Como las ondas producidas por una piedra que es lanzada en aguas tranquilas, el trauma que crea el mal comportamiento sexual de un pastor se extiende más allá de la vida personal de los directamente involucrados.
El precio, por supuesto, es gravoso para quien ha abusado de una posición de confianza: pérdida de relaciones con la familia y los miembros de la iglesia, pérdida de respeto, pérdida de liderazgo, pérdida del empleo y pérdida de la calidad de miembro de iglesia.
Pero el trauma va más allá de las pérdidas personales del pastor. La esposa y los hijos llevan a cuestas el estigma de un pecado en el cual no participaron. Las estructuras de apoyo de la congregación y del colegio que ministran a otros que atraviesan por crisis parecen ahora abandonar a la familia Pastoral.
Las víctimas del abuso también sufren. Es obvio que estas personas son víctimas, ya sea que crean que eligieron libremente la relación ¡lícita o no. El mal comportamiento sexual cometido por los profesionales, como médicos, abogados, terapeutas, maestros y pastores, que tienen una posición de autoridad sobre sus víctimas, viene a ser como una traición de la confianza y una explotación de la víctima, que pone en peligro su hogar, su familia y su estatus en la comunidad de creyentes.
La reputación de la congregación también es afectada, y la capacidad de sus miembros para confiar en sus futuros dirigentes queda bloqueada.
Normalmente, toma más de una década para que una congregación se recupere del trauma producido por la mala conducta sexual de un pastor. Los colegas del ministerio y el abarcante cuerpo de la denominación también sufren por la baja estima así como por la suposición generalizada de que “¡todos los pastores son iguales!” Finalmente, el cristianismo en general sufre el escarnio público de las personas que se burlan por los pecados de aquellos a quienes se les había brindado confianza espiritual.
No es raro que la penalidad haya sido tradicionalmente severa para los pastores que caen en la inmoralidad. Mientras más elevada sea la posición de responsabilidad, mayor es la exigencia moral. Los miembros de la iglesia tienen el derecho de esperar lo mejor de sus pastores y de creer que una posición de liderazgo no debiera ser una plataforma de lanzamiento para el abuso sexual del poder.
Inconsistencia en la disciplina
Pero se nota una tendencia creciente a encubrir, ignorar, o tratar como infracción menor el mal comportamiento sexual, dejando al pastor culpable libre para ser reasignado a otra función pastoral, con frecuencia con no más que un breve lapso de suspensión del servicio. Casos recientes incluyen a pastores que han sido “disciplinados” por una caída moral, y sin embargo fueron reasignados a otras funciones pastorales dentro del mismo mes. Cierta asociación pidió a una congregación que aplicara la disciplina a su pastor moralmente caído mientras los administradores continuaban manteniendo sus credenciales que lo capacitaban para participar en el curso de Clínica de Educación Pastoral (CPE) como preparación para el ministerio de la capellanía. La iglesia se negó a disciplinar a un pastor que todavía tenía credenciales de la asociación.
Tales ejemplos son por demás típicos. Violan directamente los reglamentos de la iglesia: “Se reconoce que un ministro que ha experimentado una caída moral o ha apostatado, tiene acceso a la misericordia y a la gracia perdonadora de Dios y puede desear volver a la iglesia. Se le debe asegurar a tal individuo el amor y la buena voluntad de sus hermanos. Sin embargo, por causa del buen nombre de la iglesia y a fin de mantener en alto las normas morales, debe planear dedicar su vida a otro empleo que no sea el ministerio evangélico, el ministerio de la enseñanza, o el liderazgo denominacional”.[1] “El reglamento es concluyente. “No será elegible para un futuro empleo como ministro adventista del séptimo día”.[2]
Reinstalar o transferir encubiertamente a un pastor que ha tenido una caída moral hiere al cuerpo de Cristo. Los miembros de la iglesia, por una parte, se escandalizan y pueden suponer que la administración de la iglesia conspira para proteger a los suyos. De esta manera, los miembros pueden concluir que lo que es aceptable para el liderazgo, debiera ser aplicable a ellos, y así creer que se puede violar el séptimo mandamiento impunemente. La iglesia, por otra parte, afronta enormes riesgos legales por mantener a una persona en el empleo después de saber que ha incurrido en el abuso sexual del poder.
