Realizar un ministerio cristiano efectivo entre los indios nativos de Norteamérica parece prácticamente un imposible. Los nativos no se congregan en las grandes reuniones de los así llamados cristianos. En las reuniones evangelísticas se muestran resistentes y esquivos. Es muy difícil para ellos enfocar su atención en las explicaciones de la verdad bíblica. En el templo y en la iglesia se sienten encajonados y desdeñados.
Como ocurre con muchas situaciones similares alrededor del mundo, esta resistencia tiene raíces históricas comprensibles. Durante muchos siglos los europeos consideraron a los pueblos nativos como salvajes y a sus culturas completamente desprovistas de valor, incluso aborrecibles. Durante la mayor parte de dicha época el liderazgo cristiano fue un agente conveniente y efectivo de la política del gobierno que controlaba los territorios y las aspiraciones de los nativos. El gobierno y la iglesia, unidos, han negado el autoeducación, el autogobierno y la autosuficiencia de los nativos. El jefe Toro Sentado, dijo: “No es necesario que las águilas sean cuervos”. Ningún punto de vista honesto de la historia puede negar la responsabilidad cristiana por haber diezmado o negado la cultura nativa.
Razones para la desconfianza nativa
Cualquier cambio que haya habido en esta alianza impía entre la iglesia cristiana y la coerción del gobierno ha ocurrido dentro de las últimas dos décadas. No debería sorprender a nadie que los pueblos nativos se muestren escépticos cuando la iglesia proclama ahora una nueva comprensión de las culturas nativas y profesa motivos más elevados. La evidencia de arrepentimiento genuino es insuficiente. Desde la perspectiva de los nativos, los cristianos están haciendo su ministerio denominacional en gran medida como tradicionalmente lo han hecho.
Otra razón válida para la desconfianza es la disparidad entre los promedios de vida de los cristianos y de los nativos. La expectativa de vida de un nativo es 12 años menos que la de un cristiano no nativo. La muerte violenta es tres veces más probable entre los nativos. El promedio de suicidios entre los nativos es seis veces más alto que el promedio nacional. El desempleo en una comunidad nativa puede ser de 50 a 70 por ciento. Las enfermedades del corazón se elevan al doble del promedio. En muchas comunidades nativas el 50 por ciento de las casas no tienen sistema de drenaje, agua ni electricidad. La mitad de todas las muertes se relaciona con el alcohol. En algunas áreas de Canadá, los presos nativos constituyen el 40 por ciento de toda la población de los reclusorios, aun cuando sólo comprenden el 6 por ciento de la población. En tiempos muy favorables sólo el 60 por ciento de los niños nativos elegibles asistían a la escuela, y sólo el 6 por ciento de los que lo hicieron terminaron el nivel medio.
Costo radical del discipulado
El término desposeídos es correcto. Un ministerio efectivo en favor de los pueblos nativos exige un costo radical del discipulado. La persona que quiera ser pastor debe estar dispuesta a desprenderse de la mayoría de las posesiones que lo identifican con su cristianismo caucásico de clase media. Debe haber un genuino abandono físico de los refinamientos que rodean a la mayoría de los cristianos en su sociedad, para entrar en una experiencia bastante ruda. Los pastores nativos eficientes deben ser humanos y terrenos en el sentido de que algunas veces serán vagabundos itinerantes, otras estarán sin hogar, generalmente sin un céntimo, porque los pobres abundan. Con frecuencia dependerán de la ayuda de amigos y extranjeros, se asociarán con borrachos, analfabetos, groseros, y una variada clasificación de pecadores. Su vida será muy semejante, en algunas circunstancias, a la vida que Cristo adoptó por usted y por mí. Tales pensamientos aumentan la admiración que sentimos por los misioneros jesuitas que dejaron la comodidad de Europa para vivir su vida y su fe en medio de los “salvajes”.
Entre el pueblo nativo norteamericano, como entre otra gente similar de otras partes, el ministerio efectivo es imposible hasta que nos preocupemos lo suficiente por ellos como para aprender su lenguaje y su manera de pensar. Cuando nos acercamos a ellos con nuestras presuposiciones etnocéntricas, les hacemos difícil -hasta imposible-, la tarea de escucharnos. La forma en que los escuchamos les asegura que en realidad nunca les prestamos atención. La forma en que se conducen generalmente nos molesta. La forma en que les obligamos a sentarse todo el día en clases frente al maestro, cierra todas sus avenidas y posibilidades de aprendizaje. Nuestra autoridad se transfiere, la de ellos se desarrolla. Sus tradiciones son orales, las nuestras escritas. Las cosas que son importantes para nosotros, no lo son para ellos, y viceversa.
Es un ambiente en el cual no tiene lugar el ministerio tradicional. Mientras más intensificamos nuestros esfuerzos, menos escuchan y responden. Cuando se les da la oportunidad de expresarse -si es que se les da-, somos muy poco hábiles para escucharles. Por tanto, siempre respondernos en formas que ellos no buscan ni desean.
