Cómo se relaciona la justificación por la fe con los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14: la última advertencia de Dios al mundo, la comisión especial de la Iglesia Adventista
Los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6-12 han conformado una parte vital del alma del movimiento adventista. Sus mensajes han sido centrales en sus luchas y sus triunfos. A la luz de la histórica sesión de Minneapolis en 1888, ¿cómo debemos entenderla y relacionarla hoy a este triple mensaje?
La cuerda que se pulsó en aquella sesión de Minneapolis fue el tema de la ley de Gálatas y su relación con la sola justificación por la fe en Cristo. Esto llega a ser evidente cuando uno escucha la estridente voz del joven Waggoner en su manifiesto, The Gospel in the Book of Galatians.[1]
Como consecuencia de Minneapolis, algunos de los hermanos llegaron a temer que Elena de White, E. J. Waggoner y A. T. Jones estuvieran poniendo demasiado énfasis en la justificación por la fe. Sentían que esto podría apartarlos de la proclamación del mensaje del tercer ángel. Elena de White responde sobre este asunto como sigue: “Algunos me han escrito preguntando si el mensaje de la justificación por la fe es el mensaje del tercer ángel, y yo he respondido: ‘En realidad es el mensaje del tercer ángel’ “.[2]
¿Cómo, entonces, se relaciona la justificación con los mensajes de los tres ángeles?
El evangelio eterno
El mensaje del primer ángel está claramente construido sobre el fundamento del Evangelio eterno (Apoc. 14:6). Esta buena nueva es la misma a lo largo de todas las edades. El Evangelio ofrecido al mundo en el mensaje del primer ángel es el mismo que Pablo ofreció a los Gálatas en el primer siglo. “Más si aún nosotros, o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal. 1: 8).
Waggoner captó la similitud entre el evangelio de Pablo y los mensajes de los tres ángeles: “Ahora emerge la pregunta: ¿Era esta predicación de Pablo de alguna manera semejante al mensaje del tercer ángel, o al triple mensaje que se nos ha encomendado? ¿Difería su predicación del mensaje que nosotros predicamos? Si difiere, ¿estamos predicando lo que debemos predicar? En otras palabras, ¿debe nuestra predicación incluir algo más que lo que incluía el apóstol Pablo? Si lo hacemos, entonces sea lo que fuere, haríamos bien en abandonarla tan pronto como podamos”.[3]
Muchos eruditos creen que el corazón del evangelio de Pablo está en Romanos 3:24-28. Resumido, estos versículos cuentan esta historia: La humanidad ha pecado y ha errado el camino a la gloria de Dios. Jesucristo vino y, por medio de su muerte, cargó sobre sí mismo todo el castigo por el pecado. Ahora, Dios es justo cuando declara que el pecador arrepentido, creyente, es justo, no sobre la base de los antecedentes propios del pecador, sino sobre la base de los antecedentes perfectos de Otro.
La justificación por la fe hace provisión para que en cualquier circunstancia la vida del creyente sea cubierta por la vida perfecta de Otro y que Dios mire al pecador como si nunca hubiera pecado. ¡Ello revela la gracia de Dios en su más alto y mejor grado!
La gloriosa verdad de la salvación por sustitución corre como un hilo escarlata tanto a lo largo del Antiguo Testamento como del Nuevo. Es subrayada en el contraste que hay entre la ofrenda de Caín, producto de su propio trabajo, y la ofrenda del cordero de Abel. Es retratada en el carnero que ocupó el lugar de Isaac sobre el altar del sacrificio. Esta verdad fue untada en los dinteles de Israel cuando, a media noche, los hogares que presentaban la sangre encontraron salvación. Gráficamente, la salvación sustituidora fue delineada en las arenas del desierto cuando los pecadores mordidos por serpientes volvieron sus ojos en un sencillo acto de fe hacia la serpiente de bronce sobre el asta. En el clímax del Antiguo Testamento, Isaías 53 se destaca como un pico andino nevado, reflejando el resplandor de su evangelio a través de todos los tiempos.
El ladrón arrepentido en la cruz provee un ejemplo clásico de salvación por sustitución. A pesar de lo bueno que pudiera haber habido en la experiencia del hombre antes de la cruz, y tomando en cuenta sus pocos minutos de creyente sobre ella, debemos darnos cuenta de que espiritualmente permanecía desnudo e indigno del cielo. Le será permitida la entrada al cielo no en base a los méritos de sus propios antecedentes, sino dado que descansaba implícitamente en los antecedentes perfectos de Otro.
