Si esperamos que la Palabra “no vuelva vacía”, debemos asegurarnos que no salga vacía de nuestros labios.
Llegó un momento cuando pensé que tendría que abandonar el ministerio y dedicarme a alguna otra actividad dentro de la iglesia, en la que no tuviera que usar mi voz. A fines de 1991 llegué a una condición tan difícil en relación a mi voz que después que predicaba un sermón prácticamente no podía ni siquiera elevar la última oración y menos saludar a los hermanos a la salida. Mi disfonía era un problema sumamente grave que se notaba cada vez que pronunciaba unas pocas palabras.
No son pocos los pastores que tienen problemas con el uso de su voz y grande es el número de los que van en camino a una angustiante experiencia si no toman las debidas precauciones. Por tanto, el propósito de este artículo es orientar a los predicadores que tienen este tipo de problemas y alentarlos a que procuren evitar una experiencia semejante. Confío en que la mía, relacionada con una larga lucha para superar una disfonía crónica, pueda ayudar a muchos.
¿Qué síntomas anunciaban mi difícil situación? Los más comunes eran: una continua carraspera en la garganta, resecamiento de las cuerdas vocales, obstrucción de las vías respiratorias, disfonía permanente y afonía ocasional, concentración mucosa en las cuerdas vocales, etc.
Dichos síntomas, lógicamente, no aparecieron de la noche a la mañana. Fueron, más bien, el resultado de largos años de descuido y de mal uso de mi voz. Aunque tengo 17 años de servicio denominacional, puedo remontarme a muchos antes e identificar algunos síntomas indicativos de mi problema, los que con el correr del tiempo se fueron agudizando. Los últimos años tuve que ser operado de pólipos en las cuerdas vocales, los que reaparecieron seis meses después. Luego, en otra intervención quirúrgica, se me enderezó uno de los tabiques nasales. Aunque busqué toda la ayuda profesional posible, sin embargo, no hallaba solución a mi problema.
Un día, en medio de mi desesperación, alguien me aconsejó que visitara a un otorrino- laringólogo de gran prestigio, quien al finalizar la consulta me pidió hacerme un examen alérgico. Los abrumadores resultados indicaron que soy alérgico a varias partículas ambientales. Comencé a tomar medicamentos anti-alérgicos y logré, gracias a Dios, volver a respirar bien después de tantos años. Pero resuelto el problema nasal, todavía quedaba por resolver el problema de mi voz. Pocos días después comencé mi tratamiento con un excelente fonoaudiólogo quien desde el mismo comienzo me dio grandes esperanzas. En menos de seis semanas mi recuperación había sido tal, que sentí haber vuelto a nacer. Desaparecieron los pólipos de mis cuerdas vocales y también la constante disfonía. Gracias a Dios he superado mi problema. He continuado mis labores pastorales y las dificultades han desaparecido.
¿Qué lecciones aprendí de mi experiencia? ¿Dónde radica la causa de todo problema fónico? ¿Cómo se puede prevenir cualquier problema de esta índole? ¿Qué espera Dios de nosotros y del uso correcto de nuestra voz?
Primeramente debiera recordarse que Elena G. de White ha dado muchos y claros consejos a los predicadores en relación al uso y cultura de la voz. Por ejemplo:
“Algunos de nuestros más talentosos predicadores se están haciendo mucho daño por su defectuosa manera de hablar. Mientras enseñan a la gente su deber en cuanto a obedecer a la ley moral de Dios, no deben ser hallados violando las leyes de Dios acerca de la salud y la vida. Los predicadores deben mantenerse erguidos y hablar lenta, firme y claramente, tomando una respiración completa a cada frase, y emitiendo las palabras por el ejercicio de los músculos abdominales. Si observan esta regla sencilla, y dedican atención a las leyes de la salud en otros respectos, podrán conservar su vida y utilidad por mucho más tiempo que los que se dedican a cualquier otra profesión. Se les ensanchará el pecho… y rara vez enronquecerá el orador, ni siquiera al tener que hablar constantemente”.[1]
Un predicador tiene razones fundamentales para cuidar y educar su voz, pues se ha preparado para anunciar por medio de ella la Palabra de Dios. No basta, por lo tanto, conocer la Palabra, debemos también transmitirla semanalmente a la congregación, y ello demanda esmero continuo. Si el Espíritu de Dios tuvo sumo cuidado al elegir y seleccionar a aquellos que habrían de escribir los oráculos divinos, y éstos, a su vez, siendo inspirados ejercieron un esfuerzo diligente para comunicar aquello que se les había confiado, igualmente se espera diligencia de nosotros e idoneidad en la entrega de la Santa Palabra. Si esperamos que la Palabra “no vuelva vacía”, debemos asegurarnos que no salga vacía de nuestros labios. Un ministro, por lo tanto, debe prestar especial atención al uso correcto de la voz.
