El pastor ante la Biblia, como cristiano y como predicador (Segunda parte)

 Es decir, es necesario quitar “el mal tesoro” de donde salen todas “las malas cosas” que el viejo hombre “viciado conforme a los deseos engañosos” es capaz de hacer (Mal. 12:34, 35; Efe. 4:22).

El remedio eficaz

 Sólo un nuevo nacimiento puede convertir a un “corazón engañoso y perverso”, a un hombre viciado conforme a los deseos engañosos”, en una “nueva criatura” (Jer. 17:9; 2 Cor. 5:17). Nada menos que una nueva creación puede hacer que una persona cuya química cerebral está condicionada para el pecado, para obrar mal, sea capaz de hacer el bien. Sólo un milagro puede hacer que el impío que va “huyendo” despavorido hacia el sepulcro, se detenga, dé una vuelta de 180 grados y se dirija hacia el reino de Dios (Prov. 28:17). Ese es el milagro de la conversión y el nuevo nacimiento, el mayor milagro que Dios haya hecho jamás (Evangelismo, pág. 214).

 San Pedro dice que Dios realiza ese gran milagro a través de su Palabra: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:23). Quizá una mejor traducción sería “habiendo nacido de nuevo”, y no “siendo renacidos”, lo cual es una referencia a la conversión de los pecadores mediante el poder de la Palabra de Dios. La semilla sembrada en el corazón es la “palabra del reino” (Mat. 13:19). Las Escrituras son las palabras de Dios para el hombre, cualquiera que las lea o las escuche leer, o se ponga en contacto con sus enseñanzas y principios y los crea de todo corazón y los siga fielmente, experimentará un nuevo nacimiento de esperanza, fortaleza y carácter (7CBA573). El que rechaza la Palabra de Dios, rechaza el único recurso que el Creador puso al alcance del hombre “vendido a sujeción del pecado” (Rom. 7:14) para lograr una transformación moral y una regeneración espiritual.

La espada del Espíritu

 San Pablo llama a la Palabra de Dios “la espada del Espíritu” (Efe. 6:17). La palabra de Dios tiene poder para crear (Sal. 33 9) y para recrear. El mismo poder, del mismo Creador, que se requirió para crear al hombre al principio a la imagen de Dios, se requiere para crearlo de nuevo a su imagen.

 El autor de la epístola a los Hebreos amplía el concepto de Pablo de que la Palabra de Dios es “la espada del Espíritu” (Efe. 6:17): “Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (4:12). Es maravilloso este pensamiento: si el subconsciente es el depósito de toda experiencia vital, como venimos diciendo; si todas las imágenes auditivas, visuales, etc., que se convierten en experiencias concretas, se transforman en imágenes verbales y se archivan lingüísticamente en el cerebro, por lo cual Aristóteles decía con razón, que “el hombre es un ser de palabra”; entonces, cuán cierto es que “la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre”, es la única fuerza capaz de hacer que el hombre pueda “nacer de nuevo”.

 La Palabra de Dios, poderosa, viva, eficaz, penetrante como espada de dos filos, llega hasta la misma fuente de la vida espiritual y moral. Llega hasta el mismo “centro de control” de dónde vienen “las órdenes para la acción” (George R. Knight, The Pharisee’s Guíele to Perfect Holiness, pág. 24). Los escritores bíblicos, a falta de una mejor nomenclatura, usaron las palabras “riñones” (Job 16:13), “tuétanos” (Heb. 4:12) y “corazón” (Mat. 15:19), para referirse a las más profundas raíces del ser, el misterioso mundo del subconsciente, donde está el poder que pinta de colores nuestra imaginación, nuestras ideas, nuestros deseos, impulsos y juicios, que hace ser al hombre natural lo que es: “terreno, animal, diabólico” (Sant. 4:15). El subconsciente es “el mal tesoro” de donde, según dijo nuestro Señor, salen “malas cosas” (Mat. 12:35).

 La Palabra de Dios llega hasta ese misterioso depósito de poder, inaccesible para el hombre, donde está el vocabulario del pecado, con el cual construimos nuestra vida pecaminosa, para poner allí “el buen tesoro”, el vocabulario del Espíritu Santo, para construir una nueva vida espiritual.

 El misterioso proceso mediante el cual un pecador, desde el momento en que da media vuelta en su “huida” hacia el sepulcro (Prov. 28:17), hasta que recibe el sello de Dios porque refleja el carácter de Cristo, tiene en su mismo centro el ministerio del Espíritu Santo a través de la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios. Cuando el hombre se dispone a vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4), está bajo un proceso cotidiano de conversión y regeneración. Es el “lavamiento de la regeneración y… la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Ezequiel lo expresó con otras palabras: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (36:25-27).

