Un omnisciente Dios no necesita de ningún juicio investigador; pero el universo que observa sí
Ningún aspecto del adventismo del séptimo día ha sido objeto de mayor escrutinio, mala interpretación y crítica acerba que el juicio investigador o juicio previo al advenimiento. Mientras que otras doctrinas adventistas, como el sábado, o la inmortalidad condicional, son aceptadas por algunos otros cristianos, el juicio previo al advenimiento, “siendo singularmente nuestro, nos ha expuesto como iglesia a más oprobio, ridículo, y desprecio de parte de otros cristianos que cualquier otra doctrina que sostenemos”.[1]
Varios evangélicos, como Donald Barnhouse,[2] Walter Martin,[3] Anthony A. Hoekema,[4] y más recientemente David Neff[5] han publicado artículos o libros en los cuales atacan nuestra creencia de que antes del advenimiento Dios convoca a un juicio de aquellos que han profesado servir a Cristo, de aquellos cuyos nombres están escritos en el cielo (Dan. 12:1; Luc. 10:20; Apoc. 3:5). Si bien cada escritor enfoca el tema desde diferentes perspectivas, todos concluyen que el juicio investigador anula, o cuando menos frustra, el Evangelio. La doctrina, dicen, enseña sutilmente la salvación por fe y por obras, y así les quita a los fieles la seguridad de su salvación en Cristo.
Si estos cargos son correctos, nuestros críticos tienen motivos para rechazar el juicio investigador. Y los adventistas también deberían hacerlo. Sin embargo, ¿es realmente antievangélico el juicio investigador? ¿Tienen sus defensores una falta de segundad en la salvación? Y finalmente, siendo que los cristianos son salvos por la fe, ¿cuál es el propósito del juicio, después de todo?
Fe y obras
En esencia, el tema del juicio investigador tiene que ver con la tensión milenaria que existe entre la fe y las obras. Pablo escribió: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:28); y sin embargo, Juan vio que en el tiempo del fin, los santos guardarían “los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12).
Estas declaraciones, por supuesto, no se contradicen la una a la otra. Más bien, el problema tiene que ver con el equilibrio, y el lugar donde se revela este equilibrio es el santuario terrenal y su servicio, el corazón de la doctrina adventista del juicio previo al advenimiento.
La Biblia dice: “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la Palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Heb. 4:2).
El Evangelio fue predicado al antiguo Israel por medio del servicio del santuario terrenal, representación objetiva de todo el plan de salvación. ¡El santuario, en sombras, reveló la expiación, la mediación, la confesión, la purificación, la ley, el juicio, la justificación, todo!
La primera lección que se enseñó allí fue el sacrificio del animal, símbolo de la muerte de Cristo. Todo el servicio del santuario, es decir, el plan de salvación, descansa sobre el sacrificio expiatorio o sustitutivo de Cristo (1 Ped.1:19; Apoc.13:8; Isa. 53).
Imagine que una escuela sólo maneje dos tipos de calificación: aprobado o reprobado. Para pasar, los estudiantes deben tener un promedio de 100 por ciento. Un 95 por ciento obtiene la misma calificación de reprobado que un 20 por ciento. El estudiante debe tener un registro perfecto en cada examen; pues de otra manera, reprueba. Si sólo comete un error, si contesta mal una sola pregunta, no alcanza la aprobación. Si en un examen obtiene 95 por ciento, aunque en los otros diez obtenga 100 por ciento, fracasa, puesto que su calificación todavía está por debajo del 100 por ciento, y ello es suficiente para clasificarlo entre aquellos que tienen 20 por ciento de promedio. Sea con 97.7 por ciento o con 30 por ciento, reprueba de todas maneras.
Los mismo ocurre con la redención. Todos han pecado, y por lo tanto, nadie jamás ha alcanzado el 100 por ciento perfecto que se requiere para la salvación (Rom 3:23). Incluso si llegáramos a ser perfectos, que nunca más pecáramos de nuevo, debido a nuestro pasado pecaminoso no podríamos producir la justicia que se requiere para la salvación. No importa cuán enormemente nos esforcemos, cuán santos lleguemos a ser, a menos que tengamos un registro del 100 por ciento acreditado en nuestra cuenta, fuera de nosotros, estamos perdidos.
