¿Ocurrió algo especial en el cielo en 1844? Algunos adventistas del séptimo día, incluso pastores, no están convencidos aún de que Jesús comenzará la fase final de su ministerio sumosacerdotal en esa fecha.

Muchos defensores de la fe correrían al rescate con citas de Elena G. de White. Sin embargo, por respeto a su propio don profético, haríamos bien en seguir su consejo y colocarnos sobre la roca sólida de la Sola Scriptura. Si 1844 no es un auténtico e importante hito profético en la Escritura, entonces quitémosle los apoyos extrabíblicos de vida artificial y dejémoslo respetuosamente descansar. Pero, si nuestra teología acerca de 1844 tiene su base en la Escritura, entonces apoyémosla y proclamémosla entusiastamente.

Un hecho reconocido por todos es que el año 1844, como cumplimiento de la profecía bíblica, se mantiene o coincide con el período de tiempo de los 2,300 días de Daniel 8:14. Este artículo considera cuatro suposiciones que, si bien son legítimas, afirman nuestra interpretación histórica de los 2,300 días o años de Daniel 8:14. Si:

(1) Un día apocalíptico (profético) es igual a un año literal, y

(2) Daniel 9 explica el misterio de Daniel 8, y (3) los 490 años de Daniel son parte de un período de tiempo mayor de 2,300 años, y

(4) la fecha del comienzo para la profecía de los 2,300 años es el 457 a.C., entonces el año 1844 tiene que ser bíblicamente auténtico. Esos hechos, establecidos, vindicarían la pretensión de los adventistas del séptimo día de ser un movimiento profético del destino.

Mucho está en juego si examinamos estas cuatro suposiciones, una por una.

1. Un día apocalíptico (profético) es Igual a un año literal.

Los adventistas no inventaron este principio de interpretación profética; hace 450 años era la posición histórica de los reformadores protestantes. Incluso algunos eruditos católicos y judíos interpretaron los 2,300 días de Daniel como 2,300 años literales.[1] Como fue documentada hace una generación por el erudito adventista LeRoy E. Froom, y comprobada más recientemente en el tomo siete de la serie de la Comisión de Daniel y Apocalipsis del Instituto de Investigaciones Bíblicas, hay tanto precedente histórico como base escriturística para el principio día por año. El hecho de que la mayoría de los comentaristas de los últimos 150 años hayan abandonado su propia herencia historicista, no es razón para que nosotros los imitemos hasta llegar al borde del abismo del futurismo o zambullirnos en la parálisis del preterismo.[2]

De modo que el principio día/año no fue inventado por mileritas superafanosos del siglo diecinueve, ni fue meramente un as exegético que los furiosos reformadores enemigos del papa se sacaron de la manga en el siglo dieciséis. La erudición bíblica más sólida apoya la convicción de que un día en las profecías apocalípticas de tiempo es igual a un año literal. ¡Y no tenemos por qué repetir la heroica comprobación de textos que realizaron nuestros pioneros adventistas! Mucho más convincente es la evidencia contextual.

Por ejemplo, el contexto tanto del capítulo 7como del capítulo 8 de Daniel niega la noción de que su periodo de tiempo podría ser literal. El cuerno pequeño del capítulo 7 emerge de los cuatro imperios mundiales en el siglo sexto después de Cristo y sobrevive hasta el tiempo del juicio y el advenimiento; el versículo 25 muestra que el período de “tiempo, y tiempos y medio tiempo” debe extenderse por encima de todos esos siglos. Ello habría sido imposible si sólo se hubieran tenido en mente tres años y medio.

Pasando al capítulo 8 vemos en el versículo 17 que los 2,300 días del versículo 14 se extienden desde la restauración del santuario, que ocurriría en el siglo quinto antes de Cristo, hasta “el tiempo del fin’, un período de cerca de 2,300 años. Su cumplimiento está específicamente encuadrado en los últimos días y el tiempo que precede inmediatamente a la proclamación del evangelio por los ‘entendidos’ (Dan. 12:3, 4). Los críticos pasan por alto el hecho de que Daniel 8:17, cuando se vincula con Daniel 12:3-13, muestra conclusivamente que la profecía de los 2,300 días abarca muchos siglos.

