Se necesitan dirigentes llenos del Espíritu Santo para producir un reavivamiento

     Los miembros de la iglesia de Janesboro[1] se reunieron con el pastor Jackson, presidente de la asociación, y se quejaron de que su pastor no está predicando la verdad histórica. Lo acusaron de ser parte de una apostasía general que está contagiando a toda la iglesia, y exigieron que la asociación lo cambiara o que les permitiera organizar una nueva iglesia.

     En otra ocasión, Sue y Shirley se me acercaron preocupadas por su pastor. Ellas tenían hambre de oír el Evangelio y saber cómo caminar en más íntima comunión con Jesús. Pero su pastor, según informaron, presenta sólo sermones legalistas centrados en los sentimientos de culpa y la conducta.

     Estas situaciones ilustran las escenas que presenciamos día a día en el liderazgo adventista. Nos sentimos frustrados mientras apagamos fuegos que surgen de la agenda de alguna otra persona. Nos hallamos atrapados bajo circunstancias que son síntomas inequívocos de problemas más profundos.

     A decir verdad, dedicamos tiempo, energía y recursos a asuntos intrascendentes, mientras, por otro lado, descuidamos las cuestiones vitales y que sí cuentan.

     Ciertas preguntas verdaderamente inquisitivas merecen nuestra más seria atención. ¿Estamos trabajando juntos, como un cuerpo unido, o separados por fuerzas internas? ¿Nos regocijamos y dolemos mutuamente como se describe en 1 Corintios 12? ¿Somos vibrantes, dinámicos, y llenos de poder del Espíritu, o motivados por la culpa y orientados por la programación? ¿Estamos más preocupados porque se nos identifique por nuestra pureza doctrinal que por nuestras relaciones unos con otros? (Recuerde que Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” [Juan 13:35].[2]) ¿Ponemos a Dios y su reino en primer lugar? ¿Aceptamos a Cristo y hallamos seguridad en él, o vagamos en el desierto de las formas modernas del gnosticismo?

Impulsados por nuestra misión

     El ideal de Dios para su organización es que seamos reconocidamente suyos en lugar de vernos afectados por las luchas por el poder, los puestos, y el control de la iglesia. Como movimiento suyo, deberíamos estar impulsados por el sentido de misión, no envenenados por el egoísmo colectivo ni controlados por la autopreservación institucional. Como cuerpo de Cristo debemos ser espirituales individual y corporativamente, sin disputar acerca de minucias teológicas y/o por reglamentos operativos. Hemos de ser motivados por una visión y dotados de poder del Espíritu, no inclinados a una “organización de trabajo entre viejos camaradas’ que trata de perpetuarse. Deberíamos ser conocidos por el hecho de que adoramos a Dios y hemos “estado con Jesús” durante el tiempo que pasamos sobre nuestras rodillas y estudiamos su Palabra.

     La descripción que presenta la Escritura de la iglesia de Dios refleja primariamente su conexión y relación íntima con él. La Biblia no es sino la historia de Dios buscando la manera de establecer una relación estrecha con su pueblo. La promesa del Nuevo Pacto es: “Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo” (Heb. 8:10). ¿No será que Dios está más preocupado con la idea de tener un pueblo claramente identificado, más por su conexión vital con él que por una serie de reglas externas en cuanto a estilos de vida? ¿Es posible tener un estilo de vida saludable sin esa relación? ¿Se ajusta a nosotros en verdad la descripción bíblica de su pueblo, aun si no lo conocemos a él?

     Es fácil considerar estos factores y concluir que nunca alcanzaremos el ideal de Dios. Sin embargo, el Señor no presenta su ideal respecto de su iglesia como un ejercicio que terminará en frustración o culpabilidad, sino más bien para mostrarnos lo que él puede hacer con su iglesia si le permitimos actuar. Eso puede significar simplemente que necesitamos darle más oportunidad para que obre su voluntad en la iglesia y verlo cómo sobrepasa nuestros más elevados sueños.

