La naturaleza de la correspondencia entre el tipo y el antitipo en este case particular es bastante instructiva

Conforme a todo lo que yo te muestre, el desafío del tabernáculo, y el desafío de todos sus utensilios, así lo haréis” (Exo. 25:9).

“Los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte” (Heb. 8:5).

¿Cómo deben entenderse estos textos? Muchos adventistas insisten que estos pasajes indican una perfecta correspondencia entre el santuario terrenal y el celestial. En otras palabras, una pequeña mesa con los panes de la proposición en el santuario terrenal señala a una gigantesca o mucho mayor en el celestial: un pequeño altar del incienso aquí, a uno más grande allá; y así por el estilo.

Es posible que algunos sientan que esta comprensión literal del santuario celestial sea completamente inofensiva. Pero, ¿no constituye acaso un serio impedimento en nuestras consideraciones del santuario, es decir, en la forma en que presentamos la doctrina a los nos adventistas e incluso a los escépticos? Más todavía, ¿no podría restarle eficacia al mensaje que Dios quiere que presentemos a los pueblos de todas las culturas y de todas filiaciones sean éstas filosóficas, o intelectuales? ¿Nos ayuda o nos estorba este

literalismo extremo en nuestro esfuerzo por enfocar la atención de la gente en lo que todos consideramos ser la esencia, el corazón, del mensaje del santuario? Estas preguntas son importantes. Con seguridad el significado y la importancia del concepto del modelo nos mueve a un estudio cuidadoso. Para ayudarnos a comprender el significado y la importancia del mensaje del santuario, analizaré dos problemas relativos al enfoque literalista, y luego haré una afirmación sobre la realidad del santuario celestial.

Problema 1: Imprecisión de la palabra “modelo”

En Éxodo 25:9 Dios le ordena a Moisés que construya un santuario de acuerdo al “modelo” (hebreo tabnith)[1] de lo que había vista en el monte Sinaí. A primera vista esto parece una declaración más bien directa, que difícilmente necesita interpretación. Sin embargo, la situación no es así de simple.

Examinemos brevemente aquellos pasajes de Éxodo que se relacionan con la construcción de un edificio según un modelo. Cuando lo hacemos según el fondo de lo que yo llamo “sentido común santificado”, comenzamos a tener una mejor idea de la clase de carga semántica que no se suponía que el termino tabnith llevara.

Después de este uso inicial en Éxodo 25:9 rea- parece en el versículo 40, al final de una extensa descripción del área del pacto, de la mesa de los panes de la proposición, y el candelabro de oro. Es posible que alguien diga que estos muebles, quizá a causa de su aparente elegancia, poseen suficiente dignidad, por así decirlo, para estar en el santuario celestial. Yo sé que este ejemplo no ayuda substancialmente el caso que estamos tratando de elucidar.

La tercera mención del concepto de modelo se encuentra en Éxodo 26:30. Aquí Dios le recuerda a Moisés que erija el tabernáculo: “Y alzarás el tabernáculo conforme al modelo (mishpat) que te fue mostrado en el monte*. Aunque mishpat (significa “juicio” o “regia”), se usa en este texto en lugar de tabnith, el contexto hace absolutamente claro que estamos manejando la misma idea que en Éxodo 25:9,40. Mishpat es equivalente aquí a tabnith.

Note ahora que la idea de modelo sigue una descripción detallada de la cortina de pelo de cabra, las tablas, los corchetes, y las barras. En este punto la mente sensible comienza a cuestionar la validez de suponer la presencia de artículos tan mundanos y puramente contingentes en el santuario celestial.

La cuarta ocurrencia de la idea de “modelo” sin embargo, da a nuestro sentido común santificado su primer serio revés. Sin el uso esta vez de ningún termino especial (cortio mishpat o tabnith) la idea ocurre después de una descripción del altar de las ofrendas encendidas. “Harás también un altar de madera de acacia de cinco codos de longitud, y de cinco codos de anchura; sete cuadrado el altar… Y le harás cuernos en sus cuatro esquinas… Y le harás también sus calderos para recoger la ceniza, y sus paletas, sus tazones, sus garfios y sus braseros… Y le harás un enrejado de bronce de obra de rejilla, y sobre la rejilla harás cuatro anillos de bronce a sus cuatro esquinas. Y la pondrás dentro del cerco del altar abajo; y llegara la rejilla hasta la mitad del altar. Harás también varas para el altar… Lo harás hueco, de tablas; de la manera que te fue mostrado en el monte, así lo harás’ (Exo. 27:1-8).