William H. Shea, del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General, ha hecho un análisis extensivo de la profecía de tiempo en su relación con el principio día/año.[3] Particularmente fascinantes son sus pesquisas escolásticas en los escritos poéticos del Antiguo Testamento [4] y los intérpretes posqumran.[5] Shea basa su posición en cuanto al principio día/año sugiriendo: “En este tiempo en la historia de nuestra iglesia cuando se nos ha llamado la atención a algunas de las doctrinas de los reformadores, tales como la justificación por la fe, haríamos bien en prestar oído también a sus principios de interpretación profética”.[6]

2. Daniel 9 explica el misterio de Daniel 8.

El capítulo 8 de Daniel se cierra con el anciano profeta que estaba profundamente angustiado. Horrorizado por las atrocidades que se producirían al hollar el cuerno pequeño al pueblo de Dios, su santuario, su verdad, el anciano profeta se desmaya. Para cuando se recupera, el ángel ya se ha ido, dejando a Daniel “espantado a causa de la visión, y no la entendía” (Dan. 8:27). Deberíamos notar que el único elemento de la visión de Daniel 8 que todavía no se había explicado era el tiempo.

Transcurrió alrededor de una década y el tiempo de esa tribulación todavía era un misterio. Luego llegamos a Daniel 9, que se abre con una referencia a la predicción de Jeremías de que la desolación de Jerusalén se suponía duraría setenta años (véase el vers. 2). Sólo un par de años faltaban para que se cumpliera esa restauración programada; sin embargo, nada parecía estar ocurriendo. ¿Se había retrasado la liberación? Quizá sí, porque junto con la promesa de restauración de Jerusalén, Jeremías había advertido que las promesas de Dios estaban condicionadas a la cooperación de su pueblo (véase Jer. 185, 10). Como Daniel veía la continua impiedad y la “confusión de rostro” (Daniel 9:7) de su pueblo, temía que en realidad Dios hubiera decidido retardar su liberación.

En ese contexto, el anciano profeta oró fervientemente con “ayuno, cilicio y ceniza” (vers. 3). En una de las súplicas más conmovedoras de toda la Biblia, Daniel imploró la misericordia de Dios por los pecadores. Derramó su corazón angustiado por el “santuario asolado” (vers. 17). Luego añadió: “No tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (vers. 19).

A pesar de la desesperada situación, la súplica de Daniel estaba mezclada de esperanza e incluso confianza. Él sabía que Dios ama a su pueblo y siempre está ansioso por perdonar. Además, Dios había mandado a Gabriel: “Enseña a éste la visión” (Dan. 8:16). Este mandato dado a Gabriel todavía no se había cumplido, dejando los 2,300 días y el santuario cubiertos de misterio.

De repente vino la respuesta. Gabriel apareció de nuevo y anunció: ‘Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento. Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y entiende la visión’ (Dan. 9:22,23).

Siendo que la oración del profeta pidiendo comprensión había incluido especialmente el tiempo de la prometida restauración, Gabriel comienza con una explicación del tiempo: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (vers. 24).

¿A cuál visión se estaba refiriendo Gabriel? La única respuesta posible es que se refería a la única visión que había quedado sin explicación en el capítulo anterior. Así, la explicación de Daniel 9 resuelve el misterio de Daniel 8. Como bien observó Gerhard Hasel,[7] hay una conexión obligada entre los dos capítulos.

