A comienzos del siglo XIX en Norteamérica, las mujeres tenían más o menos el mismo estado legal que los niños y los esclavos. A las mujeres casadas no se les permitía tener propiedades independientemente de sus esposos. Si eran empleadas, sus esposos se apoderaban de sus salarios. La disposición legal de los niños quedaba enteramente en manos del padre. Las mujeres no eran admitidas en colegios ni universidades. No se les permitía entrar en el mundo profesional. No podían votar ni ejercer funciones ejecutivas. Tampoco se les permitía hablar en público. Siempre que se trataba de modificar o cambiar estas costumbres y leyes para ampliar el papel de la mujer en el hogar, la iglesia o la sociedad, se producía una crisis emocional.

            Dadas las restricciones impuestas a la mujer en general en el siglo XIX, ¿cuál era la actitud de la Iglesia Adventista a este respecto? ¿Cómo se compara con lo que sucedía con las mujeres en otros grupos cristianos? ¿Fue Elena de White la excepción en nuestras filas, o un buen número de mujeres adventistas eran elegidas y servían como líderes y figuras públicas? ¿Qué tendencias han surgido en los últimos 150 años?

            Este artículo examinará brevemente estas preguntas y dará pruebas de aumento y disminución de la mujer adventista en puestos en el ministerio y de liderazgo.

Separación y desigualdad

            Las razones dadas en la primera parte del siglo pasado para la posición social de la mujer no eran nuevas, si volvemos a los tiempos de Grecia y Roma. Se consideraba a las mujeres como seres débiles; física, mental y emocionalmente inestables. Por esto, se les asignó una esfera aparte de los hombres en los asuntos humanos.

            El valor moral de la mujer fue también cuestionado a través de los siglos. Aristóteles presentó la teoría de que las mujeres eran hombres ‘bastardos’. Ellas son de naturaleza débil y fría”, dijo él, “y debemos ver en el carácter femenino algo así como una deficiencia natural’.

            Santo Tomás de Aquino (1227-1274) pensó que Aristóteles había ¡do muy lejos. El razonó que cualquier cosa ‘bastarda’ no podría haber sido creada. Aun así, Aquino imaginó que la única ayuda que la mujer podía brindar al hombre era en la procreación. En todo lo demás, un ‘hombre puede ser mucho más eficientemente ayudado por otro hombre’.

            Tales puntos de vista continuaron hasta el siglo XIX. En 1840, un escritor de una de las primeras revistas femeninas en Norteamérica, ‘Godey’s Lady’s B00IC, definió a la mujer como ‘el eslabón que une al hombre y los animales interiores, poseyendo una categoría central entre el instinto misterioso de los últimos y las energías inalcanzables del anterior”.

Terreno del evangelio

            Las enseñanzas bíblicas eran usadas a menudo para aislar a la mujer. Sin embargo, las semillas del cambio que aparecieron para modificar el papel de la mujer en la sociedad brotó no de las fuentes seculares sino del terreno del Evangelio.

            Muestras de ello llegaron en 1740 cuando el primer Gran Despertar barrió a Inglaterra y las colonias americanas. La religión lanzó a la mujer más allá de las sombras. ‘La experiencia de la conversión misma, por ejemplo, llegó a ser un rito público, al cual la mujer fue alentada a unirse”.

            Juan Wesley, fundador del metodismo en Inglaterra, dio otro paso al darle a la mujer responsabilidades públicas, primero en grupos pequeños junto con otras mujeres. Después, él “permitió que hablasen en público al tomar parte en la oración, el testimonio personal, las exhortaciones y la exposición de la literatura religiosa”.

            Si bien las iglesias principales, tales como la Presbiteriana, Luterana y Episcopal, se quedaron atrás en lo que a expandir el papel de la mujer se refiere, los nuevos grupos evangélicos rápidamente le dieron voz a la mujer. En Inglaterra, George Fox argumentó basado en la Escritura, que la igualdad de la mujer y su actuación en público podían ser justificadas. Alentadas por esta visión, las mujeres predicadoras cruzaron el Atlántico y soportaron grandes aflicciones, aun la tortura y la muerte, por compartir los ideales cuáqueros en América.

            Si tales ideas florecieron durante el Gran Despertar, ¿qué ocurrió en el segundo Gran Despertar (1787-1825)? Una vez más el poder convincente del evangelio incitó a muchas mujeres a desprenderse de sus papeles tradicionales.