Los siguientes son algunos consejos prácticos y sencillos que han resultado ser sumamente eficaces para enriquecer la voz de muchos predicadores a lo largo de la historia:
1. Cuide sus cuerdas vocales. Se puede decir de muchos pastores que después del músculo del corazón, los que más usan son los de sus cuerdas vocales. La naturaleza misma de nuestro trabajo nos exige el uso constante de nuestra voz. Somos los que “exhortamos a tiempo y fuera de tiempo”. Hacemos uso continuo de nuestra voz, por lo cual debiéramos cultivarla cuidadosamente. El predicador debe cuidar los cambios bruscos de temperatura. El uso de una bufanda en bajas temperaturas protegerá a la garganta de cualquier alteración. Además, es conveniente y saludable evitar que lleguen impurezas evitables a nuestras cuerdas vocales. El caminar con la boca abierta por una vía congestionada, o con mucho polvo, lógicamente causará efectos negativos. Para quienes sufren de resecamiento nasal, les resultará provechoso hacer inhalaciones bucales. Para eso, se hierve agua juntamente con alguna hierba medicinal. Se coloca el rostro sobre la olla con mucho cuidado. Luego se procede a hacer por lo menos diez inhalaciones. Es un tratamiento hidroterápico casero sencillo que tiene como propósito humedecer la garganta. Es aconsejable, sin embargo, hacer este tratamiento momentos antes de irse a la cama, para no exponernos a cambios de temperatura.
2. Respire correctamente. La voz es más que un simple sonido. Jay Adams indica la diferencia que existe entre la voz y un sonido común de la siguiente manera: “El sonido es
aire no articulado en vibración, mientras que la voz es aire articulado en vibración”.[2] Es decir, los sonidos del habla son producidos por el paso del aire que fluye por la laringe y pasa por las cuerdas vocales. Una buena voz es el resultado del correcto uso del sistema respiratorio. La respiración que proyecta una buena voz procede del diafragma. S. Vitrano señala que el error común de los predicadores consiste en llenar los pulmones profundamente, tirar los hombros hacia atrás, con el fin de expandir al máximo el nivel pulmonar.[3] La respiración procedente del diafragma es mucho más efectiva y natural ya que permite controlar la respiración, la cual es esencial para la proyección de una voz adecuada.
Cuando hablamos rápidamente generalmente no tenemos tiempo de tomar aire en las pausas correspondientes y corremos el riego de agotarnos y quedar afónicos.
Una manera sencilla de ayudarnos a respirar correctamente es, acostados, colocarnos la mano izquierda sobre el pecho y la derecha sobre la parte superior del estómago. Al respirar usando correctamente el diafragma se evitará cualquier movimiento del pecho, o sea, la mano izquierda. El movimiento recae sobre la parte posterior del estómago. Al llenar el diafragma se impulsarán los músculos abdominales hacia afuera. Esto hará que al respirar la mano derecha suba y baje con el estómago. Cuando la voz procede del diafragma las cuerdas vocales harán un mínimo de esfuerzo. Si hablamos usando algún otro mecanismo, no sólo estaremos creando un esfuerzo innecesario a las cuerdas vocales, sino que también la calidad de la voz será afectada.
Tres ejercicios que pueden ayudar a desarrollar el uso del diafragma son los siguientes, propuestos por Virgil Anderson:
“1. Acuéstese sobre su espalda en estado de relajamiento y al respirar lentamente observe la actividad en la parte media de su cuerpo. Coloque un libro sobre su estómago y observe cómo se eleva y luego baja mientras usted inhala y exhala. Adopte el ritmo de este método de respiración.
Los predicadores deben mantenerse erguidos y hablar lenta, firme y claramente, tomando una respiración completa a cada frase.
“2. Párese en una posición cómoda con su espalda contra la pared y coloque un libro sobre su estómago a unos 10 centímetros debajo del esternón. Exhale completamente, forzando la salida de tanto aire como sea posible de sus pulmones. Si es necesario, facilite el procedimiento ejerciendo presión sobre el libro. Cuando todo el aire posible haya salido comience a inhalar lentamente, permitiendo que el libro ascienda en el proceso de expandir esa parte del cuerpo donde se encuentra. Este ejercicio debería ser practicado a intervalos… hasta que la respiración llegue a ser cómoda y espontánea.