Jesús, en virtud de su vida perfecta y exenta de pecado y su muerte en nuestro favor, nos ofrece su calificación perfecta de 100 por ciento. Su justicia, que él produjo para nosotros, independiente de nosotros, nos la ofrece gratuitamente, en vez de nuestra calificación de reprobados. No importa quiénes seamos, o qué hayamos hecho, a causa de lo que Jesús realizó por nosotros sobre la cruz, podemos ser tan aceptos ante el Padre, como él lo era, porque nos acreditará gratuitamente, pese a lo indignos que somos, la calificación de 100 por ciento de Cristo (Rom. 5:8).
Esta expiación vicaria fue poderosamente simbolizada por los sacrificios de animales (que siempre incluye el ministerio del primer departamento) en el servicio del santuario terrenal.
El segundo departamento
Desafortunadamente, muchos quieren concluir la obra del Evangelio con el sacrificio y el primer departamento, aunque no es el lugar donde termina el servicio del santuario. ¿Y qué en cuanto al ministerio del segundo departamento, con el cual el santuario mismo era purificado del pecado? ¿No tiene el lugar santísimo —en el cual ocurría el día de la expiación, el gran día de juicio— lecciones prácticas para los cristianos de hoy?
Por supuesto. Así como el altar del holocausto y el lugar santo simbolizaban la muerte y la mediación de Cristo en nuestro favor, el lugar santísimo simboliza la obra intercesora de Cristo durante el juicio en nuestro favor. Sólo rechazando toda la enseñanza del santuario puede uno prescindir de las lecciones del segundo departamento.
Sin embargo, es en el segundo departamento donde el adventismo tiene problemas, ya que creemos que es allí donde se enseña el juicio investigador, la doctrina que supuestamente anula el Evangelio. Sin embargo, cuando se produce equilibrio, con lo que precede el ministerio del primer departamento —es decir, la muerte del animal sacrificial— el juicio investigador, lejos de anular el Evangelio, lo fortalece.
¿Cómo? ¡Porque cuando nuestros nombres son expuestos ante el juicio (véase Rom.14:10; Dan. 12:1; Apoc.21:27; Mat. 10:32, 33; Luc.12:8, 9), la justicia perfecta de Cristo –su 100 por ciento- nos cubre! Este fue el propósito supremo de su muerte. ¿Qué bien haría la justificación forense por nosotros sí, en el juicio, en la hora de mayor necesidad, ya no fuera válida?
Cada mañana y cada tarde el sacerdote ofrecía un sacrificio especial, una ofrenda quemada que simbolizaba la continua dispensación de la justicia de Cristo. Llamado el continuo (el tamid en hebreo) o “el holocausto continuo” (Exo. 29:42), este sacrificio aseguraba al penitente israelita la continua accesibilidad del perdón. Si estaba enfermo, lejos de Jerusalén, o por alguna razón no podía venir al santuario, todavía podía asirse por la fe de las promesas simbolizadas por estos sacrificios, que ardían en al altar 24 horas al día, todos los días —incluso en el día de la expiación.
Este punto es crucial. Durante la solemne ceremonia de Yom Kippur, este sacrificio matutino y vespertino ardía sobre el altar (Núm.29:7-11). En el tipo, los méritos de Cristo, simbolizados por el animal sacrificado, cubrían al pecador durante todo el día típico de la expiación; en el antitipo, los méritos de Cristo cubren a sus seguidores a través del verdadero día de la expiación, el día del juicio, que es ahora. ¡Así, en vez de eliminar u opacar las buenas nuevas, el juicio investigador, cuando se equilibra con la cruz, eleva el Evangelio a su apogeo!
El Judas que hay en cada uno de nosotros
Los cristianos, los profesos seguidores de Cristo, son confrontados por sus obras en el juicio (2 Cor. 5:9, 10; Rom 14:10, 12). Estas obras, sin embargo, no son la razón por la cual Dios decide aceptarlos o rechazarlos; más bien, las obras prueban si ellos lo aceptaron a él o lo rechazaron completamente. Cuando un nombre aparece en el juicio investigador, Dios sencillamente sella la elección que la persona ya hizo.
Consideremos a Judas. “Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce; y éste fue y habló con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría” (Luc. 22:3, 4).
¿Quién abandonó a quién? ¿Abandonó Jesús a Judas? No, Judas abandonó a Jesús, y su ruina es un dramático ejemplo de lo que hace que los nombres sean rechazados durante el juicio investigador (Apoc. 3:5; Mat. 10:32,33; Luc. 12:8,9).