Parece razonable concluir que, aunque los instrumentos descritos aquí solo seguían el modelo que se le dio a Moisés en el monte, un altar tal, con sus accesorios, no es para estar en el cielo. Esta conclusión está confirmada por la obra real del antitipo. El Calvario, como debería ser claro para todo cristiano, representa al altar de las ofrendas encendidas. Fue allí donde nuestro Señor fue ofrecido, pero ¡cuán diferente fue en forma física de su contraparte típica!

En el tipo vemos un atrio sagrado rodeado de cortinas; en el antitipo, la desnuda y profana colina del Calvario. En el tipo, un altar hecho de bronce; en el antitipo, una cruz de madera. En el tipo un afilado cuchillo que degollaba a la víctima; en el antitipo, la garganta de la víctima no fue tocada, pero sus manos y sus pies fueron traspasados con clavos romanos. El tipo revela una víctima indefensa en manos de un sacerdote; el antitipo, el Hijo de Dios, era al mismo tiempo el sacerdote y la víctima. En el tipo la sangre debajo del altar de bronce fluía y tocaba sus cuatro cuernos por medio de los dedos del sacerdote; pero nadie recogió esa corriente carmesí que fluyó del Calvario.

Y así podríamos seguir, si el espacio lo permitiera. Es cierto que los paralelismos son reales, pero los contrastes son igualmente agudos y muy notables. ¡Nada en el tipo podía describir la gloria de aquella mañana de resurrección cuando Cristo, la victima cósmica, se levante triunfante de la tumba, vivo para siempre, con las llaves del infierno y de la muerte fuertemente asidas en sus manos traspasadas por los clavos!

La naturaleza de la correspondencia entre el tipo y el antitipo en este caso particular es bastante instructiva. Suscita la pregunta: ¿No será que la idea del “modelo” debe entenderse primariamente en un nivel funcional y teológico más profundo?

Nótese, en esta conexión, como maneja la idea del modelo el libro de Hebreos. En Hebreos 8:5 el autor explica que los sacerdotes levíticos servían lo que era “figure (ypodeigma) y sombra (skia)” de las cosas celestiales, una referencia obvia, parecería, a Éxodo 25:40 en la cual Dios ordena a Moisés que construya el tabernáculo y sus accesorios “conforme al modelo (typos en Hebreos) que se te ha mostrado en el monte” (Heb. 8:5).

De modo que aquí se han introducido tres términos: hypodeigma, skia, y typos. ¿Cómo hemos de entender estos tres términos? [2]

Hypodeigma significa, generalmente, “ejemplo”, “modelo”, “patrón”. Aquí en nuestro pasaje tiene el sentido de “copia” o “imitación”. Skia significa una “sombra” o una “prefiguración”. Typos se traduce como “patrón” o “modelo”.[3]

Podríamos decir más acerca de los significados de estos términos, pero el contexto es más importante, porque muestra la forma en que el autor mismo comprendía y usaba estas expresiones. El contexto hace evidentes los siguientes puntos:

1. Para el autor de Hebreos, el termino hebreo tabnith (usado en Éxodo 25:40 y al cual él se refiere como prueba de su aseveración) es rendido adecuadamente por la palabra griega typos (patrón, modelo), pues de otra manera es obvio que no la habría empleado en la traducción (Heb. 8:5).

2. Typos, a su vez, queda apropiadamente capturado en las palabras hypodeigmay skia, porque el autor usa estos dos términos para explicar las relaciones entre los ministerios terrenal y celestial, del mismo modo en que lo hace con typos en el mismo pasaje (Heb. 8:5). Además, mi lectura del contexto me lleva a concluir que hypodeigma y skia se usan en forma sinónima.

