La enfermedad de Laodicea cautiva a la iglesia. Pero hay un remedio.
Laodicea. ¿Lo atemoriza escuchar el nombre? Algunas personas esgrimen este mensaje ante sus iglesias como si fuera un hacha de guerra. Otros la consideran la descripción de un pueblo olvidado que cayó sin remedio en la tibia mira de la apostasía. En medio están todos los que están confusos y perplejos y la aceptan como la mejor parte de una ignorancia voluntaria de la existencia de este mensaje.
La descripción que trazó Uriah Smith en Las profecías de Daniel y de Apocalipsis de las iglesias conforman una parte significativa del conocimiento que tienen los adventistas de sí mismos. Nuestra iglesia aceptó la sugerencia de Smith referentes a que estas iglesias representan siete épocas de la iglesia cristiana, que van desde la pureza y fervor de los tiempos apostólicos hasta la ceguera y la tibieza propia del tiempo del fin. Cada iglesia comunicó un mensaje especial en su época. En cada mensaje se solicitó que los miembros de cada iglesia llegasen a ser vencedores.
Si estas siete iglesias representan el tiempo desde los días de Juan hasta el regreso de Cristo, entonces cada cristiano forma parte de una iglesia que representa su época. Por lo tanto, al margen de su ubicación geográfica, los cristianos que vivieron durante el período apostólico pertenecieron a la iglesia de Efeso. Del mismo modo, los que viven en el tiempo del fin forman parte de la iglesia de Laodicea, no importa donde vivan. Laodicea representad cristianismo actual y, especialmente, a la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Laodicea, que significa “un juicio del pueblo”, es la iglesia que debe concluir la obra de Dios. Debe hacerlo porque no hay una octava iglesia. Ninguna persona debiera sentir ningún estigma por formar parte de Laodicea. El problema que enfrentamos no se encuentra en que seamos laodicenses, sino en padecer la enfermedad laodiceana.
¿Qué es el laodiceanismo? ¿Es ser tibio? ¿Es decir: “Soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad?” ¿Acaso es necesitar oro, colirio y vestiduras blancas?
Tengo una buena noticia para usted: no es ninguna de estas cosas. Estos son síntomas de laodiceanismo, síntomas muy graves, pero no son la enfermedad.
La esencia del laodiceanismo es que la iglesia no tiene la verdadera relación íntima con Cristo que el Señor la invita a tener (Apoc. 3: 20). Si la tuviera, ¿qué propósito tendría la invitación? Esta es una invitación abarcante. Ninguna está fuera de ella. Si usted dice ser cristiano, entonces debe enfrentar el desafío de Cristo.
El mensaje a la séptima iglesia es doble. Su enfoque fundamental revela quién es responsable de la condición de la iglesia. Cada mensaje comienza con la expresión: “Al ángel de…” Según Uriah Smith este ángel representa la dirección de la iglesia: sus administradores, pastores y demás empleados. Históricamente, Dios buscó comunicarse con el hombre a través de un ministerio “llamado”. Cuando el dirigente avanza, la iglesia avanza.
Como pastor, yo he tomado este mensaje de un modo muy personal. Es perturbador, por decirlo de alguna manera, tener a mi Salvador poniendo ante mi umbral la responsabilidad de esta condición tan seria. Pero al examinar mi vida a la luz de Apocalipsis 3: 20, debo confesar que no he sido fiel. En un segundo plano, pero con la misma responsabilidad, se encuentra el miembro de iglesia. Los miembros de iglesia, mucho más a menudo que los que no son miembros de iglesia, son espejos de sus pastores y no de Jesús. Pero no deben caer en esa trampa. Son agentes morales libres capaces de comprender este mensaje y de traer a Cristo a sus vidas aun cuando sus pastores no lo estén haciendo.
Tratando el laodiceanismo
Hace tres años aprendí la forma concreta en la que pude poner a Jesús cada día en mi vida. Gracias al libro de Morris Venden How To Make Christianity Real, comencé a unir las piezas que revelaban en qué consistía la experiencia genuina y cómo podía mantenerla. La idea se basaba en 2 Corintios 3:18 y 1 Juan 2: 6 y en la siguiente declaración: “Nos beneficiaría a todos, pero especialmente a nuestros ministros en general, el recordar frecuentemente las escenas finales de la vida de nuestro Redentor. Aquí, asediados de tentaciones como él lo fue, podemos todos aprender lecciones de la mayor importancia para nosotros.