            Entre las reformas tempranas en las cuales participaron las mujeres públicamente, se encontraba el movimiento antiesclavista. Despertadas y vitalizadas por los principios cristianos, las mujeres pronto comenzaron a encabezar otras reformas sociales. Ellas reunieron decenas de miles de personas para que se uniesen a la Unión Pro Temperancia de Mujeres Cristianas. Trabajaron infatigablemente por mejorar las condiciones de los asilos, prisiones, hospitales y escuelas. Con diligencia y autosacrificio organizaron y fundaron grandes sociedades misioneras que alcanzaron a la India, África, China y las islas de allende el mar.

El mundo de Elena Harmon

            En 1827 nació Elena Harmon en un hogar metodista del Estado de Maine. La esperanza y la emoción la embargaron a ella, a sus padres y parientes cuando Guillermo Miller predicó que Cristo vendría en 1843 o 1844. Aunque los Harmon fueron desfraternizados de su congregación local a causa de su ferviente creencia en la fe adventista, era de esperarse que retuvieran muchos de los puntos de vista y prácticas de adoración de los metodistas.

            La ocasión cuando ella tuvo su primera visión debe ser destacada aquí. Después del Gran Chasco, se encontraba en un grupo pequeño con otras mujeres jóvenes estudiando y orando, algo que se consideraba apropiado entre las mujeres evangélicas de esos días.

            Estas jóvenes, junto con la familia Harmon y otros, animaron a Elena a aceptar lo que ella consideraba un sorprendente y arrollador llamamiento a hablar en público y a una audiencia mixta, acerca de su rara experiencia religiosa personal. Parte de su renuencia a hacerlo tenía sus raíces en su niñez, su timidez y su precaria salud. El que una mujer orase o hablase en público, tanto para hombres como mujeres, era considerado un atrevimiento en esos días, aun en los círculos religiosos.

            En 1889, Elena Harmon recordó que su propio hermano le había suplicado que no se presentase en público. “Te lo ruego, no deshonres a la familia- Yo haré cualquier cosa por ti, si rehúsas presentarte como predicadora”, le escribió él.

            Elena le contestó: “¡Puede traer deshonra a la familia el que yo predique a Cristo, el crucificado! Si me dieras tu casa llena de puro oro, aun así, no cesaría de dar mi testimonio en favor de mi Dios”.

            Cuando el gran predicador Charles Finney comenzó a permitir que las mujeres tomaran parte en público en 1827, sus compañeros de ministerio lo acusaron de apoyar una causa que traería división a las iglesias. Febe Palmer, predicadora metodista, fue frecuentemente desafiada acerca de la conveniencia de su trabajo público. En 1859 ella publicó un libro de 429 páginas en el que defendía a las mujeres que hablaban en las iglesias, lanzando sus argumentos bíblicos sacados de Joel 2:28.

Perspectiva de los primeros adventistas

            Joel 2 era terreno conocido para los primeros adventistas del séptimo día por razones semejantes. Con el fin de desviar la crítica acerca del ministerio profético y público de una mujer específica (Elena Harmon de White, quien se había desposado con Jaime en 1846), ellos en ocasiones trataban el tema del papel de la mujer en general.

            A principios de julio de 1861, Uría Smith, redactor de la revista Review, publicó un artículo en el noticiero Portadown, con estas palabras de aprobación: “Nosotros consideramos lo siguiente una vindicación triunfante del derecho de nuestras hermanas de participar en la adoración pública a Dios. El escritor aplica la profecía de Joel: ‘Vuestras hijas profetizarán’, etc., a la predicación femenina; y aun cuando debe abarcar algún tipo de oratoria, pensamos que esto no es sino la mitad de su significado”.

            En el número de la Review del18 de agosto de 1868, M. W. Howard habló de “ese conservadorismo que tan prestamente siente temor de otorgarle prominencia a la mujer”.

            El tema del papel público de la mujer en la iglesia adventista reapareció muchas veces. En 1879, J. N. Andrews y Jaime White escribieron artículos apoyándolo, así como J. C. Tenney, en un editorial publicado primero en 1892 y reimpreso en 1894.

Una defensora de la mujer

            Elena de White llegó a ser modelo y portavoz de las mujeres adventistas de su época. Ella las alentó a emplear completamente sus talentos tanto en papeles tradicionales como no tradicionales. También pidió a los hombres que las apoyaran. Las tres siguientes declaraciones ilustran su convicción creciente de que las mujeres debían ocuparse en el ministerio público.

            En 1878 escribió: “Hermanas, Dios os llama a trabajar en el campo de la mies y ayudar a reunir las gavillas”.

