Cuando nuestros lectores lean esta nota seguramente estaremos ya experimentando las sensaciones que acompañan a los grandes acontecimientos. Estaremos poniendo la fecha mágica del año 2000 a todos nuestros documentos y escritos. La expectación creada durante muchos años de espera e intensificada a medida que se aproximaba el 31 de diciembre de 1999, se habrá disipado porque estaremos viviendo la experiencia de entrar a un nuevo milenio.

 La gente llegó a atribuirle al milenio significado metafísico y espiritual. En muchos evocó la posibilidad de convertir en realidad su sueño más acariciado: la segunda venida de Cristo; y en otros, la posibilidad de realización de sus peores pesadillas: el fin cataclísmico del mundo.

 Millones de personas pusieron su mirada en el año 2000 como un momento cósmico, una fecha tope, un punto fijo en la distancia, la línea de un horizonte temporal, la metáfora del futuro.

 ¿Qué ideas, temores y esperanzas no se han relacionado con el momento mágico en que la historia cruce la línea que separa el año 1999 de) año 2000, al siglo XX del siglo XXI y al segundo milenio del tercero?

 Ante la mentalidad de muchos el final del milenio llegó a considerarse como un momento de posibilidades extremas que van desde la recuperación del paraíso terrenal hasta la aniquilación total del planeta. El comienzo de una nueva era de maravillas sin precedentes, o también que todas las deudas planetarias se pagarán simultánea y cataclísmicamente, como dijo Lance Morrow en aquel número especial del año 2000 que publicó la revista Time.[1]

 ¿Qué habrá ocurrido cuando nuestros lectores lean esta nota? ¿Existe la posibilidad de que ya no lleguen a leerla? Nadie lo sabe, por supuesto, porque nadie sabe lo que ocurrirá en ningún momento futuro. Es posible que guerras, desastres naturales y pestilencias peores que las vistas hasta hoy azoten al mundo, pero no porque haya llegado el año 2000 ni el milenio, sino porque a medida que se deteriora más el ambiente, se vuelve más frágil el hábitat que Dios creó con propósitos eternos y se acerca más el tiempo anunciado cuando la tierra será visitada por los juicios de Dios.

 Nuestro Señor puede venir el año 2000, pero no porque sea un año que termina con tres ceros, sino porque el reloj profético haya marcado la hora de su tan largo tiempo esperada manifestación.

 Nuestro Señor dijo, refiriéndose a su venida: “Pero del día y la hora, nadie sabe” (Mat. 24:36). Puede ser cualquier día, cualquier noche y cualquier hora del año 2000, como pudo ocurrir el año 1999 o cualquier año del segundo milenio o el año 2001.

 ¿Qué ocurrirá el 31 de diciembre de 1999?, nos preguntamos desde nuestra perspectiva todavía futura en este momento. Como de acuerdo con la declaración de nuestro Señor, ningún año tiene significado profético particular en lo que a su venida se refiere, puede ser que el inicio y el fin del año 2000 sean como los de cualquier otro de los que han comenzado y terminado desde que el tiempo comenzó a contarse, como dijo el sabio Salomón: “Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta” (Ecl. 1:5). Si el Señor no viene antes del 31 de diciembre de 1999, bien podría ser el primero de enero, o cualquier día del año 2000. Pero también es posible que el primero de enero del año 2000 salga y vuelva a ponerse el sol, como cualquier otro día, para volver apresuradamente al lugar de donde sale.

 La segunda venida de Cristo, no el año 2000, es el acontecimiento que marca el gran momento cósmico y la verdadera metáfora del futuro. Hacia ese gran acontecimiento se dirigen los anhelos de todos los pastores adventistas, y hacia ese gran acontecimiento se dirigen los anhelos de los miembros de las iglesias que han sido confiadas a su cuidado.

Sobre el autor: es director de la edición Interamericana de la Revista Ministerio Adventista


Referencias

[1] Time Special Issue, otoño 1992, pág. 9