Las responsabilidades del ministro como ganador de almas abarcan no sólo a los inconversos, sino también a los miembros de la iglesia. Nada galvaniza tanto a los ministros como cuando la gente con la cual estudian la Biblia decide ser cristiana.

Hace poco Jaime vino a visitarme a mi oficina. Acababa de graduarse en la universidad y había recibido un llamado al ministerio pastoral de la misma asociación donde yo servía. Era visto como un joven muy promisorio y estaba muy seguro de que Dios lo había llamado al ministerio.

Pero durante nuestra conversación dejó entrever que tenía dudas acerca de su llamado. Estaba perplejo y desilusionado, temeroso de haber gastado su tiempo estudiando en la universidad una carrera con muy poco futuro para él. A medida que explorábamos los motivos de su frustración, me explicó que lo que realmente estaba pasando era que su experiencia pastoral no coincidía con el concepto de ministerio que él tenía.

Durante los meses siguientes visité muchas veces a Jaime para apoyarlo y animarlo mientras superaba ese período de indecisión. Exploró otras áreas del ministerio y empleó algún tiempo laborando en ellas, pero le resultaba difícil tomar una decisión. Buscaba a tientas algún secreto que le ayudara a cumplir su ministerio, pero no podía encontrarlo.

En ese entonces el pastor de la iglesia con quien estaba asociado aceptó un llamado y repentinamente Jaime se encontró desempeñando el cargo de pastor interino. Durante las semanas siguientes nos mantuvimos en contacto, revisando cuidadosamente lo que hacía y lo que debía hacer. Al parecer estaba haciendo un trabajo excelente, y los dirigentes laicos de la iglesia estaban felices con su contribución.

Un día, Jaime volvió a mi oficina y noté que la chispa de la vida había vuelto a sus ojos. Mi saludo —Bien, ¿qué dice el nuevo pastor de la Iglesia de Lake View? —dio origen a una serie de interesantes experiencias que me contó lleno de emoción. De hecho, nunca lo había visto tan animado. Pero luego bajó la voz y se puso muy serio. “He descubierto lo que me produce verdadera satisfacción: observar el cambio que puede tener lugar en la vida de una persona. He descubierto lo que significa el ministerio y ahora sé lo que quiero —quiero trabajar con Dios cambiando vidas”. Luego Jaime me explicó que uno de sus interesados en sus estudios bíblicos había aceptado a Cristo y decidido bautizarse.

Nada galvaniza tanto a los ministros como cuando la gente con la cual estudian la Biblia decide ser cristiana. Nada emociona tanto a la iglesia como cuando observan a las personas que se vuelven semejantes a Cristo y se unen a la familia de Dios.

Tres aspectos esenciales del ministerio

2 de Corintios 5:17-20, una de las grandes declaraciones de la Escritura, nos presenta tres características esenciales del ministerio cristiano: reconciliación, compromiso y compulsión.

¿Cómo puede una persona ser libertada de la esclavitud de una conciencia perturbada, del temor a una muerte sin esperanza y del temor al dedo acusador de Dios? ¿Ignorará la esclavitud deslizándose vertiginosamente en el tiovivo del placer? ¿Se rebelará contra Dios o afirmará que ha muerto? Esta clase de escapes son fútiles. Quienes los prueban todavía son presa de la soledad, tormentosa soledad. La ausencia de Dios es la enfermedad de nuestra época. Fuimos creados para sentir la necesidad de comunión con Dios.

En nuestro texto Pablo representa a Dios como la Primera Causa —Dios da los primeros pasos tendientes a corregir el concepto erróneo que se tiene acerca de él y así revela su profundo amor por los pecadores. La reconciliación que Cristo efectuó surgió de un corazón que se sacrifica: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio…” (Juan 3:16). Cristo abandonó todo lo que poseía —su dominio y honor, la belleza y la comodidad del cielo— y luego se sacrificó a sí mismo. Lejos de ser la víctima impotente de malos hombres, fue el Amo del gran hecho de la crucifixión y salió vencedor en ella. Juan informa que Jesús dijo a sus discípulos: “Pongo mi vida para volverla a tomar” (Juan 10:17).

El mensaje entregado a aquellos que ministran es por demás maravilloso: ‘‘Dios está conquistando amigos de entre los hombres a través de Cristo, no contándoles los pecados que han cometido contra él”. El gran reformador Martín Lutero oró: ‘‘Tú, Señor Jesucristo, eres mi justicia… Yo soy tu pecado… ¡Qué no estuviste dispuesto a llegar a ser, de modo que yo pudiera llegar a ser lo que no era”!