     Dios prescribió un remedio hace muchos años: “Un reavivamiento de la verdadera piedad entre nosotros es la mayor y más urgente de todas nuestras necesidades. Buscarlo debe ser nuestro primer trabajo”.[3] Hacer que la iglesia sea lo que Dios quiere es iniciar el reavivamiento, ¡y que comience con los líderes de nuestra organización! No sólo debemos ser espirituales nosotros, sino también saber cómo dirigir espiritualmente. Si bien el reavivamiento debe ocurrir en cada iglesia, lo necesitamos en una escala más amplia, y eso depende del liderazgo administrativo. ¿Cómo llegar a ser líderes que guíen a nuestro pueblo a un reavivamiento tal?

Dirección para el reavivamiento

     Aunque no podemos crear un reavivamiento semejante, debemos creer que Dios suspira por él con la misma ansiedad que nosotros. Es verdad que no nos atrevemos a “fabricar” un reavivamiento, pero sí podemos volvernos accesibles personal y corporativamente a las directivas de su Espíritu. Podemos responder a sus desafíos y a su invitación: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crón. 7:14).

     Ya vimos que la clave del reavivamiento reside en el liderazgo. Bíblicamente, el liderazgo se ejerció normalmente cuando los dirigentes condujeron al pueblo de vuelta a Dios, apartándolo de sus preocupaciones egoístas y guiándolo por un sendero centrado en la relación con Dios. Incluso en el caso de Elías, el reavivamiento no se produjo hasta que los dirigentes de la nación se encontraron frente a frente con Dios en el Monte Carmelo. En el contexto del reavivamiento, Elena G. de White escribió: “Tenemos mucho más que temer de adentro que de afuera. Los obstáculos que se oponen a nuestra fortaleza y al éxito son mucho mayores dentro de la iglesia misma que en el mundo”. Luego continúa con la alarmante declaración de que estas bendiciones dependen de que preparemos el camino para ellas: “Cuando el camino haya sido preparado por el Espíritu de Dios, las bendiciones vendrán. Satanás no puede impedir que una lluvia de bendiciones descienda sobre el pueblo de Dios, más de lo que puede cerrar las ventanas de los cielos de modo que la lluvia no caiga sobre la tierra. Los hombres impíos y los demonios no pueden impedir la obra de Dios, ni expulsar su presencia de las asambleas de su pueblo, si ellos confiesan todos sus pecados y los abandonan, con corazones contritos y subyugados, y reclaman con fe el cumplimiento de su promesa”.[4]

     No puede haber dudas al respecto. El sueño de Dios para su iglesia es un llamamiento de su parte a nosotros los líderes a caminar con él, y en ese caminar, lograr una visión de lo que él quiere que su iglesia sea y haga. En vez de confiar en nuestras propias habilidades y sabiduría, debemos reconocer nuestra necesidad de ser dirigidos por su providencia y su poder. Como sus dirigentes, debemos enfocar nuestras prioridades buscándolo primero a él y su reino. Debemos basar nuestras decisiones en principios más que en conveniencias, y así podremos establecer el paso espiritual y relacionalmente.

     No podremos comenzar a hacer la diferencia hasta que comprendamos que somos parte del problema y parte de la solución. Debemos confesar que no hemos dado lugar a Dios para que obre organizacionalmente como él anhela que se lo demos. Sólo a medida que experimentemos un reavivamiento espiritual personalmente, y estemos abiertos a él, podremos guiar a la iglesia de vuelta a Dios e integrar esa espiritualidad en nuestro ministerio de liderazgo corporativo.

Tentaciones del liderazgo

     Contrarestar las tentaciones comunes del liderazgo organizacional es el prerrequisito del reavivamiento. Esto implica la resistencia al impulso de controlar a la iglesia, y la sumisión al Espíritu Santo y la dependencia de él. Debemos confrontar la tentación de afligirnos mediante una constante comprensión de que ésta es su iglesia, y que él es capaz de protegerla, dotarla de poder, y hacer de ella lo que quiere que sea. Debemos resistir el atractivo de ejercer un liderazgo impositivo con la seguridad de que: “Es únicamente la obra realizada con mucha oración y santificada por el mérito de Cristo, la que al fin habrá resultado eficaz para el bien”.[5] Debemos volverle las espaldas a la tentación de “ir solos”, y buscar en su lugar una constante sensación de la presencia de Dios y de la recepción de su Espíritu.

