Como hubo que hacer cuando fue necesario trasladar la carpa en medio de la campaña metropolitana

Para iniciar la campaña metropolitana del 26 de julio de 1987, levantamos nuestra carpa en un sector de la ciudad que representaba todo un desafío. Estábamos rodeados de hermosas viviendas que mostraban la sólida posición económica de sus moradores. El Seminario Revelaciones del Apocalipsis despertó desde la primera noche el interés de los vecinos, que se volcaron masivamente a escuchar los temas.

Durante cinco semanas, el transcurso del seminario tuvo un trámite normal, a medida que pasaban los días el grupo de asistentes se iba estabilizando; pero durante la sexta semana, ocurrieron algunos hechos que cambiaron el curso de los acontecimientos. El lunes a la mañana, una máquina de vialidad comenzó a remover la tierra del predio contiguo a la carpa, y tenían el propósito de continuar la labor en nuestro terreno. Lo que ocurrió era que las autoridades municipales, por un error involuntario, nos habían otorgado permiso para ocupar un terreno que era propiedad privada. Luego que los propietarios del terreno nos solicitaron amablemente que quitáramos la carpa de ese lugar, nos vimos frente a un problema grave: ¿adónde ir?

A partir de ese momento, comenzamos a correr contra el reloj, buscando un plan de acción que no afectara al seminario. Entre el jueves y el viernes conseguimos un terreno a ocho cuadras del lugar donde teníamos la carpa, lo nivelamos, hicimos los trámites en la empresa eléctrica, imprimimos nuevos volantes, e hicimos un nuevo cruzacalle. Para el sábado, a fin de mostrar que “todo seguía bien’’, organizamos un bautismo. En el lugar que por última vez estaría la carpa, por la gracia de Dios se bautizaron las primeras catorce almas de un seminario que no queríamos que terminase de esa manera. Pero para continuar con el Seminario de Apocalipsis debíamos desarmar y volver a levantar la carpa en el otro terreno, lo que demandaría, en caso de que no hubiese ningún contratiempo, dos días de intenso trabajo y no teníamos ese tiempo.

Por eso, para el sábado 5 de setiembre a las 20 fueron convocados a la carpa todos los hermanos del distrito y los asistentes al seminario. Se comenzó el traslado del mobiliario interior, el equipo amplificador, la cerca protectora exterior y las plantas. Terminada esa tarea, realizamos juegos sociales e ingerimos bebidas calientes para aplacar el intenso frío.

Cerca de las 23, hombres, mujeres y niños rodearon la carpa, y tomándola por los travesaños inferiores, al recibir la orden, la levantaron y comenzaron a caminar.

La carpa con capacidad para más de 170 personas comenzó su peregrinaje de ocho cuadras. Fue sacada de un terreno elevado, luego fue llevada por una calle de pronunciada pendiente hasta llegar a la avenida que nos conduciría al terreno. Los automovilistas y los transeúntes se sorprendían al ver “esa mole” caminando por la calle. Los vecinos del lugar salían y se ofrecían para ayudar. Otros observaban desde las ventanas de sus casas. Los árboles y las columnas de alumbrado público fueron los obstáculos más difíciles de sortear, pero la estructura de la carpa respondió muy bien.

De lejos, el espectáculo era impresionante: la carpa de color amarillo y verde brillaba al ser iluminada por los faros de los automóviles. El espacio que la separaba del pavimento estaba cubierto por decenas de piernas humanas que caminaban a paso firme.

El último descanso se hizo en una intersección de avenidas a veinte metros del nuevo terreno.

Luego de hacer algunas maniobras, como las de un automóvil para estacionar, la carpa fue depositada en su lugar, y un grito de alegría inundó la apacible noche quiteña.

Se colocaron los accesorios en su lugar, y luego de cantar “Demos gracias al Señor” e invocar su nombre con profundo agradecimiento, cada uno se retiró a su hogar. En horas muy tempranas del domingo continuaron los trabajos para dejar todo como si nada hubiera pasado.

Al día siguiente, recordamos sonrientes lo ocurrido a un hermano de iglesia. Desconocía el traslado nocturno y fue hacia el antiguo sitio de la carpa. Al no encontrarla consultó a una vecina sobre el nuevo lugar, a lo que ésta respondió: “Anoche vi que la carpa se iba por aquella calle, pero no sé adónde”.

Reiniciamos nuestras conferencias en dos turnos: el primero para los asistentes del ciclo anterior y el segundo para los asistentes al nuevo ciclo del Seminario de Revelaciones del Apocalipsis. Vimos con alegría que el Señor nos llenó la carpa, duplicando la asistencia del ciclo anterior.

En esos momentos, cuando parecía que todas las puertas se estaban cerrando para continuar con la tarea encomendada por el Señor, cobraron nuevo significado aquellas palabras inspiradas: “Surgirán dificultades que probarán vuestra fe y paciencia. Encaradlas valientemente. Mirad el lado brillante. Si la obra se halla obstaculizada, estad seguros de que ello no sea causado por vuestra falta, y entonces avanzad regocijándoos en el Señor” (Testimonies, t. 7, pág. 244).

Los mayores peligros de la evangelización moderna no están en los obstáculos que se nos presentan a lo largo del camino, sino en olvidar que a nuestro lado está Uno que no conoce derrotas evangelizadoras.

Sobre el autor: Roberto Pinto es pastor distrital del sector norte en la ciudad de Quito, Ecuador.