Mis estimados hermanos y hermanas de todo el mundo. Les saludo en el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Nos hemos reunido aquí atraídos por un lema poderosamente competente… “Unidos en Cristo”. Si bien es un tema apropiado para una iglesia mundial, yo diría que estas palabras son mucho más que un tema. Son…un insistente imperativo.

            Insistente, porque vivimos en un mundo fragmentado, ya sea en Bosnia, Somalia, Medio Oriente, Irlanda o Norteamérica. Somos testigos de una fragmentación de razas, pueblos, denominaciones e interdenominaciones.

            Insistente, porque nuestra iglesia refleja en demasiados espejos la fragmentación de la sociedad. Incluso cuando cantamos himnos de fe, de comunión en la familia de Dios, somos agudamente conscientes de la fragmentación y división que existe en la familia humana. Los “bienaventurados lazos” ya no atan; y a lo que más se parece nuestra comunión, “¿cuál comunión?”

            “Unidos en Cristo”.

            ¡Insistente, si!

            E imperativo, porque estas palabras, “Unidos en Cristo”, reflejan un principio bíblico vital, que confronta, preocupa y que no puede ser ignorado.

            Ese imperativo condujo a Pablo a establecer una agenda de prioridades en Efesios 4:3, e hizo todo esfuerzo posible por mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.

            “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:13).

            Aquí el apóstol enumera la posesión de aquellas gracias que promueven y sostienen la unidad de la iglesia. Pablo ya había hablado sobre la importancia de la unidad en el capítulo 2 como una doctrina; ahora, en el capítulo 4, trata la unidad como práctica.

            Al iniciar estos días críticos que pasaremos juntos, días que nos colocan en el vestíbulo del reino, nos reunimos ante la reveladora luz de este insistente imperativo “Unidos en Cristo”. ¿Cómo responderemos a estas palabras? Ellas son muy conocidas. Las hemos oído antes.

            Sin embargo, sentimos honesta y dolorosamente que estas palabras no son la descripción de una hermosa realidad, sino de lo que debería ser, de lo que podría ser, de lo que probablemente llegue a ser….

            Necesitamos oír este insistente imperativo como;

  1. Un desafío que debe ser afrontado

            “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál. 3:26).

            “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo Jesús, de Cristo estáis revestidos” (Gál. 3:27).

            “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3:28).

            Esta sección de Gálatas es el clímax de la epístola. Desde el principio Pablo ha defendido la causa de la unidad en Cristo. Pero, ¿necesitamos ser enfáticos en cuanto a la clase de unidad que concibe Pablo? ¿Qué ocurre con las diferencias étnicas, sociales y sexuales de las personas? Pablo se refiere a tres tipos de polaridades. Y de hecho la unidad de la cual habla no es aquélla en la cual, las diferencias étnicas, sociales y sexuales desaparecen. Sino aquélla en la cual las barreras, la marginación, la hostilidad, el chauvinismo y el espíritu de superioridad entre las categorías son eliminadas. Ahora bien, ¿en qué sentido eso es cierto? Es evidente que no significa que la diferencia de nacionalidad, estatus o sexo no existan. Uno no pierde su identidad al hacerse cristiano.

            Si bien es cierto que uno en Cristo no suprime estas diferencias, uno en Cristo las torna irrelevantes. Esas diferencias no son la base para la aceptación o marginación, la superioridad o inferioridad. Las diferencias -aquellas cosas pequeñas -deben estar subordinadas a las grandes: una unidad más elevada entre los hijos de Dios.

            Pablo quiere decir que, habiendo llegado a ser uno con Dios como sus hijos e hijas, los cristianos se pertenecen ahora unos a otros en tal forma que las diferencias que antes los dividían ahora carecen de importancia. Y no importa cuándo los hombres y mujeres se traten como hermanos y hermanas, no sólo durante el sábado, sino en todos los asuntos de la vida, secular y espiritual. No somos hermanos y hermanas en el contexto de la iglesia, somos hermanos y hermanas fuera de ella.

            Es aleccionador notar que el énfasis todos somos “uno” en Cristo usa la forma masculina del numeral. Sin embargo, la diferencia no es entre masculino y femenino, sino entre masculino y neutro. Entre una personalidad unificada y una organización unificada. No uno en estructura sino uno en el cuerpo orgánico viviente de Cristo. Todos son uno en y con otros. Esta no es una unidad de administración u organización; el énfasis supone una unidad de relación personal, que actúa en todas las áreas de la vida.

            “Unidos en Cristo”.

            Ciertamente necesitamos escuchar este insistente imperativo como un desafío que debe ser afrontado, pero también necesitamos escuchar este insistente imperativo como:

  • Una señal que debe ser anhelada.