Este mismo hilo escarlata de la salvación por sustitución corre a lo largo del Evangelio eterno de Apocalipsis 14:6.[4] Está entretejido con el juicio y el llamado a adorar y honrar al Creador.
El principio babilónico
El segundo ángel de Apocalipsis 14 advierte contra el principio babilónico. ¿Cuál es este principio? Para descubrirlo debemos retrotraernos a la antigua Babel, donde escuchamos la expresión de esta opinión: “Hagámonos un nombre” (Gén. 11:4). Más tarde escuchamos decir a Nabucodonosor: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dan. 4: 30).
La esencia del principio babilónico es inseparable de la glorificación propio y la confianza en el mérito humano. El pecado del orgullo se originó en el corazón de Lucifer (véase Isa. 14:12-14) y llegó a ser el rasgo dominante de la religión apóstata. “El principio de que el hombre puede salvarse por sus obras, que es fundamento de toda religión pagana”.[5]
La justificación por la fe es la respuesta de Dios al principio babilónico. Es la misma antítesis de salvación por logros, méritos humanos y obras.
“¿Qué es justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que éste no puede hacer por sí mismo”.[6]
Doquiera que seamos tentados a considerar nuestras propias obras para la salvación, a depender de los méritos de nuestro programa de reforma pro-salud, a enorgullecemos de nuestra observancia de las normas, o a confiaren parte en nosotros mismos y en parte en Cristo para la vida eterna, debemos estar alerta contra el principio babilónico. En tales oportunidades necesitamos el empuje de Minneapolis: “Ninguna obra que el pecador pueda hacer será eficaz en la salvación de su alma. Siempre se ha debido obediencia al Creador; dado que él dotó al hombre con atributos para su servicio. Dios siempre ha requerido buenas obras del hombre; pero las buenas obras no pueden ser un aval para ganar la salvación. Es imposible que el hombre se salve a sí mismo. Él puede engañarse a sí mismo con respecto a este asunto; pero no puede salvarse a sí mismo. Solo la justicia de Cristo puede ser un aval para su salvación, y éste es el don de Dios”.[7]
Ciertamente la ley de Dios ocupa un lugar en los mensajes de los tres ángeles, pues está conectada al juicio y es anunciada en la descripción de las características de quienes responden al mensaje: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios” (Apoc. 14: 12).
En el momento de la sesión de Minneapolis, la controversia ardía en torno de la ley y su papel en la salvación. Algunos enfatizaban los Diez Mandamientos a tal extremo, que Elena de White escribió: “Como pueblo, hemos predicado la ley hasta quedar secos como las colinas de Gilboa que no tienen ni rocío ni lluvia”.[8]
Muchos temían que la idea de que si la ley moral era parte del problema de los Gálatas, socavaría el mensaje adventista completo. Durante años después de la sesión resistían esta interpretación.[9] Creían que los cristianos obtenían la justicia cuando cooperaban con Dios al guardar la ley moral.[10]
A cien años de Minneapolis, debemos dar a la trompeta un sonido certero respecto de la ley y la salvación. La ley moral debe ser elevada como la norma de la justicia, no como el medio para la justicia. La perfecta obediencia a la ley continúa como condición de vida eterna, pero como el hombre pecador no puede reunir esta condición, Dios proveyó un Hombre que pudiera hacerlo. Por medio de la obediencia de este Hombre muchos son hechos justos; en la justificación por la fe el creyente es declarado justo y es habilitado para vivir una vida de obediencia. Esta obediencia es hecha perfecta por el mérito de la justicia de Cristo.
Elena de White ha resumido bellamente el proceso: “La justicia es obediencia a la ley. La ley demanda justicia, y el pecador está obligado a esto por la ley; pero es incapaz de hacerlo. Por la fe él puede ofrecer a Dios los méritos de Cristo, y el Señor pone la obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona, justifica al arrepentido, al alma creyente, y la trata como si fuera justa, y la ama como ama a su hijo. Así es como la fe es contada por justicia”.[11]
La justificación por la fe
Si aceptamos la famosa declaración de Elena de White de que la justificación por la fe en realidad es el mensaje del tercer ángel, entonces necesitamos tratar un poco más detenidamente las ramificaciones de la justificación por la fe a la luz del mensaje del tercer ángel. Consideremos los siguientes aspectos de la justificación por la fe: a. Su importancia; b. su fruto; c. su relación con la santificación; y d. su relación con el juicio.
