Usemos el pulpito para predicar a Cristo como la única esperanza, pero también para enseñar al pueblo de Dios a realizar la obra que le fue confiada.

El título de este editorial no me gusta. Toda mi vida quise ser un buen pastor, y mi espíritu se rebela ante la idea de que el púlpito adventista ofrezca una predicación fracasada. Pero tengo abierto el libro Servicio cristiano, de Elena de White, en la página 75 y me hace temblar. Allí dice: “Es evidente que todos los sermones que se han predicado no han desarrollado una gran clase de obreros abnegados. Debe considerarse que este asunto entraña los más graves resultados. Está en juego nuestro porvenir para la eternidad. Las iglesias se están marchitando porque no han empleado sus talentos en difundir la luz. Deben darse instrucciones cuidadosas que serán como lecciones del Maestro, para que todos puedan usar prácticamente su luz”.

¡Por supuesto, debemos predicar! Es en esta época cuando muchos no sufren la sana doctrina de la que San Pablo nos amonesta: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo: redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim. 4:1, 2).

Pero la sierva del Señor todavía nos dice algo para pensar: “Los hermanos han oído demasiados sermones; pero, ¿se les ha enseñado a trabajar en favor de aquellos por quienes Cristo murió? ¿Se les ha propuesto y presentado algún ramo de trabajo de tal manera que cada uno haya visto la necesidad de tomar parte en la obra? (Joyas de los testimonios, t. 3, pág. 64).

Vamos a usar el púlpito para lo que el Señor lo destinó: Predicar a Cristo, levantándolo ante los hombres como la única esperanza de salvación; predicar de Cristo como el vencedor en el gran conflicto, quien vendrá a buscar a los suyos y recibirá todos los reinos, el poder y la gloria; pero también para enseñar al pueblo de Dios a realizar la obra que le fue confiada. Para eso el Señor nos dio dones, nos apartó para el sagrado ministerio y nos da un púlpito para predicar. Esto es lo que dice Efesios 4: 11-13.

Y aquí tenemos un detalle que tornará victoriosos a nuestros púlpitos: “Debería haber no sólo enseñanza teórica, sino trabajo práctico bajo la dirección de instructores experimentados. Den el ejemplo los que instruyen, trabajando entre el pueblo, y otros, al unirse con ellos, aprenderán de su ejemplo. Un ejemplo vale más que muchos preceptos” (Servicio cristiano, pág. 76).