3. Los 490 años de Daniel 9 son “cortados” del período de tiempo más largo de 2,300 años.

Este punto es tanto crucial como demostrable. Mientras que la mayoría de las traducciones de Daniel 9:24 usan palabras tales como “determinadas” (RVR1960), “decretadas” (Straubinger, NBE de Luis Alonso Schokel), la traducción podría ser más fácil y más exacta si se rindiera como “cortadas” (Nueva Reina-Valera 1990). William H. Shea hace notar que “el análisis de los escritos hebreos como la Mishnah revela que, aunque chathac puede significar “determinar”, el significado más común tiene que ver con la idea de “cortar”.[8] La antigua literatura rabínica empleaba la palabra como “amputada”.[9] “El bien conocido diccionario hebreo-inglés, de Gesenio, declara que significa más propiamente ‘cortar’ o ‘dividir”.[10]

Varios comentaristas cristianos clásicos concuerdan en esto con la interpretación histórico—adventista. Consideremos el comentario de Phillip Newell, por ejemplo: “La palabra hebrea usada aquí… tiene la connotación literal de “cortar” en el sentido de separar de una porción mayor”.[11] The Pulpit Commentary está de acuerdo en que “determinado”, como ya se indicó, significa “cortar”.[12] El léxico en la Strong’s Concordance apoya la misma conclusión. Los Adventistas del Séptimo Día están justificados, entonces, al considerar los 490 años de Daniel 9 como cortados del período más largo de los 2,300 años de Daniel 8.

La única pregunta que queda es, ¿cuándo comenzará la cuenta regresiva de la profecía? Daniel 9:25 dijo que debía comenzar con la orden de restaurar y reedificar a Jerusalén. ¿En qué año ocurrió eso?

4. La profecía de los 2,300 años comenzó en el 457 a. C. La arqueología confirma ahora la fecha adventista del histórico decreto para reedificar a Jerusalén. De acuerdo a eso, un libro de reciente publicación por la editorial Zondervan, ampliamente anunciado y aclamado entre los evangélicos, En- cyclopedia of Bible Difficulties, establece el 457 a. C. como la fecha de inicio de la profecía de Daniel 9 (aunque el autor no intenta conectarlo con Daniel 8).[13]

En realidad, antes que la doble herejía jesuita llamada futurismo y preterismo minara el historicismo bíblico, muchos respetados eruditos de diversa extracción religiosa durante los últimos dos milenios situaron la fecha de inicio de la profecía de los 2,300 días en el siglo quinto a.C.[14] Entre los católicos, “alrededor de 1,292 Arnold de Villanova dijo que los 2,300 días eran 2,300 años, contando el período desde el tiempo de Daniel hasta el segundo advenimiento.

… Mejor conocido para los historiadores de la iglesia es el ¡lustre Nicolás Krebs de Cusa, cardenal católico romano, filósofo, y teólogo, quien en 1452 declaró que los 2,300 días o años comenzaron en el tiempo de Persia”.[15] “En el siglo que siguió a la Reforma Protestante, muchos expositores protestantes, desde el teólogo inglés George Downham (muerto en 1,634) hasta el abogado británico Edward King en 1798, declararon que el número 2,300 implicaba el mismo número de años. John Tillinghast (muerto en 1655), situaba el fin de los 2,300 días al final del milenio y de los 1,000 años del reinado de los santos. Tillinghast fue el primero en afirmar que las setenta semanas eran una época menor dentro del período mayor de 2,300 años”.[16]

John Fletcher, un asociado de Juan Wesley, en 1755 interpretaba la purificación del santuario como una restauración de la verdad frente al error papal al final del período de los 2,300 años que habían comenzado con Persia.[17] Y Johann Petri, pastor reformador alemán, ‘en 1,768 introdujo el paso final… conducente a la inevitable conclusión y clímax, que los 490 años (70 semanas de años) eran la primera parte de los 2,300 años. El comenzó sincronizadamente, 453 años antes del nacimiento de Cristo, terminando los 490 años el 37 d. C., y los 2,300 años en 1847… Pronto varios hombres en ambos lados del Atlántico, en África, incluso en la India y en otros países, comenzaron a expresar sus convicciones en forma similar”.[18]

Aquellos que intentan desmantelar la plataforma profética de los adventistas del séptimo día deberían detenerse y considerar que, si merecemos censura por nuestras interpretaciones, también debería merecerla la ¡lustre compañía de eruditos bíblicos que nos dieron nuestra herencia profética. Nosotros somos, simplemente, portadores de la antorcha que ellos encendieron.

