Una misión de alta estrategia

 Sucedió en Maceió, Brasil. El colportor Luis Pessoa fue recibido por un hombre joven, apuesto, quien lo sorprendió con la siguiente afirmación categórica:

 -No tengo interés en libros.

 -¿Quién le dijo que vendo libros?

 -Entonces, ¿qué vende?

 -Vendo salud, salvación y paz de espíritu…

 Impactado por la respuesta espontánea, e inspirado por la convicción y sonrisa del desconocido, el caballero lo recibió en su residencia. Abriéndole el corazón, le confesó su decisión de autoeliminarse. Después de escucharlo con atención y de ofrecer una oración en su favor, el potencial suicida compró El conflicto de los siglos y otros libros. Meses después el hombre murió en Cristo y fue “sepultado”, pero no en el cementerio, sino en la Iglesia Adventista a la cual se unió con toda su familia.[1]

 Gracias al ministerio de los colportores, todos los días se repiten hechos parecidos no sólo en las megalópolis, sino también en las regiones más apartadas del planeta. Aunque la palabra que identifica a estos misioneros no halló espacio en los diccionarios de la lengua española ni en la Enciclopedia Espasa-Calpe, para los adventistas el término colportor tiene un significado muy especial, al punto que a estos mensajeros la inspiración y la iglesia les asignó el rango de ministros.[2]

 Los protagonistas de este ministerio

 Aunque los ministerios son muchos,[3] centraremos la atención en el del mensaje impreso. En este caso, en la gran epopeya de la evangelización es importante visualizar la asociación de protagonistas a quienes se les encomendó una misión de carácter estratégico. Es la siguiente:

 1. Los escritores y las editoriales se unen para producir e imprimir obras, las cuales deben armonizar con un “Así dice Jehová”.

 2. El libro y la revista actúan como instrumentos portadores del mensaje.

 3. El colportor y el Espíritu Santo se asocian para realizar este ministerio, cuya finalidad podría resumirse en los siguientes términos:

 a. Abrir campo nuevo y crear condiciones para que los predicadores puedan encontrar terreno abonado y realizada la siembra, con la finalidad de regarla para que el Señor de la mies proporcione el crecimiento.

 b. Vencer la natural negativa a comprar que tiene el cliente, quien capitula ante la acción irresistible del Espíritu y el interés contagioso por el bienestar de las personas que caracteriza al caballero del prospecto. Ambos agentes conciertan sus respectivas acciones con la finalidad de que el entrevistado disfrute en plenitud de esta vida, y participe de la venidera.

 Es propio afirmar que el ministro del mensaje impreso, aunque ofrece lo que a nadie -o pocos- le interesa comprar, el colportor tiene lo que todos necesitan adquirir.

Las publicaciones abrieron las puertas

 Como en otros continentes, en este sector del planeta los ciento veinte años de historia demuestran que el Señor del Universo asignó al ministerio de las publicaciones una misión estratégica: Preparar el terreno y abrir el camino a los predicadores del mensaje. Cada vez que se utiliza dicha metodología, las realizaciones demuestran que los resultados están garantizados.

 Haciendo referencia a esta estrategia, en la Review del 26 de junio de 1919 el pastor 0. Montgomery expresa lo siguiente: “En todo lugar de este campo -Sudamérica-, la página impresa ha sido la cuña de entrada y es aún un fuerte factor en el avance de nuestra obra”.[4]

 En el Brasil. “En un tiempo que en ningún calendario se anotó, entre la bruma de lo intrascendente, y en el sigilo y la oscuridad de los delitos que la justicia no castiga -dice el pastor Peverini-, se movía un joven alemán, perseguido por la conciencia, en procura de un barco que lo alejara del Brasil y lo pusiera a cubierto de la eventual pena de su crimen.

 “Años después, impresionado por hechos de consecuencias imponderables, algunos investigadores, auxiliados por la memoria de antiguos pobladores de la zona y los mejores cálculos, reconstruyeron algunos episodios de un drama que merece conocerse.

