¿Desea arder más en su predicación? Esta serie de artículos le ayudará a encender la llama.

            La predicación eficaz tiene a la humanidad dentro de ella y a la Divinidad detrás. La humanidad interiorizada procede de un estudio de la naturaleza humana en general y de su propia congregación en particular. La Divinidad que está detrás surge mayormente de una permanente y persistente exposición de la verdad bíblica: la predicación expositiva.

            La predicación expositiva se define generalmente en términos de la extensión del pasaje bíblico usado. La definición de Andrew Blackwood dice: “Predicación expositiva significa que la luz de cualquier sermón surge mayormente de un pasaje bíblico más largo que dos o tres versículos consecutivos”[1] Muchas veces el pasaje es un párrafo o capítulo bíblico, otras, un libro entero. La definición más acertada, sin embargo, tendría que ver menos con la medida del pasaje tratado y más con la manera de tratarlo.

            He aquí nuestra definición de predicación expositiva en su sentido más estricto y breve: “La predicación expositiva es predicar basado en un pasaje bíblico significativo de modo que las principales lecciones del sermón se originen en la Escritura y sean aplicados a una necesidad humana actual”. En su sentido más amplio, predicación expositiva es simplemente predicación bíblica.

Lo que no es la predicación expositiva

            No es un trampolín. Nuestra perpetua tentación es usar la Biblia como un trampolín desde donde poder saltar a la consideración de nuestros propios pensamientos. La Escritura es ajustada para adaptarse a nuestro pensamiento, en vez de que nuestro pensamiento se ajuste a la Biblia. Usamos la Biblia como una fuente de sermones, pero no es la verdadera fuente del sermón.

            No es pronunciar una conferencia. Si dar una conferencia significa abarcar todos los detalles del pasaje. No es un comentario versículo por versículo de todo el pasaje, tampoco es un estudio lexicográfico. No es exponer una serie de hechos sin más propósito unitario que obtener una página llena de palabras. Más bien, debe enfocarse en una proposición principal encontrada en el pasaje y considerar muy de paso todo lo demás u omitirlo completamente.

            No es simplemente enseñar. La predicación incluye decididamente la enseñanza, pero no es enseñanza sólo por causa del conocimiento, sino es usar ese conocimiento para mover la voluntad del oyente a hacer la voluntad de Dios. G. Campbell Morgan enfatizó: “Toda predicación tiene su objetivo, y consiste en capturar la ciudadela del alma: la voluntad. El intelecto y las emociones son las avenidas para la aproximación y ambas deberían emplearse. Lo que siempre debemos recordarnos a nosotros mismos es que nunca habremos logrado al objetivo básico de la predicación hasta haber alcanzado la voluntad, y haberla constreñido”. [2]

Variaciones

            Podemos definir la predicación expositiva en su sentido más amplio como una predicación genuinamente basada en la Biblia; los sermones textuales, biográficos y de asunto (o temáticos), si en verdad son bíblicos, podrían considerarse como variaciones de la predicación expositiva. El enfoque temático, aunque cargado con el evidente peligro de sacar el texto de su contexto, siempre es esencial en la predicación doctrinal. Para conocer la verdad completa al tratar cualquier tema, debe estudiarse toda la Biblia. Si se subestima la predicación por temas, con toda probabilidad también la predicación doctrinal será descuidada.

¿Por qué predicación expositiva?

            Es básica para nuestra descripción de trabajo. Jesús comenzó su ministerio público en Nazaret predicando de las Escrituras (Luc. 4:16-22). Los doce apóstoles se negaron a permitir que otros importantes deberes eclesiásticos les impidieran cumplir su responsabilidad primaria diciendo: “No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas… Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la Palabra” (Hech. 6:2- 4). Pablo dio al joven Timoteo su responsabilidad ministerial: “Que prediques la Palabra” (2 Tim. 4:2). Ese es el trabajo del predicador.

            Pero los pastores, sobrecargados y frustrados, preguntan, “si invierto mi tiempo en especializarme en la predicación bíblica, ¿cómo podré hacer la obra de la iglesia?” Afortunadamente, el predicador que sigue el plan bíblico de predicar la Palabra, inspirará a más miembros a seguir el plan diseñado por la Biblia de que cada miembro realice algún ministerio en favor de la iglesia.

