Hay una gran diferencia entre usar la Biblia para probar un punto y desarrollar un sólido argumento bíblico

Tan sorprendente como pueda parecer, algunas veces probamos más de lo que nos habíamos propuesto si llevamos nuestra metodología hasta su conclusión lógica.

El caso del uso de joyas

Por ejemplo, algunos han argüido que una de las mejores razones por las cuales los cristianos modernos no deberían usar joyas es porque actualmente vivimos en el día antitípico de expiación.

En el Antiguo Testamento, el día anual de expiación era el más solemne de todo el calendario judío. Era un día de escudriñamiento del corazón, juicio y purificación. Y no era simplemente un día en el cual los sacerdotes habían de ofrecer sacrificios especiales. Todas las personas tenían que involucrarse, pues de otra manera serían “cortados de su pueblo’’. Muchas veces se les repitió a los israelitas que debían “afligir’’ sus almas en ese solemne día (véase Lev. 16:29, 30; 23:27, 32; Núm. 29:7). “Porque toda persona que no se afligiere en ese mismo día, será cortada de su pueblo’’ (Lev. 23:29). En realidad era un día sumamente serio.

“El mandato de ‘afligir’ sus almas’’, escribe Gordon Werham, “subrayaba la necesidad de que cada individuo se examinara a sí mismo y se arrepintiera de sus pecados”.[1] Otros han dicho que parte de esta aflicción sería la humildad y sencillez en el vestir. Por tanto, aquellos que verdaderamente escudriñaran sus corazones pondrían a un lado todas sus joyas.

Yo encuentro que ésta es una posición muy interesante. A mí me parece que es más sencillo probar que uno no debería tener relaciones sexuales en el día antitípico de expiación. Después de todo, Levítico 15:16-18 dice que aquellos que tenían relaciones sexuales eran ceremonialmente inmundos hasta la tarde. Eso implica que estaban descalificados para realizar los deberes religiosos del día anual de expiación. Cuando esa interpretación se aplica al día antitípico de expiación, se vuelve más fascinante aún. Una cosa es no tener relaciones sexuales en un día santo, pero otra totalmente diferente es no hacerlo durante todo el período antitípico de expiación. Por supuesto, aquellos que son proclives a hacer una aplicación tal pueden encontrar también justificación escatológica para su posición. Después de todo, ¿no enseña Apocalipsis 14:1-5 que los 144,000 serán “vírgenes”? Si bien algunos pueden saltar de gozo por una interpretación tal, otros probablemente la verían más como un motivo de “aflicción” que de gozo.

Por supuesto, la argumentación lógica usada arriba puede probar más fácilmente que todo trabajo está prohibido en el día antitípico de expiación (Lev. 23:28, 30, 31; Núm. 29:7). Pero, aunque ese punto de vista puede probarse con más facilidad, la mente promedio no encuentra sus consecuencias interesantes, como tampoco encontró interesante el argumento de no tener relaciones sexuales en ese período.

Es importante que yo señale con toda claridad en este punto, que no estoy argumentando contra el uso de joyas, el sexo, o el trabajo. Lo que me propongo es señalar el uso apropiado de la Escritura. Específicamente me propongo señalar que a veces inadvertidamente probamos más de lo que nos proponemos a través del uso de la lógica relacionada con la Biblia. El asunto tiene que ver más con la metodología que con la sinceridad. Es posible que existan excelentes argumentos contra el uso de joyas (y contra el sexo y el trabajo) en la Biblia, pero me parece que el argumento que se relaciona con el día antitípico de la expiación no es uno de ellos. La tipología (como también es cierto de las parábolas), si bien es válida para muchas inferencias, tiene limitaciones definidas.

El caso de la ordenación de la mujer

Otro ejemplo de un argumento que prueba más de lo que se propone tiene que ver con la ordenación de las mujeres. La Iglesia Adventista del Séptimo Día (junto con otras denominaciones) ha tenido que habérselas con una abrumadora cantidad de argumentos y discusiones por parte de los defensores y oponentes de este tema durante los últimos cinco o diez años.

Hace poco un orador basó su argumento contra la ordenación de la mujer en el hecho de que la Iglesia Adventista es una iglesia de la Biblia, por lo tanto, “la Palabra de Dios debe ser nuestra guía”. Dado ese sólido fundamento, citó correctamente Isaías 8:20: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido”.