     El reavivamiento requiere también que desarrollemos una lealtad que no se desvíe en lo más mínimo de Dios y sus principios. No podemos ser líderes espirituales efectivos mientras a sabiendas violemos los principios bíblicos de comportamiento o de liderazgo. E igualmente importante; debemos estar dispuestos a tomar iniciativas y dirigir, y hay ciertos resultados prácticos cuando se actúa así.

     La secularización predominante en la iglesia, el creciente materialismo entre los miembros, el incremento del pluralismo, los escalofriantes niveles de apatía y la escalada de la polarización dentro de la iglesia no son más que señales de una llamada a la acción del liderazgo. Es tiempo de que nosotros, transformados por la presencia capacitadora del Espíritu Santo, nos convirtamos en líderes transformadores.

     He aquí cuatro principios fundamentales que, si los integramos a nuestras vidas o a nuestros ministerios, nos formarán y transformarán corporativa e individualmente.

  1. “Busque primero el reino”

     Desde la cumbre del Monte Sinaí Dios le pidió a su pueblo que no tuviera otros dioses. Ahora nos pide amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente. Esto es pasión —una respuesta a su pasión—, puesto que hemos sido su pasión consumidora desde la creación. Dependiendo del grado en que él no sea nuestra pasión consumidora, practicamos una forma de idolatría por algo o alguien más. ¿Es Jesús la pasión de nuestras vidas? ¿O el reino de este mundo, e incluso la iglesia, nos estimulan mucho más? Nuestro pueblo conoce nuestras pasiones; ¿las conocemos nosotros?

     Es relativamente fácil para muchos de nosotros preocuparnos más por “la obra”, que por el Maestro de esa obra. Podemos llegar a estar más interesados en “la verdad”, que en él, que es la verdad; en la “iglesia”, que en la cabeza de la iglesia; en la naturaleza de Cristo, que en Cristo mismo. Algunos de nosotros estamos más entusiasmados por el poder y el liderazgo que por Jesús, el único que puede darle significado y poder a nuestro liderazgo; en los reglamentos y programas, que en el Espíritu que controla nuestras vidas.

     Nuestra pasión por él surge de la comprensión de lo que ha hecho por nosotros. Únicamente mientras experimentamos su gracia redentora cotidianamente estamos preparados para dirigir. Mientras vivimos por fe, seguros de nuestra propia posición ante Dios, llega él a ser nuestra pasión, y las demás cosas ocupan su verdadero lugar.

     Estar donde Dios quiere que estemos y hacer lo que él quiere que hagamos, es más importante que alcanzar el éxito desde nuestra propia perspectiva. La vida vivida estando realmente conscientes de Dios y en estrecha conexión con él, constituye el éxito fundamental. Todos los demás logros son meros subproductos de lo que verdaderamente cuenta en la vida. ¡Confíe en Dios! Porque, o él es lo que dice ser, o lo que llamamos cristianismo no es más que una farsa sin sentido. ¡Él es suficiente! ¡Esta es su Iglesia! Él es lo suficientemente grande como para dirigirla; y todavía mejor, él puede y quiere hacerse cargo de ella. Nuestras preocupaciones o intentos de transformarla en lo que pensamos que debiera ser, sólo puede llevarse a cabo a su manera. Al tratar de resolver los problemas ajenos, podemos olvidar resolver los nuestros.