“3. Póngase en posición de pie, pero esta vez no contra la pared. Descanse su cuerpo sobre los talones de los pies, la quijada hacia afuera, el pecho hacia afuera, erguido. Coloque sus manos sobre el estómago, con sus dedos puestos sobre la superficie donde antes estaba el libro. Respire cómoda y lentamente, sintiendo la expansión en el frente y en los lados. Cuide que la parte superior de su pecho permanezca pasiva y relajada”.[4]
3.Descubra el tono natural de su voz. Todos tenemos un tono de voz diferente, y cada uno debe conocer el suyo. Para descubrir su tono respire sencilla y correctamente con el diafragma, luego exhale el aire de tal manera que al sostenerlo, los dientes y labios produzcan un sonido de abeja y que la acción recaiga sobre el labio superior haciéndolo vibrar. Otra manera es repetir el proceso, pero en vez de crear un sonido de abeja, produzca esta vez un sonido de “m”. Una tercera manera es tratar de determinar nuestro tono parándonos frente al piano y procurar de seguir la escala hasta encontrar aquella nota con la cual nos sintamos más cómodos. Esto hará posible que escuchemos y determinemos nuestro tono natural. Hablar usando otro tono que no es el nuestro, dice S. Vitrano, producirá un doble efecto: Primero, le molestará a nuestro interlocutor; y segundo, cansará al orador moviéndolo a esforzarse demasiado innecesariamente.[5]
Una vez que hayamos determinado nuestro tono, podemos manejarlo sin forzar la voz, hasta que podamos dirigirnos a grupos de cinco, diez y treinta personas. Es necesario tener esto muy en cuenta especialmente cuando hablamos en público sin la ayuda de un micrófono. Nuestra voz natural nunca debiera ser forzada, no importa cuáles sean las circunstancias.
4.Hable calmadamente. Es fácil emocionarnos cuando predicamos y excedernos en la velocidad con que normalmente hablamos. G. debiéramos agitarnos al punto de usar 250-300 palabras por minuto, sino un promedio de 150- 225.[6] Cuando hablamos rápidamente generalmente no tenemos tiempo de tomar aire en las pausas correspondientes, y corremos el riesgo de agotarnos y quedar afónicos. Deberíamos por tanto, aprender a modular bien la voz, a usar debidamente las pausas cuando sean necesarias, y a hablar en forma fluida y animada, pero evitando la rapidez.
Si se tiene un problema fonético, siempre es recomendable consultar a un especialista. En caso de que la persona afectada haya puesto en práctica los ejercicios antes mencionados por más de seis semanas, y no experimenta ninguna mejoría, será muy posible que una alergia u otro problema crónico le esté afectando. De todas maneras, el descanso siempre será de inestimable ayuda.
Cuán importante es entonces, que los ministros de Dios y los exponentes de la Palabra de Dios hagan esfuerzos definidos para cuidar y educar su voz. Las razones sobrarían para movernos a ejercer el mayor cuidado en este asunto. No obstante, la razón principal debería ser la de cuidarla a fin de que la poderosa Palabra de Dios salga al aire y llegue a los oyentes sin ninguna obstrucción. Debemos preocuparnos de cuidar nuestra voz, no por conveniencia personal, sino por un sentido de profundo respeto y responsabilidad por lo sagrado y trascendente, pues el Espíritu Santo hablará a nuestros oyentes por medio de nuestra voz. Un misterio ocurre en la predicación. René Padilla, dice: “Por la acción del Espíritu, la palabra escrita que se hace audible en la predicación bíblica se transforma en la Palabra de Dios, de tal manera que el corazón de los oyentes arde con el mismo ardor que experimentaron los discípulos en el camino a Emaús cuando Cristo después de su resurrección les abrió las Escrituras” (Luc. 24:13- 32).[7]
Si la Palabra de Jehová ha de ser oída “mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá; hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y presos” (Isa. 28:13), todo predicador considerará un compromiso sagrado el cooperar con el Todopoderoso en su presencia, claramente, y libre de impedimentos. Elena G. de White comenta:” Por lo que más queráis, cultivad vuestra voz al máximo de vuestra capacidad, de modo que podáis presentar claramente a otros la preciosa verdad”…[8] Dios ha prometido que su Palabra no volverá vacía (Isaías 55:11), y por lo tanto, la Palabra del Señor no debe salir vacía, debe fluir en forma normal, clara y enriquecida por el Espíritu Santo. ¡Debemos cuidar y educar nuestra voz!
Sobre el autor: El autor es catedrático de la escuela de teología en la Universidad Adventista de Chile.
Referencias
[1] Elena G. de White, Obreros evangélicos, pág. 93 (Asociación Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires, Argentina).
[2] Adams, Jay E. Pulpit Speech, pág. 130 (Presbyterian and Reformed Publishing Co. Phillipsburg, N. J., USA. 1979).
[3] Vitrano Steven P. How to Preach, pág. 69 (Review and Herald Publishing Association, Hagertown, MD„ USA. 1991).
[4] Anderson, Virgil A. Training the Speaking Volee, págs 40, 41 (Oxford University Press, New York, USA. 1961).
[5] Vitrano, How to Preach, pág. 71.
[6] Gronbeck, Bruce C. The Articulate Person, pág. 68 (Scott, Foresman and Company, Glenview, ILL., 1983).
[7] Padilla, C. René, Misión, edición de diciembre de 1983, pág. 22.
[8] Elena G. de White, Obreros evangélicos, pág. 92.