dé paso a la educación superior y a la liturgia elaborada, y los retiros espirituales de corte emotivo, vivencial, den lugar a seminarios especializados; que ya no se hable de las victorias actuales, y sólo se queden en el recuerdo de la fe ejemplar de muy buenas personas que vivieron en el pasado; que no haya más testimonios espontáneos del Dios que actúa en la vida humana; y que en esa condición la iglesia sólo se recluya en la nostalgia.
Algo para recordar
La historia en general, y la historia de otros movimientos religiosos, nos advierten de un modo claro con respecto a ciertos riesgos que corremos. Iglesias que nacieron en medio del conflicto de la fe, que fueron fieles a riesgo del martirio, hoy encuentran que ya no son un factor de cambio en el mundo, más bien ellas fueron cambiadas por el mundo.
Posiblemente, uno de los pueblos más notables por su valentía y la forma en que formularon sus convicciones, fueron los valdenses. Una iglesia con una historia que está llena de individuos que no claudicaron ante la amenaza, la persecusión, la cárcel y el martirio. Fueron muchos los individuos notables y valientes en esa iglesia, como por ejemplo Godofredo Varaglia, un pastor valdense condenado a la hoguera simplemente por las convicciones religiosas que sostenía. Cuando las llamas comenzaban a envolver su cuerpo, se lo escuchó gritar: “Se terminará la leña antes de que los ministros del Señor dejen de proclamar el Evangelio”.
Pasaron los años, y finalmente los valdenses obtuvieron la libertad religiosa. En un famoso discurso, un gran amigo de ese pueblo, Beckwith, les dijo: “Desde ahora en adelante, o seréis misioneros o no seréis nada”. Y los valdenses comenzaron a vivir en libertad, y paulatinamente una transformación comenzó a producirse en ellos. El celo se redujo, nuevos enfoques hicieron su aparición en el seno de su teología, nuevas actitudes empezaron a desarrollarse en la vida religiosa de sus miembros. Y esa iglesia abrazada a un maravilloso lema bíblico: “La luz en las tinieblas resplandece”, hoy casi ha sido absorbida por otras iglesias.
Cuenta Vandeman que en nuestros tiempos, un profesor llevó a un grupo de jóvenes a los valles del Piamonte. Una noche estaban cantando en torno a una fogata, mientras referían relatos misioneros. Sin que el grupo lo notara, algunos valdenses se infiltraron entre ellos y se unieron a la audiencia. Los impresionó escuchar hablar de la venida de Jesús y que aquellos jóvenes se prepararan para ser misioneros.
Cuando se acabaron los himnos y terminaron los relatos, un anciano valdense se aproximó a la lumbre del campamento y dijo: “¡Uds. deben seguir!” y continuó: “Nosotros, los valdenses, tenemos una gran herencia que nos respalda. Estamos orgullosos de la historia de este pueblo, de la forma en que peleó para preservar la luz de la verdad en lo alto de estas laderas montañosas y por estos valles. .. Esta es nuestra gran historia del pasado. Pero en realidad no tenemos ningún futuro. Hemos renunciado a las enseñanzas en que una vez creíamos”.
Señaló una montaña cercana y habló de las capillas valdenses. Y continuó diciendo: “Durante los últimos años, en estos valles tan llenos de historia sagrada, ya no tenemos la visión que una vez teníamos. En vano hemos tratado de mantener a nuestros jóvenes en la iglesia. Junto a esas capillas donde está inscrito nuestro lema, ‘la luz brilla en las tinieblas’, hemos edificado salones de baile, pensando que de esta manera podríamos mantener a nuestra juventud. Pero ahora ellos parecen no tener ya más interés en la iglesia ni amarla. Ahora su interés está en las luces brillantes de las grandes ciudades. Ya no quieren permanecer aquí. Qué milagro es que la iglesia de Uds. todavía tenga jóvenes que están interesados en venir a este lugar, a nuestro valle, a estudiar la historia que nosotros tanto amamos. Pero eso está ya todo en el pasado. Lo triste es que no estamos avanzando con valor hacia el futuro. ¡Uds. deben seguir adelante!”[6]
Este es un dramático testimonio. Conservaron su identidad durante siglos de persecución, y ésta comenzó a esfumarse ante la seducción de la cultura.
Ahora, debemos poner los ojos en nuestra iglesia. Servirnos de las lecciones del pasado, de la historia y de la historia de otras confesiones y evaluar nuestra condición actual en este tiempo, ante las iniciativas naturales de un mundo que crece y toma espacios en nuestro lenguaje, en nuestra realidad, en nuestra forma de pensar, que intenta mimetizarse en nuestra vida.
Algunas iglesias pusieron todo su énfasis en la firmeza de los hábitos, que es una forma de sustituir la experiencia genuina. Pero en realidad no son los hábitos los que desarrollan la experiencia religiosa genuina, sino que es la experiencia personal con Dios y con su Palabra la que se revelará en la firmeza de los hábitos.
Es necesario que se recupere la visión de la experiencia religiosa personal, marcada por
la vida devocional que se expresa en el culto individual y familiar; en la lectura diaria de la Biblia. Es significativo que, por un lado encontremos a un mundo que corre detrás de los cultos y prácticas orientales, abierto a los mensajes sugestivos del ocultismo, de las prácticas esotéricas, de la astrología, todos ellos vestidos con un ropaje de cientificismo; en tanto que por otro, asoma la imagen de una iglesia que puede demostrar firmeza en su estructura, pero alguna debilidad en la praxis de fe. Y esto, porque ha sido invadida por los mensajes de la cultura que la rodea; porque ha sido seducida por las figuras de arquetipos seculares; porque, de algún modo ha sido sustituido algo del ideario religioso por otro de corte mundanal.
Por esto, “es imprescindible que todos los cristianos examinen bien los fundamentos de su fe, para saber si su experiencia es una relación personal y directa con Dios o meramente un esfuerzo externo basado en la experiencia de otros. Si no ocurre lo primero, pueden sufrir el mismo fin de esos israelitas de la segunda generación. Además, los cristianos deben recordarlo que Israel olvidó: la dirección providencial de Dios en el pasado. ‘No tenemos nada que temer en lo futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido’ “.[7]
¡Ojalá que nunca se diga de nuestra iglesia: “Y se levantó después de ellos una generación que no conocía a Jehová”!
Referencias
[1] Véase C. F. Keil and F. Delitzsch, Commentary on the Oíd Testament (Grand Rapids, William B. Eerdmans Publishing Company, 1980), t. 2, pág. 267.
[2] j. Alberto Soggin, Judges (Londres, SCM Press Ltd.), 1981, pág. 39.
[3] Según este estudio sólo un 10% de los encuestados creían en una creación concretada en un período de 24 horas literales; el 60% rechazaba la concepción evolucionista de la vida; el 43% creía en la creación literal de Eva. Por mayor información véase Richley H. Crapo, “Grass-roots deviance from Official Doctrine: A Study of Latter-Day Saint (Mormon) Folk-Beliefs”, Journal for the Scientific Study of Religión, 1987, vol. 26, N° 4, págs. 465 a 485
[4] Gregory Baum, “El debate de la secularización” en Religión y alienación (Madrid, Cristiandad, 1980), pág. 169.
[5] ibíd.
[6] Jorge Vandeman, Un día memorable (Mountain View, Publicaciones Interamericanas, 1967), págs. 62, 63.
[7] Francis F. Nichol, Comentario bíblico adventista (Mountain View, Pacific Press Publishing Association, 1980), t. 2, pág. 318.