3. Esto significa que hypodeigma y skia, tanto juntos como separadamente, son equivalentes de typos. De modo que podríamos substituir apropiadamente cualquiera de esas dos palabras por typos en Hebreo 8:5 en la traducción de la palabra hebrea tabnith.

Si nuestro razonamiento es correcto hasta aquí, entonces es correcto avanzar un paso más. Haremos esto sobre la fuerza de un contraste muy significativo que se hace en Hebreos 10:1. Aquí la limitación de la ley (de los sacrificios) se basa en el hecho de que era simplemente la “sombra (skia) de los bienes venideros, no la imagen (eikon) misma de las cosas”. Así que el autor pone a skia y eikon en agudo contraste.

Eikon que aquí significa “forma”, “imagen”, “apariencia”,[4] es la palabra que usa el Nuevo Testamento para traducir el termino hebreo tselem (imagen), palabra que describe la correspondencia espiritual entre Dios y el hombre en el principio, o entre padre e hijo (véase Gén. 1:26, 27; 5:3; cf. 1 Cor. 11:7; 15:49). Es una palabra fuerte y ha sido empleada para describir la relación entre Cristo y el Padre (véase Col. 1:15; cf. 2 Cor. 4:4). Pero no importa cuán fuerte sea la palabra, ningún estudioso de la Biblia que sea cuidadoso intentaría sacar una descripción de Dios basada en su reflejo sobre la humanidad, ni siquiera Jesús cuando estaba sobre la tierra. Un instinto espiritual nos impide hacer una comparación tan precaria.

El punto es este: Si un instinto espiritual nos impide dogmatizar aun cuando tenemos una fuerte (eikon) correspondencia, ¡cuánto más fuerte debería ser la disuasión cuando sólo hay una relación skia (o typos o hypodeigma)!.

No es extraño entonces que el apóstol se refiera al servicio del tabernáculo terrenal como una parábola (parabole) del presente ministerio sumosacerdotal de Cristo (Hech. 9:9). No debería esperarse que el simbolismo típico, como una parábola, representara todo, especialmente cuando recordamos que el libra de Hebreos razona principalmente más por contraste que por comparación. Esto significa que el movimiento es desde lo nuevo hacia lo viejo, mucho más que de lo viejo hacia lo nuevo. Para decirlo de otro modo, deberíamos luchar para mostrar, no cuánto las cosas del cielo reflejan las de la tierra, sino cuán diferentes e inferiores son las cosas de la tierra al compararlas con la realidad celestial o con el arquetipo.

Esto requiere un sentido común iluminado para entender que ciertas cosas se siguen del concepto del “modelo” y que otras no. Y lo que hace a veces más frustrante la tarea de discriminar es la carencia de reglas hermenéuticas (de interpretación) para guiarnos.

Esto no debería sorprendernos. Una gran parte de la relevancia continua de ciertas verdades cardinales de la Escritura (la expiación, por ejemplo) se basa precisamente en el lenguaje figurativo a través del cual se nos han revelado, lenguaje que a menudo les permite trascender las barreras temporales, culturales e incluso conceptuales. Resistamos, entonces, la tentación, surgida de un deseo insano de precisión científica, de sujetar todo simbolismo escrituristico al análisis científico.

Así que sería inapropiado buscar una correspondencia matemática exacta entre el tipo terrenal y la realidad celestial. La palabra “modelo” no puede llevar todo el significado que muchos quieren darle.

Problema 2: Diferencias entre el tabernáculo del desierto y el templo de Jerusalén.

Incluso el lector casual que re visa superficialmente la descripción bíblica del templo de Jerusalén nota ciertas diferencias estructurales y decorativas entre éste y el tabernáculo del desierto. Entre ellas están:

1. El templo de Jerusalén contenía al menos dos atrios, no simplemente uno como el tabernáculo del desierto (v6ase 2 Rey. 21:5; 23:12; 2 Cr6n. 4:9; 1 Rey. 6:36; Jer. 36:10; cf. Exo. 27:9). (Había un “gran atrio” [véase 2 Cr6n. 4:9] al cual toda la gente tenía acceso, y un “atrio interior” [véase 1 Rey. 6:36; 2 Cr6n. 4:9; Jer. 36:10], el cual era mayormente para los sacerdotes y levitas.)

