Creí que usted había dicho que era un gran predicador”. El comentario de mi superior fue inesperado y algo sorprendente.

 El ciclo titulado “Serie de Distinguidos Predicadores” trajo a nuestra academia a los más connotados pastores civiles como oradores invitados para los cultos de nuestra capilla. Estos grandes maestros del pulpito ignoraban a veces el hecho de que se dirigían a estudiantes militares. En vez de preparar sermones específicamente para marinos, algunos de ellos predicaban mensajes que tuvieron éxito en algún otro lugar. Con mucha frecuencia estos sermones carecían de algo vital. El mensaje, aunque profundo, no era relevante para el contexto del momento. Las palabras de mi comandante me recordaron gentilmente que el mensaje de nuestro predicador invitado había pasado por alto las realidades contextúales.

 Según Fred Craddock, “un sermón, para ser correctamente comprendido y cumplir su propósito, tiene que experimentarse en su contexto; o más bien, en sus diversos contextos”.[1] La mayoría de los sermones no cumplen su propósito porque los predicadores ignoran el contexto. Los sermones de altos vuelos en el culto de adoración pueden fracasar, lastimosamente, en un marco diferente.

Contextos personales

 Los sermones efectivos comienzan con la preparación del predicador. Uoyd Ogilvie declara que “nada puede ocurrir a través de usted, hasta que primero ocurra algo con usted, y para que pueda comunicar lo que está en proceso de redescubrir”[2] El contexto de tipo personal demanda que los ministros no prediquen lo que no experimentaron.

 El conocimiento experimental presupone una vibrante vida espiritual, y se espera que los pastores la posean. Spurgeon dijo una vez a un grupo de ministros: “Una de nuestras principales preocupaciones debería ser que nosotros mismos seamos hombres salvados”.[3]

 Esta espiritualidad dedicada requiere trabajo fiel y realista, lo cual quiere decir que trabajamos duro para ser nosotros mismos, y no otro. La inoportuna imitación invalida a muchos clérigos, más de lo que nos imaginamos. Los predicadores realistas tratan de pelear con sus propias armas y están empeñados en ser ellos mismos. William Taylor dice: “Si alguien ha de hacer algo efectivo en el púlpito o en cualquier otro lugar, debe ser la persona misma… Hay algo noble en una voz, pero por excelente que ésta sea, un eco sólo es un eco; hay vacuidad, falta de claridad y nitidez, que la hace irreal”.[4] Esmerarse en ser genuino tiene sus recompensas. Podemos alcanzar a alguien a través de nuestra individualidad, cosa que nuestros más talentosos colegas no pueden.

 El contexto personal comprende otra importante dimensión: oración. La oración produce poder. Más cosas ocurren por causa de los pastores que se arrodillan, que por aquellos que se mantienen de pie. Spurgeon creía en el poder de la oración. “Yo no he predicado esta mañana”, dijo cierta vez, “ni la mitad de lo que he orado. Por cada palabra que he pronunciado, he elevado dos, silenciosamente, a Dios”.[5]

Contextos culturales

 Los predicadores deben estar conscientes del contexto cultural. Deben ser sensibles a lo que ocurre en la sociedad y en el mundo. Bruce Larsen dice que la cultura moderna se caracteriza por la hiperestimulación, insensibilidad, enervación, despersonalización, confusión, y preferencia por la ambigüedad”.[6] Larsen señala al principal responsable de esta condición: “La familia promedio tiene la televisión encendida unas seis horas al día. En nuestra cultura, los jóvenes promedio habrán dedicado 12,000 horas a la escuela cuando se gradúen de nivel medio y 15,000, al televisor. Ninguna generación anterior se vio tan estimulada por una implacable andanada de imágenes, visiones y sonidos, como ésta”.[7]

 ¿Cómo pueden los predicadores hacer la diferencia? ¿Qué podemos hacer homiléticamente para influir en una generación bombardeada por sonidos estridentes, megabytes, música frívola y vídeos espeluznantes? Larsen recomienda una predicación pintoresca, personal, práctica, participativa y concreta.[8]

 ¿Qué quiere decir Larsen? Una predicación pintoresca, en lugar de ser demasiado analítica, cultiva un aprecio por el género narrativo. La predicación personal proyecta los sermones hacia los individuos. La predicación práctica enfatiza la aplicación. La predicación participativa alienta el diálogo. Los pastores pueden invitar a los miembros a repetir en voz alta algunas partes del sermón, sugerir temas para la predicación, e incluso criticar el mensaje. Y, por supuesto, la predicación debe ser concreta.[9]

El contexto histórico

 El contexto histórico infunde poder a la predicación, recuerda a los oyentes la forma en que Dios ha obrado a lo largo de la historia. Conocer muy de cerca las vidas y los mensajes de los grandes predicadores del pasado, provee un modelo de predicación excelente y creativo. Una exposición ante tal variedad de enfoques a la predicación garantiza que estamos mejor equipados para hacer frente a los desafíos de la actualidad.

