Fue así como pronto me convertí en esposa de pastor. ¡Y veinte años después estoy convencida de que es lo máximo!
Sí, yo soy una de esas personas que trabajan detrás del telón. ¡No me den gloria, denme algo más sustancial!
Nuestro primer distrito tenía tres iglesias, y en una de ellas había más trabajo que en una colmena: la primera que afronté como esposa de pastor. Me mostré dispuesta a hacer de todo, desde lavar baños hasta colgar anuncios de toda índole. Como no encontré a ninguna de las hermanas afuera, las busqué adentro y las hallé poniendo la cocina como nueva. Me dirigí al grupo que fregaba los pisos y me les uní, pero ellas me tomaron rápidamente del brazo y me escoltaron hacia una silla.
—La esposa de nuestro pastor no va a hacer ningún trabajo sucio —dijeron—. Usted sencillamente siéntese en esta silla y háblenos.
Yo estaba tan sorprendida que tardé un tiempo en hallar qué decirles.
—Oh, no —protesté— Yo quiero ayudar.
Ellas insistieron en que me quedara sentada. Yo protesté de nuevo. Ellas insistieron aún más. Entonces sugerí que podía ir afuera y ayudar. Finalmente permitieron que les ayudara con la estufa.
Y ese es el tipo de cosas que he estado haciendo desde entonces. Si algo necesita hacerse, yo lo hago. Mi lema: Todo lo que mis manos encuentren para hacer hay que hacerlo.
¡Cuando era joven iba a la casa del pastor a ayudar en los asuntos relacionados con las publicaciones, el correo, doblar boletines, y cosas por el estilo, simplemente porque era divertido hacerlo! Pensé que las esposas de los pastores harían ese tipo de trabajos todo el tiempo y por lo tanto sería lo máximo casarse con un pastor.
Fue así como pronto me convertí en esposa de pastor. ¡Y veinte años después estoy convencida de que es lo máximo!
Durante los primeros ocho años de servicio de Jay, mi esposo, en el ministerio ninguna de nuestras iglesias tenía secretaria. De modo que yo asumía ese papel voluntariamente, y ayudaba con los boletines, con el boletín de noticias y la correspondencia. Me involucré en sesiones de arte culinario, evangelismo, visitación de casa en casa, y como recepcionista. Incluso tuve reuniones de oración en una de nuestras iglesias mientras Jay se encontraba fuera de la ciudad. Algunos de aquellos santos hermanos viajaban hasta 50 kilómetros para estar presentes cada noche. Yo tenía 24 años de edad y estaba tan nerviosa y hablaba tan rápido que terminaba el tema en 10 minutos.
¡Entonces, viendo que teníamos todavía “mucho” tiempo por delante, les pedía que dijeran si querían que volviese a repetir el tema, pero esta vez más despacio!
Cuando Jay tuvo iglesias con secretaria trabajé en las divisiones de la Escuela Sabática, las clases de cocina y el evangelismo, aparte de las múltiples actividades que las esposas de pastores tienen que realizar. Por lo general, no aceptaba un cargo que alguien más pudiera ocupar, a menos que estuviera yo capacitando a alguien para ello. Después de todo, era su iglesia y lo más probable era que ellos continuaran allí todavía mucho después que yo me hubiera ido. Aunque, confieso, ha sido difícil para mí dejar un cargo una vez que se presentaban otros capacitados y dispuestos a desempeñarlo.
Cuando nuestros hijos comenzaron a llegar me aseguré de aceptar sólo responsabilidades que no me distrajeran del trabajo esencial de cuidarlos, particularmente durante los cultos de la iglesia. De ese modo, mis deberes del sábado consistían en ayudar en los departamentos, además de todo lo que pudiera seguir haciendo durante la semana, como contestar el teléfono, dar una palabra de ánimo y orientación, etc. Otras funciones han consistido en ser confidente de mi esposo y recopiladora de datos, artículos o historias que pudieran serle útil. A lo largo de mi experiencia he sentido que era importante mantener una vida de devoción personal y no quejarme. ¡Todas las cosas consideradas, pienso que ser una esposa de pastor es en verdad una vida estupenda! Para ser honesta, sin embargo, debo admitir que hubo un tiempo en que habría preferido no ser esposa de pastor. Me acuerdo claramente del episodio aquel ocurrido un día en que estaba yo parada en el vestíbulo de la iglesia hojeando un libro que se hallaba en la sección de publicaciones. De repente, un hombre que nunca había visto me tomó del brazo, me sacudió, y rugió:
—¿Es usted la esposa del predicador? Me volví y vi a un gigantón que me miraba fijamente mientras me sacudía el brazo. Por primera vez en mi vida como esposa de pastor deseé desesperadamente decir: “¡No, no soy yo, es ella!”, y poder señalar a cualquier otra dama.
¡Para entonces todas las miradas estaban fijas en nosotros y yo buscaba desesperadamente a la esposa del aspirante al ministerio! Como no la pude localizar, finalmente reconocí:
—Sí, yo soy —y tiré bruscamente mi brazo de su férreo puño.
El silencio del vestíbulo sólo fue interrumpido por un nuevo rugido que intentaba ser una pregunta?
—Bueno, ¿por qué tienen estos libros aquí? El hombre tomó uno del estante y me lo puso delante de los ojos. Dije algo así como que no era yo quien ordenaba los libros, pero que estaría muy gustosa de presentarle a la persona que lo hacía. A él no le importaba, y entró a grandes zancadas a la iglesia. Rápidamente me retiré al cuarto misionero para calmar un poco mis nervios.
Tanto los hombres como las mujeres que habían presenciado el drama simpatizaron conmigo y dijeron más o menos esto:
—¡No puedo creer que usted haya admitido ser la esposa del pastor!
Sí, hay algunas experiencias desagradables al vivir en casa del pastor. Pero hay cosas negativas en todas las circunstancias de la vida. Y cuando le lleguen, pregúntese a sí misma: En cien años, ¿de veras importa mucho esto? O dígase a sí misma: Esto también pasará. Y piense en esto: ¿En qué otra profesión, si nos enfermamos, obtenemos atención extra, o cuando estamos embarazadas obtenemos cuidado extra?, o ¿cuándo nuestros hijos pequeños reciben más consejo y ayuda? ¿O en qué otro trabajo cuando probamos una nueva receta en una comida de la iglesia, tenemos comensales extras, o cuando estamos tristes o desalentados, obtenemos simpatía extra?
No olvide las oraciones extras que se ofrecen en nuestro favor. ¡Y casi siempre, de la mayoría de la gente obtenemos amor extra!