- Importancia. ¿Cuál es el mensaje del tercer ángel? ¿No sería más lógico confinar la justificación por la fe al “evangelio eterno” del primer ángel y hablar de santificación o de desarrollo del carácter o de la perfección en conexión con el mensaje del tercer ángel? ¿No podríamos considerar la justificación como un paso inicial importante, necesario en la vida cristiana, pero creer que para el momento cuando alcanzamos el mensaje del tercer ángel, la corona del mensaje final de Dios a la humanidad, deberíamos haber eclipsado la justificación por la fe y pasado a algo superior?
La misma naturaleza del mensaje del tercer ángel, ¿no parece demandar algo más que la justificación? Ese mensaje tiene que ver con el poder de la bestia, su imagen y marca. Enfatiza la importancia de la obediencia a Dios; el sábado se convierte en un tema candente. ¿No calza mejor el sábado con la santificación, la señal misma del Dios que santifica? En vista del contenido de este mensaje, ¿cómo puede la justificación por la fe ser igualada con él?
La declaración de Elena de White debe significar que quienes aceptan el mensaje del tercer ángel siempre necesitarán la sustitución de la vida justa de Cristo para hacernos aceptables ante Dios. No importa cuán gloriosa sea nuestra obediencia, nunca alcanzaremos un punto en esta vida cuando podamos presentarnos delante de Dios sin los méritos del Salvador.
- Frutos. Ha sido correctamente declarado que el hombre es justificado por la fe sola, pero que la fe que justifica nunca está sola. Como es en realidad el mensaje del tercer ángel, la justificación por la fe claramente produce los frutos de la santificación y la obediencia se evidencia por la respuesta del pueblo de Dios hacia la bestia, su imagen y marca (véase Apoc. 14: 9-12).
La verdadera fe obra por amor, y la fe sin las correspondientes obras está muerta (véase Gál. 5:6; Sant. 2: 20). Donde no hay fruto de amor y obediencia en la vida, uno debe cuestionar la realidad de la justificación por la fe. Cuando los pecadores comprendan y acepten el maravilloso don de la justicia de Dios, experimentarán la regeneración y el crecimiento en santificación. La ley de Dios será escrita en los corazones de quienes entren en la relación del nuevo pacto, y el fruto de la armonía con Dios será visto en sus vidas.
Advierta cuán bellamente Elena de White expresa la relación entre la fe y las obras: “En su divino acuerdo, por medio de su favor inmerecido, el Señor ha ordenado que las buenas obras sean recompensadas. Somos aceptados sólo por medio de los méritos de Cristo, y los actos de misericordia, las obras de caridad que realizamos, son los frutos de la fe. Y se convierten en una bendición para nosotros, puesto que los hombres han de ser recompensados de acuerdo con sus obras. Es la fragancia del mérito de Cristo lo que hace a nuestras obras aceptables ante Dios, y es la gracia la que nos habilita para hacer las obras por las cuales se nos recompensa. Nuestras obras en y por si mismas no tienen mérito”.[12]
Esta relación entre justificación por la fe sola y sus correspondientes obras de obediencia ¿podrían ser mejor resumidas que en estas líneas?: “No ganamos la salvación por nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe”.[13]
- La relación con la santificación. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1). Esta bendecida declaración de justificación no perdura simplemente durante el corto tiempo de la conversión. Quien es justificado es aceptado en el Amado por los méritos de Cristo, y el proceso de santificación no reemplaza a la justificación, sino más bien son paralelos.[14] Cristo es nuestra justificación y nuestra santificación; El provee tanto nuestro título como nuestra capacidad para el cielo.
Debemos cuidarnos de no ver nuestra salvación por medio de la justificación como un don y por medio de la santificación como ganada en parte. Nuestra salvación es toda de gracia. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2: 8, 9).