 Gardner Taylor dice: “Cualquier predicador que no estudia los sermones de los grandes maestros del púlpito, no para copiarlos, sino para ver cómo enfocaron ellos las Escrituras, su habilidad en la elaboración de bosquejos, su sentir con respecto al corazón de los hombres se priva a sí mismo de una gran oportunidad”.[10]

 Taylor hace una lista de estos grandes predicadores: Harry Fosdick, Frederick Robertson, Arthur Gossip, James Steward, John Jasper, C. T. Walker, L. K. Williams, William Bordees, Sandy Ray, John Jowett, Alexander McClaren, George Buttrick, y F. W. Boreham. Podríamos añadir a esta lista a Justino Mártir, Agustín, Tertuliano, trinco, Juan Crisóstomo, Erasmo, Lutero, Calvino, Baxter, Her- bert, Wesley, Whyte y Spurgeon. Además, cada generación produce sus propios grandes predicadores.

El contexto pastoral

 La mayor parte de la predicación ocurre en un marco pastoral. Las relaciones pastorales influyen decisivamente en lo que decimos desde el púlpito y en cómo seremos escuchados por nuestras congregaciones. Las personas que reciben atención pastoral de calidad escucharán los sermones de un modo diferente que aquellos que carecen de esta ayuda.

 Nuestros sermones deberían reflejar una sensibilidad a las necesidades de la gente a la cual servimos. Cuando la ciudad de Los Ángeles explotó con violencia ante un problema racial, yo ya había terminado mi sermón de la semana, pero era imposible ignorar este grave problema. Por lo tanto, reescribí mi sermón, asegurándome de que tratara la desafiante realidad de la intranquilidad social.

 Coffin afirma que la sensibilidad pastoral y la buena predicación van juntas. Él dice: “Cuando un ministro comienza la semana con la sensación de que ya ha predicado, que dedique una tarde… yendo de familia en familia y preguntándose a sí mismo: ¿Qué necesidad espiritual hay aquí? ¿Qué orientación, ayuda, despertar de la conciencia o enriquecimiento en Dios deberían recibir este hogar o esta persona?”[11]

El contexto litúrgico

 Tiene que ver con el papel del sermón propiamente dicho en la adoración. La adoración es crucial en la vida de la comunidad. Como William Temple escribió: “Este mundo puede ser salvado del caos político sólo por una cosa: y esa es la adoración”.[12]

 ¿Cómo provee la adoración un contexto para la predicación? Primero, propicia la ocasión para la predicación y la mejor atmósfera para la proclamación. Esto no significa que la predicación efectiva no sea posible fuera de la comunidad de fe. Los predicadores callejeros pueden proclamar la Palabra de Dios fuera del contexto de una adoración formal. La adoración provee en todo tiempo, una atmósfera reverente, espiritual, plena de necesidades donde una predicación poderosa puede ocurrir. Segundo, la adoración puede sugerir importantes temas para la predicación, particularmente para aquellos que observan las grandes celebraciones del calendario cristiano. Tercero, la predicación misma puede llegar a ser un acto de adoración, si recordamos que la adoración comprende un encuentro con Dios, una comprensión de la Escritura, una afirmación de identidad, y una seguridad de recibir poder.[13]

 Los sermones, desde la perspectiva cristiana, proveen el contenido primario de conocimiento para el contexto litúrgico. Un sermón es más que una exposición literaria o histórica de textos sagrados o exhortación dirigida a producir cierto comportamiento. Crawford está en lo correcto cuando observa que el contenido final de un sermón debería ser “una exposición de la Palabra, es decir, de Jesús, la Palabra de Dios”.[14] El “propósito del sermón es buscar, descubrir, mostrar y aplicar aquellos principios que quedaron demostrados por la gracia de Dios en Cristo Jesús, la vida ejemplar que el Señor vivió, las enseñanzas que impartió, su sacrificio, y la fortaleza eterna que su resurrección nos provee”.[15]

 Los predicadores pueden hacer esto realidad, si toman en cuenta los contextos personal, cultural, histórico, pastoral y litúrgico de la predicación.

Sobre el autor: Ph.D., es jefe de capellanes de la Armada de los Estados Unidos.


Referencias

[1] Fred Craddock, Preaching (Nashville: Abingdon Press, 1985), pág. 3.

[2] Lloyd Ogilvie, “Highlights of the 1989 National Confe- rence on Preaching”, Preaching, mayo-junio, 1989, pág. 24.

[3] David Otis Fuller, ed., Spurgeon’s Lectures to His Students (Grand Rapids: Zondervan Pub. House, 1945), pág. 17.

[4] William Taylor, The Ministry of the Word (Grand Rapids: Baker Books, 1975), pág. 5.

[5] Tom Cárter, Spurgeon at His Best (Grand Rapids: Baker Books, 1991), pág. 149.

[6] Bruce Larsen, The Anatomy of Preaching (Grand Rapids: Baker Books, 1989), págs. 39,40.

[7] Id., pág. 41.

[8] Id., págs. 43-45.

[9] Ibid

[10] Gardner Taylor, How Shall They Preach (Elgin, Ill.: Progresive Baptist Pub. House, 1977), pág. 63.

[11] Henry Coffin, How to Preach (Nueva York: Harper and Brothers, 1949), pág. 9.

[12] William Temple, The Hope of a New World (Nueva York: MacMillan, 1943), pág. 26.

[13] Véase Edwin Crawford, “Creating a Contex for Public Worship”, Preacher’s febrero, 1990, pág. 17.

[14] Ibíd.

[15] Id., pág. 18.