“Y entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno del número de los doce” (Luc. 22:3). ¿Por qué Judas? Después de todo, él tenía una experiencia con Jesús. Él había sido conmovido por los milagros del Salvador. El vio al cojo, al ciego, al enfermo, traídos a los pies de Cristo y ser sanados por una palabra o por un toque de su mano. Lo vio resucitar a los muertos, echar fuera demonios, y multiplicar los panes y los peces. “Reconoció la enseñanza de Cristo como superior a todo lo que hubiese oído. Amaba al gran Maestro, y deseaba estar con él. Sintió un deseo de ser transformado en su carácter y su vida, y esperó obtenerlo relacionándose con Jesús”.[6]
¿Qué ocurrió entonces?
“Había fomentado el mal espíritu de la avaricia, hasta que éste había llegado a ser el motivo predominante de su vida. El amor al dinero superaba a su amor por Cristo. Al convertirse en esclavo de un vicio, se entregó a Satanás para ser arrastrado a cualquier bajeza de pecado”.[7]
Judas fue indulgente en un solo pecado y éste le produjo la ruina, no porque Jesús no pudiera perdonarle, sino porque Judas no buscó ni aceptó ese perdón. Al rehusar arrepentirse, eligió ese pecado, literalmente, por encima de Jesús: como un ejemplo de lo que les ocurrirá a todos aquellos que, aunque inscritos en el libro de la vida, serán, en algún momento, borrados de él (Apoc. 3:5). Satanás conoce el Evangelio. Él sabe que “no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Rom 8:1). Sabe que “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo” (Gál. 2:16).
Satanás sabe, también, que nada de lo que haga borrará, revertirá o invalidará el amor de Cristo por nosotros, y que “ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom. 8:39). Puesto que Satanás sabe todas estas cosas, sabe que Jesús nunca nos abandonará. Por tanto, trata de que nosotros abandonemos a Jesús, y la única forma de hacerlo es induciéndonos a pecar y manteniéndonos en pecado, porque finalmente elegiremos el pecado por encima de Jesús: exactamente como lo hizo Judas.
Por esta razón, la batalla contra el pecado es la batalla de la fe (Gál. 5:21). Debemos luchar resueltamente contra el pecado, o él destruirá nuestra entrega a Jesús. El pecado es mortal, no porque no pueda ser perdonado. Puede serlo. Dios ansia perdonar nuestros pecados. La cruz es una prueba de ello. El pecado es mortal porque aunque no aleja a Dios de nosotros, nos aleja a nosotros de él.
Sin embargo, conectado a Jesús, el cristiano puede obtener la victoria: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:13).
Antes de la segunda venida de Cristo siempre tendremos una naturaleza pecaminosa. Siempre lucharemos con las apetencias de nuestra naturaleza caída. Siempre estaremos conscientes del mal que mora en nosotros. ¡Pero no tenemos por qué ceder al pecado! El ceder, para un cristiano convertido, siempre es una elección consciente. ¿Cómo podría ser de otra manera? Si Dios promete el poder para no pecar, y sin embargo pecamos de todas maneras, es solamente porque hemos decidido no beneficiarnos con ese poder. Hemos elegido más bien el acto pecaminoso. Esta decisión, de elegir nuestros propios deseos pecaminosos por encima de Cristo, es básicamente lo que Judas hizo.
Nosotros sólo pecamos porque decidimos no reclamar la victoria de Cristo (1 Juan 2:9; Judas 24; Rom.6:1, 2). Dios puede perdonarnos el pecado, y lo hace cuando lo confesamos. Pero si pecamos deliberadamente y nos mantenemos en esa condición, tarde o temprano, como Judas, llegaremos a estar tan endurecidos en ellos que haremos la misma decisión que él hizo: rechazar a Jesús, sea que nos demos cuenta o no.
A decir verdad, un cristiano no tiene que colgarse de un árbol, que la cuerda se rompa, y que los perros se lo coman para que finalmente su nombre sea borrado del libro de la vida. Contrariamente, puede ir a la iglesia, diezmar, orar, incluso hacer buenas obras, y sin embargo ser borrado del libro de la vida.
El juicio investigador no es el momento cuando Dios finalmente decide aceptarnos o rechazarnos. Todos aquellos cuyos nombres están escritos en los cielos ya han sido aceptados por Dios (Efe. 1:6). Más bien, el juicio simplemente corrobora nuestra decisión de aceptarlo a Él o rechazarlo. Aquí es donde nuestras decisiones, tal como se manifiestan en nuestras obras, son selladas –de una forma o de otra.
Las obras no nos salvan, no pueden salvarnos, no están diseñadas para salvarnos (Rom. 2:13). Al contrario, son la prueba, la evidencia, la indicación, de que hemos nacido de nuevo. “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Sant. 2:18).