Resistamos, entonces, la tentación, surgida de un deseo insano de precisión científica, de sujetar todo simbolismo escriturístico al análisis científico

2. En el tabernáculo del desierto sólo había una entrada para el atrio, mientras que seis puertas conducían a los recintos del templo de Jerusalén (v6ase 1 Crón. 9:18; Jer. 26:10; 36:10; 2 Rey. 1535; cf. 27:16).

3. El tabernáculo del desierto era una tienda portátil. El templo de Salomón, por las obvias razones de que Israel estaba ahora totalmente establecida en su tierra, era un edificio palaciego construido de piedras (véase 1 Rey. 6:7; cf. Exo. 26:1,7), lo cual nos da, quizá, otra razón válida para no forzar demasiado fuertemente la correspondencia entre el santuario terrenal y el celestial. El uno existía en la tierra, ¡el otro existe en el cielo!

4. El tabernáculo del desierto contenía un solo candelabro en el lado sur y la mesa de los panes de la proposición al lado norte. Por contraste, el templo de Jerusalén contenía diez candelabros y diez mesas de los panes de la proposición, y en ambos lados, norte y sur, o derecha e izquierda (véase 2 Crón. 4:7,8).

5. Y del mismo modo que el tabernáculo del desierto, todo el interior del templo de Jerusalén estaba adornado con figures de querubines. Sin embargo, en el templo de Jerusalén tenía en su interior un despliegue de palmeras, flores, leones y bueyes (véase 1 Cor. 6:18-20,22,29-32,35; 7:29, cf. Exo. 26:1).

6. Uno de los atrios del templo de Jerusalén contenía un gran mar de bronce, o tanque, que estaba colocado sobre las ancas de doce bueyes de bronce que miraban hacia los cuatro puntos cardinales. No existía esto en el tabernáculo del desierto. Además, el atrio del templo contenía diez fuentes movibles en vez de una, como era el caso del tabernáculo (véase 1 Rey. 7:23-39; cf. Exo. 30:18,24).

7. A la entrada del templo de Salomón había dos gigantescas columnas de bronce Hamadas Jarquín y Boaz, coronadas con lirios (véase 1 Rey. 721,22; 2 Cr6n. 3:15-17). Salomón “hizo asimismo cadenas en el santuario, y las puso sobre los capiteles de las columnas; e hizo cien granadas, las cuales puso en las cadenas”. No he visto ninguna especulación acerca del significado teológico de estas columnas, pero ellas constituían una de las más notables diferencias con el tabernáculo del desierto. El erudito del Antiguo Testamento William Shea sugiere que estas columnas tenían faroles (vasos metálicos) en la parte alta para la luz, algo que el tabernáculo del desierto no necesitaba, bendecido como era con luz divina y milagrosa.

A estas diferencias podrían añadírsele muchas otras de menor significado que, cuando se combinan con las obvias diferencias en la apariencia de las dos estructuras: la primera, una humilde tienda; la otra, un ornado edificio palaciego, constituyen algo que no pueden ignorar simplemente aquellos que desean mantener una estricta interpretación literal de un edificio ‘conforme al modelo”.

Pero no debemos olvidar que el templo de Jerusalén, como el tabernáculo del desierto, fue construido conforme al modelo celestial. “Y David dio a Salomón su hijo el piano del pórtico del templo y sus casas, sus tesorerías, sus aposentos, sus comarcas y la casa del propiciatorio. Asimismo, el piano de todas las cosas que tenía en mente para los atrios de la casa de Jehová… Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Jehová que me hizo entender todas las obras del diseño” (1 Crón. 28:11-19).

Comentando esto, Elena G. de White dice que “David dio a Salomón instrucciones minuciosas para la construcción del templo, con modelos de cada una de las partes, y de todos los instrumentos del servicio, tal como se los había revelado la inspiración divina”.[5]

Además, estamos seguros que los constructores de Salomón, aunque eran gente contratada de una nación pagana, siguieron los pianos divinos, como quedó demostrado por la impresionante aprobación de Dios en la dedicación del templo. Él lo lleno con la nube de su gloria de modo que “no podían los sacerdotes estar alii para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (2 Crón. 5:14).