            En 1886: “María fue la primera que predicó a un Jesús resucitado; y la influencia refinadora y suavizadora de las mujeres cristianas se necesita en la gran obra de predicar la verdad ahora”.

            En 1898: “Hay mujeres que deberían trabajar en el ministerio evangélico. En muchos aspectos ellas harían el trabajo mucho mejor que los ministros que descuidan la visita al rebaño del Señor”.

            Elena de White siempre realzó la importancia del papel de la madre en la crianza de los hijos. Al igual que los cristianos de sus días ella vio el hogar como su más alta e importante misión. La investigación, sin embargo, me lleva a la conclusión de que mientras era más anciana Elena de White, más enfatizaba el lugar de la mujer en el ministerio público.

            Elena de White también habló claramente en defensa de los salarios justos y de las pólizas que afectaban a la mujer. En 1898, por ejemplo, declaró:

            “Si una mujer es designada por el Señor para hacer cierto trabajo, éste debe ser estimado de acuerdo a su valor… Puede pensarse que es un buen plan el permitir a las personas donar sus talentos y su trabajo a la causa de Dios, mientras no reciben nada de los fondos de la tesorería… Dios no pondrá su bendición en un plan tal”.

Mujeres que toman decisiones

            ¿Qué impacto tuvo la iniciativa de Elena de White sobre las mujeres y la iglesia? Una forma de medirlo es por el número de mujeres que fueron empleadas por la iglesia en puestos claves de liderazgo.

            Bertha Dasher ha tabulado el número de mujeres líderes nombradas en el SDA Yearbook por varios años. Este estudio muestra que donde había un buen número de mujeres en puestos ejecutivos (tomando decisiones), hoy no hay casi ninguna. En 1905, por ejemplo, las mujeres ocupaban 20 de los 60 puestos de tesorería en las asociaciones. El número de mujeres que encabezaban los departamentos de las asociaciones era aún más notorio. En 1915, aproximadamente dos terceras partes de los 60 líderes departamentales de educación eran mujeres, y más de 50 de los 60 líderes del departamento de Escuela Sabática eran mujeres.

            La influencia de la mujer en puestos ejecutivos en la Iglesia Adventista, se elevó entre 1900 y 1915.

            Algunas de estas mujeres tuvieron puestos altos a principios de la historia denominacional. Tres fueron elegidas como tesoreras de la Asociación General antes del fin del siglo: Adela Patton VanHorn (1871-1873), Federica House Sisley (1875-1876) y Minerva Jane Loughborough Chapman (1877-1883).

            Pocas obtuvieron puestos prominentes después de la muerte de Elena de White en 1915. Una fue Flora Plummer, cuya carrera comenzó mientras los White vivían, cuando fue elegida secretaria de la Asociación de Iowa en 1897. Plummer es también la primera mujer conocida por haber servido como presidente interina de la misma asociación (cuando Clarence Sante fue llamado a California en 1900). La contribución más recordada de la Sra. Plummer fue durante los 23 años que dirigió el Departamento de Escuela Sabática de la Asociación General (1913-1936). Ningún líder del Depto. de Escuela Sabática ha registrado ese récord desde entonces.

Mujeres evangelistas y predicadoras

            Otra medida del impacto ejercido por la iniciativa de los esposos White puede verse en el número de mujeres adventistas que han recibido licencias ministeriales.

            Según las listas extraídas de ejemplares antiguos del Yearbook, (que fueron publicados por primera vez en 1883-1884), Josefina Benton encontró que cuando menos 53 mujeres tenían licencia de ministros entre 1884 y 1975. La mayoría trabajando en los Estados Unidos y algunas en Finlandia, Nueva Zelanda, China y Sudáfrica. A 28 de ellas se les concedió licencia en un período de 30 años, entre 1884 y 1915. De allí en adelante, el número decreció en forma progresiva. En el período de 60 años entre 1915 a 1975, sólo 25 nombres de mujeres aparecen en la lista. (El recorte de personal a finales de los años setenta, ocurrió cuando el asunto de la ordenación de la mujer hizo su aparición. La iglesia entonces suspendió su práctica centenaria de otorgar licencias a las mujeres).

            A decir verdad, más de 53 mujeres han portado una licencia ministerial en la historia adventista; el Yearbook, como toda estadística, tiene inexactitudes. Los archivos de Sarah A. Hallock Lindsey reflejan una de esas inexactitudes. Como pionera evangelista entre las iglesias de Nueva York durante un período marcado por la apostasía y la confusión, se le concedió la licencia en 1872. Sin embargo, su nombre no aparece en el Yearbook, sino hasta 23 años más tarde, es decir en 1895.