La reconciliación que Cristo efectúa conduce al segundo elemento del ministerio que Pablo anunció en estos versículos —el compromiso. A todos los individuos que han aceptado a Cristo como su Salvador personal se les ha dado la Palabra de la reconciliación.

No somos los agentes de la reconciliación. Sólo Jesucristo, el Creador del universo, podía llegar a ser nuestro Substituto pagando las consecuencias de nuestra rebelión. Así, sólo él puede servir como agente de la reconciliación. Pero Dios nos ha encargado el ministerio de la reconciliación. Nos ha comisionado para representar a su reino. Somos sus embajadores. Los embajadores representan a su país y a su gobernante. Dicen únicamente lo que su gobernante diría. Su función consiste en conceptualizar las filosofías y los objetivos de su gobernante.

Este ministerio de la confianza es, esencialmente, un ministerio práctico, lo que significa que el embajador no puede explicar algo que él mismo no ha experimentado. Comentando sobre nuestro texto dice Halford Luccock: “Aquel que nunca ha experimentado en su vida la reconciliación es un embajador incompetente y chapucero”.[1]

La vida de los embajadores debe respaldar su ministerio. Si no lo hace, éste perderá su eficacia.

El tercer elemento del ministerio que Pablo menciona es la compulsión. El apóstol tipifica al pastor ganador de almas. Nuestro texto revela su interés por sus lectores —en él interrumpe su explicación de la reconciliación para hacerles un llamado: “Os rogamos en nombre de Cristo, reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:20; léase también el capítulo 6:1, 2).

Después de su encuentro con Cristo en el camino a Damasco, Pablo nunca olvidó el encargo que él le había dado. Sabiendo todo lo que el Redentor estaba dispuesto a hacer para salvar a una persona, el apóstol estaba convencido de que no le asistía el derecho de guardar para sí el Evangelio. El también sacrificaría su comodidad e incluso su seguridad y sus intereses a fin de ganar almas para Cristo.

De hecho, lo envolvía una pasión por la humanidad perdida: “Pues si anuncio el Evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el Evangelio!” (1 Cor. 9:16, el énfasis es nuestro). Deseaba que otros experimentaran el gozo que él había descubierto y que era tan necesario.

Esa pasión por las almas se ha apoderado de muchas personas. Juan Knox clamó: “¡Dame a Escocia o me muero!”, y Wesley declaró: “El mundo es mi parroquia”. Emil Brunner añadió: “La iglesia existe para la misión del mismo modo que el fuego existe para quemar”.

Es muy fácil que los cristianos caigan en el individualismo que caracterizaba al judaísmo de los días de Jesús. Tenemos la tendencia a hablar de nosotros mismos mientras nos olvidamos de un mundo necesitado. Pensamos que el reino de Dios está compuesto de personas como nosotros. Pero Dios está buscando pastores que ardan de amor por las almas.

Cumpliendo nuestra comisión

¿Cómo podrán cumplir su comisión los ministros que han experimentado la reconciliación, que desean servir a Dios como embajadores, y quienes, de hecho, se sienten compelidos a llevar el mensaje de Cristo a la gente?

Pablo creía que los pastores ganadores de almas deben relacionarse con la gente a la que intentan evangelizar. ¿Cómo podrían hablar de sus necesidades si no las conocen?

Jesús, maestro en relaciones humanas, se mezclaba con la gente para conocer sus inquietudes. Necesitamos poseer cierta información acerca del trasfondo cultural de las personas, sus intereses, sus objetivos en la vida, cómo piensan, y sus logros académicos.

Debemos hacerles preguntas y escucharles cuando hablan.

Antes de que Pablo se dirigiera a los atenienses, hizo un recorrido por la ciudad y captó sus intereses culturales y religiosos. Y hablando de su metodología dijo a la iglesia de Corinto: “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Cor. 9:16). Veía en cada persona a un cristiano potencial y esa visión lo guiaba a hacer cualquier sacrificio personal con tal de adaptarse a sus costumbres o a su cultura para lograr sus objetivos.

Pablo se identificaba con la gente de tal manera que no lo veían como alguien que se sentía superior a ellos. Una de mis historias favoritas ilustra la importancia de este punto. El Dr. Henry Clay Trumbull, que era un dedicado obrero de sostén propio, vivía en Hartford, Connecticut. Un día abordó el tren eléctrico, se sentó al lado de un joven y comenzó a leer el periódico.

Después de unos minutos el joven sacó una botella de whisky y una copa de metal de su valija. Antes de beber, se la ofreció al Dr. Trumbull.

Trumbull le agradeció bondadosamente pero no aceptó la bebida y volvió a sumergirse en la lectura. Mientras tanto, buscaba la manera de dar a conocer el Evangelio a este joven. No parecía ser un candidato muy prometedor.