El punto, entonces, es éste: si tanto el tabernáculo del desierto como el templo de Jerusalén fueron construidos según el modelo celestial, ¿cómo puede comprenderse un “modelo” en un sentido estricta- mente literal cuando en muchos detalles las dos estructuras exhibían tan notables diferencias? Y la situación se vuelve aun más compleja si tomamos en cuenta las mayores variaciones y aplicaciones indicadas en el templo ideal de Ezequiel (véase el cap. 40:1-43:27).

Por supuesto, podrá argüirse que, si Dios dio pianos tanto a Moisés como a David, independientemente de cuáles fuesen las diferencias, los detalles de ambos edificios deberían considerarse como importantes. Esto es cierto. Pero al menos, tales diferencias deberían alejarnos del dogmatismo acerca de la apariencia exacta del santuario celestial basado en nuestro conocimiento del terrenal. Seguramente un gran número de diferencias en los detalles es puramente contingente, relacionado con el tiempo, el lugar y las circunstancias, la luz de Jaquín y Boaz, por ejemplo. Estas habrían reemplazado la luz sobrenatural (Exo. 40:34-38) del tabernáculo del desierto.

¿Qué significa, entonces, “modelo”?

La evidencia nos lleva de este modo a las siguientes conclusiones preliminares:

1. No son los detalles estructurales del tabernáculo/templo lo más importante. Más bien, es el plan original. Sobre este punto llamamos la atención a ciertos elementos básicos que caracterizaron las tres representaciones del santuario, sin importar las otras variantes. Entre ellos:

a. Los tres (el tabernáculo, el templo de Salomón y el templo ideal de Ezequiel) miraban hacia el mismo punto cardinal, esto es, hacia el este (véase Exo. 17:9-16; Lev. 16:15-14; Núm. 3:38; 2 Crón. 4:10; Eze. 8:16).

b. Cada uno contenía tres divisiones básicas: (1) el atrio; (2) el lugar santo; y (3) el lugar santísimo.

c. La decoración básica era la misma en los tres: las figuras de querubines adornaban las paredes interiores.

d. El equipo y los muebles básicos eran los mismos en cada uno: en al atrio el altar de las ofrendas encendidas; en el lugar santo, el candelabro, la mesa de los panes de la proposición, y el altar del incienso; en el lugar santísimo, el arca sagrada, cubierta con las alas de los querubines.

e. En cada uno el lugar santísimo era un cubo perfecto. Deberíamos ver, por tanto, estos aspectos estructurales básicos cuando tratemos de extraer algunos de los significados teológicos del tabernáculo/templo.[6]

2. La apariencia física del tabernáculo/templo terrenal no nos permite dogmatizar en cuanto a la apariencia física del original celestial. Parecería que el enfoque mis aceptable es concentrarse en la significación teológica, más que en las especificaciones estructurales.

Esto significa que no buscamos una contraparte celestial para las tablas, los lazos y los corchetes, las parrillas y las vasijas y los numerosos otros utensilios que formaban parte del complejo santuario terrenal. No debemos dejamos llevar por la especulación con respecto a las clases de pieles de animales que se usaron para cubrir el tabernáculo del desierto, no más de lo que ponderamos en cuanto al significado teológico de las piedras del templo de Salomón.

Mientras me concentraba en el significado teológico de los amplios aspectos físicos del santuario, he encontrado muy útil considerarlos como sus tres divisiones básicas y el ritual asociado con ellas como señalando a las tres fases o dimensiones fundamentales del plan de salvación, es decir, expiación, intercesión y juicio. El atrio, con su víctima sacrificada sobre el altar de bronce, representaba expiación, y señalaba, en particular, a la gran transacción realizada en la cruz. El lugar santo, con su incienso en el altar de oro, significaba intercesión, comenzando con la ascensión de Cristo y continuando hasta el fin del tiempo de gratia. El lugar santísimo, el foco del gran día anual de expiación, tipificaba el antitipico día de juicio, comenzando en 1844, y terminando con la erradicación final del mal y el pecado del universo.