            Fue un tiempo doloroso. Era la última reunión que celebraban juntos Jesús y sus discípulos. Pronto estarían, no sólo sin él, sino también horrorizados por los trágicos eventos que presenciarían. Y, sin embargo, Jesús no puso énfasis en su persona, sino que sus pensamientos y preocupaciones tenían que ver con ellos, porque su gran deseo era que estuvieran unidos. Y esos pensamientos y preocupaciones fueron revelados en las que ciertamente les habrán parecido extrañas palabras.

            “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).

            Extrañas, porque ellos eran sus discípulos. ¿Por qué hablarles a ellos de amor? Ciertamente aquello estaba fuera de lugar. La gente a la que se podría odiar estaba fuera del aposento alto aquella noche, rondando furiosamente, como lobos en la oscuridad. ¿Y en un tiempo tan crucial, cuando asuntos de una importancia tan grande necesitaban ser considerados? ¿Por qué discutir esto? ¿Era lo más importante que podía decirse? ¿Y dónde residía la importancia de esto? En palabras inequívocas por su precisión y casi aterradoras por ser tan directas … dijo…:

            “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

            En esto sabrán todos…

            No mediante credos, investiduras, himnos, o rituales…

            Elena de White escribe: “No hay nada en el mundo que sea tan caro para Dios como su iglesia… Nada ofende más a Dios que el hecho de que su iglesia esté en un estado de desunión, porque presenta ante el mundo un mal testimonio y ejemplo’ (Manuscript Roteases, tomo 18, pág. 208).

            Todavía sigue siendo verdad, que nada impresiona más que una iglesia unida fraternalmente; y contrariamente, nada representa más falsamente a nuestro Señor que una iglesia desgarrada por las divisiones, tensiones, discordias y tumultos. En la medida en que los creyentes fracasan en amarse unos a otros, el mundo no creerá en ellos o en su cristianismo. Es la prueba del ácido del discipulado, y este hecho constituye un mensaje inequívoco para el mundo.

            Francis Schaeffer, en su libro The Church at the End of the 20th century, habla del amor como la “marca del cristiano”. “Sólo al ver esta marca, el mundo puede saber que los cristianos son cristianos de verdad y que Jesús fue enviado por el Padre”.

            Es una señal para el mundo.

            Es también una señal que nos habla a nosotros.

            “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano permanece en muerte” (Juan 3:14).

            El amor al cual Juan se refiere en estas palabras se origina en Dios e indica la existencia de vínculos con él. Aquí Juan produce una explosión que destruye el mito de la neutralidad. Esa idea de que puedo acabar con toda esta palabrería acerca del amor. Hay sólo dos esferas… no hay término medio.

            Sin embargo, el amor activo es una señal de vida, no el terreno de la vida. Nosotros sabemos a causa de… no que hayamos pasado por causa de…. Mantón esto en mente, no es un tipo de experiencia errática, no un comenzar, parar, aquí, allá. El tiempo presente del verbo “amamos” indica que la necesidad de la práctica del amor fraternal, como la marca de los cristianos, es constante. Como dice Wuest: Esto es “amar habitualmente”. Esta señal es una prueba absoluta del pasar de muerte a vida.

            “Cuando la experiencia religiosa está vacía de amor, Jesús no está allí; la luz del sol de su presencia no está allí. Ninguna actividad febril o celo sin Cristo puede suplir esta falta” (Discurso maestro de Jesucristo, pág. 126).

            La marca de un hijo de Dios, y la evidencia de una condición salvada, es una persona que habitualmente es un cristiano amante.

            Unidos en Cristo.

            Un desafío que debe ser afrontado.

            Una señal que debe ser anhelada.

            Estoy convencido que el insistente imperativo es más una prueba muy personal y más profundamente poderoso si las palabras, “Unidos en Cristo”, son escuchadas como:

  • Un don que debe ser recibido.

            Cuando lo vemos como un desafío… somos tentados a luchar más duramente…

            Cuando lo vemos como una señal que debe ser anhelada… nos volvemos más firmes.

            Pero, aun así, todavía quedamos divididos y sin amor.

            Sólo si lo vemos como un don que debe ser otorgado, puede ser verdaderamente recibido… “Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Juan 3:23).

            “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Juan 3:24).

            Bien, ¿quién es éste que habla con tanta convicción? ¿Será Juan? ¿cuál Juan? Ciertamente no el viejo Juan… el viejo Juan que dice Elena de White, que tenía graves defectos, orgulloso, impetuoso, vengativo, “hijo del trueno”, el de mal temperamento. Deseaba el primer lugar, sin la menor consideración por los samaritanos.

            En las palabras de Juan se destaca la idea de un morar juntos. Cristo en el cristiano y el cristiano en Cristo. Y esto se efectúa por medio del don del Espíritu Santo. Sólo el Espíritu trae “supremo amor por Dios y amor desinteresado de los unos por los otros” (Hechos de los apóstoles, pág. 45).

            Cuando Juan dice “el que no ama no conoce a Dios”, está enfatizando el hecho de que este principio sólo puede venir mediante una acción de Dios. No puede haber unidad sin amor, ni amor sin Dios.