La salvación es un trato completo. Si hemos solicitado el perdón, debemos reclamar la victoria también, y las victorias obtenidas testificarán en el día del juicio de que en verdad hemos sido redimidos. Si somos convertidos, nuestras obras lo probarán, y no tenemos nada que temer en el juicio.
Seguridad de la salvación
Sin embargo, algunos insisten en que el juicio investigador les quita su seguridad. ¿Cuánta seguridad quieren? Si por absoluta seguridad están pensando en que no pueden perderse no importa lo que hagan una vez que han aceptado a Jesús, ¿no es ello un apoyo a la doctrina de “una vez salvos, salvos para siempre”? Si por el contrario, cuando los cristianos rinden diariamente sus vidas a Jesús, reclamando sus promesas de victoria cuando son tentados, reclamando sus promesas de perdón cuando caen, y siempre confiando en los méritos de Cristo imputados a ellos como su única garantía y esperanza de salvación, tendrán toda la seguridad que necesitan.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu” (Rom. 8:1).
Este veredicto es sólo para aquellos que “están en Cristo Jesús”. ¿Quiénes son ellos? El pasaje lo dice: “Los que están en Cristo Jesús” (vers. 1). Caminar en el Espíritu no es lo que lo redime a usted: es la evidencia de que usted está redimido.
Algunos preguntan, ¿cómo sabré si tengo suficientes obras para salvarme? Nunca tendrá lo suficiente, jamás, razón por la cual necesitamos a Jesús que nos cubra con su justicia cuando se presenten nuestros nombres. Todo lo que podemos hacer es apoyarnos en él, clamando por sus méritos en nuestro favor, y confiando en él como un Padre compasivo y justo, de acuerdo a su infinita sabiduría y misericordia.
Consecuencias cósmicas
Quizá el aspecto más importante del juicio investigador, con frecuencia ignorado por los críticos, es su propósito. Los antagonistas describen injustamente la doctrina del juicio investigador como si Dios estuviera escudriñando los libros para decidir quién está salvado o perdido. “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Tim. 2:19). Un omnisciente Dios no necesita de ningún juicio investigador; pero el universo que observa sí.
El pecado no es simplemente una preocupación terrenal. La rebelión comenzó en otra parte de la creación, con la caída de Satanás (véase Isa. 14:12; Eze. 28:11-16; Apoc. 12:7-9). Los principios involucrados en la controversia entre Cristo y Satanás, aunque centrados en la salvación del hombre, se extienden mucho más allá (Efe. 3:10). El libro de Job es un microcosmos de esta gran controversia: La primera escena en el cielo comienza con el conflicto, tensión, una competencia entre Dios y Satanás en el cielo, que es vista por los ángeles (Job. 1:6; 2:1), aunque la batalla se libra finalmente en la tierra.[8]
Dios podría haber destruido a Satanás en el mismo momento en que se rebeló. Sin embargo, aunque a un costo infinito para sí mismo, Dios maneja el problema del pecado y la rebelión en una forma justa y abierta que contestará para siempre los cargos que se hicieron contra él. Una forma en que ha decidido responder a todos esos cargos es a través del juicio investigador.
Incluso una mirada superficial al servicio del santuario terrenal nos enseña que el plan de salvación no terminó en el sacrificio; comenzó allí, con el sacrificio como el fundamento sobre el cual descansaba todo el ritual. El final no llegaba sino cuando el pecado quedaba erradicado en el día de la expiación, cuando todos los pecados acumulados en el campamento eran colocados sobre la cabeza del macho cabrío vivo, que era luego enviado al desierto (véase Lev. 16).
Lo mismo es cierto en cuanto al ministerio terrenal y celestial de Jesús, que representaba todo el santuario judío (véase Heb. 7-10). Aun- que Cristo gritó: “Consumado es” en el Calvario, la Biblia lo muestra ministrando en el santuario celestial (Heb.7:25; 8:1; 9:11; 12:24-26). ¿Por qué, casi dos mil años después del Calvario, todavía estamos aquí, embarrados en un abismo de pecado, sufrimiento y muerte? Cristo tiene que estar haciendo algo en el cielo que no hizo en el Calvario, no en términos de asegurarnos nuestra salvación —que él ya realizó en nuestro favor in tuto allí—, sino en términos de responder a todas las preguntas del universo que observa la controversia.
En Daniel 7:9, 10, se desenvuelve gráficamente un cuadro del juicio investigador ante las multitudes de todo el universo: “Millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (vers. 10).