Y los tres juntos simbolizaban la Expiación, con E mayúscula, por así decirlo.

Se ratifica la existencia del santuario celestial

Ahora viene la pregunta crucial: ¿Cómo deberíamos retratar o describir el santuario celestial?

Tenemos suficiente base bíblica como para hacer la categórica afirmación de que hay un santuario en el cielo, según cuyo ministerio se construyó el santuario terrenal (véase Heb. 8:1, 2; 9:1-12; cf. Apoc. 11:19; 16:1). De hecho, el santuario terrenal era simplemente una sombra. El santuario real está en el cielo, como Hebreos 8:1,2 hace bien claro. En las palabras de William Johnsson: “Si bien el autor [de Hebreos] no entra en una descripción del santuario celestial y su liturgia, su lenguaje sugiere varias importantes conclusiones. Primero él sostiene su realidad-. ¡…deidad real, humanidad real, y sacerdocio real y, podríamos añadir, un ministerio real en un santuario real”[7]. Esa pregunta está contestada, hasta donde a mí me interesa.

El asunto es, más bien, la clase de correspondencia que deberíamos esperar razonablemente entre el santuario terrenal y el celestial.

Cómo Interpretar imágenes, figuras y símbolos

Se admite generalmente, aunque no siempre se aprecien todas las implicaciones, que Dios nos había en el lenguaje humano y que con más frecuencia las realidades celestiales pueden hacérsenos inteligibles sólo por medio de imágenes, figuras y símbolos.

Avery Dulles expresa este punto en una forma muy clara: Los teólogos e intérpretes bíblicos en general, deberían tener en mente “que las imágenes son útiles hasta cierto punto, y que más allá de ese punto pueden volverse engañosas”. Por ejemplo, cuando llamamos a la iglesia el rebaño de Cristo, debemos estar conscientes de que ‘ciertas cosas proceden y otras no. Es posible, por ejemplo, que las ovejas (i.e. los fieles) oigan la voz de su pastor (Cristo), pero es improcedente esperar que a los miembros de la iglesia les crezca la lana”.[8]

“Cuando un físico investiga algo que está más allá de su experiencia directa, ordinariamente usa como modelo algún objeto más familiar, bastante similar, para que le dé puntos de referencia…(modelos)… Esquemáticos en naturaleza… no se tiene el propósito de que sean replicas. Son realidades que tienen suficiente correspondencia funcional con el objeto bajo estudio, de modo que provean herramientas y vocabulario conceptual”.[9]

De acuerdo con este enfoque, sugiero que no deberíamos concebir el santuario terrenal como una reproducción a escala o una réplica de la realidad celestial. Más bien la relación debiera concebirse primariamente en términos de “correspondencia funcional”. El terrenal nos provee “herramientas y vocabulario conceptual”, permitiéndonos así hablar acerca de lo inefable y entender lo incomprensible, aunque sea oscuramente.

Apliquemos la lección

Al estudiar el significado y las implicaciones de la palabra “modelo”, aislamos con fines de destacarlo, el único aspecto del servicio del santuario antiguo —el ritual en el atrio—, que halló su cumplimiento antitipico aquí en la tierra, delante de nuestros ojos, por así decirlo. Y nosotros sacamos la conclusión obvia de que, aunque hubo similitud en muchos detalles, hubo también clarísimas diferencias.

El atrio antitipico fue el Calvario, lugar profano, no el atrio del templo terrenal, para no mencionar algún lugar en el cielo. En otras palabras, esta tierra es el atrio exterior del santuario celestial, como lo llama Elena G. de White: “El tipo se encontró con el antitipo en la muerte de Cristo, el Cordero sacrificado por los pecados del mundo. Nuestro gran Sumo Sacerdote había hecho el único sacrificio que tiene valor en nuestra salvación. Cuando se ofreció a sí mismo en la cruz, se logró una perfecta expiación por los pecados del pueblo. Estamos ahora de pie en el atrio exterior, esperando aquella bienaventurada esperanza, la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”.[10]