            El amor es la semilla de la unidad. La unidad lograda sobre cualquier otra base no satisface a Dios. Ya sea unidad en teología, doctrina o credo. Es posible que los cristianos sean muy ortodoxos en teología, morales en conducta y desconsoladoramente faltos de amor. Pero es a través del amor de la iglesia que Dios llama al mundo.

            Unidos en Cristo… Un don que debe ser recibido.

            Será recibido… ¿Lo recibirá usted?

            Es un hecho… En Cristo hay unidad, y nuestra única esperanza está en Cristo. Y unidos en Cristo, Por Cristo, con Cristo.

            “Cristo vino al mundo con un mensaje de misericordia y perdón. Colocó el fundamento de una religión que une a judíos y gentiles, a blancos y negros, a libres y esclavos, en una gran hermandad, considerada en un mismo plano de igualdad a la vista de Dios” (Mensajes selectos, tomo 2, pág. 549).

            ¿Qué quiso decir Jesús cuando habló de unidad como la que existe entre él y su Padre? La unidad de sus discípulos no es institucional u organizacional, sino una unidad viviente y orgánica que fluye de la acción de Dios. Entonces en verdad toda la familia de Dios es un hermoso montaje, una hermosa combinación de diferentes culturas y temperamentos, colores y talentos, ofrecidos a Dios en adoración y ministrando para que él pueda ser glorificado.

            Unidos en Cristo. Debe haber una dedicación de nuestra parte para afrontar el desafío de Dios, alcanzable solamente por su gracia. Sin embargo, si su gracia es suficiente, ¿por qué todavía estamos haciendo un llamamiento a la unidad?

            La promesa es que seremos unidos. Y esa unidad será en Cristo, por Cristo y a través de Cristo. Como Vanee Havener nos recuerda: “Uno no afina veinte pianos tratando de armonizar unos con otros; más bien, todos son afinados con el tono de un diapasón, y cuando todos están afinados en el mismo tono, entonces armonizan unos con otros. Sólo cuando estén a tono con Cristo, estarán en armonía unos con otros”. En Cristo estaremos unidos pese a nuestra diversidad, que de otra manera podríamos estar divididos.

            Esto es una promesa, un don que debe ser reclamado solamente en Cristo. No existe unidad automática por el hecho de pertenecer a la iglesia, e incluso reclamar a Cristo como Salvador. Esa unidad en Cristo viene de Cristo, a través de la presencia del Espíritu Santo que mora en nuestro corazón.

            Sin embargo, esa promesa que debe ser reclamada, el don que debe ser recibido, no es unidad. No es el amor sino el Espíritu el que produce la unidad. Cuando yo recibo la promesa, el don del Espíritu es el que cambia mi forma de caminar, hablar, actuar, relacionarme con los demás y comulgar con ellos.

            Y la unidad que el Espíritu produce no es una cierta camaradería común, amistad, o alguna dedicación esporádica. Esta es unidad viviente, vital y vibrante. Si el Espíritu Santo está en usted, y el mismo Espíritu está en mí, seremos conscientes del vínculo de la unidad, porque donde el Espíritu reina hay unidad. Es una realidad interna que se expresa exteriormente.

            La unidad que el Espíritu produce es enriquecida por nuestra diversidad y estimula la madurez y el crecimiento. No basta salir de esta sesión de la Asociación General con nuevas intenciones, a menos que estén apuntaladas por una nueva experiencia… el Espíritu Santo. El Don que debe ser recibido.

            Dios espera, nosotros deseamos, que caiga el fuego. Mi mente retrocede al pasado, hacia aquella increíble confrontación que ocurrió en el Monte Carmelo. Cuando Elías, después de haber restaurado un altar derruido, … cavado una zanja, preparado la leña… dispuso el sacrificio, y entonces sucedió lo increíble. Después de tres años y medio de sequía. Cuando no había caído una sola gota de lluvia. Cuando el agua era el elemento más escaso y preciado. Elías vertió 4, 8, 12 barriles sobre el altar. Después de elevar una sencilla y ferviente oración, el fuego cayó, relampagueantes llamaradas lamieron el agua.

            Si hemos de recibir el don del Espíritu que trae unidad, debemos ofrecer aquello que es más caro y precioso para nosotros, sobre un altar restaurado y dispuesto.

            Ofrende aquello que es lo más precioso en su vida y su experiencia. El amor por la posición, obsesión de poder, sentido de exclusividad, odio emponzoñado, pecados ocultos y acariciados. Ahora, en el poder de Dios… derrámelo… todo sobre el altar… Y el fuego caerá. No hay mejor forma de comenzar estas reuniones que con “todo en el altar”.

            Entonces “Unidos en Cristo”… un desafío que debe ser afrontado, una señal que debe ser anhelada… será más poderosamente real. Un don que debe ser recibido…