La parábola bíblica de los trabajadores de la viña (véase Mat. 20:1-16) nos ayuda a darnos cuenta de que la recompensa está basada no en las obras del hombre, sino en la bondad de Dios. “Al usar la parábola, El [Cristo] les enseña que la recompensa no está basada en las obras, para que ningún hombre se gloríe, sino que es toda de gracia”.[15]
La verdad del sábado es una parte integral del mensaje del tercer ángel. Como signo de lealtad al Creador del cielo y de la tierra, ha de ser restaurada a su lugar correcto en el mensaje final del cielo a los hombres.
El sábado puede ser un hermoso símbolo tanto de la justificación por la fe como de la santificación por medio de Cristo. Como señal de justificación, el sábado nos recuerda que hemos entrado en el descanso de Dios y hemos dejado de confiar en nuestras propias obras para la salvación (véase Heb. 4:1-10), que estamos descansando con Cristo en su obra terminada.[16]
El sábado es semejante a una señal de santificación e indica que nuestra justicia proviene del Señor (véase Eze. 20:12, 20). Cada semana el verdadero observador del sábado recuerda que Cristo es su justicia. “Separados de Cristo no tenemos mérito, ni justicia”.[17]
- La relación con el juicio. El pueblo de Dios necesitará justificación por la fe aun cuando su nombre sea considerado en el juicio. Después de describir la experiencia del sumo sacerdote Josué, Elena de White discute la obra de Cristo por su pueblo en el Santuario celestial: “Por medio de su justicia imputada, son aceptados por Dios, como quienes están manifestando al mundo que reconocen fidelidad a Dios, guardando todos sus mandamientos”.[18]
Aquí está el pueblo de Dios que guarda sus mandamientos en un mundo rebelde, que ensalza valientemente su pacto, e incluso encuentra su seguridad y salvación eterna en la justicia imputada de Cristo. ¡Qué hermosa ilustración de la verdad de que la justificación por la fe realmente es el mensaje del tercer ángel!
Al aplicar la ilustración de Josué y el sumo sacerdote al juicio, Elena de White escribió: “Con sus ropas manchadas de pecado, confiesa su culpabilidad delante de Dios. Pero Jesús, nuestro Abogado, presenta una súplica eficaz en favor de todos los que mediante el arrepentimiento y la fe han confiado la guarda de sus almas a Él. Intercede por su causa y vence a su acusador con los poderosos argumentos del Calvario… No podemos contestar las acusaciones de Satanás contra nosotros. Cristo solo puede presentar una intercesión eficaz en nuestro favor. Él puede hacer callar al acusador con argumentos que no están basados en nuestros méritos, sino en los suyos”.[19]
En el juicio, ¿silencia Cristo al acusador al señalar la hermosa exhibición de las vidas del pueblo que guarda los mandamientos de Dios? No, El usa un argumento más poderoso: el argumento del Calvario, el argumento de una justicia fuera del hombre, los méritos de su propia vida inmaculada.
Cuando nos reunamos alrededor del gran trono blanco veremos que nuestra paciencia y nuestra obediencia a la ley de Dios ha sido completamente el fruto del Calvario. Escuchemos a quien en visión ha estado en el cielo: “He sido traída, por decirlo así, delante del gran trono blanco, y he visto mi vida como aparecerá allí. No encuentro nada de qué gloriarme, ningún mérito que pueda defender. ‘Indigna, indigna del menor de tus favores, oh mi Dios’ es mi exclamación. Mi única esperanza está en un Salvador crucificado y resucitado. Reclamo los méritos de la sangre de Cristo. Jesús salvará hasta lo sumo a quienes pongan su confianza en El”.[20]
La centralidad de Cristo
Uno de los temas dominantes en las presentaciones hechas ante ministros e iglesias adventistas luego de la sesión de Minneapolis fue: Cristo nuestra justicia. De hecho, el libro de Waggoner publicado en aquel tiempo (en 1890) lleva esa frase como su título.
Elena de White se unió a este énfasis en la centralidad de Cristo para el mensaje adventista. En un artículo publicado en la Review and Herald, el 18 de agosto de 1889, habla de miembros que ven “nueva belleza en el mensaje del tercer ángel” (pág. 513). También relaciona este mensaje de justificación por la fe con el nuevo énfasis en Cristo. Después de declarar que “la doctrina de la justificación por la fe ha sido perdida de vista por muchos que han profesado creer en el mensaje del tercer ángel”, habla de la tarea de los ministros: “Su obra no sólo es proclamar la ley, sino predicar la verdad para este tiempo: el Señor, nuestra justicia” (pág. 514).
