En nuestro peregrinaje por este mundo, todos dejamos huellas. Son los senderos que guían a otros hacia la vida o hacia la muerte. El final del camino nos mostrará qué influencia trazamos.

Mahatma Gandhi, líder de la independencia de la India, al andar los últimos pasos desde su residencia hasta el lugar donde fue asesinado, dejó huellas que hoy están grabadas una por una en la tierra que tanto amó. Al visitar el santuario, cada persona se detiene ante esas huellas. Representan el propósito y la visión de este líder que dedicó su vida a promover la libertad y la determinación propia de su pueblo.

Como Mahatma Gandhi, al vivir todos dejamos huellas; algunas son imperceptibles, pero otras quedan grabadas en el corazón de los que nos rodean para estimulo, afecto e inspiración. Las más destacadas las dejamos en la vida de nuestros hijos. Dios nos dio a los hijos como su herencia para guiarlos, dirigirlos y enseñarles la esencia de la vida. Por eso, el sabio Salomón lo dijo con certeza:

 “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Prov. 22:6).

Instruir, enseñar y educar es más que adquirir conocimientos. Es preparar al niño para que encuentre su identidad como hijo de Dios; es acercarlo a la fuente del verdadero conocimiento; es ayudarle a aprender a pensar por sí mismo y a hacer sus propias decisiones; es ayudarlo a percibir su posición en el mundo que le rodea y las oportunidades que le brinda para su crecimiento y desarrollo; es impulsarlo a confiar en Dios como su Padre.

En La educación, página 292, leemos: “Esta obra es la más hermosa y difícil que haya sido confiada a los seres humanos. Requiere tacto y sensibilidad delicadísimos, conocimiento de la naturaleza humana, fe y paciencia divinas, dispuestas a obrar, velar y esperar. Nada puede ser más importante que esta obra”.

Los años formativos son los que dejan una impresión perdurable y los que forjan el carácter y los valores del niño; es la vivencia de esos años la que tendrá mayor influencia en su vida. Hagamos de esos años un legado valioso, considerando los siguientes hitos:

El culto familiar:

Involucremos al niño en estas actividades. Imaginémonos un viernes de tarde a la puesta del sol. Un ambiente de alegría reina entre los componentes del hogar. Los niños comparten con sus padres las primeras horas sagradas del sábado. Cantan un himno favorito o aprenden uno nuevo. Repiten un versículo de la Biblia y comentan su significado. Cada cual comenta un incidente de la semana que ha sido significativo. Por último leen una historia de la Biblia y oran, una corta conversación con Jesús.

Ocasiones como éstas se graban en la mente y el corazón, y serán la línea guiadora en el sendero nebuloso de la vida.

En una encuesta se preguntó a los jóvenes acerca del culto familiar, la lectura, los deportes, la música, y cuál era su reacción ante las tentaciones de fumar, beber alcohol o usar drogas. Se encontró una correlación positiva entre el culto de familia y la determinación de no beber, ni fumar o usar drogas, lo que indica que el culto de familia es un refrendador para no elegir actividades que vayan en desmedro de su salud y de su vida.

“Necesitamos presentar a los jóvenes un incentivo para hacer el bien. No bastan para ello la plata ni el oro. Revelémosles el amor, la misericordia y la gracia de Cristo, la preciosidad de su Palabra y los goces del vencedor. Mediante tales esfuerzos se hará una obra que durará por toda la eternidad” (El hogar adventista, pág. 292).

Dedicar tiempo a los hijos

Nuestros hermanos mormones siguen una costumbre ejemplar: dedicar una tarde exclusivamente a la familia. Ningún otro compromiso es tan sagrado como éste. Todas las actividades tienen un propósito: aprender a conocerse, a apreciarse y a honrar a Dios. Resultado: muy pocos jóvenes mormones abandonan la fe.

