No es amnesia divina, sino promesa divina para perpetuar mi gozo eterno
“Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:34; Heb. 8:12; 10:17).
¿Qué significa esta promesa? Si significa que el aspecto pecaminoso de mi presente vida terrenal va a ser completamente borrado de la memoria de Dios, de la mía, y de la de otros seres inteligentes que vivan en la eternidad, ¿qué significado tiene entonces mi vida aquí?
Permítaseme comenzar con un viaje imaginario a los lugares celestiales. Veo a cinco hombres caminando juntos en un feliz compañerismo como si se hubieran conocido durante muchos años. Uno en particular es de porte verdaderamente regio. Los otros cuatro parecen particularmente íntimos, aun cuando el primero es obviamente un excelente amigo de todos ellos.
Dirigiéndome al que tiene la apariencia de un rey le pregunto: —No me diga que usted es el rey Nabucodonosor, ¿o sí?
Él sonríe, un poco sorprendido, pero responde inmediatamente: —Sí, lo soy. Y éstos son mis buenos amigos Daniel, Hananías, Misael y Azarías.
—¡Estupendo—exclamo—! Siempre he deseado preguntarle cómo se sintió cuando echó a Hananías, Misael y Azarías en el horno de fuego.
Para mi sorpresa, la más confusa expresión de asombro cruza por su rostro mientras exclama incrédulo,
¿Yo, echar a mis amigos al fuego? No recuerdo semejante horror. Pero quizá Gabriel que está allí puede ayudarle a encontrar al que busca.
Una imponente figura se aproxima a nosotros. La apariencia de su rostro es muy tranquilizadora mientras musita. “Y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Heb. 65:17). “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Heb. 10:17). Me siento sumamente apenada como para saber qué decir ahora, pero él me salva del predicamento en que me metí invitándome a oír el coro que canta en el mar de vidrio.
¡Que experiencia! Están cantando acerca de un Cordero inmolado, de la redención del pecado, de la salvación, y acerca del justo juicio de Dios (véase especialmente Apocalipsis 5 y 15). El centro de su adoración es su Rey Jesús. Yo también caigo de rodillas para adorarle, y soy incapaz de mirarle en su gran majestad. Pero noto una mirada de especial interés que me dirige, como si conociera perfectamente toda mi vida pasada y supiera cómo me sentí acerca de todo lo que he conocido. Y aquellas manos marcadas con una cicatriz. Me pregunto si algunos de los presentes se sentirán como yo me siento.
Pregunto al hombre que está más cerca de mí si me podría decir cómo explicar este canto a mis amigos, y todo lo referente a aquellas manos cuyas huellas son señal de grandes heridas. Sus ojos se iluminan complacido mientras me dice qué gran experiencia es cantar aquel cántico, y cuánto ama aquellas manos heridas. Pero una expresión de sorpresa cruza por sus ojos cuando le pregunto cómo se produjeron las cicatrices y qué pecado es ese del cual el canto describe la experiencia de la redención.
Una vez más Gabriel viene en mi ayuda: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:12), dice casi susurrando. He sido rescatada una vez más de la vergüenza. Pero me siento de alguna manera insatisfecha.
El gozo y la angustia
Pero será mejor que deje mi viaje imaginario y vuelva a la realidad. Quizá la descripción que Jesús hizo antes del Calvario del futuro gozo de los discípulos me ayudará a comprender. “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:21,22). Este gozo, al parecer, es tan grande, que incluso una aguda experiencia de angustia previa reduce la presente angustia a una condición de “no-más-recuerdo”. Y sin embargo, no hay señales de una completa pérdida de la memoria.
Luego busqué en el Antiguo Testamento. “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalee de debajo del cielo” (Exo. 17:14). ¡Un memorial para recordar algo que ya no se recuerda!
Una vez más, si David estaba tan feliz de que sus transgresiones hubieran sido alejadas “cuanto está lejos el oriente del occidente”, ¿por qué el recuerdo de su temor del desagrado de Dios y su súplica de misericordia, limpieza y perdón, fueron perpetuados para nosotros en los salmos 32,38, y 51, y la historia de sus pecados expuestos en detalles para que la leamos en el libro de 2 de Samuel?
Natán anunció el perdón de Dios (2 Sam. 12:15: “Jehová ha remitido tu pecado”). David aceptó este perdón con profundos sentimientos encontrados (Sal. 32, particularmente el versículo 5: “Tú perdonaste la maldad de mi pecado”). Si “no me acordaré más” significa amnesia de parte de Dios, de parte de David, o de parte de los testigos contemporáneos o futuros, ¿cómo podemos leer hoy que Natán procedió inmediatamente a advertir a David acerca de las consecuencias de sus actos al hacer “blasfemar a los enemigos de Jehová” (2 Sam. 12:14)?
A veces pareciera que queremos alentar la culpa removiendo el registro. Pero David nos muestra que uno de los prerrequisitos para erradicar el pecado es la presentación real de los registros a Dios en confesión. “Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Sal 32:5).
David parece más ansioso y necesitado de una profunda limpieza de su pecado (Sal. 51:7) y la remoción de la culpa conectada con el registro (Sal.51:14) que por la mera remoción de los registros. El desea que Dios lo limpie para ser “más blanco que la nieve” (Sal. 51:7).
Ningún pasado perturbador
Si Dios elimina mi pecado (incluyendo ese orgullo y justicia propia que me impulsa a aparecer bueno en mi propia bondad), crea un espíritu recto dentro de mí (Sal. 51:10), y me cubre con el manto de la justicia de Cristo, no necesito sentirme ansioso en cuanto a si el conocimiento de mi pasado me perturbe en el futuro.
Mis pecados habrán sido tan olvidados a los ojos de todo el universo como ante mis propios ojos. EI examen judicial ante el universo no caído del registro de las vidas de los santos es significativo aquí. Será uno de los factores principales que capacitará a los seres no caídos para aceptar a los recién llegados habiendo decidido olvidar la culpabilidad de su pasado pecaminoso. Verán que la sangre de Jesús ha limpiado realmente al pecador y al registro de sus pecados, y pondrá todo conocimiento del pasado en una nueva perspectiva en la cual no habrá ni culpabilidad, ni vergüenza ni acusación.
La íntima conciencia habrá sido limpiada desde mucho tiempo atrás. Ahora la conciencia pública será liberada también. El amplio conocimiento del registro en realidad hace más fácil borrarlo.
No obstante, creo que seré aguda e inteligentemente consciente del elevado costo del pecado y de mi propia salvación. Creo que cierta habilidad de ser consciente de mi pasado me ayudará ver mayor significado en mi eterna salvación y así aumentar mi futuro gozo. Como el registro de Moisés sobre la derrota de los Amalecitas, mi existencia en la eternidad será el memorial de Dios de que “ha traído la memoria de…. debajo del cielo” (Exo. 17:14), un memorial eterno del olvido especial de Dios.
Sobre la autora: Es profesora de Biblia en el Colegio Adventista de Sonoma, Rabal, Papúa Nueva Guinea).