 “Un paquete de diez revistas en alemán, destinado a Carlos Dreefke, llegó a la tienda y taberna de David Hort, que a la vez era la estafeta de ese distrito rural, próximo a Brusque, Estado de Santa Catarina. Para Carlos Dreefke, el paquete que no había pedido, que venía de Estados Unidos, era un presente griego. La factura podría llegar posteriormente. Se negó a recibirlo, y mucho menos a abrirlo. Pero David Hort estimuló su coraje y, abriéndolo en su nombre, se quedó con un ejemplar de Stimme der Wahrheit [La Voz de la Verdad], y animó al destinatario a distribuir los nueve ejemplares restantes entre los parroquianos que representaban a otras tantas familias.

 “Esa revista despertó el interés de sus lectores. Tras ese número llegaron otros, y después otros folletos y libros, sin que nadie cobrara la factura. ¿Qué había ocurrido?”[5]

 De acuerdo con las informaciones recogidas por el Pr. Héctor J. Peverini, el joven alemán de apellido Buchard que cometió un crimen, probablemente en 1878, a hurtadillas se introdujo en un barco de bandera alemana y viajó a Europa como polizón. Descubierto, lo obligaron a trabajar. Durante el viaje entabló conversaciones con unos misioneros adventistas, quienes se interesaron en hacer algo en su favor y también por los habitantes de las colonias alemanas del sur del Brasil. Estudiaron con él la Biblia y lograron que les diera su dirección con el fin de enviarle publicaciones para que conociera más acerca de la fe y de la esperanza, cuyos temas estudiaron bastante durante la travesía.

 Dada su situación irregular, los datos personales que dio correspondían a su padrastro, razón por la cual Carlos Dreefke, ignorando lo que había sucedido, comenzó a recibir las publicaciones posiblemente a fines de 1879.

 Otro dato curioso es que a la extraña intervención de un delincuente y la de un tabernero en la distribución de publicaciones que combatían el vicio y promovían la fe, en 1884 entró en este singular escenario Friederich Dressel, un beodo, hijo de un pastor luterano que había sido expulsado de su casa por haberse dado a la bebida. Rechazado por los suyos, Friederich decidió viajar al Brasil, donde esperaba encontrar suficiente espacio, libertad y vino para mitigar su insaciable sed por el alcohol.

 Viendo en la distribución de publicaciones que estaban llegando al Brasil una fuente de recursos para financiar su vicio, se dedicó a distribuirlas a cualquier precio. “Los encargados de la Sociedad Internacional de Tratados se sentían estimulados por la excelente acogida que sus publicaciones gozaban entre los alemanes de Santa Catarina, y enviaban más. Su valor material se elevaba a cientos de dólares, que nunca recibieron. Aunque algunas de las revistas a veces caían de las manos temblorosas del alcohólico, por años muchos leyeron esas páginas saturadas de inspiración y de verdades evangélicas, y los resultados fueron notables”.[6]

 En la Argentina. “Jorge A. King fue el primer colportor que produjo esta denominación. También fue el primer colportor que pisó suelo sudamericano. El Hno. King colportó en la Guayana Inglesa en 1887, tres años después que allí llegaran las primeras publicaciones. En cuanto al actual territorio de la División Sudamericana (DSA), sus primeros colportores fueron E. W. Snyder, C. A. Nowlin y A B. Stauffer. Estos tres hombres, elegidos por la Asociación General para iniciar la obra del colportaje en Sudamérica, desembarcaron en 1891 en Montevideo, proyectando empezar obra en el Uruguay”.[7]

El informe recuerda que estos enriados, al descubrir que el país sufría una aguda crisis y, lo que era peor, los impuestos a la importación de libros eran muy elevados, decidieron seguir viaje rumbo a la Argentina, donde no existían las dificultades mencionadas. Siendo que el Hno. Stauffer era alemán, fue a establecer contacto con los colonizadores de esa raza que se habían establecido en la provincia de Santa Fe. Sus compañeros permanecieron en la capital. Tan exitoso fue su ministerio que reclutaron a un joven inglés, L. L. Brooking, quien aceptó el desafío como resultado del entusiasmo y el celo misionero nacidos en él gracias a la lectura de las publicaciones adquiridas a estos misioneros de avanzada. De acuerdo con los registros existentes, en cuatro meses estos ministros del mensaje impreso vendieron 400 libros.