El “día de la familia” es una excelente idea para cultivar en nuestros hogares. Muchos hijos no ven al padre ni tienen la oportunidad de conversar con él. El cometido principal del “día de la familia” es el acercamiento entrepadres e hijos y Dios. La familia adventista que dedique más tiempo a los hijos en actividades comunes, apreciará mejor lo que piensan sus hijos, cuáles son sus ambiciones y aspiraciones, sus dudas, sus triunfos y sus problemas. Esto es evangelismo práctico en el hogar, cuyos resultados sólo la eternidad dará a conocer.

Al no dedicarles tiempo privamos a nuestros hijos de sus derechos naturales. Por ello se resienten y llegan a pensar que no son importantes para nosotros; su estima propia declina y concluyen que nos les amamos. Una vez fuera del ambiente del hogar, tratan de compensar esa privación buscando amigos que los comprendan y actividades diferentes, y terminan separándose de la familia y de la iglesia.

El Dr. Dobson, en sus charlas sobre la familia, ha sugerido la hora de acostarse como la mejor para dedicarla a los hijos pequeños. Es una hora receptiva, donde se puede conversar con los niños y leerles historias que los ayuden aformar valores espirituales y sociales. Es esta la oportunidad de afirmar en los niños nuestro amor por ellos y hacerlos sentir que son miembros valiosos de la familia que Dios ha unido. Estarán con nosotros sólo unos pocos años. Ellos son nuestra prioridad. Dediquémosles tiempo hoy. El mañana no es nuestro.

La mesa familiar

Comer juntos, como familia, es compartir una actividad Intima y vital en un ambiente acogedor. Se olvidan los momentos desagradables y no es la ocasión de regañar al niño. En la mesa los niños aprenden a ser corteses con sus padres y entre sí, a tener confianza propia al expresar sus opiniones, y a dar gracias a Dios por lo que tienen sin codiciar lo de otros niños.

En La educación, página 206, leemos: “La hora de la comida debería ser un momento de sociabilidad y descanso. Debería desaparecer todo lo que abrume o irrite. Se deberían abrigar sentimientos de confianza, bondad y gratitud hacia el Dador de todo lo bueno, y la conversación debería ser alegre y de carácter comunicativo, que eleve sin cansar”. Esto es especialmente bueno los viernes de tarde y el sábado, por el carácter sagrado de nuestras actividades. Las comidas son parte integral de la vida.

La cena del viernes debe ser sencilla. En un hogar se servía una sopa de arvejas con un poco de crema, panecillos frescos y una fruta. El mantel limpio, la loza de sábado y las flores en el centro de la mesa daban un ambiente festivo a esta sencilla comida. En otro hogar se comía una ensalada de papas más elaborada o un plato de pastas o fideos con acompañamientos. Lo importante es que se tenga un plato favorito que represente los valores alimentarios del hogar y de la cultura en que vivimos, además de ser nutritivos.

El desayuno del sábado es otra comida importante. Debe ser sencillo y fácil de servir. Un cereal seco, como granola, y tostadas con leche y jugo de fruta, o un pan tostado con manteca de maní y fruta y una bebida a base de leche. Cada miembro de la familia tiene su responsabilidad, antes y después de la comida, de lavar la loza y dejar todo limpio y ordenado para llegar a la escuela sabática con un sentido de reverencia y de unidad.

El almuerzo del sábado puede ser una bendición. El plato principal se preparará el viernes, que luego se complementará con arroz o papas, una ensalada y un postre sencillo. Es la oportunidad de invitar a las visitas, miembros nuevos, amigos o compañeros de los hijos. Todos pueden ayudar a terminar de preparar el almuerzo y juntos compartir la comida con gratitud. Esta es la esencia de la verdadera hospitalidad.