Se aclaran aquellos confusos decretos

En este punto alguien podría protestar diciendo que la fraseología verdadera del decreto de Artajerjes I del año 457 a. C. no hace mención explícita de ninguna orden para reedificar a Jerusalén en cumplimiento del punto de arranque de Daniel 9. Esta amenaza a la interpretación adventista desaparece cuando consideramos que el decreto para reedificar a Jerusalén fue en realidad una combinación de tres decretos en uno que culminó en el año 457.

El primero de ellos dado por Ciro el Grande en el año 538 a. C. (o quizá el 537) permitió a los judíos exiliados volver a establecerse en su tierra y les dio poder para construir “la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios), la cual está en Jerusalén” (Esd. 1:2-4). El segundo decreto vino alrededor del año 519 de parte de Darío I, confirmando el decreto original de Ciro (Esd. 6:1-12). Así, la reconstrucción comenzó bajo el reinado de Ciro, y fue terminada en el reino de Darío (Esd. 6:15). Sin embargo, fue Artajerjes quien restauró, o “adornó” (Esd. 7:27) el templo terminado. Este tercer decreto (Esd. 7:11- 26) le dio el toque final a los dos primeros, ya que comisionó a Esdras para nombrar jueces con toda autoridad tanto religiosa como política. No fue sino hasta esta orden final que Jerusalén fue restaurada como la capital. Esto explica por qué los tres decretos están enumerados como una unidad en la Escritura: “Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro, de Darío, y de Artajerjes rey de Persia” (Esd. 6:14).

Para ilustrarlo mejor, imagine que Ciro comenzara a construir un automóvil y Darío lo terminara, pero no fuera sino Artajerjes quien expidiera el certificado de registro que el vehículo profético podría comenzar a recorrer la autopista de la profecía. De modo que debemos fechar la reconstrucción y restauración de Jerusalén a partir de la orden dada por el tercer rey.

Recordemos que la desolación de Jerusalén involucra mucho más que la destrucción de edificios; así mismo, la profecía de Daniel 9 incluye la restauración además de la reconstrucción. El privilegio de Jerusalén de administrar la ley de Dios se había perdido, de modo que la restauración de la ciudad requería la reinstalación del gobierno civil y religioso. Esto fue respaldado al final por el decreto de Artajerjes en al año 457 a. C„ fecha que, según hemos visto, es reconocida por los eruditos evangélicos.

En conclusión: Es verdad que (1) un día apocalíptico (profético) es igual a un año literal; (2) Daniel 9 explica el misterio de Daniel 8; (3) los 490 años de Daniel 9 son “cortados” del período de tiempo más largo de los 2,300 años; y (4) la fecha de inicio de la profecía de los 2,300 años es el 457 a. C. Por tanto, el año 1,844 en la profecía bíblica debe ser legitimado y, por extensión, vindicada la Iglesia Adventista del Séptimo Día como un movimiento profético del destino.

1844 debe de ser bíblico

Jesús inició su misión como Mesías en el año 27 d. C. exactamente según lo programado, para sellar la visión y la profecía de Daniel 8 y 9, considerando la confiabilidad de la escala de tiempo predicha. En medio de la setentava semana de años, Cristo fue “cortado”, exactamente según lo programado. Luego ascendió al santuario celestial para mediar los beneficios del sacrificio, hecho una sola vez, del Calvario y, al final de los 2,300 años en 1844, exactamente de acuerdo a lo programado, comenzó la fase final de su ministerio sumosacerdotal.

Todo ha ocurrido exactamente como la Biblia decía que ocurriría, en armonía con nuestra herencia histórica. Para nosotros los adventistas, esto significa que podemos tener plena confianza en la dirección divina de nuestro mensaje y nuestra misión. Y en cuanto al mundo, la gente debe conocer lo que debemos compartir con ellos.