Si los reglamentos actuales necesitan ser revisados para permitir el reempleo de un pastor involucrado en una mala conducta sexual, existe un proceso apropiado para debatir y enmendar los reglamentos, en el cual cada punto de vista será evaluado. Mientras tanto, la administración de la iglesia no debiera establecer el precedente de que anda al margen de los reglamentos bajo el pretexto de la compasión.
Por supuesto, los pastores que han caído necesitan compasión. Pero el perdón y la compasión no garantizan la seguridad del empleo. La compasión debería enfocarse en la restauración espiritual antes que en la continuación del trabajo. Si bien personalmente me regocijo por los individuos que fueron restaurados profesionalmente, me aflijo por una creciente mentalidad que concluye que un pastor bien relacionado o muy popular que ha caído en una mala conducta sexual sobrevivirá profesionalmente mientras que otros, no tan bien relacionados, serán desconectados sin lugar a ninguna apelación.
Además, anima saber que el reglamento actual tiene en cuenta la compasión junto con la disciplina: “Donde sea práctico, la organización involucrada proveerá un programa profesional de aconsejamiento y orientación profesional para el ministro y su familia a fin de ayudarles en el duro proceso de transición”. [3]
Compasión y disciplina
Hace poco la Asociación Ministerial de la Asociación General preparó la siguiente resolución:
Siendo que el llamado al ministerio es un cargo sagrado, que involucra, entre otras cosas, el respeto a la condición humana de las personas, como se prevé en el séptimo mandamiento, y cualquier ruptura de la confianza en esta área trae reproche al ministerio, a la iglesia y a Dios;
Siendo que es irrazonable pedir a los miembros que confíen en los pastores que se han involucrado en mala conducta sexual (adulterio, pedofilia, homosexualidad, fornicación, etc.);
Siendo que la iglesia está bajo riesgo legal cuando emplea o transfiere como pastores a aquellos que tienen un antecedente de mala conducta sexual;
Siendo que la asociación es la autoridad de la iglesia que ordena y emplea, y se le ha encargado la sagrada responsabilidad de proteger, preservar y proyectar su buen nombre, y mantener en alto las normas en el ministerio para la gloria de Dios;
Siendo que existe confusión donde no se aplica consistentemente el reglamento, dejando a muchos pastores convencidos de que no es lo que uno hace sino cuán bien conocido eres lo que determina la disciplina recibida;
Recomendamos firmemente que se sigan los reglamentos establecidos tanto en sus provisiones disciplinarias como en las redentivas”.
La consistencia es necesaria. Si el reglamento actual necesita ser revisado, entonces presentemos el asunto en una forma que responda a las preguntas y evite los cargos de compadrazgo o encubrimiento. Si el reglamento actual, que descalifica a los ministros que han experimentado una caída moral para el liderazgo pastoral o eclesiástico en el futuro, es apropiado, entonces, que nos mantengamos unidos en su aplicación y no permitamos que algunos vuelvan a entrar al ministerio mientras otros quedan excluidos.
Por encima de todo, enfaticemos un código de ética para los profesionales empleados por la iglesia que reconoce seriamente que cualquier mala conducta sexual dentro del contexto del ministerio es profesionalmente antiética y moralmente errónea. Encontremos también formas prácticas de ayudar a quienes tienen la tendencia hacia la incorrección moral para que busquen asistencia profesional y logren evitar la caída moral que podría destruir su ministerio.
Referencias
[1] Working Policy of the General Conference of Seventh-day Adventists (Hagerstown, Md.: Review and Herald Pub. Assn., 1992-1993), pág. 332 (el énfasis es nuestro).
[2] Id., pág. 331 (el énfasis es nuestro).
[3] Id, pág. 332 (el énfasis es nuestro).