Pronto el joven se volvió nuevamente a su botella. Una vez más le ofreció al Dr. Trumbull antes de beber. Cuando Trumbull le agradeció una vez más y rehusó la bebida, el joven le preguntó: “¿No bebe usted?”

Como Trumbull admitiera que no, el joven dijo: “Me imagino que usted piensa que soy un tipo de cuidado”. Aquí estaba el punto crucial de la experiencia. ¿Cómo contestó este hombre de Dios? Sonrió y dijo: “No, mi amigo, no pienso así. Al contrario, pienso que usted es una persona muy generosa”.

Antes de leer esta historia seguramente yo habría respondido la pregunta del joven con algo como esto: “No, gracias, no bebo” —respuesta que la persona habría interpretado como una insinuación de que yo pensaba que era mejor que ella. La respuesta de Trumbull, que era algo así como un elogio, le agradó a su compañero de asiento. Antes de que Trumbull abandonara el tren, le extendió la invitación a que aceptara a Cristo como su Salvador personal, y el joven lo aceptó.[2]

Como pastores ganadores de almas necesitamos ser sensibles incluso a las personas menos amables que viven en nuestras comunidades. ¡Oh, si tuviéramos la mentalidad de Jesús! Como dijo Phillips Brooks: “Si pudiéramos ver cuán preciosa es el alma humana a la vista de Jesús, nuestro ministerio se aproximaría a la efectividad que tuvo el suyo”.[3]

Los pastores ganadores de almas toman en cuenta los intereses de la gente cuidadosamente. Es importante que los pastores estudien las señales que revelan el interés de la gente en las cosas espirituales. Incluso, entonces, es posible que los dejemos más pronto de lo que deberíamos. Una interesante encuesta dirigida por la National Dry Goods Association reveló que el 40 por ciento de la gente dedicada a la venta hace una llamada y luego abandonan el intento, otro 25 por ciento abandona después de dos llamadas, y un 88 por ciento de los agentes vendedores no hacen más de tres llamadas. Pero el 12 por ciento que está dispuesto a seguir llamando después de tres rechazos efectúan el 80 por ciento de las ventas.

En la parábola de la Oveja Perdida, Jesús ilustró la necesidad de persistir. El pastor buscó a la oveja perdida hasta que la halló. Puede ser que su búsqueda haya continuado hasta la noche. Es posible que le haya costado muchos desgarrones de su ropa. Pero es evidente que no abandonó su búsqueda hasta que la encontró.

Nuestro campo misionero nos desafía

George Gallup, Jr., hizo una encuesta a los norteamericanos que no asisten a ninguna iglesia, de los cuales parece haber unos 61 millones. Cuando se les preguntó si se unirían a una iglesia si alguien se lo pidiera, el 50 por ciento contestó que lo harían si las condiciones fueran apropiadas. Gallup señala que esta gente que no asiste a ninguna iglesia no es diferentes de los cristianos. Un gran porcentaje de ellos dijeron que creían en la inspiración divina de la Biblia. Más del 70 por ciento dijo que querían que sus hijos recibieran educación religiosa.[4] Aquí están decenas de millones de personas que están abiertas y receptivas al ministerio de la reconciliación —¡qué campo misionero para la década de los 90’s!

Pero existe también otro campo misionero. Los pastores con visión ganadora de almas saben que cada miembro de la congregación necesita el ministerio de un poder y una gracia salvadora. Para la mayoría de los cristianos ganar almas significa encontrar personas que no concurren a ninguna iglesia y llevarles el Evangelio de Jesucristo de tal forma que descubran que el estilo de vida de Jesús es lo que les conviene. Desafortunadamente, con frecuencia, este concepto aislado es el que se esgrime para juzgar a los pastores y medir su éxito o su fracaso.

Para mi definición de ganancia de almas me gustaría retener este concepto de suprema importancia de ganar a los que no asisten a la iglesia y extender el ministerio continuo de la reconciliación a todos aquellos que están dentro de comunidad cristiana. Tanto los miembros de la iglesia como sus hijos que todavía no se han bautizado necesitan el ministerio, para crecer en la gracia y el conocimiento. Llegar a ser cristiano no es una experiencia que ocurre una sola vez en la vida. E. Stanley Jones hizo esta significativa declaración: “Nuestras iglesias están llenas de gente que ‘sabe acerca de Dios’, pero no lo conoce; están informados acerca de Cristo, mas no transformados por él; que saben mucho acerca de la ley moral, pero no tienen poder para cumplirla”.[5]

La vida cristiana es una experiencia progresiva, una sucesión de renovaciones que abarcan toda la vida. Sin duda alguna ésta es la razón por la cual Pablo apelaba a sus muy amados miembros de la iglesia de Corinto a reconciliarse con Dios. Para él, la comunión con Cristo debe renovarse cada día. El gran médico Sir William Osler confesó: “En la noche, cuando me quito mi ropa, desnudo mi alma también, y dejo a un lado mis pecados. En la presencia de Dios me acuesto a descansar, y despierto como hombre libre con una vida nueva”.