2. “Hasta que seáis Investidos de poder”

     La intimidad aviva y nutre la pasión en cualquier relación. Necesitamos pasar tiempo en cantidad y calidad suficientes en comunión con Dios para que se afirme la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. ¿Podrá Dios confiamos el liderazgo de su iglesia si nuestra vida devocional no es ferviente? Es el tiempo que pasamos a solas con Dios, corporativa e individualmente, lo que afina la atención de nuestras prioridades y nos habilita para recibir la presencia y el poder de Dios. La insuficiencia de tiempo para llevar una vida devocional consistente es la razón primaria de nuestra falta de poder; contrariamente, la intimidad de nuestras vidas con Cristo es la medida de nuestro poder para Dios. Es en esta intimidad con el Maestro que aceptamos por la fe su Espíritu prometido. A medida que le pedimos que descubra nuestras vidas y las controle con su Espíritu, él cumple su promesa y viene a nosotros de nuevo en la persona del Consolador. Por fe aceptamos individualmente lo que él derramó sobre su iglesia en el día de Pentecostés: el Espíritu Santo, en el poder de la “lluvia temprana”. Diariamente reiteramos nuestra entrega a su control, aceptando su promesa de llenarnos de su Espíritu y orando por la “lluvia tardía”. A medida que nos entregamos a esta recepción del Espíritu Santo descubrimos que primero nos trae la presencia de Jesús y luego nos convence de pecado y de justicia. Así él, el Espíritu Santo, nos guía mientras nos llena de poder.

     Nuestra conexión con Cristo debe ser nuestra primera prioridad. Dios puede ser la pasión de nuestras vidas sólo mientras mantengamos el Calvario en el foco de atención a través de la práctica devocional diaria. Quizá hasta podríamos seguir el ejemplo del más destacado funcionario de estado que registra la Biblia: Daniel. Él pensó que era de suprema importancia tener tres momentos establecidos diariamente para la comunión con su Dios. Nosotros debemos reconsiderar el tiempo que pasamos a solas con Dios con más cuidado de lo que ponemos en cumplir cualquier otra cita u horario. Una persona de confianza puede ayudarnos a proteger ese tiempo crucial con Dios.

     Es fácil llegar a estar tan ocupados en la “obra de Dios”, que olvidemos nuestra necesidad de pasar tiempo con Cristo. Comisiones, programas y asuntos de rutina pueden desplazar el tiempo de comunión con Dios. Podemos ser tan activos que perdamos la tranquilidad y la quietud con Dios: única fuente de nuestro poder. “Pero la palabra ocupado es el síntoma, no de la dedicación sino de la traición. No es devoción sino deserción. El adjetivo ocupado cuando se coloca como modificador de pastor debiera sonar a nuestros oídos como la palabra adúltera, para caracterizar a una esposa, o desfalcador, para describir a un banquero. Es un afrentoso escándalo, un insulto blasfemo’.[6] (la cursiva es nuestra.) Desde lo profundo de nuestra experiencia devocional la intimidad con Dios permea cada área de nuestras vidas y transforma cada acto en un sacramento de gracia que brota de nuestro continuo caminar con él.

      Los que estamos comprometidos en el liderazgo organizacional necesitamos también asumir nuestra responsabilidad de ayudar a los pastores a poner en práctica este principio. Podemos desafiarlos primero con nuestro propio ejemplo, y luego invitarlos a unirse con nosotros en una dedicación a pasar tiempo con Dios. Podemos eliminar algunos de los ‘afanes’ que nosotros también aconsejamos con frecuencia a los pastores que abandonen, y podemos ayudar a nuestros miembros de iglesia a comprender que a menudo ellos esperan que sus pastores “sirvan a las mesas” (Hechos 6) en vez de ser líderes espirituales dedicados a “la oración y al ministerio de la Palabra”. También debemos ayudar a nuestros pastores a dejar algo del control que ejercen sobre la iglesia y permitir que el Espíritu Santo obre a través de otros mientras ejercen el liderazgo que les corresponde.

  • “A todos atraeré a mí mismo”

     José había servido como anciano de iglesia durante 12 años. Cuando vio a Cristo levantado, fue atraído a él. Entonces pude encaminarlo para que aceptara a Jesús como su Salvador personal por primera vez en su vida. En esas circunstancias se convirtió en un poderoso líder espiritual que pronto condujo a otros a los pies de Cristo.

