¿Ha pensado alguna vez profundamente en el consejo del Señor a San Pablo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”?
“¡Ayúdeme! —Fue el ruego que salió del teléfono—. La mitad de la junta de mi iglesia ha renunciado. Estoy angustiado. ¿Puede venir a ayudarme?”
Como ayudante del presidente de una asociación local, debo intervenir en algunos conflictos. De modo que dejé todo para visitar a ese pastor. No existían indicios de que hubieran surgido dificultades en su distrito anterior, donde habla dirigido uno de los más exitosos programas de ganancia de almas.
A medida que con él visitaba a cada miembro de su junta, fui descubriendo que su estilo de liderazgo no sincronizaba con esa iglesia. El prefería desempeñar un papel dominante, incluso autoritario, y consideraba como un liderazgo débil tener que dejar que otros tomaran las decisiones o tuviesen una mayor participación en dirigir el futuro de la iglesia.
Pero mientras su distrito anterior estaba constituido principalmente por gente de la clase obrera, que trabajaba para otros y estaba acostumbrada a obedecer órdenes, esta nueva iglesia tenía un importante grupo de hombres de negocios que se hicieron por sí mismos, a quienes les gustaba tomar sus propias decisiones y que no querían que el pastor las tomara por ellos.
¿Es posible que un supuesto liderazgo débil en realidad sea un liderazgo poderoso? Dado que, por lo general, la personalidad y el estilo de liderazgo están relacionados intrincadamente, rara vez se adopta un liderazgo diferente al de la personalidad. Sin embargo, los libros sobre dirección de empresas y la Biblia enfatizan que, a veces, para dirigir efectivamente se debe adoptar un estilo diferente al que estamos acostumbrados.
Nadie acusaría jamás al apóstol Pablo de ser un líder débil. Alguien que podía oponerse a Pedro (Gál. 2:14) tenía una personalidad fuerte. Sin embargo, este mismo líder fuerte también pudo decir: “Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles” (1 Cor. 9:22).
¿Pablo, un débil?
Imposible. El contexto del pasaje nos informa que Pablo estaba tratando de “ganar a mayor número” (vers. 19). De esta manera se comportó “como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley… como sujeto a la ley…; a los que están sin ley, como si… estuviera sin ley” (vers. 20, 21).
Pablo adaptó su estilo de liderazgo y su personalidad para satisfacer las diferentes necesidades de la gente que ministraba. Lo que uno podría considerar debilidad, él lo consideró necesario para construir la confianza y la verdad con aquellos que vivían en un nivel más inmaduro que otros.
Podemos reducir el estilo de liderazgo a cuatro elementos principales: decir, vender, consultar y participar. Un padre le dice qué tiene que comer a su niño de un año. Ese niño carece de la madurez necesaria para tomar sus propias decisiones. De todas maneras, con el tiempo él o ella serán adolescentes, y los padres se habrán movido a través del espectro de decir, vender y consultar para participar, en lo cual toda la familia decide su menú.
Decirle a jovencitos de 17 años que deben comer verduras revela un estilo paternal fracasado. Tales adolescentes no han sido preparados para convertirse en adultos independientes y tomar decisiones propias.
Los líderes juegan un papel similar al de los padres. Los grupos varían en su madurez
Social y organizativa. Algunas personas prefieren que se les diga qué creer y cuándo evangelizar. Otros necesitan de alguna persuasión (venta), pero finalmente consienten. Un tercer grupo desea ser consultado, y el líder sabio escucha sus ideas antes de tomar las decisiones por el grupo. Pero el cuarto grupo, que desea igual uso de la palabra y responsabilidad en el proceso de toma de decisiones con el líder, a menudo es el más difícil de manejar (al menos para el líder que se atiene puramente a los estilos de decir y vender, intercalado con un poquito de consulta).
A menudo el estilo participador de liderazgo es considerado “débil” por líderes “poderosos”. Pero cuando los líderes parecen débiles —cuando él/ella escucha las necesidades de la gente y responde amantemente a esas necesidades—, entonces son más fuertes.
Robert Worley resume el tema de los conflictos y el estilo de liderazgo: “Frecuentemente el comportamiento que no gusta o temen los líderes, surge como una reacción al estilo y a la actividad política del liderazgo presente. Por lo general, los líderes son inconscientes de que su propio comportamiento tiende a producir en otros el comportamiento que les disgusta” (A Gathering ofStranger, pág. 56).
Un líder puede, por la fuerza de su personalidad, conducir los negocios más a la manera ordenar/vender que del modo consultar/participar, incluso con grupos maduros. La lealtad al sistema, a la organización de la iglesia, suelen impedir la rebeldía abierta. Pero a menudo la rebelión incipiente hierve por debajo de la superficie. La gente tiene muchas formas de mostrar su desagrado: retiene diezmos y ofrendas, asiste esporádicamente, sostiene ministerios independientes, pide cambio de pastor o administrador, cambia de temperamento, y así sucesivamente.
A menudo, hasta que no aparece un líder menos capaz no se ven los frutos del estilo de liderazgo anterior. No importa cuán difícil sea una tarea, los pastores y los administradores de la iglesia deben aprender la lección de la debilidad: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12: 10).
Sobre el autor: J. David Newman es redactor asociado de Ministry.