 En este proceso de conversión y regeneración muere el “viejo hombre con sus hechos” (Col. 3:9). La poderosa palabra intencional, creadora, de Dios, hace “morir,… lo terrenal’’ y vuelve a crear al hombre a la imagen del que lo creó (Col. 3:5-10). “La Palabra destruye la naturaleza terrenal y natural” (El Deseado de todas las gentes, pág. 355). En otras palabras, “la espada del Espíritu” que es la palabra de Dios, penetra hasta la misma raíz del ser para quitar “el mal tesoro” que produce “las obras de la carne” (Gál. 5:19,20), y en su lugar coloca el “buen tesoro”, la nueva información divina, “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” (Rom; 8:2, 6CBA 556), que produce “el fruto del Espíritu” (Gál. 5:22,23).

 Uno diría que el Espíritu Santo, usando las palabras de la Biblia, corta las malas conexiones y establece una nueva red de circuitos eléctricos en el cerebro; es decir, reestructura el cerebro. Es cierto que no podemos hacer estas afirmaciones absolutas porque sería una simplificación casi blasfema del misterioso milagro que realiza el Espíritu Santo en el ser entero de la persona convertida. Pero uno siente que algo muy parecido a eso debe ocurrir para que una persona cambie su forma de sentir, imaginar, pensar, juzgar y actuar; para que cambie sus hábitos, que son como una segunda naturaleza.

 Cuando este misterio ha ocurrido, se realizó un milagro. Aquel en cuya vida ha ocurrido este milagro, ha nacido de nuevo, es una nueva criatura. Tiene un nuevo aparato conceptual, del cual se deducen nuevos criterios para juzgar y nuevos principios para actuar. Y así, la Escritura, “inspirada por Dios”, enseña, reprende, corrige y “educa en la rectitud” al cristiano hasta que llega a ser ‘‘perfecto”, enteramente preparado para toda buena obra (2 Tim. 3:16,17).

 Es lo que encontramos en las palabras memorables del Salmo 119:9, 11: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra… En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. El que guarda en su corazón los dichos de Jehová, el que llena su alma de toda la información divina contenida en su Palabra, descubre el secreto de la verdadera vida cristiana” (3CB 1909).

 El cristiano se pone bajo el proceso de conversión y regeneración cotidianas a través del estudio devocional de la Biblia, a través de la adoración y de la predicación bíblica poderosa. En el centro de su vida devocional y de su adoración corporativa está la Biblia, trigo de los cielos y pan de ángeles (Sal. 78:24, 25).

 Pero el pastor se pone en contacto con la Biblia como cristiano y como predicador. Como cristiano necesita experimentar “la buena obra” (Fil. 1:6) del Espíritu Santo en su alma, para que se realice en él el milagro cotidiano de la conversión y la regeneración. Como predicador, necesita “la energía espiritual y viviente” que le impartirá “las cualidades necesarias para hacerlo un representante de Cristo” (Palabras de vida del gran Maestro, pág. 101). Cuando el pastor come y bebe la carne y la sangre de Cristo diariamente a través del estudio ferviente y dedicado de la Palabra de Dios, “habrá un elemento de vida en su ministerio”. “Aquellos que tengan el privilegio de sentarse a los pies de tales ministros, si son susceptibles a la influencia del Espíritu Santo, sentirán el poder vivificador de una nueva vida” (Ibíd)

 Es el desafío que se le presenta al predicador cada vez que se pone de pie delante de su congregación. Es una gran responsabilidad que no puede evadir. Cuando la congregación ve a su pastor ponerse de pie a la hora del sermón, alberga la esperanza de recibir “alimento a tiempo” (Mat. 24:45).

 Qué tragedia que a la hora de partir el pan el ministro diga: “Un amigo mío ha venido a mí de camino y no tengo qué ponerle delante” (Luc. 11:16). ¡Qué grave responsabilidad permitir que los miembros vuelvan a sus casas hambrientos y espiritualmente contristados porque quien estaba a cargo del partimiento del pan, no supo trazar bien “la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15)! Ningún predicador debería permitir que tal desgracia le ocurriera. Para evitarlo, debe aferrarse al Señor en una verdadera lucha espiritual, como Jacob se aferró al ángel, y decirle: “No te dejaré, si no me bendices”, y no soltarlo efectivamente hasta que pueda decir: “Me sedujiste, oh, Jehová … más fuerte fuiste que yo, y me venciste…”. “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh, Jehová Dios de los ejércitos” (Gén. 32:26; Jer. 20:7: 15:16).