     El Cristo exaltado es el secreto del ministerio exitoso. El poder que transforma a otros es la suma de nuestras habilidades para exaltar a Cristo. Es sumamente fácil confiar en nuestros muchos buenos programas y técnicas evangelistas para convertir a la gente. Si bien los programas y los métodos tienen su lugar, lo mejor que podemos ofrecer a la mente secular, los de “la explosión de bebés”, los materialistas, o indiferentes, es la realidad de Jesús exaltado por el testimonio de la vida y la palabra. La tentación de depender de alguna técnica o de algún “truco” puede llevarnos al uso de métodos o técnicas antiéticos o antibíblicos en lugar de depender de Cristo. La cristiandad de hoy no ha podido atraer a muchos, no por falta, de programas apropiados, sino por falta de la presencia capacitadora de Cristo. “El cristianismo no ha sido tanto pesado y hallado falto, como hallado difícil y dejado sin probar”.[7]

     Cuando nos encontramos cara a cara con Cristo, podemos rechazarlo o resistirlo, pero nunca ignorarlo. Y, si no lo resistimos, seremos atraídos a él.

     ¿Hemos confiado más en nuestras capacidades y métodos que en su presencia y poder? ¿Hemos tratado de convertir a las personas a una verdad, sin atraerlas a Uno que es la Verdad y los ama? ¿Cómo podemos integrar principios de espiritualidad en el proceso de evangelismo?

4. “Id y haced discípulos”

     A medida que Jesús atrae a la gente hacia él, nos confía la responsabilidad de hacerlos discípulos. La comisión evangélica de hacer discípulos es el epítome del liderazgo cristiano. El ministerio pastoral reducido a su mínimo común denominador es la formación espiritual: el movimiento de toda la vida hacia Dios. Esto es hacer discípulos. Aunque hemos tendido a enfocar este aspecto del ministerio sobre aquellos que no son miembros de la iglesia, debe comenzar por casa.

     Cuando Jesús envió a sus discípulos a ministrar, les dijo: “Id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mat. 10:6). Él sabía que el evangelismo comienza en realidad por la iglesia. Nosotros también necesitamos comprender que la necesidad de hacer discípulos o hacer evangelismo dentro de la iglesia es tan grande como la necesidad de evangelizar a nuestras comunidades. Sólo un pequeño porcentaje de nuestros miembros goza en verdad del discipulado íntimo de un caminar con Dios en una total dedicación para buscar “primeramente el reino de Dios”. Únicamente en la medida en que logren un vibrante caminar con Dios tendrán algo que compartir. Con demasiada frecuencia tratamos de obligar a los miembros a salir y testificar acerca de algo que realmente no conocen. Debemos comenzar ayudándoles a llegar a ser discípulos de Cristo. Entonces él puede alcanzar a otros a través de ellos, porque el verdadero discipulado significa compartir lo que hemos recibido de otros.

     Nuestra función principal como líderes en la iglesia cristiana es de formación espiritual, tanto a nivel corporativo como a nivel individual, y eso dicho en términos sencillos, es el arte de hacer discípulos. No importa cuál sea nuestro nivel de liderazgo en la iglesia, compartimos la comisión evangélica de hacer discípulos. Cada uno de nosotros guía a otros que quieren ser discípulos -que quieren crecer en la apasionada relación descrita en los primeros tres principios. Si no nos mantenemos activos en este proceso de hacer discípulos, comenzaremos a morir espiritualmente. Sólo podemos crecer en el grado en que compartimos a Cristo con nuestros semejantes. Esto es tan cierto para un administrador, como lo es para un pastor o un miembro, y la predicación pública sola no satisface esta necesidad básica.