 En Chile. Enriados por la Junta de Misiones Extranjeras de la AG, E W. Bishop y T. H. Da- vis zarparon desde San Francisco, Estados Unidos, rumbo a Chile, arribando al puerto de Valparaíso el 8 de diciembre de 1894. Gracias a las indicaciones de un marinero fueron al Cerro Inglés, y en ese lugar una señora les compró dos ejemplares del libro Bible Readings [Lecturas bíblicas], y además les proporcionó la dirección de un pastor que también les compró un ejemplar. Al finalizar su primera jomada de trabajo informan haber tomado seis pedidos.[8]

El otro poder se pone en marcha

 La diligencia de los pioneros, cuyo celo por la causa los consumía, era un detonante que actuaba en el corazón de las personas encendiendo en ellas la llama de fe y esperanza, virtudes que, al ser impulsadas por el viento del Espíritu, hacían que el mensaje se propagara por todas partes como fuego en el rastrojo.

 Importar libros y ofrecerlos en un idioma que no era vernáculo constituía una traba para la misión. Esta realidad preocupaba a E. W. Thomann, joven que hacía unos tres años había aceptado en Chile el mensaje adventista. Con visión sugirió el establecimiento de “el otro poder” -el de los medios de comunicación-; en este caso, la imprenta.

 “En la segunda mitad del año 1899, el Pr. G. H. Baber, quien fue el primer obrero enriado para hacerse cargo de la Misión de la Costa Occidental Sudamericana, hizo un viaje de Chile al Perú en compañía del Hno. Thomann… Durante el viaje, Thomann propuso la publicación de un periódico para la Costa Occidental, tomo resultado de la sugerencia, ambos hermanos, luego de regresar a la sede de la obra en Valparaíso, Chile, se propusieron diligentemente hacer planes para iniciar la impresión de un periódico mensual de ocho páginas con el nombre de Las Señales de los Tiempos. La primera edición de 1.000 ejemplares apareció en enero de 1900…

 “Los primeros ejemplares de este periódico fueron impresos por una casa no adventista. En julio del mismo año la misión compró una prensa en $500 (moneda chilena), y con esto se instaló la primera imprenta adventista del séptimo día en el continente sudamericano. Esta prensa era movida a mano y casi idéntica a la que funcionaba en Rochester, Estados Unidos, siendo ésta la primera que tuvo la organización en el ámbito mundial.

 “La pequeña prensa de Valparaíso fue trasladada a Iquique, más al norte, en 1903. A fines de 1904 se la llevó de vuelta a Valparaíso… En 1908 la imprenta fue trasladada a Lo Espejo, un pueblo de los alrededores de Santiago, la capital, donde en 1911 quedó clausurada. Lo que del equipo no pudo venderse, fue trasladado a Buenos Aires, habiéndose decidido concentrar nuestros esfuerzos de publicación para la América Latina en un lugar de la Argentina…”[9]

 Esta es parte de la génesis que dio origen a una institución respetable, hoy conocida como Asociación Casa Editora Sudamericana (ACES), editorial dependiente de la DSA que sirve a siete de los ocho países que integran dicho territorio administrativo.

 La DSA cuenta con otra importante institución, hoy conocida como Casa Publicadora Brasileira, cuya misión es la de servir mayormente a la iglesia en el Brasil. Sus comienzos trataremos de sintetizarlos en pocas frases.

 Como resultado de las gestiones del Dr. J. Lipke, quien viajó a los Estados Unidos con el propósito de buscar recursos para promover el desarrollo de la obra en el Brasil, entre los elementos que consiguió había una prensa. En julio de 1905 se instaló en el Colegio de Taquara la máquina donada por el Colegio de Berrien Springs, estableciéndose de este modo la primera imprenta adventista en el Brasil.