El poder de la Palabra en la predicación

 El grado de poder en la predicación está en proporción directa con la cantidad de tiempo pasado en comunión con Dios a través del estudio de su Palabra y la oración. Durante muchos años me afligí porque no podía separar mi estudio devocional de la Palabra de Dios de mi estudio profesional para preparar sermones. ¡Qué alivio fue para mí conocer la historia del “peregrinaje a través de la espiritualidad” (Ministerio Adventista, julio-agosto de 1998) del Dr. Gordon Bietz! A través de su historia recibí aliento al pensar que mis largas horas de lucha con Dios y con su palabra para preparar los sermones que mi hambrienta congregación necesitaba con tanta urgencia, el Espíritu Santo las usaba también para nutrir mi vida espiritual.

 Puede ser que alguien se aflija también, como yo, al descubrir los hábitos y métodos de estudio de los grandes predicadores, que no puede igualar por diversas razones. El método de estudio del pastor H. M. S. Richards, es bien conocido entre los ministros adventistas. El Dr. George R. Knight comenzó en 1980 un estudio sistemático de la Biblia que espera terminar en el año 2010. El primer libro que estudió fue el Evangelio según San Mateo. Le dedicó una hora diaria durante un año, para estudiarlo, con la ayuda de tres comentarios bíblicos y varias versiones de la Biblia. El resultado de tal estudio puede verse en su poderosa predicación y en sus libros como Matthew: The Gospel of the Kingdom (Boise, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1994). A ese elevado ideal deberíamos aspirar todos. Es posible, sin embargo, que haya quienes, a pesar de sus sinceros propósitos, necesidades reconocidas, denodados intentos y fervientes oraciones, no logren sostener un hábito de estudio tan deseable. A veces uno se inclina a pensar que tales gigantes tienen también aptitudes especiales y condiciones socioeconómicas favorables (casa cómoda en verano y en invierno, oficinas con todas las ventajas de la tecnología, bibliotecas personales y universitarias a la mano, independencia económica, facultades educadas para el estudio y la investigación y salud suficiente para un esfuerzo sostenido).

 ¿Qué podrá hacer, por contraste, un pastor de distrito en algunas partes de la División Interamericana, con 20 congregaciones, entre las cuales hay seis iglesias organizadas, a su cargo? ¿Qué podrá hacer si para todo efecto práctico ha dejado de ser el pastor de su rebaño puesto que le resulta imposible visitarlo y predicarle con regularidad, para convertirse en supervisor de las actividades misioneras, coordinador del esfuerzo de sus laicos y administrador de los recursos de su distrito? ¿Qué podrá hacer si todo parece indicar que ya no es el proveedor espiritual de su grey, puesto que sólo predica media docena de veces al año en sus congregaciones? ¿Qué podrá hacer si lo que la administración de la asociación y su feligresía demandan de él consume de manera implacable su tiempo y sus energías?

 Contrario a lo que podría parecer, la respuesta a estas preguntas retóricas no es la palabra “nada” sino la palabra “mucho”. La situación extrema que hemos usado como ilustración es muy real y muy frecuente en algunos campos. La obra de Dios siempre ha crecido con rapidez y con frecuencia ha carecido de recursos y padecido una grave escasez de obreros. Es mucho, sin embargo, lo que podemos hacer mientras rogamos “al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Luc. 10:2). El pastor de distrito que vive “de toda palabra que sale de la boca de Dios”, recibirá fuerza y poder que se renovarán cada día. “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isa. 40:31). “Se gastan fuerzas en el servicio del Maestro (cf. Mar. 5:30), pero siempre hay una nueva provisión de gracia y vitalidad que se puede recibir de Aquel que no conoce el cansancio. El que no recibe de continua fuerza de Dios, pronto se hallará en una condición tal que no podrá servir a Dios” (4CBA, pág. 287).

 Si el pastor lucha con Dios “importunamente” dentro de su circunstancia particular, diciendo: “Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante… Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite” (Luc. 11:5-8). Si tal hace, es posible que no se convierta en un gran predicador, pero sí predicará la palabra “a tiempo y fuera de tiempo”, alimentará a su grey y cumplirá su ministerio. Miles de pastores están experimentando esta bendición. En medio de circunstancias muy difíciles y trabajo abrumador, tienen éxito, lucen sanos, equilibrados y felices en el servicio de Dios.

Sobre el autor: es director de la revista Ministerio Adventista