            Da autoridad y poder. Merril Unger advierte: “En un grado alarmante, la gloria está desapareciendo del púlpito del siglo XX. La razón básica de esta ominosa condición es obvia. Aquello que imparte la gloria ha sido quitado del centro de mucha de nuestra predicación moderna y puesto a un lado. Se le ha negado el trono a la Palabra de Dios y se le ha dado un lugar secundario. La elocuencia humana, las filosofías de los hombres, la ética cristiana, el mejoramiento social, el progreso cultural, y muchos otros temas buenos y apropiados en su momento, han captado el centro del interés y han sido entronizados en el púlpito promedio en lugar de la Palabra de Dios. [3]

            Suple las necesidades humanas. El adorador moderno se sienta delante de su púlpito con la urgente necesidad de ser liberado del poder y las consecuencias del pecado, de hallarle sentido a la existencia humana, de tener esa sensación de realización personal, seguridad, pautas para la conducta personal y esperanza para el futuro. Ningún otro libro puede compararse con la Biblia para suplir esas necesidades. Ella siempre va al púlpito para suplir una necesidad humana, no para explicar un pasaje bíblico.

            Provee una cantidad inagotable de material. Como joven ministro vivía con el creciente temor de quedarme sin nada digno que decir después de unas pocas semanas de presentarme por primera vez en mi púlpito. Y precisamente eso ocurrió. Pero la necesidad me forzó a descubrir que la Biblia contiene un pozo de material que nunca podrá secarse.

            Aproxímese a la Biblia con la fe reverente de que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17). Estúdiela diligentemente, y obtendrá una creciente provisión de emocionantes verdades que clamarán suplicándole que las predique. Examínese a usted mismo, y probablemente descubrirá que la única ocasión en que no ha tenido nada que decir habrá sido cuando no estuvo dedicando el tiempo necesario, disciplinado, a su Biblia.

            Promueve una teología equilibrada. Ningún predicador es tan perfectamente equilibrado como la Biblia. Todos tenemos nuestros caballitos de batalla y nuestras teorías favoritas. Mientras más cerca estemos de obtener nuestros sermones de la Biblia, más amenos serán éstos y nuestros oyentes llegarán a ser más equilibrados.

            “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Rom. 10:17). ¿Quiere usted ayudar a sus oyentes a edificar su fe? Entonces permítales escuchar la Palabra de Dios.

            Despierta el interés de los miembros en el estudio de la Biblia. El hecho desafortunado es que muchos que asisten a la iglesia rara vez abren la Biblia en casa. La predicación bíblica ayuda a lagente a redescubrir su contenido. Es contagiosa. Un amor por el Libro demostrado en el púlpito producirá un amor por el Libro en las bancas.

            Ayuda a crecer al predicador. I. H. Evans dice de la Biblia: “Es posible que al principio sólo veamos en ella una pequeña luz, pero a medida que la leemos, estudiamos y meditamos en ella, veremos más y más luz. Cada vez que volvemos a ella, encontramos más y más luz, hasta que, poco a poco, esta Palabra se enciende en grandes llamaradas de luz espiritual”.[4]

            Spurgeon exclamó: “Yo no sé cómo podría haberse mantenido viva mi alma si no hubiera sido por la investigación de la Palabra que la predicación lleva implícita”.

Cómo preparar un sermón expositivo

  1. Seleccione su texto bíblico.

            Haga una lista. A medida que usted lea la Escritura en sus devociones privadas, o mientras prepara otros sermones, los pasajes asomarán constantemente como dignos de futuros sermones. Anótelos en una lista o en un diario, junto con la forma en que el pasaje lo ha impresionado y lo que podría enseñar en base a él.

            Conozca las necesidades de sus miembros. Henry Ward Beecher insistía: “Usted llegará muy pronto, en su experiencia pastoral, a formar el hábito de pensar más en sus miembros y en lo que puede hacer por ellos en sus sermones y en aquello de lo que hablará”.[5]

            Busque el equilibrio. Ahorra tiempo y fomenta el equilibrio el hecho de tener un plan tentativo de predicación por lo menos con un año de anticipación. Use tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, así como los evangelios y las epístolas.

  • Ore para que su mente se abra al pasaje.

            Mientras usted abra su Biblia, ore pidiendo ser objetivo, que su estudio sea conducido a la exposición, no a la imposición; a la exégesis (sacar algo), no a la eisegesis (poner algo). Ore para que el Espíritu Santo que inspiró las Escrituras sea quien las interprete para usted por el bien de su pueblo.

  • Determine su propósito al predicar el pasaje.

            ¿Qué necesidad espera suplir? Antes de iniciar un viaje, es necesario saber adónde ir.

  • Estudie su texto.

            Estudie. Esto implica trabajo duro. Es la única razón por la cual hacemos muy poco al respecto. Dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo al “trabajo más fácil” de nuestro ministerio para aplacar nuestra conciencia por no tomar el tiempo para la dura tarea de estudiar. Si esa es su tentación, escriba sobre su escritorio con letras grandes, “estudia con diligencia para presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). No se desanime si le resulta difícil estudiar y preparar sus sermones. Más bien, preocúpese si descubre que le es fácil hablar, aunque no tenga nada importante que decir.