Los cristianos hacen religión. Ellos la usan. Ellos la viven, hablan de ella, la emplean para satisfacer sus deseos personales o corporativos (deliberada o involuntariamente). Algunos ministros no la viven, y después de algún tiempo, los motivos mezquinos son evidentes para el pueblo nativo. En muchos casos, el objetivo denominacional es enseñar a los nativos los dogmas y los procedimientos para que sean religiosos. El curriculum consiste en enseñar cómo usar la religión, vestirse de ella por lo menos una vez por semana, capturar lo mágico y ritualizar las enseñanzas. Con frecuencia está lejos de una consagración de toda la vida a la ley de respeto a Dios, a toda la gente, a los animales y a la creación, respeto que está en el mismo corazón de la espiritualidad nativa.
Difícilmente se hallará un pastor cristiano no nativo que esté dispuesto a soportar todas las penurias que supone vivir físicamente en medio de una de las innumerables comunidades nativas. Es incluso más raro que haya apoyo por parte de la denominación para un pastor tal, a quien se le debe permitir trabajar sin la imposición de blancos a corto plazo. Es muy posible que el único ministerio que pueda tener éxito en este contexto sea uno en el cual la vida de Cristo se viva de hecho, lenta y silenciosamente, reflejando el carácter y el interés de Dios en una comunidad marginada como es el caso de los nativos.
Reflejar a Cristo
La gente del mundo, entre ellos los nativos norteamericanos, han estado esperando durante demasiado tiempo ver la vida de Cristo holísticamente demostrada ante ellos; Cristo mismo integrado a toda su vida y su cultura. Anhelan conocer a un Cristo tal, que no esté por encima de su cultura, dictando términos extranjeros de compromiso y autoridad, sino en su propia cultura. Todo lo que desean es a Cristo, como la esperanza de gloria.
Un ministerio nativo ejercido por modernos ministros cristianos es prácticamente imposible porque nuestra historia es demasiado dudosa, nuestros motivos son demasiado denominacionales y nuestros métodos demasiado rápidos y exigentes. El tiempo que se permite gastar en los pueblos es demasiado breve para poder aprender su forma de hablar, escuchar y ser. Un compromiso de por vida prácticamente no existe. El ministro tiende a responder a la iglesia más que a Cristo.
En Norteamérica existen actualmente unas 400 comunidades o pueblos nativas (algunas han sido totalmente aniquiladas). Cada una de ellas tiene su propia historia distintiva, su propio lenguaje, cultura y costumbres. La comisión de Cristo de alcanzar a toda nación es abrumadora frente a tal diversidad. Estos pueblos están prácticamente intocados, en términos de un ministerio cristiano efectivo. ¿Abandonaremos algún día la historia, el estilo disparatado y la metodología nada comunicativa de los ministerios tradicionales cristianos?
Las más prometedoras posibilidades del ministerio se centran en el compromiso de ministros nativos de vivir la vida de Cristo en sus propias comunidades. Los nativos deberían ser educados para el ministerio nativo y no simplemente a través del currículo convención al del seminario. Los nativos deberían ser educados por pastores nativos en territorio nativo. La habilidad para contar una buena historia moral en la abarcante casa circular nativa es de tanto valor como la capacidad para sostener una proposición doctrinal.
Tal ministerio es una temible perspectiva para muchos porque nuestra propia etnocentricidad cristiana exige el dominio. Tememos el surgimiento de un cristianismo nativo, que quizá no se adapte totalmente a nuestros rígidos patrones. Es probable que el cristianismo nativo sea más fundamental, más experimental, menos escolástico y más práctico que las expresiones euroamericanas del cristianismo. Su teología puede ser más oral que escrita. Su autoridad puede ser más abarcante y menos fragmentada, con sus límites menos identificables que la de las iglesias tradicionales.
La prueba del sacrificio
Permitir el surgimiento de este tipo de cristianismo con nuestra bendición puede ser el sacrificio que probará el reciente clamor de la iglesia por un arrepentimiento genuino y su permanente compromiso con la libertad de conciencia. Los ministerios nativos ejercidos por pastores nativos pueden tener, incluso, la audacia de buscar el apoyo de los henna-nos cristianos mientras encuentran su propia voz y misión.
Colón y otros exploradores europeos hicieron el voto de cristianizar las tierras salvajes que habían descubierto, pero después de centenares de años es obvio que en Norteamérica la misión ha fallado completamente. Quizá Dios nos está pidiendo ahora que le permitamos acercarse a sus hijos nativos de Norteamérica y de otras partes del mundo con una voz que puedan oír y un rostro que puedan reconocer y amar.
Sobre los autores:
Kitty Maracle es pastora de la Iglesia Nativa Adventista del Séptimo Día de Vancouver, Columbia Británica.
Ken Van Ochten es abogado jubilado que ha trabajado en ministerios nativos durante más de siete años.