La peregrinación adventista hacia la justificación por la fe y el trinitarianismo.
El Congreso de la Asociación General de 1888 realizado en Minneápolis, se ha convertido en sinónimo de primacía de la justificación por la fe en la historia de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. En las enseñanzas doctrinales de la iglesia, este evento marca un reavivamiento del interés genuino en la cuestión de la “justificación por la fe”. Los principales defensores de este notable reavivamiento fueron Elena de White y dos jóvenes editores adventistas que trabajaban en California: E. J. Waggoner (1855-1916) y A. T. Jones (1850-1923).
En la oposición estaba una “vieja guardia” bien establecida en las oficinas centrales de la iglesia en Battle Creek, Michigan: Uriah Smith (1832-1903), editor del órgano oficial de la iglesia, la Advent Review and Sabbath Herald, y George I. Butler (1834-1918), presidente de la Asociación General. Aunque no se tomó ningún voto en Minneapolis, la oposición a Waggoner y Jones fue tan severa, que Elena de White se unió a ellos y emprendió una intensa campaña de reavivamiento en toda Norteamérica. Ellos viajaron extensamente durante los siguientes tres años, enfatizando la primacía de la justificación únicamente por la fe como el fundamento de cualquier experiencia cristiana vibrante.
Un indicador del gran énfasis puesto en el tema es el hecho de que prácticamente el cuarenta por ciento de todo lo que Elena de White dijo y escribió acerca de la justificación por la fe y la gracia imputada de Cristo, lo hizo durante los cuatro años que siguieron a Minneapolis. Lo realmente significativo no es simplemente la cantidad de material que fluyó de sus labios y de su pluma, sino la calidad y notable claridad de dicho material.[1] Este período se distingue por el gran énfasis que la señora White puso en las expresiones de Martín Lutero y del apóstol Pablo sobre la justificación por la fe.
Procesos cristológicos y trinitarios correspondientes
Antes de esta fecha el arrianismo había penetrado significativamente en la literatura del adventismo primitivo. Es interesante notar que el arrianismo (que debe su origen a Arrio [336 d.C.]), ha sido muy atractivo, como algo natural, para los movimientos religiosos que se concentran en la obediencia personal mientras descuidan la importancia de la justificación por la fe en la experiencia cristiana de la salvación. En la época del reavivamiento de Minneápolis, Jones era totalmente trinitario, y por lo tanto, enfatizaba la deidad absoluta de Jesús. Sin embargo, E. J. Waggoner, como muchos otros adventistas de sus días, se había movido entre un arrianismo predominante, y una posición semi- arriana.[2] Para fines de la década de 1880 Elena de White era inequívocamente trinitaria, según la expresión de su propia convicción con respecto a la deidad absoluta de Cristo. Esto es realmente notable, dados los poderosos puntos de vista arrianos y semi-arrianos que fueron tan predominantes en el adventismo de sus días, y dado el hecho de que incluso su esposo, Jaime White, que tenía una poderosa capacidad mental y era sumamente franco y directo, sostuvo tales puntos de vista hasta una relativa edad avanzada.
Además, Uriah Smith, el principal opositor de las iniciativas soteriológicas de Waggoner, Jones y Elena de White, había sido en el pasado arriano. Después desarrolló un punto de vista semi-arriano que sostuvo hasta su muerte. Smith nunca aceptó la clara doctrina de la justificación objetiva por la fe solamente. Fue así como el principal oponente de la corriente soteriológica dentro del adventismo se declaró decididamente semi-arriano, y nunca dio evidencias de haberse convencido plenamente de la nueva soteriología.
Salida temprana del legalismo y el arrianismo
¿Qué debemos hacer, entonces, con la salida simultánea del adventismo de un legalismo inconsciente y de una fuerte posición arriana? ¿Cuáles fueron, si es que existió alguna, las relaciones causales entre el surgimiento de los impulsos trinitarios y el rechazo inicial de las tendencias soteriológicas legalistas en la iglesia? Las respuestas claras y definidas no son fáciles, pero los siguientes factores parecen haber influido en este cambio dentro del adventismo primitivo:
1. Las obras necesidades espirituales de la feligresía. Tomaron la iniciativa en esto, Jaime White y su esposa Elena de White, apoyados más tarde por E. J. Waggoner y A. T. Jones. No tenemos evidencias de que hubieran descubierto repentinamente que el arrianismo estaba destruyendo a los adventistas del séptimo día con sus actitudes legalistas que propiciaban una nociva condición espiritual en las iglesias. Más bien, pareciera que ellos, al percibir los graves peligros inherentes en las tendencias obviamente legalistas dentro del movimiento, comenzaron a estudiar las causas de esta condición y, por lo tanto, empezaron a ver la necesidad de una soteriología más trinitaria.