Si sacamos una flecha del antiguo atrio típico, circulado por cortinas, hacia su cumplimiento antitipico, vemos la abierta expansión del Gólgota. Si dibujamos una flecha a partir del altar de bronce, con sus sartenes, en el antiguo atrio, hasta su cumplimiento antitipico, vemos un patíbulo romano, es decir, una cruz levantada. Si dibujamos una flecha desde la victima animal típica, quemada en el altar, hasta su cumplimiento antitipico, vemos una figura humana, el Hijo de Dios, con sus brazos extendidos, sangrante, agonizante, inerte en una tumba, sin que se le quebrara ningún hueso y sin ser quemado. Maravillosas correspondencias por todas partes, pero todas ellas son espirituales y teológicas, no físicas ni mecánicas.

Detrás de todas las figuras, símbolos y metáforas, están poderosas verdades teológicas y unas realidades tangibles.

Con esto, como primer ejemplo, podemos aproximarnos conceptualmente al resto del santuario celestial. No podemos conocer con precisión lo que está y lo que no está presente alii, pero el tipo de cumplimiento que vemos con respecto al atrio debería limitar toda tendencia hacia un literalismo extremo. ¿Deberíamos esperar la existencia de un altar de las ofrendas encendidas en el templo celestial? En lo absoluto. Porque una cruz romana fue ese altar antitipico.

Tampoco deberíamos esperar que alii estuvieran los panes de la proposición procedentes de alguna panadería celestial. No, los panes de la proposición terrenales “simbolizaban a Cristo, el pan viviente, quien está siempre en la presencia de Dios para interceder por nosotros” (Patriarcas y profetas, pág. 367). No deberíamos pretender que haya allí un candelabro, sino ver más bien a Aquel que es la luz del mundo. No deberíamos querer encontrar incienso ardiendo sobre el altar, sino más bien a Aquel cuyos méritos e intercesión y perfecta justicia fueron representados en é1.[11] No deberíamos pretender encontrar querubines metálicos cubriendo a una caja metálica en un lugar santísimo interior, sino más bien el trono del Dios viviente mismo, fundado en la justicia y la misericordia, y rodeado por multitudes de brillantes ángeles que le sirven.

El libro de Apocalipsis, cuando había del santuario celestial, se refiere con frecuencia a los muebles y otras cosas asociadas con el santuario terrenal (véase Apoc. 5:8; 11,19). Estos objetos familiares se usan como códigos, señaladores, para enfocar nuestra atención en el arquetipo celestial. Es como si nos dijeran, “miren, ahora estamos hablando del santuario celestial”. Pero no necesitamos insistir en que estos objetos están efectivamente allá, no más de lo que hemos de imaginar la presencia de un cordero real en el cielo con su garganta cercenada y desangrándose, como tendríamos que suponer a partir de lo que dice Apocalipsis 5:6. 0 que hay ‘almas’ debajo de un altar en el santuario celestial (Apoc. 6:9).

Deberíamos identificar la riqueza de las figuras y los símbolos bíblicos y no confundirlos con la realidad que representan.

No negar la realidad tangible

Decir que algo es figurado o no literal no es negar que haya una realidad tangible detrás de todo ello. Cuando viví en las Filipinas, uno o dos tifones nos atacaban cada año. Siempre que se aproximaba uno a la capital, debíamos prestar atención a lo que decía el anunciador de la radio: “Señal publica de tormenta número uno (o dos, o tres) se ha captado sobre Manila”.

Hasta donde sé, nadie fue jamás a buscar la señal de la tormenta, ni siquiera los niños. Todos entendían que la referencia a una señal de tormenta era meramente una forma de decir que una tormenta potencialmente peligrosa se aproximaba, y de alertar a los oyentes en cuanto a su identidad.

¡Ay de la persona que, sabiendo que el lenguaje era figurado, pensara que no había nada real o tangible por lo cual preocuparse y procediera a sacar a su familia a un paseo en bote por la Bahía de Manila después que la Señal Publica de Tormenta Numero Tres (la más seria de las señales) se hubiera captado y anunciado!

No; hay realidad, tangible realidad, detrás de las figuras y símbolos bíblicos.