Luego condujo a sus oyentes al “mensaje para todos los tiempos” de 1 Timoteo 2, enfatizando particularmente el versículo 12: “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. Después continuó con un argumento triple favoreciendo el liderazgo masculino.

Este orador estaba completamente seguro que el consejo de Pablo no tenía nada que ver con la cultura. Por el contrario, establecía el consejo como un imperativo moral universal, y transgredirlo significaba nada menos que el “descarrilamiento de una iglesia impulsada por la misión”.

Lo que realmente estaba en juego, dijo, era la confianza en los escritores bíblicos. En ese punto el argumento se volvió aún más intenso y ciertamente mucho más interesante, desde un punto de vista hermenéutico. “Ahora, la pregunta es”, dijo a su audiencia, “¿cómo interpretamos la Biblia?” Su respuesta fue que la Biblia no necesita interpretación. O, como él lo expresó: “La Palabra de Dios es infalible; aceptemos lo que dice”. Tenemos demasiado consejo en cuanto al peligro de modificar las instrucciones de Dios… Lo que necesitamos, como Adventistas del Séptimo Día, amigos, es sometemos a la Palabra de Dios, no reinterpretarla” (el énfasis es nuestro).

Más adelante citó a Elena de White, que dice: “Dios tendrá un pueblo sobre la tierra que mantendrá la Biblia, y la Biblia sola, como la norma de todas las doctrinas y la base de todas las reformas”. Concluyó su estudio en parte diciendo que estaba en contra de la ordenación de la mujer para el sagrado ministerio porque “viola la doctrina de las Santas Escrituras no aceptándola llanamente como dice”.

¿Qué fue lo que realmente probó?

No hay duda que estaba exponiendo las honestas convicciones de su corazón. Pero yo, sentado en mi lugar, escuchaba pasmado su enérgica presentación. Porque una cosa es cierta, 1 Timoteo 2:12 no dice absolutamente nada acerca de la ordenación. Difícilmente podía yo creer que una presentación tal proviniese de un adventista; quizá lo creería de un calvinista conservador, pero no de un adventista. Además, los adventistas tienen el fenómeno llamado Elena de White. Yo recibí un golpe de lleno en la cara por el hecho de que si aceptáramos sus presuposiciones, lo que realmente se habría demostrado era que Elena de White es una falsa profetisa.

Roger Coon ilustra muy bien lo que vengo diciendo cuando relata su experiencia con un evangelista itinerante, que llegó a Napa, California, y colocó un anuncio en el periódico local diciendo que destruiría las doctrinas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en su presentación del jueves por la noche y demolería a su profetisa la siguiente semana. Coon asistió a ambas sesiones. En la segunda, el evangelista “probó” que la Iglesia Adventista del Séptimo Día era una iglesia falsa porque uno de sus principales fundadores era una mujer que desafiaba la enseñanza del apóstol Pablo que prohibía a las mujeres hablar en las iglesias cris­tianas.

Los adventistas, por obvias razones, siempre han rechazado una interpretación tal. La iglesia ha justificado tradicionalmente el ministerio público de Elena de White, haciendo notar que el consejo dado acerca de las mujeres de guardar silencio en la iglesia en 1 Timoteo 2:11, 12 estaba basado en costumbres de tiempo y lugar, y no debería aplicarse rígidamente ahora que las condiciones han cambiado. Así dice el Comentario bíblico adventista: “En ese tiempo las mujeres no tenían derechos privados ni públicos, por eso Pablo creyó conveniente dar este consejo a la iglesia. Cualquier rechazo de las normas de modestia o decencia en una sociedad puede hacer que la gente hable mal de la iglesia que lo permite… En los días de Pablo la costumbre exigía que las mujeres se mantuvieran en un segundo plano, sobre todo, fuera de su casa”.[2]

Volvamos ahora a nuestro predicador adventista y examinemos un poquito más cuidadosamente el uso que hace de 1 Timoteo 2. Lo primero que debemos notar es que leyó sólo aquella porción del pasaje que se adaptaba a su propósito. Las palabras que preceden inmediatamente a la parte del versículo que citó dicen: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1 Tim. 2:11). Y las palabras que siguen inmediatamente a su “mensaje para todos los tiempos” que leyó, refuerzan simplemente ese sentimiento. Su paráfrasis también dejó fuera las palabras “enseñar” porque lo único que le interesaba era enfatizar la restricción relativa a la “autoridad”. Permítanme citar el versículo 12 en su totalidad. “Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”.