            Macro estudio. Primero, observe el cuadro completo en su texto o pasaje. Trate de verlo como una unidad. Capte su significado como un todo. Léalo rápidamente varias veces. ¿Cuál es su énfasis? ¿Quién está hablando? ¿A quién? ¿Cuál es su contexto: (lo que está escrito antes y después)? ¿Cuál es el marco social, religioso y político?

            Micro estudio. Ahora estudie el texto versículo por versículo. Busque personajes importantes y palabras significativas. Busque esas palabras en el hebreo y el griego si le es posible. Compare la forma en que están traducidas en diferentes versiones. Lea lo que los comentarios dicen acerca de él.

            Tome dos tipos de notas. Primero notas de materiales; notas de material que usted podría usar en su sermón. Tenga a su alcance pequeñas hojas de papel en abundancia. Estas pueden ser tarjetas de 15×10 centímetros, que es el tamaño que yo uso más frecuentemente. Estas hojas de papel no deberían costarle casi nada para que usted se sienta libre de usarlas generosamente. Escriba en una tarjeta aparte cada idea que se le ocurra, sea brillante o no. Es probable que al final descarte la mayoría de ellas, pero que de momento usted no sabe cuál.

            Segundo, notas organizacionales sobre una hoja de papel más grande. Nunca prepare el bosquejo de su sermón hasta haber reunido todo el material que necesitará. Por otra parte, nada es más frustrante en la preparación del sermón que terminar su investigación, tener una cantidad de buen material, y no saber exactamente cómo integrarlo al sermón. La solución es simple: cada vez que usted escriba una idea en su tarjeta de 15×10 pregúntese en qué tipo de bosquejo encajaría. Cuando su investigación esté lista, su hoja de trabajo tendrá una buena cantidad de posibles bosquejos. Intercámbielos, combínelos.

            Al mismo tiempo, usted estará garabateando algunos posibles bosquejos, anotando en su hoja de trabajo posibles temas. Esto es especialmente importante en la predicación expositiva. La mayoría de los pasajes apunta en diversas direcciones y usted no tratará de usarlas todas. De otra manera, usted terminaría teniendo varios sermoncitos eslabonados como una cadena, pero sin ningún nexo entre ellos. El tema o proposición resuelve este problema. Es la esencia de todo el sermón en una sola frase. Todo lo demás no es sino una ampliación de esa única lección central. Enuncie su tema casi al principio, repítalo a intervalos a través de todo su sermón, y sus posibilidades de llegar directamente al corazón de sus miembros serán muy grandes.

            John Henry Jowett enfatizó: “Ningún sermón estará listo para ser predicado ni escribirse, hasta que podamos expresar su tema en una oración breve y llena de sentido y clara como el cristal. Yo sé que encontrar esa oración es la tarea más difícil, más exigente y más fructífera de todo el estudio’.[6]

            Llene su hoja de trabajo con posibles temas mientras estudia. Para cuando haya terminado de investigar su tema, debería ser evidente.

  • Encuentre a Cristo en su texto.

            A través de todo este proceso manténgase a la caza de todo lo que su texto enseñe acerca de Jesús. Según la anécdota, al viejo pastor británico no le estaba gustando mucho el sermón del joven predicador.

            —¿Qué tiene de malo? —dijo en son de queja el joven pastor— No tiene a Cristo —replicó el viejo pastor—, Pero Cristo no estaba en el pasaje. —Escuche, joven amigo, desde todos los villorrios de Inglaterra hay un camino que conduce a Londres. Todo lo que usted tiene que hacer es encontrarlo. De entre todos los pasajes de la Escritura surge un camino que conduce al Calvario. Haga que su esfuerzo consista en hallarlo.

            Tanto Jesús como la Biblia son conocidos por el mismo nombre: la Palabra, indicando con ello su íntima relación. La Biblia revela constante y consistentemente a Jesús quien dijo: “Escudriñad las Escrituras: porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

  • Incube su texto.

            Uno de los mejores secretos que conozco para preparar un sermón expositivo práctico, es comenzar al inicio de la semana. Ya para el lunes o martes su investigación bíblica básica debería estar terminada. Usted tiene su tema y su bosquejo tentativo. Usted ya sabe lo que dice su texto: ahora debería encontrar la mejor manera de aplicarlo a sus miembros. Deje que su texto se incube en algún lugar entre el consciente y el inconsciente de su mente. La Biblia lo llama “meditación”: “Se enardeció mi corazón dentro de mí; en mi meditación se encendió fuego, y así proferí con mi lengua’ (Sal. 39:3).