Mientras más revisamos las responsabilidades del ministro como ganador de almas, la tarea pastoral puede alojársenos imposible. ¿Cómo podremos realizar todo lo que hay por hacer? Yo he sentido la tensión que eso produce. Cuando era pastor en la ciudad de Los ángeles a menudo oraba diciendo: “Señor, esta ciudad entera necesita tu Espíritu desesperadamente. ¿Qué puedo hacer para que esto suceda?”

A estas alturas nos haría bien recordar una vez más el valor que Jesús le atribuía a una sola persona, y por qué lo hacía. Cuando le hablaba a alguien, su primer interés era la salvación de esa persona. Pero también miraba prospectivamente. Sabía que uno puede ganar a ciento.

En cierta ocasión centró su atención en una mujer proscrita de una aldea de Samaría. Cuando los discípulos trajeron comida para Jesús, ignoraron a la mujer. Pero no la pudieron ignorar por mucho tiempo puesto que pronto ella regresó con casi la aldea entera. Y Jesús les dijo a sus discípulos: “Abrid vuestros ojos a los campos porque ya están blancos para la siega”.

He visto también cómo se multiplica la salvación. Un humilde constructor ganó más de 50 almas en cinco años. El propietario de un restaurante, que era infiel a su esposa y golpeaba a sus hijos cuando estaba borracho, se convirtió en un excelente cristiano gracias al esfuerzo de este humilde constructor. Como resultado, tuve la oportunidad de estudiar con tres familias que estaban maravilladas por la transformación que se había operado en ese hogar.

Elena G. de White lo expresó en una forma muy clara cuando dijo: “Por la conversión de una sola alma deberíamos usar nuestros recursos hasta lo sumo. Un alma ganada para Cristo, dejará brillar la luz del cielo en todo su alrededor, penetrando las tinieblas morales y salvando a otras almas”.[6]

Jesús no colocó la carga de todo el mundo sobre nosotros. Sólo nos pide que trabajemos donde estamos. Es posible que no tengamos el don del evangelismo. Es posible que no seamos grandes teólogos ni predicadores. Pero los pastores ganadores de almas tienen un sueño. Consideran a toda persona con la que se relacionan como un cristiano potencial. Aman a la gente, se preocupan por ella mientras cuidan de sí mismos y de sus familias.

Uno de los grandes pastores ganadores de almas que conozco se llama Sam Shoemaker, que fue pastor en la ciudad de Nueva York durante las décadas de 1940 y 1950. Algunos fragmentos de su poema “Yo estoy a la puerta”, recapitula lo dicho:

Yo estoy a la puerta

“Nunca entro demasiado adentro ni me quedo demasiado afuera.

La puerta es la entrada más importante del mundo

es la puerta a través de la cual caminan los hombres cuando conocen a Dios.

No tiene caso adentrarme demasiado y permanecer allí, cuando hay tantos todavía fuera que, al igual que yo, anhelan saber dónde está la puerta.

Y lo único que muchos encuentran es sólo un muro donde debería estar la puerta.

Se arrastran a lo largo del muro como si fueran ciegos, buscando con las manos extendidas, anhelando una puerta, sabiendo que debería haber una.

Y sin embargo, nunca la hallan…

Por eso yo permanezco cerca de la puerta”.

Sobre el autor: era director del Departamento de Extensión Educativa del Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews, en Berrien Springs, Michigan. Actualmente es pastor de la Iglesia de Green Lake en la Asociación de Washington.


Referencias:

[1] Halford E. Luccock, More Preaching values in the Epistles of Paul (New York: Harper and Brothers Pub 1961), pág. 73.

[2] Charles Trumbull, Men Alive (New York: Association Press, 1912), págs. 80-83.

[3] Phillips Brooks, Lectures on Preaching (New York: The Seabury Press, 1964), pág. 257.

[4] George Gallup, Jr. The Unchurched American (Princeton N.J.: The Princeton Religión Research Center and The Gallup Organization, lnc„ 1978), págs. 7-10.

[5] Earl Stanley Jones, Conversión (New York: Abingdon Press, 1959), pág. 180.

[6] Elena G. de White, Testimonies for the Church (Mountain View, California: Pacific Press, Pub. Assn., 1949), tomo 6, pág. 22.