Necesitamos aprender muchas lecciones y desaprender otras
Habían pasado más de 200 años desde la entrada de Jacob a Egipto y la situación de sus hijos era normal y, hasta cierto punto, de holgada prosperidad y paz. Pero los años pasaron. José murió y “entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José; y dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros’ (Exo. 1:8,9).
La preocupación del monarca egipcio era justificada, pues en caso de producirse una guerra, los israelitas podrían unirse al enemigo y huir de Egipto. Por otra parte, ‘las leyes prohibían que fueran expulsados del país’ (PP 247). Al optar por someter- los a trabajos forzados, los convirtió en esclavos.
En estas circunstancias apareció el Señor dispuesto a intervenir en favor de los suyos.
En la hora más dolorosa y oscura, cuando no parecía haber esperanzas de liberación, Dios conservó milagrosamente la vida de Moisés a quien posteriormente habría de exponerle sus planes. Al elegir a Moisés el Señor le dijo: ‘Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias” (Exo. 3:7). Y mientras todo esto acontecía, “a los ancianos de Israel les comunicaron los ángeles que la época de su liberación se acercaba” (PP, 251). A pesar de que los ángeles instruyeron a Moisés y le comunicaron que Dios lo había elegido para poner fin a la terrible esclavitud, intentó cumplir su misión divina por medios humanos. ¡Con cuánta frecuencia ocurre lo mismo en la actualidad! Y así como Moisés necesitó cuarenta años de disciplina en el desierto que lo capacitarían para cumplir su misión, nosotros también necesitamos aprender muchas lecciones y desaprender otras para que Dios puede utilizarnos con eficacia.
Un día, mientras Moisés apacentaba las ovejas de su suegro en Horeb, Dios se le apareció en una zarza ardiente. Fue un encuentro maravilloso seguido de un prolongado diálogo. Dios le propuso el desafío de ser el libertador de su pueblo. El mandato divino le pareció a Moisés una misión imposible y presentó muchas excusas, pero Dios le dijo: “Ve, porque yo estaré contigo” (Exo. 3:12).
Lo que Moisés temía era que los israelitas no lo reconocieran ni le creyeran cuando se presentara como enviado de Dios. La pluma inspirada nos dice que: “Estas excusas procedían al principio de su humildad y timidez; pero una vez que el Señor le hubo prometido quitar todas las dificultades y darle éxito, toda evasiva o queja referente a su falta de preparación demostraba falta de confianza en Dios. Entrañaba un temor de que Dios no tuviera capacidad para prepararlo para la gran obra a la cual le había llamado, o que había cometido un error en la selección del hombre” (PP 259).
Dios, en su misericordia y paciencia, concedió a Moisés una demostración palpable del poder del que dispondría y que lo acompañaría: “Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara. Él le dijo: Échala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella” (Exo. 4:2, 3).
Sabemos por el relato bíblico todas las maravillas que Dios hizo por medio de Moisés para llevar a su pueblo hasta la tierra prometida.
Dios encontró en Moisés, dada la desconfianza en sus propias habilidades, el instrumento que necesitaba. Lo mismo ocurre hoy con nosotros. Cuando, como ministros, reconocemos nuestras limitaciones, Dios nos concede sabiduría y fortaleza. Tenemos en nuestras manos el poder que el Señor Jesús prometió antes de ascender al cielo “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os hé dicho” (Juan 14:26). “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8).
Que en el año 1993, que ha sido denominado “Año del pastor”, cada ministro adventista experimente la ardiente convicción de que al dedicar su vida al Señor, su trabajo no será en vano. Que sienta que el mensaje del Evangelio que predica, tiene sabor de vida para vida y que encierra una gloriosa esperanza de vida eterna.
Sobre el autor: Secretario Ministerial División Sudamericana.