            Saboree el mensaje de su texto toda la semana antes de predicarlo a su congregación. Llévelo dondequiera vaya, cuando transite las calles de su ciudad y cuando vaya a los hogares de sus miembros. La esencia de su mensaje debería surgir de su texto, pero el desarrollo debe proceder de su congregación y de su comunidad.

            Conserve su sermón en la mente mientras preside comisiones, trabaja en la iglesia y convive con su familia. Deje que se incube mientras maneja, camina, habla con amigos, e incluso mientras duerme. Mi esposa se cansó tanto de que yo la despertara en la noche mientras arañaba buscando luz, pluma y papel para escribir las ideas que se me ocurrían, que compró un cuaderno de notas iluminado que todavía tengo junto a mi cama.

            Pregúntese muchas veces al día, “¿cómo podría este sermón suplir tal o cual necesidad?” “¿Ilustraría esta experiencia lo que quiero enseñar?” Atrévase a imaginar. Adopte cosas que puedan servirte de ilustración. Las aplicaciones del sermón que surjan de la comunidad se adaptan a ella. Las ilustraciones que surgen de su congregación conmueven a su congregación.

  • Organice su texto.

            Cada sermón tiene tres partes (introducción, cuerpo y conclusión), sea que usted lo planee así o no.

            Cuerpo. Para entonces ya ha adoptado su tema y su bosquejo. Primero organice el cuerpo. Al organizar el sermón que aparece en el recuadro, El Buen Pastor, yo pondría primero en mis tarjetas 15×10 cada uno de los pensamientos que aparecen ahora en negritas en ese bosquejo del sermón. Luego pondría abajo cada una de las otras tarjetas de ese tamaño que se adapte a esa sección del sermón.

            Ahora viene la parte más difícil. Descartar crudamente todo material que no se adapte a su tema o que no esté a la altura de sus expectativas. Usted debería comenzar con mucho material, más de lo que necesitará. El buen material que no se adapte perfectamente al tema elegido podrá archivarse para un uso futuro. Tres ventajas de las tarjetas de anotaciones son patentes en este nivel: usted puede organizar su material rápidamente sin necesidad de volverlo a copiar; de esta manera puede omitir material fácilmente y puede limitar la extensión de su sermón con más precisión. Yo he aprendido que 30 tarjetas de 15×10 me producirán un sermón de 30 minutos.

            Introducción. Ninguna parte de su sermón es tan importante como su introducción y conclusión. Estas partes deberían prepararse cuidadosamente. Sin embargo, deberían prepararse al final. Usted no puede hacer ninguna introducción a menos que tenga algo que presentar. Usted no puede concluir nada hasta no saber qué está terminando.

            Los propósitos básicos de su introducción son atraer la atención a su tema al presentarlo. Algunos sienten que es más inteligente introducir su tema más adelante en el sermón, pero los predicadores deberían aprender de la psicología de la publicidad: ponga primero lo que desea que el público recuerde más y repítalo continuamente si quiere que lo recuerden.

            Conclusión. Predicar un sermón es algo perfectamente comparable a volar en un aeroplano. La prueba decisiva ocurre al final. La conclusión debería resumir brevemente lo que se ha dicho, luego apelar a la disposición de los oyentes para moverlos a actuar.

            Ahora prepare su exposición. Ya sea que use manuscrito, notas o de memoria, exponga su sermón, no tanto en la forma en que sea más cómoda para usted, sino en la forma que sea más efectiva para sus oyentes. Archive sus tarjetas de 15×10 de modo que tenga fácil acceso a su investigación original si usted quisiera revisar el sermón para ser usado de nuevo.

            Predique su texto.

            Predique sólo después de haber orado. Predique a Cristo. Predique la esperanza. Predique en tiempo presente. Predique buscando decisiones.

            Y cuando el sermón haya terminado, que sus oyentes puedan decir de usted, como dijeron de Jesús, “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Luc. 24:32).


Referencias

[1] Andrew W. Blackwood, Expository Preaching for Today (New York: Abingdon-Cokesbury Press, 1953), pág. 13.

[2] Campbell Morgan, The Ministry of the Word (Grand Rapids, Mich.: Baker Book House, 1970 reprint), pág. 235.

[3] Merril F. Unger, Principies of Expository Preaching (Grand Rapids, Mich.: Zondervan Pub. House, 1955), pág. 11.

[4] I. H: Evans, The Preacher and his Preaching (Takoma Park, MD.: Review and Herald Pub. Assn., 1938), pág. 82.

[5] Henry Ward Beecher, Yate Lecturas on Preaching (New York: J.B. Ford and Co„ 1872), pág. 41.

[6] John Henry Jowett, The Preacher, His Life and Work (New York: George H. Doran Co„ 1912), pág. 133.