Constituyó una experiencia particularmente penosa para mí oficiar en los funerales del pastor Alfredo Aeschlimann Bosch. Me parecía paradójico ministrar en favor de quien, en forma tan ferviente, apasionada y eficiente, había sido un maestro y formador de ministros. Por estar sirviendo en la posición en que él sirvió, me tocó expresar ante sus familiares y todos los presentes en esa ocasión, lo que expreso ahora para toda la iglesia interamericana: el profundo pesar que embarga al Departamento Ministerial de la División Interamericana por su fallecimiento, al rendirle un merecido homenaje por lo que hizo en favor del ministerio adventista en general, especialmente aquí en Interamérica.
Nuestra Iglesia, como toda organización o institución ideológica, se fortalece y beneficia cuando surgen en su seno individuos sólidos, de convicciones firmes y con la capacidad de comunicar en forma clara, sencilla y sistemática los artículos de su fe. Esto no sólo asegura la continuidad y pureza de los principios, sino que les da forma y cohesión ante los cambios y conflictos que la vida impone a cada generación. El beneficio es mayor cuando esa fe, expresada en forma tan ausente de compromisos, es avalada por el ejemplo consistente y modesto.
El pastor Alfredo Aeschlimann Bosch vivió por y para sus convicciones. Enérgico en sus procedimientos, justo en sus decisiones, firme e inamovible en sus principios. Fue un generador de ideas, procedimientos y planes originales. Aunque firmemente anclado en el fundamento de lo conocido, no tenía temor de explorar y experimentar cuando la necesidad así lo demandaba.
El pastor Aeschlimann fue un hombre de fe y acción. Vivió hasta el último día de su vida totalmente entregado al servicio de su Maestro, sin escatimar esfuerzos ni sacrificios, y sin buscar reconocimientos ni compensaciones de ninguna clase. Para él, lodo lo que adelantase la sagrada causa debía hacerse con diligencia e integridad, sin esperar más recompensa que el privilegio de llevarla a cabo. Nunca lo vimos desviarse un ápice del código del honor. Su lema fue la entrega total c indivisa a Cristo y a su iglesia. Por ello su presencia imponía respeto y veneración y su palabra penetraba la conciencia.
Vivió su vida intensamente. Su lema eran Jesucristo y su preciosa causa. Jamás hablaba de otra cosa. Su conversación era elevadora porque estaba exenta de lodo lo trivial. Y sin embargo, siempre fue accesible para quien lo necesitara. Decenas de ministros pueden trazar el proceso de su decisión, o bien la confirmación en el servicio, hasta una palabra, un acto o un consejo suyo.
Estas sencillas palabras tienen sabor de emoción personal porque el ministerio del pastor Aeschlimann influyó poderosamente en mi vida. Estoy seguro que una gran cantidad de pastores, maestros, administradores, dirigentes y miembros de iglesia pueden dar el mismo testimonio de haber sido influidos poderosamente por su brillante ministerio. Expresamos nuestra gratitud a su memoria. Cuando la negra noche de la historia se ilumine con la luz de la mañana de la resurrección, esperamos tener el privilegio de agradecerle personalmente otra vez por lodo el bien que nos hizo.
Agradecemos a Dios por haber sido bendecidos con su ejemplo que en muchos casos se constituye en un verdadero desafío. En el corlo lapso de veinte días, hemos perdido a dos grandes hombres: El pastor Salim Japas y el Pastor Alfredo Aeschlimann. Esta generación se está quedando rápidamente sin algunos de los hombres que contribuyeron a dar peso y estabilidad a la vida ministerial. Nos estamos quedando sin los modelos que durante mucho tiempo nos inspiraron a la búsqueda de la excelencia. Pero nos da confianza lo que dijo otro de los grandes hombres de Dios que les precedió, el pastor Enoch de Oliveira: “La mano de Dios está al limón”. Creemos que quien nos llamó también nos capacitó y nos capacitará a quienes quedamos en el campo de batalla.
Las palabras del profeta de Palmos son de especial significación en estos momentos: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apoc.14:13). El recuerdo del pastor Aeschlimann no se limitará a las palabras de sabiduría que le oímos decir durante tanto tiempo, sino a lo que le vimos hacer, a sus actitudes, su visión, sus sueños y sus esperanzas. Que descanse en paz el pastor Aeschlimann mientras nosotros, estimulados por su recuerdo, continuamos la tarea hasta terminarla, para que pronto estemos con nuestro Señor junto al árbol de la vida.
Sobre el autor: Pastor