En este artículo hemos revisado el testimonio tanto escriturístico como histórico respecto al año 1844 y también revisado preguntas acerca de este tema sobresaliente de la profecía bíblica. La evidencia es clara para todos los que tienen ojos para verlo y un corazón para creerlo. Quizá todo esto se remita finalmente a la honestidad intelectual y a la dedicación espiritual, cualidades que no faltarán en el último remanente de Dios.


Referencias

[1] Véase LeRoy E. Froom et. al., Seventh-day Adventists Answers to Questions On Doctrine (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1957), págs. 309-316. Véase también los capítulos 4,12, y 23 de Seventh-day Advertiste Believe… A Biblical Exposition of 27 Fundamental Doctrines (Silver Spring, MD.: General Conference Ministerial Association, 1988).

[2] Dicho comúnmente, “futurismo” es la creencia de que lo grueso de la profecía bíblica todavía está por cumplirse. En el extremo opuesto, el “preterismo” enseña que la mayoría de las profecías hallaron su cumplimiento en el pasado. “El historicismo” sostiene que la profecía se ha desarrollado a través de toda la historia, dejando lugar para su gran culminación en la futura venida de Cristo.

[3] Véase William H. Shea, Selected Studies on Prophetic Interpretation (Washington D. C.: General Conference of Seventh-day Adventists, 1982), págs. 56-93. El libro de Shea es uno de los tomos de la serie de la Comisión de Daniel y Apocalipsis, compilado por el Instituto de Investigaciones Bíblicas y disponible en los ABC (Adventist Book Centers). Quizá todos los pastores adventistas harían bien en comprar y leer la mina de oro de información exegética, particularmente concentrados en los tomos 1-5.

[4] Id., pág. 68f.

[5] Id., págs. 92,93.

[6] William H. Shea, “The Year-Day Principle in Prophecy”, Pacific Union Recorder, 22 de septiembre de 1980, pág. 2.

[7] Gerhard Hasel hace notar que si bien “la designación normal para Visión’ en Daniel es el término hazorf, la palabra que se usa en 8:16 y 8:26,27 es mar’eh. Significativamente, es mar’eh la que aparece otra vez en Daniel 9:23: “Entiende la visión”. “Diferentes eruditos han reconocido una relación entre los capítulos 8 y 9 a causa del uso de estos términos”. (Gerhard Hasel, “The Audition About the Sanctuary”, en Frank B. Holbrook, ed., Symposium on Daniel [Washington D. C.: Biblical Research Institute, 1986), pág. 437.) Véase también Gerhard F. Hasel, “Revelation and Interpretation in Daniel”, Ministry, octubre de 1974, págs. 20-23.

[8] Shea, “The Relationship Between the Prophecies of Daniel 8 and 9” in The Sanctuary and the Atonement, editor Arnold Wallenkampf (Wáshington D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1981), pág. 242. Citado en Seventh-day Adventists Believe…, pág. 330, n. 40.

[9] Jacques Doukhan, The Seventy Weeks of Daniel 9: An Exegetical Study”, Sanctuary and the Atonement, pág. 263f, n. 11.

[10] Gesenius, Hebrew and Chaldee Lexicon to the Old Testament Scripture, traductor Samuel P. Tregelles (Grand Rapids: W. B. Eerdmans, reimpreso, 1950), pág. 314. Citado en Seventh-day Adventists Believe…, pág. 323.

[11] Citado en Desmond Ford, Daniel (Nashville: Southern Pub. Assn., 1978), pág. 225.

[12] The Pulpit Commentary, ed. H.D.M. Spence (New York: Funk & Wagnalls, 1950), tomo 13, pág. 218.

[13] Gleason L. Archer, Encyclopedia of Bible Difficulties (Grand Rapids: Zondervan, 1982). Véase la pág. 290.

[14] Questions on Doctrine, págs. 309-316.

[15] Id., pág. 311.

[16] Id., pág. 312. El énfasis es del autor.

[17] LeRoy E. Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers (Wáshington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1954), tomo 2, pág. 688.

[18] Questions on Doctrine, pág. 313.