Por lo general no somos conscientes de que nos hacemos esa pregunta. Puede ser que consideremos como una prueba de debilidad, incluso confesar que la hemos formulado. Sin embargo, el hecho es que los más confiados entre nosotros están profundamente preocupados acerca de esta pregunta: ¿Estoy haciendo bien mi trabajo?
La respuesta a esta pregunta siempre tiene una poderosa influencia para bien o para mal sobre nuestra moral como ministros. La pregunta es especialmente prominente en la vida de un grupo especial: los ministros. Son los que frecuentemente tienen que estar al frente, donde la fragilidad humana y las fallas tienden a ser más dramáticamente evidentes. La verdad es que tememos hacer esta pregunta a menos que nos sintamos seguros. Todos nos sentimos, al menos, un poco aprensivos, acerca de las respuestas que podríamos escuchar.
Bien sabemos que estamos fuertemente sujetos a los subterfugios internos cuando tratamos de hacer una autoevaluación. Si pedimos a un amigo o a nuestra esposa que hagan una estimación honesta de nuestro desempeño, podemos sospechar que él o ella no serán tan duros para proteger nuestros sentimientos, o serán un poquito cándidos para proteger nuestro frágil ego. Sin embargo, es importante para nosotros, para la calidad de la obra de Dios y nuestra, tener un lugar seguro, pero honesto donde ir cuando andamos en busca de respuestas a preguntas con respecto a la clase de pastores que somos.
Un bosquejo del plan
Hay muchas soluciones potenciales a este dilema, pero a mí me gustaría sugerir que el pastor, a su propia discreción, entre en una abierta y confiada relación con un grupo pequeño, fácil de reunir, compuesto de personas maduras de la congregación. El rol de este grupo de cinco a siete personas -quizá no más de tres en algunos lugares – sería convertirse en un nexo entre el pastor y la congregación. Su función específica sería apoyar al pastor y al mismo tiempo, con el permiso y el impulso de él mismo, ser honestos y claros con él acerca de varios asuntos importantes relacionados con su desempeño en la congregación o en cualquier parte de ella. El grupo sería un monitor muy sensible del pulso, tanto del pastor como de la congregación, presentándole informes cándidos, pero bien concebidos que le sirvan como retroalimentación.
El pastor debería entrar en una especie de contrato, preferentemente escrito, con el grupo. Conviene especificar allí el rol y las relaciones que mantendrán el pastor, el grupo y la iglesia. Una completa confidencialidad debería estar garantizada dentro del grupo. Es sumamente importante que los miembros de este concilio consultivo sean elegidos precisamente a causa de su madurez, sabiduría, discernimiento, respeto dentro de la congregación, y capacidad para ser cándidos, y sin embargo no contenciosos. Aunque el grupo estuviera compuesto de personas sencillas, acostumbradas a decir siempre “sí”, es crucial que el pastor tenga una base confiable y probada con cada persona del grupo. Si un pastor es nuevo en la congregación, quizá sería sabio no apresurarse mucho a nombrar este concilio consultivo. Probablemente sería sabio llevar el concepto del concilio consultivo y los nombres de los miembros a la junta de la iglesia para que se aprobaran formalmente. Aunque algunos pastores usan a sus ancianos para esta función, aquí se bosqueja un rol más claro de lo que se espera de los ancianos. El uso de algunos ancianos en este grupo definitivamente es recomendable.
Asuntos que el grupo podría considerar.
- Una renegociación de la descripción de empleo del pastor. Esto es, las expectativas realistas e irreales de la congregación y del pastor, en relación con el presente desarrollo de la congregación.
- La forma en que califican al pastor como predicador y líder de la adoración, y la manera en que podría mejorarse.
- Cómo podría el pastor mejorar su liderazgo de la congregación en general.
- Cómo podrían fortalecerse los programas evangelísticos de la iglesia.
- Cómo podría servir la congregación local a las necesidades del pastor de manera más responsable.
- Cuáles son las fortalezas y debilidades del pastor, y qué se puede hacer para fortalecerlo.
Expandir las funciones del grupo
Además de estas pocas sugerencias, hay un mundo de posibilidades que pueden explorarse. A medida que se desarrolla la confianza del pastor en el grupo, y la madurez de éste se desarrolla, mucho más puede esperarse de él. Mientras el grupo se mantenga comprometido con el apoyo y el desarrollo del pastor y de la congregación, no hay límite para su utilidad.
Aunque hay posibles retrocesos de esta estrategia, y puede ser que algunas iglesias no sean el mejor lugar para poner en práctica este plan, no hay duda que este grupo presenta para el pastor un foro regular para una evaluación objetiva de su progreso en los aspectos más significativos del ministerio y sus relaciones. Le da a la congregación una forma de “hablar” constructivamente con el pastor, y le ofrece un excelente recurso de crecimiento. Si todo sale bien, la formación de este concilio evaluativo y de apoyo debería llevar al pastor a un grado más elevado de realización personal, espiritual y profesional, y la congregación recibirá los beneficios de un mejor ministerio y de un mejor ministro.
Mi experiencia con un concilio consultivo de este tipo en la última iglesia que dirigí fue muy satisfactoria. ¡Pruébela usted también!