La importancia de compartir la mesa familiar se vio en un estudio de la Universidad de Illinois con 120 niños y niñas de 7 a 11 años. Todos venían de hogares en que las madres trabajaban fuera de casa o se quedaban en el hogar. Se encontró que los niños que comían junto con los padres y hermanos eran más aventajados académicamente en la escuela y en los exámenes que aquellos que comían a solas. El que la madre trabajara fuera o se quedase en el hogar no tenía mayor importancia. Lo más importante era que la familia compartiera la comida juntos. En este estudio se concluyó que las comidas con la familia pueden convertirse en un buen indicador para pronosticar el éxito académico del niño.

En El hogar adventista, página 400, dice: “Sea la conversación de la familia en derredor de la mesa de un carácter tal que deje una influencia fragante en la mente de los niños”.

Pensamientos positivos

“Deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la censura. Esta, si se repite incesantemente, aturde, pero no reforma. Para muchas mentes… una atmósfera de crítica hostil es fatal para el esfuerzo. Las flores no se abren bajo el soplo del ventarrón” (La educación, pág. 283).

Al pasar frente a un hogar oí una voz destemplada y fuerte gritar a los niños palabras duras y feas. Habíamos visitado a esa familia y la madre corregía cada movimiento de los niños. Sentí lástima por ellos, quienes a tan temprana edad eran víctimas de críticas viciosas, sin enseñárseles ni exigírseles un comportamiento razonable.

Recuerdo que en cierta reunión sobre finanzas en el hogar se alzaron voces disidentes, algunas llenas de crítica amarga, y el descontento tocó las fibras más íntimas de varios asistentes. Todos hablaban a la vez. En cierto momento una joven esposa de pastor pidió la palabra y comentó lo siguiente:

“Fui hija de obreros, pero nunca tuve la impresión de que éramos pobres. Crecí con la idea de que teníamos de todo. Mi madre era una artista de la vida. Recuerdo nuestro alimento sencillo y nutritivo, de buena apariencia, colorido y sabroso. En la mesa siempre tenía un ‘ramo de flores’, que cultivaba en su ‘jardín’ en un rincón del patio, o, de lo contrario, plantas de interior. El viernes era un día especial, con un mantel limpio y loza y cubiertos reservados para el sábado. No teníamos muebles caros ni cosas de valor, pero con orden y limpieza era un lugar acogedor. Mi madre y mi padre siempre tenían tiempo para nosotros; jugaban con nosotros y hacíamos paseos juntos. En los viajes de mi padre ella nos reunía y conversábamos. Yo he tratado de hacer lo mismo en mi hogar. Mi satisfacción es hacer sentir a mis hijos que los amo y que son valiosos para nosotros. Resaltamos las cosas bellas de la vida, que son de mucho valor”.

Al escucharla recordé las palabras del Ralph Waldo Emerson: “Una inconfundible señal de sabiduría es ver lo maravilloso y valioso en las cosas simples de la vida”. Esta joven esposa aprendió de su madre algo de mayor valor que el oro o la plata.

“El espíritu de crítica y censura no debiera hallar cabida en el hogar. La paz de éste es demasiado sagrada para ser mancillada por ese espíritu” (El hogar adventista, pág. 400).

El desarrollo de responsabilidades

“En el desempeño fiel de los sencillos deberes del hogar, los muchachos y las niñas ponen el cimiento de la excelencia mental, moral y espiritual” (El hogar adventista, pág. 260).

Disciplina, cortesía y comprensión deben reinar en el vínculo sagrado de la familia. Nuestro mundo moderno es complejo. Nos inunda un abismo de maldad y de pecado. Pero el hogar debe ser el centro de la familia y el refugio de nuestros hijos, para contrarrestar la creciente marea de criminalidad en contra del niño y de la sociedad. El hogar es el oasis físico y emocional donde el esposo y la esposa pueden expresar sus sentimientos y pensamientos en la intimidad; donde los hijos crecen a su sombra y rodeados de ese amor. Es un lugar de descanso y relajamiento de las tensiones del trabajo, donde uno sueña y se siente seguro.