El tercer ángel llama a un pueblo que tiene “la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). ¿No deben ser los adventistas, por lo tanto, los primeros en ensalzara Cristo ante el mundo en 1988? Si la justificación por la fe “en realidad es el mensaje del tercer ángel”, ¿no dependerá la correcta proclamación de este mensaje del énfasis cristocéntrico?
La doctrina de la justificación por la fe declara que el hombre es justo sobre la base de su fe en la perfecta vida y muerte sacrificial del Señor Jesucristo. Este es el intercambio más maravilloso del mundo. Cristo toma nuestros pecados sobre él y nos da su justicia (véase 2 Cor. 5: 21). Así, toda la intención de la justificación por la fe es cristocéntrica antes que antropocéntrica. Cristo es enfatizado en vez del hombre. Se ensalza su vida perfecta, sus encantos incomparables, su muerte expiatoria y sus méritos; las realizaciones del hombre son sumergidas en su gracia. “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál. 6:14).
Si el mensaje del tercer ángel concerniente a la ley de Dios y al verdadero sábado ha de triunfar, debe ser bañado en la gracia de Dios derramada a través de Jesús. Cristo debe ser el corazón mismo del mensaje. Cristo debe ser visto y experimentado en el sábado. Cuando Cristo y su justicia sean hechos el gran centro de atracción, quienes acepten el mensaje serán leales a la ley moral de Dios y a la señal especial de Dios, el verdadero sábado.
“Si hemos de tener el espíritu y el poder del mensaje del tercer ángel, debemos presentar la ley y el Evangelio juntos, porque van de la mano”[21]
Cuidémonos de predicar sermones sin Cristo y de esa manera imitemos el sacrificio de Caín. “Ensalze a Jesús delante del pueblo. Pinte los dinteles con la sangre del Cordero del Calvario, y estará seguro”.[22]
E. J. Waggoner declaró que el Evangelio eterno era la suma y el total de los mensajes de los tres ángeles. “El primer ángel proclama el Evangelio eterno; el segundo proclama la caída de cada uno que no obedezca ese Evangelio; y el tercero proclama el castigo que seguirá a esa caída… así, el tercero está totalmente en el primero: el Evangelio eterno”.[23]
Elena de White enfatizó el papel que cumplirá la proclamación de la justicia de Cristo en la terminación de la obra: “La luz ha de resplandecer en el pueblo de Dios con rayos claros, distintivos, presentando a Jesús delante de las iglesias y delante del mundo… Un interés prevalecerá, un tema absorberá a todos los demás: Cristo, nuestra justicia”.[24]
La ley de Dios ha de ser magnificada… Sin embargo, la obra será abreviada en justicia. El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar desde un extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino del Señor. Esta es la gloria de Dios que termina la obra del tercer ángel”.[25]
La convocatoria de Minneapolis hizo resonar el mensaje de la justificación por la fe en Cristo solo. Elena de White tomó el estribillo, combinando la melodía de la justificación por la fe con la del mensaje del tercer ángel. Ella estaba convencida de que su armonía conformaba buena teología.
¡Cantemos la canción de esperanza y gloria! Es una canción cuyo tema dominante es Cristo. “Cuando advirtamos que nuestra esperanza de gloria es Cristo, que somos completos en El, nos regocijaremos con alegría indecible y llenos de gloria”.[26]
¡Permitamos que resuene el mensaje escuchado en Minneapolis! ¡Permitamos que resuenen las dulces melodías de la justificación por la fe y la justicia en Cristo! ¡Permitamos que sean ensalzados los méritos de Cristo y de la cruz del Calvario! Permitamos que Cristo sea puesto como la única esperanza del pecador, como quien es “hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:30). Y entonces tendremos un pueblo preparado para la venida del Señor.
Sobre el autor: Eric Claude Webster, doctor en Teología, dirige la Escuela Radiopostal de The Voice of Prophecy en Cape Town, Sudáfrica.