Este fenómeno básico es especialmente evidente en Elena de White. No parece haber ningún ejemplo en el cual se haya puesto a reflexionar conscientemente acerca de las implicaciones soteriológicas de la deidad total de Cristo y la naturaleza personal del Espíritu Santo. Sin embargo, ella logró extraer lo necesario, no sólo de la Escritura, sino también de sus raíces metodistas, que fueron claramente la línea de referencia de su ministerio desde el principio. Esto es especialmente cierto cuando vemos sus intentos por mantener un equilibrio entre la justificación por la fe y la santidad del corazón y de la vida. Lo mismo podría decirse del poder para despertar su conciencia trinitaria que tuvo un origen metodista/wesleyano.
2. La adoración de la iglesia, especialmente sus himnos. A medida que el “Movimiento Adventista” comenzaba a tomar los atavíos de una denominación, tuvo que desarrollar los recursos necesarios para el orden eclesiástico: una organización formal, una declaración de creencias, credenciales ministeriales, y un himnario. Aun cuando el arrianismo estaba bastante infiltrado en el movimiento, incluyeron himnos trinitarios en sus primeros himnarios. El primer himnario de 1849, compilado por Jaime White, contiene la doxología y sus palabras finales: “Alabad al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
3. El evangelismo. Cuando los adventistas primitivos emergieron de su etapa de la “puerta cerrada”, el movimiento comenzó a extenderse hacia otros cristianos tratando de alcanzarlos. Esta audiencia era conocida básicamente, al principio, como cristianos norteamericanos. Esta nueva visión evangelística, que comenzó a principios de la década de 1850, tuvo como resultado un creciente influjo del trinitarianismo de los otros evangélicos en el adventismo. Estos conversos se sentían atraídos por las enseñanzas proféticas y otras doctrinas y prácticas fuertemente bíblicas del adventismo; sin embargo, no estaban preparados para abandonar sus creencias trinitarias.
Si bien el arrianismo estaba bastante difundido entre los adventistas, nunca fue formal u oficialmente adoptado por la iglesia, algo que puede comprenderse mejor cuando uno recuerda la fuerte oposición desatada contra cualquier forma de credo que existía dentro del movimiento. A causa de los vividos recuerdos del mal trato que habían recibido de las iglesias de “Babilonia” que se apoyaban en un credo surgido de las agitadas etapas del milerismo, muchos adventistas primitivos desarrollaron una actitud muy decidida en favor de lo que podría definirse como “viva y deje vivir”, con respecto a varias doctrinas y prácticas. En otras palabras, había una fuerte resistencia a cualquier credo. De este modo, todo nuevo converso podía ser adventista y también trinitario. Quizá este creciente número de trinitarios estaba simplemente haciendo sentir su presencia.
4. El ministerio intercesor de Jesús. Otro factor fue el énfasis que puso Elena de White en Cristo como el continuo Intercesor y Mediador del creyente. Este énfasis puesto en su soteriología en desarrollo estaba acompañado por cuidadosas reflexiones en el significado sustitutorio de la muerte de Cristo y sus implicaciones en la justificación por la fe solamente. Mientras más reflexionaba la señora White en la muerte de Cristo como una expiación sacrificial y su función sumo sacerdotal estrechamente relacionada con esa expiación, más sentía la necesidad de un sacrificio y una intercesión realizados por Uno que fuera totalmente divino: algo que un semi-dios o dios a medias no podría llevar a cabo.