“Sería bueno que dedicásemos una hora de meditación cada día para repasar la vida de Cristo desde el pesebre hasta el Calvario. Debemos considerarla punto por punto, y dejar que la imaginación capte vívidamente cada escena, especialmente las finales de su vida terrenal. Al contemplar así sus enseñanzas y sus sufrimientos, y el sacrificio infinito que hizo para la salvación de la familia humana, podemos fortalecer nuestra fe, vivificar nuestro amor, compenetrarnos más profundamente del espíritu que sostuvo a nuestro Salvador.
“Si queremos ser salvos al fin, debemos aprender todos, al pie de la cruz, la lección de penitencia y fe” (Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 1, págs. 517, 518).
Aquí encontramos la recomendación de que cada cristiano debe dedicar, aproximadamente, una hora de cada día a meditar en las enseñanzas del sacrificio de nuestro Señor. Una vida devocional desarrollada de esta manera favorecerá una fe más vigorosa, un mayor amor a Dios y al hombre, y una vida imbuida del Espíritu que sustentó a nuestro Salvador. Esta práctica es la cura perfecta del laodiceanismo.
¿Cómo puedo llevar a cabo este propósito? Para que pueda satisfacer esta necesidad, Dios nos ha proporcionado la más poderosa herramienta devocional conocida por el hombre. Esta herramienta es el registro de la vida de Cristo contenido en los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Cada mañana, durante casi una hora medito y oro en los diferentes capítulos de los relatos evangélicos. Comienzo con Mateo y cuando, algunas semanas después, completo Juan regreso al libro de Mateo. Leer y meditaren las porciones de estos evangelios es una forma sencilla en la que puedo relacionarme con Cristo. Esto no significa la realización de una lectura rápida. No intento memorizar explicar el texto. Tampoco busco nuevas pruebas que favorezcan posiciones doctrinales. En mi lectura, simplemente busco comprender lo que significa el mensaje de Cristo para mí en forma personal. Quiero ser cambiado a su imagen, a su semejanza.
Al contemplar la gloria de nuestro Señor somos transformados a su imagen (2 Cor. 3:18). Estimo que en los años que han pasado he leído los evangelios más de 50 veces. Nunca había participado en una práctica tan poderosa. La repetición es como una gracia divina. El efecto en mi vida personal ha sido revolucionario.
Aun cuando estuve siguiendo este plan a lo largo de los tres años pasados, mi experiencia no ha sido aburrida o trillada. Por el contrario, continúa en crecimiento. He compartido este plan con mis iglesias y las invité a que intentaran desarrollar esta práctica a lo menos por tres meses. Algunos aceptaron el desafío y están cosechando el galardón. Recientemente, tuve el privilegio de compartir este plan con una congregación metodista en Oakland, California. Quedaron encantados. El plan trascendió las fronteras denominacionales.
Cuando acepté el cristianismo, hace unos dieciséis años, le di prioridad al método de estudio del texto prueba. Me incliné a considerar las palabras de Cristo como algunas de las tantas palabras de la Escritura. Desde que concentré mi atención en los relatos evangélicos, comencé a poner las palabras de Cristo sobre todas las otras palabras. Su autoridad es suprema. Todas las otras palabras, ya sean de la Biblia o del espíritu de profecía, obtienen su autoridad de él y deben estar en estricta armonía con las de él. El Maestro dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Luc. 21: 33). Ha llegado a ser evidente para mí que todas las otras Escrituras se deben interpretar a la luz de la forma de vida de Cristo y de sus enseñanzas y que la única forma en que podemos obtener una comprensión óptima de las Escrituras es enfocándolas desde la perspectiva de Cristo. Este plan devocional sume la mente en esa visión.
Es posible que el resultado más gratificante de los tres años pasados haya sido el crecimiento espiritual de mis dos congregaciones como lo evidenció la actividad misionera en la que ellas se enrolaron. Los estudios bíblicos ofrecidos por los miembros de iglesia llegaron a treinta personas. De las diez personas que se bautizaron recientemente, ocho dieron ese paso como un resultado directo de los estudios ofrecidos por los hermanos de la iglesia. Las personas que tienen una vida devocional diaria concentrada en la persona de Cristo como aparece en los evangelios, son más fáciles de organizar para la evangelización o lo hacen ellas mismas adelantando la comisión evangelizadora. La motiva el Espíritu y el ejemplo del Salvador.
A Laodicea no le falta organización, ni planes, ni objetivos. No cumpliremos nuestra misión porque lleguemos a encontrar un método mejor —ya poseemos los métodos y los planes adecuados. A Laodicea le falta el poder y la motivación que surge de una vida de relación con Jesucristo.
Pero, finalmente, Laodicea completará la obra de Dios. La pregunta real es cuál será su parte en esa tarea.
Sobre el autor: James B. McLain ha sido pastor de las iglesias adventistas de Otis Orchards, Washington y Post Falls, Idaho, Estados Unidos.