Cuando usted se detiene a pensar en esto, ¿cuántas declaraciones podemos hacer acerca de la salvación sin usar un lenguaje figurado? Mientras Jesús observaba la cara de Nicodemo en las tinieblas, dijo: “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Compendiándole (o negándose deliberadamente a entender) literalmente, Nicodemo procedió a hacer una pregunta científica acerca de la imposibilidad de que un hombre adulto pudiera entrar otra vez en el vientre de su madre. Una y otra vez el Maestro Divino se valió de figuras y símiles para describir el reino de Dios.

Necesidad de tranquilizarse

Si el discurso humano en general y el lenguaje de la salvación en particular están llenos de figuras, símiles y metáforas, ¿por qué existe la tendencia a ponerse nerviosos e insistir en el literalismo cuando se discute acerca del santuario celestial? Lo que debemos tener en mente es que detrás de todas las figuras, símbolos y metáforas, están poderosas verdades teológicas y unas realidades tangibles.

Sin embargo, hay algunos que, sin confesarlo, perciben el santuario celestial como un edificio que Dios erigió en algún lote desocupado del cielo (para llevarlo al absurdo) después de la entrada del pecado en la tierra a fin de que Jesús pudiera ministrar allí. Una concepción tal es demasiado ingenua quizá, pero dudo que la consideremos digna de una reflexión espiritual seria. Tiende a hacer típico e irreal lo que es antitipico y real. Ya no estamos tratando aquí con señaladores y símbolos, sino con la realidad.

Yo prefiero considerar al santuario celestial como el lugar de la morada de Dios, la sede de su gobierno, el sistema nervioso central del universo. Y como tal, siempre ha existido.

Pero con la caída de la humanidad asumió una función adicional, es decir, la solución de la rebelión cósmica y la seguridad del universo. Es en este sentido que nos lo imaginamos cuando pensamos en el antiguo sistema sacrificial. Lo vemos a través de cristales coloreados por el ministerio de la erradicación del pecado.

Deberíamos darnos cuenta, sin embargo, que esta función es sólo temporal, programada para cesar cuando el plan de salvación haya finalmente concluido. Quizá sea éste el significado de Apocalipsis 21:22: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero”. El santuario, sin embargo, como la sede del gobierno de Dios y el lugar de su morada celestial, continuará existiendo a través de toda la eternidad.

Por eso yo no visualizo un santuario celestial vacío. El trono de Dios, cualquiera sea la forma que tiene, está allí, rodeado por multitudes de Ángeles. ¡Y lo mejor de todo, desde nuestro punto de vista particular, nuestro sumo sacerdote todo suficiente, Jesucristo mismo, está allá! ¡Allí está delante del trono de Dios intercediendo por nosotros! ¡Y a mí eso me basta!


Referencias

[1] En Números 8:4 la palabra hebrea es marceh, la cual significa “visión” o “apariencia*.

[2] En Números 8:4 la palabra hebrea es mar’eh, la cual significa “visión” o “apariencia”.

[3] Véase W. F. Arndt y F. W. Gingrich, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature (Chicago: University of Chicago Press, 1957 y 1979), s.v. hypodeigma, skia, y typos.

[4] Ibid., s.v. eikon.

[5] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Bogotá Publicaciones Interamericanas, 1955), pág. 357.

[6] Para una descripción y un diagrama del templo de Ezequiel, véase Seventh-day Adventist Bible Dictionary (Hagerstown, MD.: Review and Herald Pub. Assn., 1979), págs. 1098,1099. Se han referido a el como el templo ideal de Ezequiel porque, aunque dl lo vio en visión, nunca fue construido.

[7] William G. Johnsson, In Absolute Confidence: The Book of Hebrews Speaks to Our Day (Nashville: Southern Pub. Assn., 1979), pág. 91.

[8] Avery Dulles, Models of the Church (Garden City, New York: Doubleday and Co. Inc., 1974), pág. 20.

[9] Id., pág. 21.

[10] Elena G. de White, en Signs of the Times, 28 de junio de 1899.

[11] Patriarcas y profetas (Bogotá: Publicaciones Interamericanas, 1955), págs. 354,355