 “La Hna. Mana Ehlers, que entonces se hallaba relacionada con la obra, escribió: ‘El Hno. Sabeff, nuestro impresor y tipógrafo que llegó de los Estados Unidos ha armado ya la prensa, la máquina de coser y la guillotina, como también el equipo tipográfico, de manera que ya puede empezar la obra de publicación… Tenemos suficientes motivos para alabar a nuestros hermanos de los Estados Unidos porque poseemos por fin casa editora propia’”.[10]

No será vencido por la tecnología

 Cuando apareció la TV, muchos pensaron que las horas para la producción de libros y revistas estaban contadas. Basta mirar los puestos de diarios y las librerías para que la falacia, que ya no se discute, quede aplastada por el peso de la realidad. Después vino la computadora, cuya capacidad tecnológica adquirió dimensiones insospechadas con el CD y la Internet. Ahora no falta quien piensa que la pantalla tiene el poder suficiente para tragar todo el papel y la tinta, los que dejarán de usarse para imprimir libros, revistas y periódicos.

 Si todavía seguimos creyendo en el espíritu de profecía, dicha expectativa pasa al terreno de lo absurdo. Nuestro argumento se basa en la siguiente afirmación de Elena de White:

 “Mientras dure el tiempo de gracia, tendrá el colportor oportunidad para trabajar”.[11]

Reflexión final

Siendo hijo de colportor y, a su vez, nieto de un feligrés que fue entusiasta distribuidor de publicaciones, al tener registrado entre los códigos genéticos legados por mis ancestros el amor a las publicaciones, no sólo me limité a admirar a los ministros de la página impresa; también tuve el privilegio de colportar y, por añadidura, entre los mayores privilegios concedidos por el Señor, considero que así lo fue la invitación para formar parte del cuerpo editorial que tiene nuestra querida iglesia en una institución tan misionera como es la ACES.

 Esta calificación no es un sueño a realizar. Una parte importante de los servidores de cada uno de los departamentos tiene responsabilidades en iglesias y muchos grupos que hay en el gran Buenos Aires. Con doce meses de antelación ellos saturan nuestra agenda para que los asistamos. Además, durante el año ya tenemos establecidos los domingos, en los cuales venimos a trabajar en favor de un proyecto misionero especial: Comenzamos con la revista Paz en la tormenta (El camino a Cristo), plan que, sumado a ciertas subvenciones, nos permitió ofrecer la publicación a un precio imposible. Ahora estamos trabajando en favor de la Biblia.

 Como lector usted puede apoyar este ministerio sacrosanto si, además de orar por los colportores y los que tenemos responsabilidades editoriales, vela para que cada feligrés reciba por lo menos el folleto de la escuela sabática y la Revista Adventista, poniendo en la mente de ellos el siguiente plan:

 Después de estudiar el folleto y de leer la Revista Adventista, en vez de guardarlas para que acumulen polvo, regálelas para que la semilla del contenido pueda germinar y dar frutos para la eternidad.

 Este ministerio que abrió caminos y puertas para la implantación del mensaje adventista sigue revestido de todo el poder para participar en las acciones decisivas destinadas a terminar la obra que Cristo confió a su iglesia. Esto será pronto. Investidos del poder de lo alto, si cada uno hace su aporte, los equipos con los cuales contamos nos ayudarán a lograr el objetivo.

Sobre el autor: es director editorial de la ACES.


Referencias

[1] H. J. Peverini, En las huellas de la Providencia (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana, 1988), p. 261.

[2] Elena de White, Servicio cristiano, pp. 181-192.

[3] 1 Corintios 12:4.

[4] E. H. Meyers, Reseña de los comienzos de la obra en Sudamérica (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana, 1923), p. 9-

[5] H. J. Peverini, Ibid., pp. 31,32.

[6] Ibíd., p. 33-

[7] E. H. Meyers,Ibíd.,pág. 9.

[8] H. J. Peverini, Ibíd., pp. 47,48.

[9] E. H. Meyers, Ibíd., pp. 15,16.

[10] Ibíd., pp. 19,20.

[11] Elena de White, Joyas de los testimonios, t 2, p. 535.