            Los registros también pueden extraviarse o ser ignorados. Helena Stanton Williams asistió al colegio de Battle Creek, llegó a ser una obrera bíblica, oradora popular en las reuniones campestres y una evangelista efectiva. Según el Yearbook, ella recibió su licencia en 1897. En 1906, ella y su esposo fueron nombrados pastores en Chicago, cada uno dirigía su propia iglesia. Más tarde fueron enviados como misioneros a África. Ya a una edad avanzada Williams sufrió a causa de acusaciones infundadas en el sentido de haber mentido al decir que tenía licencia ministerial. Un líder de iglesia la acusó de deshonesta cuando se equivocó al localizar el archivo.

            Después del descubrimiento de Benton, Bert Haloviak encontró nombres de una docena de mujeres a quienes se les había concedido licencias ministeriales por seis asociaciones antes de 1884. Los nombres de por lo menos dos de ellas, Helena Morse y Aída Ballinger, no aparecen en el Yearbook. Así, pues, la cifra total de mujeres adventistas que han portado licencias ministeriales es definitivamente mayor que 53.

Importancia de la licencia ministerial

            ¿Cuán importante eran las licencias para los primeros adventistas? ¿La recibían mujeres y hombres sobre las mismas bases?

            Las licencias eran tomadas muy en serio en el siglo XIX. Por ejemplo, Haloviak señala que la Asociación de Michigan adoptó una resolución en 1881, pidiendo a las iglesias que “no animaran a predicar a individuos sin licencia”. Por un tiempo, los que tenían licencia eran examinados cada año.

            Las mujeres “siguieron el mismo camino al ministerio como el seguido por los hombres”. Ellas recibieron la misma capacitación que los hombres y pasaron los mismos exámenes. Se les pagaba de los diezmos por medio de las asociaciones locales o la Asociación General.

            Aunque el énfasis del ministerio adventista cambió con el tiempo, las mujeres eran tan efectivas como los hombres en todos sus cargos: como evangelistas, ministros residentes y pastores locales.

¿Por qué un descenso?

            Varios factores contribuyeron al descenso dramático de mujeres líderes y ministros con licencia. En 1923, por ejemplo, los dirigentes de la iglesia promulgaron nuevos reglamentos en el Concilio Otoñal, tendientes a asegurar que los líderes departamentales fueran ganadores de almas. Ellos recomendaron que “en lo futuro, los directores de actividades laicas y de jóvenes misioneros voluntarios, serán elegidos en base a su experiencia exitosa en el evangelismo, preferiblemente, ministros ordenados”. Las mujeres se habían desempeñado en muchos puestos departamentales hasta entonces. Estas nuevas pólizas llegaron a ser un factor clave para la reducción de las mujeres en puestos administrativos, siendo que ellas no eran ordenadas.

            Las tendencias socioeconómicas en Norteamérica lograron un impacto en la iglesia. Durante la gran depresión, los líderes adventistas adoptaron reglamentos diseñados para rescatar a la iglesia de la ruina financiera. Algunos de estos impactaron más negativamente a las mujeres que a los hombres, incluyendo cortes de salario, fusionamiento de asociaciones, y límites en la duración de los puestos en las asociaciones.

            Al ajustarse los presupuestos, los ministros ordenados eran a menudo los últimos en perder su empleo. La falta de esta credencial, hacía vulnerables a las mujeres.

            Había otros asuntos. El número de hombres Profesionalmente educados para el ministerio aumentó. Cuando los varones regresaron a sus hogares al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la sociedad estadounidense le dio un énfasis renovado al hogar y a la maternidad.

            La muerte de Elena de White en 1915, no debe ser subestimada como un factor en la declinante participación de la mujer en la iglesia. Cuando la voz de un defensor es silenciada, hay menos incentivo en mantener pólizas inclusivas, especialmente si los líderes han tenido dudas al respecto desde el principio.

            Algunos tenían dudas. Si todos hubieran estado de acuerdo con el punto de vista de la Sra. White, ella no hubiera tenido necesidad de escribir el consejo señalado sobre salarios mencionado anteriormente.

Más mujeres, menos credenciales

            Otro elemento que contribuyó a la reducción del número de mujeres con credenciales desde 1915 fue el juicio subjetivo de los administradores de la iglesia. Los líderes no siempre han estado listos, o no recibieron permiso, para medir el ministerio de las mujeres con el mismo criterio usado para medir el del hombre.