La apreciación de la plenitud de la deidad de Jesús en el adventismo primitivo parece ser algo así como una réplica de los desarrollos cristológicos que ocurrieron en la iglesia cristiana primitiva. No fue una mera circunstancia histórica fortuita el hecho de que Atanasio (373 d. C.) se opusiera a Arrio. “En sus tratados antiarrianos”, escribió J. N. D. Kelley, “Atanasio habría de desplegar un triple ataque basado en la fe viviente y la experiencia de la iglesia. Primero, arguyó que el arrianismo minaba la doctrina cristiana de Dios al suponer que la Triada divina no es eterna, y por introducir prácticamente de nuevo el politeísmo. En segundo lugar, desvirtuaba las costumbres litúrgicas establecidas de bautizar en el nombre del Hijo, así como en el del Padre, y de hacer oraciones dirigidas al Hijo. En tercer lugar, y quizá lo más importante, minaba la idea cristiana de la redención en Cristo, puesto que sólo si el Mediador mismo era divino podía tener la humanidad la esperanza de establecer de nuevo la comunión con Dios”.[3] Similares comprensiones comenzaron a influir en el adventismo primitivo.
Dinamismo teológico, evangelístico y de la adoración
Si bien es difícil ser dogmático en cuanto a las relaciones de causa y efecto entre el cambio adventista de las expresiones arrianas y anti-trinitarias y el nuevo énfasis soteriológico que lo acompañó, hay varios factores que parecen intervenir.
Primero, al parecer, no se nota mucha reflexión teológica consciente en ninguna forma sistemática; antes bien, estos procesos fueron ad hoc y definitivamente “providenciales”. Los White tomaron el liderazgo y extrajeron la idea teológica al ver la pobre experiencia espiritual de los miembros. Al darse cuenta de que el legalismo había oscurecido la primacía de Cristo como sacrificio expiatorio y Salvador que justifica, trataron de llevar al movimiento nuevamente a un mayor énfasis en la centralidad de Cristo y su sacrificio. En otras palabras, fue una preocupación práctica y teológica, en primer lugar con respecto a una teología que estaba desequilibrada, que parecía atraerlos a una reflexión más crítica de la deidad absoluta de Cristo.
Esta tendencia se volvió especialmente evidente en el pensamiento de Elena de White, quien dio una atención más sostenida a la justificación por la fe solamente y a la función de Cristo como sumo sacerdote. Un Sacerdote Intercesor tal no sólo considera a los fieles como perdonados de sus pecados pasados, sino que ministra esa consideración momento tras momento ante un Dios justo y santo. Y una vez más, una justificación semejante, sólo podía efectuarla Uno que fuera totalmente divino. Aquí la señora White definitivamente igualó la oposición clásica de Atanasio ante Arrio: la teología no sólo fue similar, sino también el método de arribar a ella. Ambos tenían que ver con el impacto que producía la herejía en el marco de la adoración y la experiencia personal de la salvación.
Finalmente, los actos de adoración, especialmente en la selección de himnos mencionada anteriormente, parecía formar una interesante tutoría teológica para un grupo de adoradores que no era consciente del problema.
Desde la perspectiva de más de un siglo más tarde, este período se siente más como un desarrollo teológico que se forjó en el flujo y reflujo de un movimiento evangelista que empieza a florecer, y que por lo tanto necesita urgentemente que sus perspectivas, tanto soteriológica como trinitaria, se pusieran en un equilibrio evangélico más clásico. Es en el marco del reavivamiento, el evangelismo, el estudio sostenido de los temas bíblicos y la adoración, donde el movimiento fue llevado a una ortodoxia más nicena en la integración teológica de estas grandes verdades de la fe.
Sean cuales fueren las causas finales, este reavivamiento, encabezado por los White, Waggoner y Jones, después del Congreso de Minneapolis de 1888, cambió la faz del adventismo, cuyo impacto se siente definitivamente hasta hoy.
La divinidad de Cristo y la experiencia de la salvación
Si bien hemos descrito sucintamente algunas de las implicaciones de la experiencia de la salvación que estaban implícitas en la recuperación trinitaria de las influencias arrianas, me gustaría concluir este artículo con algunas reflexiones adicionales sobre la forma en que la comprensión de la deidad absoluta de Cristo puede contribuir a la sanidad de nuestra comprensión de la experiencia de la salvación.
En primer lugar, quiero sugerir que no fue meramente incidental que Elena de White, como la principal influencia teológica para la comprensión de la deidad absoluta de Cristo, parece haber puesto el énfasis en ese tema, mientras reflexionaba directamente en el tema de Cristo como el intercesor y justificador constantemente disponible y efectivo de los pecadores. Del mismo modo en que Atanasio arguyo contra Arrio, Elena de White sostuvo que un Jesús arriano demostraría ser un intercesor débil e ineficaz.