La mujer es el centro de ese oasis donde se alimenta física y emocionalmente a la familia. Todo gira alrededor de ella, trabaje o no fuera del hogar, pues el manejo de la casa y sus funciones deben seguir. Es aquí donde el niño forma sus valores que le guiarán en la vida. Es aquí donde el niño y luego el joven aprenderán la disciplina del trabajo y del estudio. “Los hijos son socios de la firma” hogareña. Deben ayudar a mantener la casa limpia y sus cosas en orden.

Los padres, además de suplir las necesidades físicas, también deben comprender las necesidades emocionales, sociales, intelectuales y espirituales de los niños, y disponer de tiempo para cuando ellos los necesiten.

En Consejos sobre el régimen alimenticio, página 573, leemos: “Así que, en muchos sentidos, la felicidad de la vida está ligada a la fidelidad con que se desempeñan los deberes comunes”.

Manifestar amor

“Cuando un padre o un maestro se impacienta, y corre peligro de hablar imprudentemente, es mejor que guarde silencio. En éste hay un poder maravilloso” (La educación, pág. 292).

La brecha generacional no necesita existir en un sentido negativo. Necesitamos dedicar tiempo para compenetrarnos de los pensamientos y sentimientos de nuestros hijos, especialmente en los días difíciles de la adolescencia; ganar su confianza y amor con mutuo respeto. Si no lo hacemos, los niños pueden llegar a convertirse en extraños y sería desagradable vivir con ellos.

El dinero, en lugar de tiempo y cariño, hace que la brecha sea más amplia y despierte sentimientos antagónicos hacia los padres. El amor se demuestra de diversas formas. Pero lo importante es seguir el crecimiento de los hijos y adaptarse en el trato para con ellos desde que son niños hasta que llegan a ser adolescentes y adultos.

Un adolescente escribió a sus padres: “Ustedes piensan que me comprenden pero en realidad no es así. Quisiera consultar con ustedes acerca de mis problemas y obtener su consejo. Pero, cada vez que trato, ustedes están ocupados o me dicen que no me preocupe. Yo quisiera que ustedes pudieran oír lo que hay en mi corazón. No saben quién soy porque no se toman el tiempo en descubrirlo.

“Papá, me fastidias cuando me retas y me llamas por otros nombres. Mamá, no puedo hablar contigo de mis problemas porque cada vez tratas de sonsacarme cosas que no quisiera decírtelas. Odio jugar a ‘las veinte preguntas’ en la mesa. Preferiría hablar con ustedes acerca de mi vida y de otras cosas que ustedes nunca comprenden.

“Ustedes son buenos padres y yo los amo. Sólo anhelo que estemos más unidos para comprendernos mejor”.

La puerta siempre debe estar abierta para escuchar a nuestros hijos. Los padres deben expresar palabras de elogio por un trabajo bien hecho y estimular el esfuerzo de emprender una nueva tarea. Todo niño tiene pequeños triunfos y grandes alegrías, como también frustraciones y fracasos que necesita compartir con los que ama. Escuchemos. Aprenderemos mucho.

Al confrontar la responsabilidad de educar a nuestros hijos como seres útiles a la sociedad y a la iglesia, debemos recordar que el amor que damos volverá a nosotros con creces. Los hijos son lo mejor que Dios nos ha dado. Alabemos a Dios con ellos en el hogar, en la mesa familiar, en la iglesia, en los juegos, en la alegría y en la devoción diaria.

Pero, por sobre todo, vivamos en toda su belleza la vida cristiana con sus satisfacciones y triunfos, su grandeza espiritual, su riqueza social e intelectual, sin enfatizar los bajones de la vida sino enseñando a enfrentarlos y a resolverlos. Así, nuestras huellas en el corazón de nuestros hijos serán un foco vivo que ilumine la ruta de su barco en la penumbra de la noche y lo dirija sabiamente al puerto de la eternidad.

Sobre el autor: Irma B. Wyhmeister escribe desde Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.