Referencias
[1] E. J. Waggoner, The Gospel in the Book of Galatians (Oakland, California, Pacific Press, 1888). El folleto está escrito en forma de carta dirigida al pastor G. I. Butler, presidente de la Asociación General, que había escrito un librito titulado The Law in the Book of Galatians: Is It the Moral Law, or Does It Refer to the System of Laws Peculiarly Jewish? (Battle Creek, Michigan, 1886). La carta de Waggoner está fechada el 10 de febrero de 1887, pero fue enviada “casi dos años” después. Esto bien pudo haber sido cerca del congreso de Minneapolis y refleja el pensamiento de esa época. Por un énfasis en el mensaje de Minneapolis como “la justificación por la fe en el Garante”, véase también Elena de White, Testimonios para los ministros, las páginas 91,92.
[2] Review and Herald, 1 de abril de 1890, pág. 193.
[3] “Letter to the Romans-no. 16”, Review and Herald Extra: Daily Bulletin of the General Conference, 25 de marzo de 1891, pág. 239
[4] Por una demostración de esta verdad véase John E. Ford, “Introductory Presentation at Philadelphia”, The Ministry, mayo de 1935, págs. 6-8; y Carlyle B. Haynes, “Righteousness in Christ”, Ministry, mayo de 1986, págs. 4-7,10.5
[5] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, pág. 26.
[6] Elena de White, Testimonios para los ministros, pág. 456.
[7] Elena de White, Review and Herald, 20 de diciembre de 1892, pág. 786. Por una ampliación de este concepto véase Elena de White, Manuscrito 36 de 1890
[8] Review and Herald, 11 de marzo de 1890, pág. 146. Véase además el Manuscrito 10 de 1890.
[9] Por evidencia referente al papel de Uriah Smith en esta resistencia, véase Eugene Durand, Yours in the Blessed Hope, Uriah Smith (Washington, D. C , 1890), págs. 247-270.
[10] Véase Uriah Smith, “Our Righteousness”, Review and Herald, 11 de junio de 1889. En ese artículo escribió: “La perfecta obediencia a ella [la ley] desarrollará la perfecta justicia y éste es el único modo en que se puede alcanzar la justificación”, pág. 376.11
[11] Review and Herald, 11 de marzo de 1890, pág. 673. Véase también el sermón que A. T. Jones predicó en Ottawa, Kansas, el 11 de mayo de 1889. Entre otros conceptos afirmó: “Ahora Isaías 61:10, ése es el canto que debemos entonar, porque la justicia es un don de Dios tan ciertamente como lo es la vida, y si intentamos obtenerla de algún otro modo fracasaremos… Es la obediencia de Cristo y no la nuestra la que nos trae la justicia”. Elena de White afirma que es “por causa de que Cristo satisfizo las demandas de la ley” que podemos encontrar la aprobación de Dios, (Review and Herald, 10 de marzo de 1891, pág. 145).12
[12] Review and Herald, 29 de enero de 1895, pág. 65
[13] Elena de White, El camino a Cristo, pág. 61
[14] Por una ampliación de estos conceptos, véase la monografía titulada “Righteousness by Faith and Sanctificatión: A Personal Point of View”.
[15] Elena de White, Review and Herald, 10 de julio de 1894, pág. 433
[16] Elena de White se refiere a Cristo con reverencia, presentándolo “junto al propiciatorio donde concluyó la redención por su pueblo”, Review and Herald, 17 de octubre de 1893, pág. 645. Por otro ejemplo del uso de la expresión “la obra concluida” de Cristo, véase Review and Herald, 17 de mayo de 1892, pág. 305.
[17] Elena de White, Review and Herald, 20 de diciembre de 1892, pág. 785.
[18] Ibid., 22 de agosto de 1893, pág. 531.
[19] Joyas de los testimonios, t. 2, pág. 173-175.
[20] Elena de White, Review and Herald, 1 de noviembre de 1881, pág. 273.
[21] Elena de White, Review and Herald, 3 de septiembre de 1889, pág. 546
[22] Ibíd.
[23] “Letter to the Romans-no. 16”, pág. 240.
[24] Review and Herald, 23 de diciembre de 1890, pág. 2.
[25] Elena de White, Joyas de los testimonios, t. 2, 373,374.
[26] Elena de White, Review and Herald, 4 de abril de 1893, pág. 210.