En segundo lugar, no habrá falta de poder en Uno que es totalmente divino. De hecho, tal deficiencia de poder sólo es posible en un Cristo con una deidad derivada, no en el Cristo totalmente divino de la Trinidad, que es el Salvador justificador y el Señor transformador. Cuando venimos a Cristo en cualquier momento de necesidad, sólo un Jesús totalmente divino tiene el poder de hacemos más que vencedores. ¡Si, por el contrario, percibimos cierta deficiencia en él, somos tentados a pensar que necesita apoyo y ayuda mediante algunas buenas obras de nuestra parte!
En tercer lugar, sólo Uno que es totalmente divino en naturaleza podría realizar una expiación completa para hacerle frente a las demandas de una ley quebrantada. Sólo el Creador que dio la ley podía ofrecer un sacrificio suficiente para satisfacer la justicia divina.[4]
Cuarto, sólo Uno que tiene vida en sí mismo, inherente, no derivada, podía impartir vida al alma que cree y confía. ¡Alguien que tuviera vida derivada, en algún sentido, sólo podría impartir algún tipo de vida “medio espiritual”!
Y por último, yo sugeriría que el tema del amor divino provee una poderosa evidencia
para la necesidad de un Cristo totalmente divino. “Cristo estaba con Dios. Era uno con Dios, igual con él… Sólo él, el Creador del hombre, podía ser su Salvador. Ningún ángel del cielo podía revelar ante el Padre al pecador, y ganar su lealtad hacia Dios de nuevo. Pero Cristo podía manifestar el amor del Padre”[5]. Si el amor habría de manifestarse eficazmente, sólo podía ser revelado por Uno que era, por su naturaleza divina, infinito en amor. Sólo el amor divino podía engendrar creativamente una respuesta amante, como opuesta a una respuesta de obras que intenta comprar el amor. Cuando el infinito amor de Dios se nos ofrece gratuitamente a través de Cristo, es obvio que no es más que una respuesta: entrega y aceptación. No puede haber ningún trato a través del cual podamos contribuir, ni con dos míseros céntimos, ni con todo lo que somos o poseemos.
Sobre el autor: es profesor en el Departamento de Religión de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan.
Referencias
[1] Estas, más bien sorprendentes (al menos para los oídos adventistas de ese período) y marcadas expresiones de una justificación objetiva, no pueden encontrarse mejor expresadas en otros libros que en Fe y obras (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1984) y Mensajes selectos, tomo 1 (Mountain View, Calif.: Publicaciones Interamericanas, 1966), págs. 300- 400. Es probable que la expresión más potente de esta comprensión paulino/luterana de la justificación por la fe solamente venga en su Manuscrito 36,1890 (citado aquí de Fe y obras, págs. 17,18): “Sea hecho claro y manifiesto que no es posible mediante mentó de la criatura realizar cosa alguna en favor de nuestra posición delante de Dios o de la dádiva de Dios por nosotros. Si la fe y las obras pudieran comprar el don de la salvación, entonces el Creador estaría obligado ante la criatura. En este punto la falsedad tiene una oportunidad de ser aceptada como verdad. Si algún hombre puede merecer la salvación por algo que pueda hacer, entonces está en la misma posición del católico que cumple penitencia por sus pecados. La salvación, en tal caso, es en cierto modo una obligación, que puede ganarse como un sueldo. Si el hombre no puede, por ninguna de sus buenas obras merecer la salvación, entonces ésta debe ser meramente por gracia, recibida por el hombre como pecador porque acepta y cree en Jesús. Es un don absolutamente gratuito. La justificación por la fe está más allá de toda controversia”.
[2] Waggoner llegó a los mismos límites de una cristología más trinitaria. No hay, sin embargo, ninguna evidencia convincente de que haya abandonado alguna vez su posición semi-arriana. Se acercó lo suficiente como para que se le pueda llamar semi-arriano con una “s” minúscula.
[3] N. D. Kelly, Early Christian Doctrines, ed. rev. (Nueva York: HarperCollins, 1978), pág. 233.
[4] Elena G. de White, The Spirit of Prophecy, tomo 2 (Washinglon, D. C.: Review and Herald, Pub. