Tengo dos hijas gemelas. Son idénticas y nacieron con trece minutos de diferencia. Pasaron 9 meses compartiendo el mismo ambiente en la matriz. Vivieron en el mismo hogar durante 20 años. Fueron a la misma escuela y tomaron las mismas clases durante 14 años. Se parecen casi en todo. Para ellas no es difícil vivir juntas, estrechamente unidas.
Nuestra iglesia nació en los Estados Unidos de Norteamérica. Creció dentro de la misma cultura. Desarrolló su organización en el mismo contexto social. Elaboró su teología en el mismo terreno religioso. Comenzamos como una iglesia homogénea compuesta de gente de mentalidad afín. Si no siempre concordábamos como esperábamos, al menos podíamos discutir desde la misma plataforma de experiencia social y cultural.
Ahora somos una iglesia multicultural, multiétnica y multilingüística. Llegamos a Utrecht con un mundo de diferencias. ¿Cuál es el adhesivo que puede mantenernos unidos mundialmente?
Estamos aquí en Utrecht, provenientes de las costas de África, de las costas de América, de las islas del Pacífico, del continente europeo; un pueblo unido, la única denominación protestante verdaderamente internacional. Lo que tenemos en común, ¿trascenderá nuestras diferencias? ¿Seremos capaces de seguir unidos mientras nuestros compatriotas enfrentan hostilidades de odio y muerte unos contra otros?
Un mundo fracturado
Jesús vino para incorporarnos a la familia de Dios como hermanos y hermanas. Sin embargo, el odio religioso y la violencia destructiva corren rampantes a través de todo el mundo civilizado. ¡En Bosnia, los musulmanes están llevando a cabo una “limpieza étnica”, un eufemismo antiséptico para referirse a un asesinato masivo! Los sikhs y los hindúes de la India chocan cotidianamente, quemando casas de adoración y matándose unos a otros. Los judíos y palestinos mueren en peleas que tienen su origen en visiones diferentes de la tierra santa. La lista de los conflictos inspirados por la religión es interminable. En cada rincón de nuestro mundo, las fuerzas religiosas y la cultura, la raza y el idioma, están dividiendo cada vez más a la gente en grupos de odio.
¿Qué papel desempeñará la Iglesia Adventista Internacional en esta época? ¿Hallaremos nuestra identidad en el tribalismo de nuestros países? ¿Experimentaremos la balcanización de la iglesia? ¿o hallaremos una unidad interracial, intercultural e interlingüística en la fe de nuestros padres? ¿Cuál es el adhesivo que puede mantenernos unidos? ¿Qué será lo que podrá mantenernos unidos en un mundo fragmentado? Recordemos a la iglesia primitiva para hallar la respuesta.
La lucha de la iglesia primitiva
Según Hechos 15:1, “algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circundáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos”. Esto hizo que Pablo y Bernabé entraran en una violenta discusión con ellos.
Satanás produce división. Su modus operandi es la desunión. El separó a Adán de Eva, a Caín de Abel, a Lot de Abrahán, a Jacob de Esaú, a José de sus hermanos, a Saúl de David, a David de Absalón, a Acán de Israel, a Oseas de Gomer, a Judas de los doce, a Ananías y Safira de la iglesia. ¡Incluso intentó separar a Jesús de su Padre!
Y hoy trata de separarnos unos de otros. El usa el color, el idioma, la bandera política, el género, la tribu, la nacionalidad e incluso la visión de Dios con este fin.
Cuando hablamos de la unidad de la iglesia primitiva nos gusta pensar en Hechos 4:32: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común’. Este es un buen texto y hubo, en realidad, un período de armonía.
Pero el masivo cambio social y cultural que se produjo cuando los judíos y los gentiles se relacionaron más estrechamente unos con otros, fue una experiencia desgarradora. No debemos subestimar la importancia de este conflicto que Pablo y Bernabé tuvieron con los de la circuncisión. El asunto en el cual diferían era fundamental para la iglesia. La pregunta que se hacían era: “¿Cuál es el adhesivo que nos mantiene unidos?” ¿Es la circuncisión parte de nuestra identidad? Los primeros cristianos se tambalearon casi al borde de la separación creando un partido judío y otro gentil. ¿Qué los podía mantener unidos? ¿Cómo mantendrían la unidad a medida que el evangelio se esparcía del judaísmo homogéneo hacia la sociedad gentil del mundo romano multicultural y multiétnico?
Nosotros afrontamos el mismo problema hoy a medida que crecemos más rápidamente para convertirnos en una iglesia internacional. El asunto inmediato que confrontó la iglesia primitiva fue la circuncisión, pero el problema real era la unidad. ¿Tendremos cristianos judíos y cristianos gentiles? ¿O tendremos una familia de Dios? La iglesia se movió hacia la solución del conflicto al convocar a la primera sesión de la Asociación General en Jerusalén.
Cómo manejaron el asunto
Hechos 15:2 nos informa que se “dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión”.
¿Necesitaban Pablo y Bernabé ir a Jerusalén para saber cómo se salva una persona? Pablo sabía perfectamente cómo se salva una persona y sabía también que estos judaizantes, que promovían la circuncisión, que habían venido a Antioquía, estaban equivocados. Pero el apóstol y su compañero respetaban la opinión de “los hermanos”. La iglesia era sumamente importante para ellos. La opinión de los apóstoles y los ancianos hacía la diferencia para ellos.
Si a usted no le importa lo que piensan los demás, usted no irá a Jerusalén. Si a usted no le importa la unidad de la iglesia, no va a Jerusalén. Si a usted no le importa la unidad, no irá a Utrecht. Si usted cree que su opinión es la única válida, no irá a Utrecht.
Para ser familia de Dios nos comprometemos unos con otros. El reino de Dios no está representado por enclaves privados de solistas, cada uno cantando su propia fe, escuchando a sus propios directores, y marchando al son de su propio ritmo. La iglesia no es una colección de píos individualistas. Las opiniones de los africanos, sudamericanos, interamericanos, rusos, europeos, australianos y de todas partes del mundo deben importarnos. A fin de poder ser uno en Cristo, debemos escucharnos unos a otros.
“Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y los apóstoles y los ancianos, y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos” (Hech. 15:4). En otras palabras, presentaron un “informe misionero” sobre la obra realizada entre los gentiles.
Pero había algunos en Jerusalén que no estaban muy satisfechos con los relatos misioneros. Hechos 15:5 dice que “algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés”. Ellos deseaban la unidad, pero una unidad bajo sus propios términos Escucharon el informe de las misiones y dijeron:
- Pero ellos no se visten como nosotros.
- No comen como nosotros.
- No tiene el mismo color de piel que nosotros.
- No están circuncidados como nosotros.
Ellos querían una unidad fundamentada en la circuncisión. “No podemos hablar de unidad a menos que seáis circuncidados”. Me los imagino defendiendo con gran elocuencia la fe basada en la Escritura y las historias de Abrahán. Probablemente citaron Génesis 17:10, 11: “Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros”. Probablemente citaron repetidas veces la historia de Moisés que fue casi muerto por un ángel por no haber circuncidado a su hijo. Apelaron a la sesión de la Asociación General para que no se abandonara la fe que había sido transmitida desde los tiempos del padre Abrahán. Deseaban la unidad, una unidad basada en las tradiciones judías. Temían perder su identidad.
¿Qué haría la iglesia primitiva? ¿Dividirse en sectas? “Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto’ (Hech. 15:4). Y la cuestión era: ¿Qué requeriremos de TODOS los que se unan a la iglesia: sean gentiles, judíos, romanos, o egipcios? ¿Cuál es el denominador común? ¿Cuál es el adhesivo que nos hace uno, que nos identifica como cristianos? ¿Cuál es el centro? ¿Cuál es nuestra identidad?
“Y después de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros sabéis como ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros” (Hech. 15:7, 8). Este primer argumento de Pedro es elemental: “Dios demostró su aceptación de estos gentiles incircuncisos cuando derramó su Santo Espíritu sobre ellos”. Si la Iglesia Adventista ha de mantener su unidad mundial, también debe estar abierta a la dirección del Espíritu Santo.
Nuestra lucha
Un segundo argumento que Pedro utilizó se encuentra en el versículo 9: “Y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones”.
Dios no hizo distinciones, Dios no hizo diferencias. Los seres humanos trazan líneas donde Dios no ha trazado ninguna. Los seres humanos hacen diferencias donde Dios no las hizo. Los hombres inventan reglas que Dios no estableció. Nosotros separamos donde Dios unifica. Nosotros nos hacemos exclusivos donde Dios es inclusivo. Nosotros construimos barreras donde Dios construye puentes. Nosotros construimos murallas, mientras que Dios vino a derribar la “pared intermedia de separación” (Efe. 2:14).
El tercer argumento que utilizó Pedro aparece en el versículo 10: “Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?”
Con seguridad provocamos un cisma en la iglesia cuando aquello que está condicionado por la historia, es impuesto como ley; cuando aquello que crece como producto de la cultura, se convierte en la norma para todos; cuando aquello que es localmente importante, se hace universal en su aplicación. Nos dividiremos en iglesias nacionales separatistas cuando elevemos la “circuncisión” de nuestro tiempo a la posición de adhesivo para nuestra unidad e identidad.
No se logrará la unidad manteniendo a todos unidos mediante una serie de reglas. El adventismo del séptimo día no se mantendrá unido como iglesia mundial desarrollando un adventismo muscular, mediante el fortalecimiento de la autoridad central de la iglesia. La unidad no se produce por las nuevas reglas sino por una renovación de la misión. No por una nueva estructura sino por una nueva visión, una misión renovada. No porque hemos añadido reglamentos, sino porque hemos añadido fe.
El cuarto argumento de Pedro nos da el principio de la unidad, el adhesivo, la fuente de nuestra identidad. Está en el versículo 11: “Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos”.
Unidos en su salvación:
- Yo soy blanco, pero soy salvo al igual que tú.
- Soy norteamericano, pero soy salvo al igual que tú.
- Yo hablo inglés, pero soy salvo al igual que tú.
- Yo no uso un anillo de matrimonio, pero soy salvo exactamente como lo eres tú.
¿Cuál fue el núcleo, el denominador común que los mantuvo unidos, la fuente de su identidad? Fue la aceptación incondicional de Dios, merced a su infinita gracia.
Después del discurso de Pedro llegó el momento de hacer una decisión. ¿Qué harían, puesto que los gentiles estaban entrando como inundación en la iglesia? ¿Pondrían clínicas para circuncidar a gentiles en Antioquía? ¿Establecerían escuelas para adoctrinar a los gentiles en las prácticas y costumbres judías? ¿Fue la circuncisión el adhesivo que los mantendría unidos?
Santiago expresó lo que parecía ser el consenso del grupo: “Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios’ (Hech.15:19). ¡Ese es el punto: No compliquen las cosas!
El adhesivo que nos mantiene unidos es el evangelio, las buenas nuevas de que Jesús no dejó la presencia de su Padre para darnos nuevas cargas, sino para aligerar las que ya tenemos. “Mi yugo es fácil”, dijo (Mat. 11:30). Vino a la tierra con las buenas nuevas del evangelio de la gratuita gracia y aceptación de Dios para que todos, sean negros o blancos, rusos o americanos, franceses o africanos… “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28).