Es obvio que si uno está probando todo en el sentido más estricto por las palabras de la ley y el testimonio, y si uno no está “modificando” las instrucciones de Dios (o reinterprctándolas), sino simplemente aceptando la Escritura “como dice literalmente”, entonces, la conclusión obligada es que Elena de White era una falsa profetisa de la peor especie.

Para decirlo de otro modo, ella rara vez permaneció en silencio en la iglesia. De hecho, enseñaba con autoridad a los hombres y mujeres dondequiera que iba. Ella fue la peor transgresora si en verdad 1 Timoteo 2:11, 12 establece un “mensaje para todos los tiempos” que no necesita interpretación.

Afrontemos los hechos: cuando examinamos todos los argumentos acerca de la autoridad y/o el significado del pecado de Eva antes de Adán -y después de haber escuchado todos los detalles del argumento que vienen del hebreo y el griego bíblicos y de la erudición alemana y francesa-, el hecho escueto es que la Biblia dice en un español que no se presta a equívocos, que las mujeres no deben enseñar, que deben permanecer en silencio.

Por supuesto, si la hermenéutica de uno permite las consideraciones de tiempo y lugar en los que la Biblia fue escrita, entonces el problema no es tan serio. Pero nuestro amigo no tuvo la precaución de tener preparada ninguna vía de escape. Quedó atrapado por el hecho de que cuando Elena de White es sometida a prueba por una lectura “literal” de la Biblia, queda señalada como una falsa profetisa y transgresora. Nuestro amigo había probado más de lo que se había propuesto.

Por otra parte, si uno acepta que la parte acerca del silencio necesita ser “modificada” un poquito (¿me atreveré a decir “interpretada” o “contextualizada” con el tiempo y el lugar?), entonces uno debe aceptar también que tal licencia debe aplicarse a todo el versículo. Pero eso, por supuesto, conduciría a una destrucción de todo el argumento. Y aunque eso podría parecerles terrible a algunos, la única alternativa es quedarse con una falsa profetisa.

Los excelentes puntos de mi argumento parecen haber sido pasados por alto por dos libros de publicación reciente que siguen la misma línea de argumentación discutida arriba. Ambos ven a 1 Timoteo 2:11-14 junto con el pasaje paralelo de 1 Corintios 14:34, 35, como textos cruciales contra la ordenación de las mujeres (aun cuando ninguno de los pasajes menciona ese tema), ambos ven el asunto como relacionado con la autoridad bíblica, y ambos asumen la posición de que la Biblia puede ser tomada o leída literalmente.

Sin embargo, habiendo dicho esto, inmediatamente comienzan a modificar e interpretar la parte que dice que las mujeres deben guardar silencio en la iglesia. Como uno de los volúmenes señala, “el asunto aquí no es amordazar a las mujeres para que guarden silencio”. El otro libro dice que el pasaje de 1 Corintios en realidad no significa que las mujeres tengan que guardar silencio en la iglesia, puesto que eso “contradiría otras enseñanzas paulinas”. “La conclusión es que la restricción” de que las mujeres hablen en la iglesia, “debe referirse a enseñanza autoritativa, que es parte del oficio pastoral, la posición de liderazgo y de autoridad espiritual sobre la congregación”.

Por supuesto, es una interpretación interesante, pero no le quita a Elena de White la etiqueta de falsa profetisa. Después de todo, ella habló autoritativamente incluso a los pastores que eran dirigentes, tanto en la iglesia como fuera de ella. De hecho, ella confrontó públicamente muchas veces a los pastores varones, y habló con bastante autoridad a pesar de las ordenanzas de Pablo.

Es un punto interesante saber que durante algunos años la señora White tuvo credencial de ministro ordenado, aun cuando nunca fue técnicamente ordenada mediante la imposición de manos. Ella era (y es) el ministro de más “autoridad” que la Iglesia Adventista del Séptimo Día haya tenido alguna vez. Si alguien -hombre o mujer- ha hablado con autoridad en el adventismo, ha sido Elena de White.

