Viajamos por un tortuoso camino de tierra, en plena cordillera de Los Andes del sur argentino. Íbamos entre tres obreros en respuesta a un llamado macedónico de un pueblecito enclavado en el mismo corazón de Los Andes. Mientras avanzábamos lentamente, evadiendo los constantes peligros, observábamos a nuestro lado un pequeño rebaño de ovejas que dificultosamente se desplazaba entre los riscos, peñascos y rocas mucho más altos que el tamaño de sus cuerpos; y, como si eso fuera poco, un muchacho curtido por la aridez de ese clima iba tras ellas, saltando de roca en roca y arrojando con violencia piedras sobre su rebaño. Las más débiles que iban atrás, pues no lograban alcanzar la delantera, eran las que más pedradas recibían. Observábamos cómo esas pobres trataban de alejarse lo más posible de su pastor. Como por irónica contradicción, comenzamos a cantan “Ama el Pastor sus ovejas”.

En verdad, la parábola del Buen Pastor ha fascinado a la cristiandad desde sus albores. Ya en las catacumbas de Roma se observa la ilustración, gastada por los siglos, de un pastor que lleva sobre sus hombros una oveja imposibilitada de caminar, y vuelca en esa enferma su amor pastoril. Es que el amor se propaga por ondas que hasta los seres irracionales logran percibir.

Al pastor dedicado le cabe la sagrada responsabilidad de apacentar sus ovejas, proveerles los mejores pastos, abrevarlas en fuentes de aguas, en lo posible, libres de contaminación.

Muchas veces el pastor está tan preocupado por el crecimiento numérico de su rebaño que descuida el desarrollo espiritual de él. Descuida atender aquellas ovejas que propagan los abrojos que se encuentran prendidos a su lana.

“Ama el Pastor sus ovejas”. ¿Cuánto involucra amarlas? Preguntamos: ¿Las ama a todas por igual?, o si no, ¿a cuál o cuáles de ellas ama? Hay ovejas que proporcionan mucha lana, mientras que hay otras que son flacas o enfermas.

En una exposición exhibían los mejores ejemplares de ganado lanar. Sacaron a relucir los candidatos á campeones. Les medían el largo de la fibra, analizaban su calidad, y también el peso total de lana que se puede lograr en una esquila. Como es lógico, cuanto mejor fuera el resultado tanto mejor sería la cotización del ejemplar inspeccionado. Surge instantáneamente la pregunta: ¿Dónde se centra el interés? ¿En la oveja o en la lana que produce? En otras palabras: ¿Dónde reside el foco central del amor?

En un rebaño encontramos una gran variedad de situaciones entre las ovejas: está la escurridiza, la flaca, la arisca, la perniquebrada, la cargada de abrojos por haber andado descarriada del redil; está también la que no da trabajo a su pastor, la sumisa, la obediente, etc.

El pastor diligente será lo suficientemente sabio como para apacentar un rebaño tan heterogéneo. Sabrá ubicar a la escurridiza; aquella que elude participar de su plan de acción y trata de mimetizarse con los elementos circundantes. Quizás ésta serla la que necesita mayor cuidado. Con paciencia —ese don que debe poseer el pastor— se logrará encaminar y conseguir que esa oveja se “integre” por completo a la grey.

¿Cómo tratar a la oveja flaca, la que prácticamente no aporta lana sino que su aspecto denota que “algo no anda bien”? El pastor sensible pondrá todo su empeño en detectar la causa de su estado. Una vez logrado el diagnóstico, buscará erradicar ese mal proveyéndole una ración adicional de alimento enriquecido. Ese hecho no pasará inadvertido en el resto del rebaño.

Allí está la perniquebrada. Dificultosamente trata de mantenerse dentro del rebaño. No puede avanzar con las que van delante. A duras penas logra permanecer integrada. Esa

oveja experimenta una situación de sensibilidad muy especial. ¡Cuánta responsabilidad tiene el pastor de aplicarle un bálsamo curativo! Cuántas veces escuchamos decir: “Mi pastor no me ama…” “Hace más de un mes que no asisto a la iglesia y mi pastor no se dio cuenta de ello”. O este otro caso: “Estuve tres semanas internado en el hospital y mi pastor no vino a visitarme, ni siquiera se enteró de ello, es evidente que no me ama”. Si esto sucede, ¡cuánto deberá esforzarse el pastor para recuperar la confianza, o parte de ella!

Mientras realizaba práctica administrativa en un gran sanatorio adventista de los Estados Unidos, un domingo de tarde observé la llegada de un pastor de una iglesia evangélica. Preguntó en recepción cuántos miembros de su iglesia estaban internados en ese centro asistencia!. Consultaron a la computadora y ésta arrojó una cantidad que no entraba en la pantalla. Le pareció que eran muchos. Preguntó por los mayores de 60 años y la cantidad, si bien se redujo bastante, aún continuaba numerosa. Preguntó por mayores de 70 años. Tomó sus nombres con sus respectivas habitaciones y fue a visitarlos. Y los demás, ¿no son acaso ovejas suyas? ¿No será que había jóvenes con problemas más intensos que muchos de esos ancianitos? Pero sus nombres no fueron tomados para ser visitados. Entonces, no nos extrañemos que las iglesias evangélicas tradicionales estén perdiendo feligresía.