     La comisión de hacer discípulos significa más que mera conversión intelectual a un conjunto abstracto de verdades cognoscitivas. A menudo limitamos nuestro evangelismo únicamente a presentaciones doctrinales. Podemos hacer discípulos más efectivamente cambiando el orden de los primeros tres principios. Comenzamos haciendo a Jesús real y levantándolo, integrándolo como Señor en cada área de nuestra vida diaria: “Debemos reunirnos en tomo a la cruz de Cristo. Cristo, y Cristo crucificado, debe ser el lema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Debemos recordar todas las bendiciones que recibimos de Dios; y al cerciorarnos de su gran amor, debiéramos estar dispuestos a confiar todas las cosas a la mano que fue clavada en la cruz en nuestro favor*.[8]

     Luego, a medida que él atrae a otros a si, les enseñamos a caminar, o “permanecer* en él, hasta que se convierta en su pasión consumidora. Una vez que se hayan enamorado del Maestro, las presentaciones doctrinales o del estilo de vida se convierten en parte de la tarea integral de hacer discípulos a las personas que ya se han entregado al señorío de Jesús.

Trabajando con comisiones

     Podemos hacer del crecimiento espiritual de la iglesia una prioridad suprema, reconociendo que la proyección evangelistica sólo puede tener lugar verdaderamente en el contexto del crecimiento espiritual. El trabajar con comisiones nos da la oportunidad de alimentar la espiritualidad del cuerpo. Para hacerlo, necesitamos imprimir una dimensión espiritual a las comisiones que presidimos.

     Al atender a este consejo podemos hacer de la renovación espiritual y del reavivamiento una cuestión personal para cada miembro de la comisión.

     Podemos elegir miembros para conformar la comisión más por su madurez espiritual que por su influencia política o capacidad financiera. Podemos desafiar a cada miembro de la comisión a reconocer su responsabilidad de crecer espiritualmente para llegar a ser un elemento más efectivo. Esto puede hacerse a través de un modelo de prioridades espirituales, retiros espirituales de la junta, desafíos personales, y la integración de estos principios en la vida y función de la junta. Debemos dar más que mero servicio de labios a las prioridades espirituales. Podemos hacer que los devocionales de la junta. sean más significativos. La oración puede llegar a ser más que una indicación de que pedimos que Dios bendiga las decisiones de nuestra junta. Más bien deberíamos permitir que las oraciones lleguen a ser una parte tan significativa de nuestras actividades corporativas que contribuyan a unir al grupo en su búsqueda de Dios y su dirección al hacer decisiones. Podemos explorar diferentes maneras de dar a cada miembro de la comisión la oportunidad de orar. Esa experiencia en la oración puede orientarse a elevar a cada uno en demanda de dirección divina en puntos específicos de la agenda o por algunas preocupaciones o peticiones específicas. Dos horas dedicadas a la Palabra de Dios y a la oración antes de proceder a deliberar los asuntos de una asociación podrían transformar nuestras juntas y decisiones. Donde se lleva a cabo esta práctica se ha demostrado que realmente ahorra el tiempo que se pierde en discusiones innecesarias y disputas.

     Algunas asociaciones están encontrando fortaleza y renovación al fomentar simplemente una vida de oración sistemática de la junta por medio de la adoración diaria o la oración en pequeños grupos. Reunirse para orar puede ser un importante paso en la solución de muchos conflictos y llegar a estar abiertos al cambio y a la obra del Espíritu Santo.

     Si hemos de hacer del reavivamiento y la espiritualidad una prioridad corporativa, debemos mantenerlo siempre bajo la atención corporativa. Podemos hacer de la renovación espiritual y del reavivamiento un punto regular de la agenda para planear, trazar o revisar estrategias. Hacer los negocios rutinarios no es suficiente. Hagamos del crecimiento espiritual una parte integral e intencional de nuestra vida como cuerpo eclesiástico.

     Algunas de las más importantes herramientas para la formación espiritual, personal y corporativa son: oración auténtica; estudio y memorización de la Palabra de Dios; meditación en Dios y en su Palabra; y compartir nuestra fe con otros. Podemos fomentar y facilitar el crecimiento espiritual a medida que usamos estas herramientas para aumentar nuestra apertura a la visión y la presencia de Dios. Ellas nos ayudarán también a integrar el Evangelio y señorío de Jesucristo a nuestras vidas cotidianas.