Cuando el tomo número dos de los libros mencionados trata de explicar el significado de la declaración de que las mujeres deben estar en silencio de 1 Timoteo 2:11-14, llega al colmo de la modificación y la adaptación interpretativa. “Lo que se les prohíbe a las mujeres”, dice nuestro autor, “es enseñar en los servicios de adoración, como parte del oficio eclesiástico del pastor, el cual involucra el ejercicio de la autoridad espiritual. Las mujeres a quienes se les pide participar en los cultos de adoración, ya sea orando o exhortando, lo hacen sobre la base de una autoridad delegada por el pastor que posee el oficio eclesiástico y cuya autoridad espiritual es derivada de Cristo” (la cursiva está en el original).

Y ya no sigamos hablando de la idea de que no debe haber interpretación, sino que se debe tomar la Biblia literalmente.

Pero ni siquiera esa abrumadora reconstrucción del texto le quita a Elena de White la etiqueta de falsa profetisa. Ella ejerció autoridad espiritual en público y en privado, y sus oyentes fueron tanto varones como mujeres. Por supuesto, la gente puede continuar refinando sus definiciones hasta lograr que Pablo los apoye en sus conclusiones, pero es muy difícil tomar eso como una lectura “literal” de las Escrituras. Y un procedimiento tal, ciertamente, no puede seguir su propio método hermenéutico hasta sus conclusiones lógicas.

Algunas ideas finales

Antes de abandonar el estimulante tema de la ordenación de las mujeres, quizá debería compartir otro argumento que prueba más de lo que se propone. Un día, en mi clase de formación pastoral, uno de mis alumnos salió con la “respuesta infalible” al tema de la ordenación de las mujeres.

“Lean el Antiguo Testamento”, dijo “todos los sacerdotes ordenados eran varones”.

“Es cierto”, le repliqué “pero habrás probado demasiado si te atienes a tu argumento. Si continúas con esa lógica hasta sus últimas consecuencias, tendrás que llegar a la conclusión de que muy pocos, incluyéndote tú mismo, son bíblicamente elegibles para la ordenación, porque el Antiguo Testamento sólo aprobaba la ordenación de varones orientales. Pero ni siquiera de cualquier oriental. Tenían que ser hebreos, y sólo del linaje de Aarón, de la familia de Leví”.

“Si” dijo otro que quería seguir con la discusión “consideremos a Jesús. El llamó sólo a discípulos varones”.

“Es cierto, pero también puede alegarse que sólo nombró judíos antes de la diáspora. Seamos fieles a la lógica de nuestros argumentos”.

“Pero”, dijo otro, “Pablo era un hombre de la diáspora y fue un discípulo auténtico aun cuando no era de los doce”.

“Sí, pero algunos discípulos varones que no pertenecieron a la diáspora podrían señalar que el problema comienza con él. Después de todo, miren cuántos problemas suscitó cuando comenzó a aplicar el evangelio al contexto de los gentiles del primer siglo. Por poco divide a la iglesia del Nuevo Testamento”.

“Pero”, puede sugerir algún otro, “es por eso que la experiencia de Pablo está en la Biblia. Con él debe cesar toda contextualización injustificada. Después de todo, usted no puede ir a los extremos en este negocio de aplicar la Biblia a tiempos y lugares nuevos”.

Y los argumentos pueden continuar indefinidamente. Y así continuarán, seguramente.

Al terminar, quiero decir una vez más, que el tema de mi artículo no es ni el uso de joyas, ni el sexo, ni el trabajo, ni la ordenación de las mujeres. Es, más bien, una advertencia de que debemos examinar las consecuencias finales de nuestro método teológico, si no queremos ir más allá de lo que nos proponemos. Es una súplica a ser fieles a nuestra propia lógica y a la totalidad del texto seleccionado para demostrar lo que queremos. Por tanto, el uso de joyas y la ordenación de la mujer, sencillamente nos proveen una ilustración contemporánea que nos invita a un uso más sano de la Escritura. Después de todo, hay una gran diferencia entre usar la Biblia para probar un punto y desarrollar un sólido argumento bíblico. Un punto de vista elevado de la Biblia exige una hermenéutica saludable.

Sobre el autor: George R. Knight es profesor de historia eclesiástica en el Seminario Teológico Adventista. Universidad Andrews. Berrien Spring. Michigan.


Referencias:

[1] Gordon 1 Werham, The Book of Leviticus, The New International Commentary on the Old Testament (Grand Rapids: Ecrdmans, 1979), pág 237

[2] Comentario bíblico adventista, comentarios de Elena G. de White (Boise, ID Publicaciones Interamericanas, 1990), tomo 7, pág. 305.