¿Por qué este juicio? ¿Por qué se abrieron los libros? ¿Para un Dios omnisciente, Todopoderoso, que conoce el fin desde el principio? No, más bien debe de ser por causa de aquellos “millares de millares” que le rodeaban, que no tienen ni el conocimiento ni la omnisciencia de Dios. El Señor convoca un juicio ante estas inteligencias celestiales, para mostrarles por qué a los pecadores se les permitirá vivir en presencia de ellos por toda la eternidad.
“Pero antes que la gran controversia termine”, escribe el erudito adventista A. V. Wallenkampf, “debe quedar claro para todas las inteligencias celestiales sobre qué bases algunas personas serán aniquiladas, mientras, que otras tendrán el privilegio de vivir en la presencia de Dios por toda la eternidad. Esto se hará evidente durante el juicio investigador. El propósito del juicio no es, como aquellos que nos atacan erróneamente suponen, determinar ‘si una persona será salva o no’, como Hoekema lo dice”.[9]
Al parecer, estas inteligencias celestiales están satisfechas también, porque después que el juicio ha terminado, exclaman: “Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, porque has juzgado todas estas cosas” (Apoc. 16:5).
Falso equilibrio
Es muy tentador para los adventistas del séptimo día, torcer una enseñanza como la del juicio investigador. Realmente, los adventistas son los peores ofensores. Muchos ponen el énfasis en la ley y el segundo departamento, pero pasan por alto totalmente el propiciatorio, a expensas de la cruz. Para ellos, el juicio investigador ha llegado a ser una doctrina legalista, perfeccionista y antievangélica, como se la ha etiquetado. Se puede poner tanto énfasis en el aspecto de la salvación que tiene que ver con el juicio por obras, que la gente pierda su seguridad en Cristo. Así el énfasis se pone primariamente sobre lo que nosotros hacemos, en nuestros logros, nuestras buenas obras, nuestras victorias, no en Jesús y en lo que él ha hecho o está haciendo por nosotros.
Como respuesta, algunos se van al otro extremo, terminando el Evangelio en la cruz y en el primer departamento, con poco o ningún énfasis sobre el papel del juicio o las obras. Una presentación tal, desequilibrada, lleva al pueblo a la creencia errónea de que nunca podemos perder nuestra justificación (1 Cor.9:27), o que nuestra obediencia no tiene nada, en lo absoluto, que ver con nuestra redención (Mat. 5:27-30).
En cambio, una presentación equilibrada del plan de salvación, tal como se revela en el servicio del santuario, presenta la consonancia básica entre la justificación por fe y el juicio por obras. Una presentación balanceada protege a los cristianos del peligro de aceptar una gracia barata que puede infatuar a una persona en una falsa seguridad (véase Mat. 7:21-23), o de caer en la trampa de una salvación-legalista-por-obras (Rom. 11:6). Una comprensión balanceada de todo el santuario, desde el altar del holocausto hasta el Lugar Santísimo, revela por qué estamos todavía aquí sumidos en el pecado, siglos después que Jesús exclamó en la cruz “¡Consumado es!” Y finalmente, una presentación balanceada ayuda al cristiano a enfocar su atención, no sobre sus propias obras, sino en la presente actividad de Cristo en su favor.
Apocalipsis 14 describe a un ángel, cerca del fin del tiempo, que tenía “el evangelio eterno” (Apoc. 14:6). ¿Cuál es su mensaje? “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado” (Apoc. 14:7). Para este ángel el “evangelio eterno” incluye el juicio. ¡Y no hay por qué maravillarse, porque cuando se enseña correctamente, el juicio, lejos de negar el Evangelio, lo exalta!
Referencias:
[1] A. V. Wallenkampf, “Challengers to the Doctrine of the Sanctuary”, en Frank B. Hobrook, ed., Doctrine of the Sanctuary (Washington, D. C.: General Conference of Seventh-day Adventists, 1989). pág. 198.
[2] Donald Barnhouse, ‘‘Are Seventh-day Adventists Christians?” Eternity, 7 (september, 1956): 44.
[3] Walter Martin, The Truth About Seventh-day Adventism (Grand Rapids: Zondervan Pub. House, 1960).
[4] Anthony A. Hoekema, The Four Major Cults (Grand Rapids: Eerdmans Pub. Co., 1963).
[5] David Neff, “A Sanctuary Movement”, Christianity Today (Carol Stream, Ill.: Christianity Today, feb, 5.1990), pág. 20.
[6] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1955), pág. 664.
[7] Id., pág. 663.
[8] Clifford Goldstein, How Dare You Judge Us. God? (Boise, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1991).
[9] Wallenkampf, pág. 214.