     “No podemos tener una fe débil ahora; no podemos estar seguros con una actitud descuidada, indolente y perezosa. Hay que utilizar hasta el último ápice de habilidad, y hay que pensar en forma aguda, serena y profunda. La sabiduría de ningún instrumento humano es suficiente para trazar planes y proyectos en este tiempo. Exponed cada plan delante de Dios con ayuno, humillando el alma delante del Señor Jesús, y encomendad vuestros caminos al Señor. La promesa segura es que él dirigirá vuestras sendas. El posee recursos infinitos”.[9]

     “Dios ha dispuesto que los que asumen responsabilidades se reúnan a menudo para consultar unos con otros y orar fervientemente pidiendo la sabiduría que sólo él puede impartir. Unidos, presentad a Dios vuestras dificultades. Hablad menos; mucho tiempo precioso se pierde en conversaciones que no producen luz. Que los hermanos se unan en ayuno y oración para obtener la sabiduría que Dios ha prometido otorgar liberalmente”.[10]

Dirijamos para el reavivamiento

     Finalmente, nuestro liderazgo puede ser una extensión del ministerio y liderazgo de Cristo -y así debe ser si rompemos los grillos que atan a la iglesia. Sólo la presencia capacitadora de Cristo y su Espíritu pueden resolver nuestros problemas y transformarnos como pueblo. Podremos basar nuestro liderazgo en la experiencia personal de la gracia transformadora de Dios y el poder capacitador de la presencia de su Espíritu. Podremos aceptar sin reservas a otros y elevarlos muy cerca de Jesús. Podremos interesarnos más en dirigir a las personas para que lleguen a ser hombres y mujeres de Dios que en procurar que hagan cosas correctas. Podremos entender que la verdadera obediencia y la actuación más apropiada serán siempre el resultado de una experiencia redentiva con Cristo Jesús. Podremos también reconocer nuestra función de dirigentes del camino al reavivamiento, trabajando con las personas donde estén sin recurrir a métodos humanos. Podremos estar tan identificados con Jesucristo que seamos capaces de confrontar a otros con la presencia, el poder y la visión del Señor resucitado.

     Cristo nos ha llamado a su ministerio. Y es capaz de usarnos según su voluntad. Él nos desafía a levantar los ojos de la gente más alto, hasta el pie de la cruz. En la presencia de Jesús encontramos nuestra mayor capacidad para ministrar; él es suficiente para cualquier desafío que se atraviese en nuestro camino. Su iglesia puede llegar a ser todo lo que él quiere que sea a medida que la dirijamos de vuelta a él y le demos la oportunidad de obrar. Tanto los dirigentes espirituales como los miembros pueden confiar en que él hará todo lo que ha dicho que hará.


Referencias:

[1] Los nombres de personas y lugares han sido cambiados por razones de ética.

[2]  A menos que se indique otra cosa, todos los textos usados en este artículo son de la versión Reina Valera, revisión 1960.

[3]  Elena G. de White, Servicio Cristiano, pág. 53.

[4] Ibid.

[5] __________El Deseado de todas las gentes, (Montain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1898), pág. 329.

[6]  Eugene Peterson, The Contemplative Pastor (Carol Stream, III.: Christianity Today, Inc.» and Dallas: Word Publishing, 1989), pág. 27).

[7]  G. K. Chesterton, citado por Dallas Willard, The Spirit of the Disciplines (San Francisco, Calif.: Harper San Francisco Publishers, 1988), pág. 2.

[8] Elena G. de White, El camino a Cristo (México: Ediciones Interamericanas, 1966), pág 104.

[9] _____ Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: Publicaciones Interamericanas, 1977), tomo 2, pág. 418.

[10] _____ Consejos sobre el régimen alimenticio (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1974), pág. 222.