Es que el amor es transmisible y lo capta la persona a quien va dirigido, no se necesita mucha erudición para comprenderlo. Hay pastores que han sembrado amor en sus iglesias y el ambiente quedó por años impregnado de esa fragancia. La grey lloró su partida y no lo olvidará.

La oveja arisca, esa que a cada movimiento del pastor levanta la cabeza y se pone en guardia, está lista para emprender un alejamiento veloz; quizás por haber recibido alguna pedrada de su pastor —y a veces dirigida desde el púlpito— hiriendo su sensibilidad. Es muy difícil lograr la plena reparación del daño ocasionado y que ella misma retome la confianza una vez perdida. Muchas veces esa arisca influye en otras para actuar de la misma manera como procede ella; siembra la sospecha y la desconfianza en las demás hacia su pastor. Tiene una base para hacerlo: recibió algunas pedradas que considera injustas.

Está la oveja cargada de abrojos; lastre que se hizo parte de su diario vivir. Ya se habituó a llevarlo. Sin embargo, quisiera liberarse de tan ingrata carga que muchas veces le llega a herir la piel con sus punzantes espinos. El pastor condescendiente sabrá tener el suficiente tacto como para ir sacando esos elementos sin dañar su piel. Usará una delicadeza especial para que ésa que vive con dicha carga inútil, no sea lastimada. Rescatará su lana para abrigo de la oveja y para su propio sustento.

Hay ovejas que por varias generaciones están en el redil. Hacen alarde más de su árbol genealógico que de su conocimiento de los principios que rigen la convivencia mutua. No suelen ser ovejas dóciles pues pretenden dirigir al pastor en la conducción del rebaño. Quizás ésas sean las que más horas de insomnio acumulan sobre el pastor. El pastor inteligente sabrá usar el tino necesario en tan delicadas circunstancias y lograr que el rebaño completo confíe en él y responda a su voz.

En un rebaño grande es frecuente encontrar ovejas jóvenes provenientes de otros rebaños pequeños que se suman a éste por circunstancias pasajeras. Esa ovejita solitaria, muchas veces es descubierta después de varias semanas de frecuentare redil. Pasa inadvertida. .. en el anonimato. Quiere relacionarse con las otras ovejas y aún con el pastor pero no halla eco a sus deseos. El pastor, de soslayo, notó su presencia pero no se tomó el tiempo de identificarla, de ofrecerle su orientación y apoyo. Esa tierna ovejita que salió de su redil buscando nuevos horizontes, necesita el amparo y el refugio de ese rebaño grande que parece vivir seguro.

¡Cuántas veces nuestros jóvenes se trasladan a una ciudad grande para cursar estudios universitarios y allí se encuentran solos para enfrentarse al mundo! Para algunos pastores son “aves de paso” y no tienen tiempo para dedicarles. Esos jóvenes tienen que enfrentarse con un ambiente hostil a su filosofía religiosa. Están siendo acosados desde todos los ángulos —compañeros, profesores, etc. — para minar su fe. Tienen grandes conflictos para resolver. Se ven sumidos en una oscura soledad. Se consideran abandonados para enfrentar sus situaciones. No nos extrañe el hecho de que cuando terminan su carrera muchos den trabajo al pastor. El pastor virtuoso y capacitado buscará apuntalar espiritualmente a esos jóvenes desde que los detectó en su iglesia, y logrará hombres y mujeres de un apoyo inestimable a su labor pastoril. Jamás olvidarán al pastor que colocó su mano sobre el hombro y le ofreció su apoyo moral.

Podríamos referir a ovejas provenientes de un sistema pastoril diferente, que ignoraban la existencia de otras praderas con alimento más nutritivo. El pastor prudente sabrá usar el debido tacto en esa circunstancia. Si comienza a ridiculizar aquellos prados, satirizar aquellos sistemas y atacar grotescamente a aquellos pastores, logrará ahuyentar a aquella oveja y crear en ella un sentimiento de aversión y enemistad.

El buen pastor, que con toda su alma ama su rebaño, logrará generar confianza. Su rebaño lo verá con su vara pero no huirá atemorizado de ella, sino que la vara del pastor le infundirá aliento y él la usará para ahuyentar al lobo y al león adversario. A donde él vaya su rebaño lo seguirá porque estará seguro de ser conducido a buenos pastos y aguas de reposo. Gustoso le entregará la lana pues de lo contrario, la perderá en los espinos y alambrados del pecado y el Señor le pedirá al pastor cuenta por esa lana perdida.

Hermanos pastores: “Apacentad la grey de Dios que está entre nosotros, cuidando de ella, no por fuerza sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5: 2-4).

Sobre el autor: Basilio Zawadski es el tesorero de la Asociación Paraguaya de la Unión Austral.