            Con toda probabilidad, el número real de mujeres adventistas, ocupadas en evangelismo y trabajo ministerial, ha aumentado desde 1915. Pero ha decrecido el número de administradores, que han otorgado licencias adecuadas, reconociendo el contenido y la calidad del trabajo de estas mujeres.

Estudio de algunos casos

            La historia de mujeres con credenciales en Finlandia ilustra la tendencia a dar licencias ministeriales sólo a los hombres. El primer ministro nativo hombre o mujer, en Finlandia, fue Alma Bjugg. Una ex capitana del Ejército de Salvación, estaba capacitada para ser un líder y fue reconocida como tal.

            El Yearbook muestra a Bjugg (a veces deletreado “Bjdigg”) como ministro con licencia en 1904 y 1905. Bjugg habría tenido 40 años entonces, y continuó en el ministerio. Hacia 1909 recibió una licencia como instructora bíblica. ¿Por qué no se le renovó su licencia de ministro? ¿Cambió acaso la naturaleza de su trabajo? ¿O los dirigentes de la unión o la división lo percibieron en forma diferente?

            De hecho, con el paso del tiempo, las licencias ministeriales llegaron a ser otorgadas en toda la iglesia adventista, no en base al trabajo, sino al sexo.

            Las estadísticas de 1949 en Finlandia, ilustran esta tendencia. La iglesia allí reconoce a 12 ministros ordenados. También enumera a 12 ministros con licencia, todos hombres; y 36 misioneros con licencia, de los cuales 25 son mujeres. Entre estas 25 mujeres, 11 son obreras institucionales. De las otras 14,9 son consideradas por personas que las conocen, como quienes desempeñan cargos ministeriales.

            Este estimado es ampliamente apoyado por artículos en los que se describe a las mujeres evangelistas en cruzadas en la revista Northern Light, -una revista adventista europea. En otras palabras, en 1949, por lo menos a 9 mujeres no se les otorgaron credenciales que representaran la verdadera naturaleza ministerial de su trabajo. Desde comienzos del siglo, se considera que entre 20 y 40 mujeres en Finlandia han realizado trabajo ministerial. Sin embargo, Alma Bjugg es la única que se sabe lleva una licencia ministerial.

            Dado que esta dicotomía había existido por varias décadas, la Unión de Finlandia en 1968, sorprendió tanto a la División Noreuropea como a la Asociación General, solicitando que rectifiquen esa situación. Lo que ellos solicitaron, sin embargo, no fueron licencias ministeriales para mujeres.

            Finlandia deseaba ordenar a las mujeres. W. Duncan Eva, presidente de la División Noreuropea, presentó la cuestión de Finlandia y buscó consejo de W. R. Beach, secretario de la Asociación General. Beach contestó que los adventistas no habían ordenado a las mujeres en el pasado. El sugirió que la Asociación General y los dirigentes de las divisiones investigaran “el problema” durante el Concilio Bienal de 1968.

            Estas dos cartas dieron comienzo a una discusión de 27 años que aún está en vigencia. La ordenación de la mujer es todavía hoy un asunto de polémica.

Conclusión

            Hacia 1915 un buen número de mujeres adventistas se desempeñaban en puestos administrativos. Siendo que la iglesia era relativamente pequeña en ese tiempo (menos de 137,000 miembros en el mundo), las mujeres representaban una buena proporción de los líderes de la iglesia.

            Pero las cifras declinaron en forma dramática. Para cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, las mujeres adventistas perdieron todo el terreno que habían ganado en los cien años anteriores. Desaparecieron completamente de la administración de las asociaciones. Hoy, 50 años más tarde, ha llegado a ser más y más difícil recordar la antigua prominencia y efectividad de las mujeres.

            En una tendencia similar, el número de mujeres con licencia ministerial, casi se ha extinguido. Durante la última parte de 1970, la iglesia suspendió la práctica centenaria de otorgar licencias ministeriales a las mujeres.

            A pesar de todo, la mujer adventista se mantiene fiel. Historias acerca de su valor y sus logros persisten. Ella predica, evangeliza y ministra a través de todo el mundo, aunque su trabajo no sea evaluado ni reconocido adecuadamente.

            ¿Será posible que muchos adventistas hayan olvidado o nunca tuvieran ocasión de aprender acerca de la rica historia de la iglesia, cuando la mujer adventista era bienvenida como colaboradora apreciada en la vida de la iglesia, en los puestos administrativos, y en la misión evangelizadora?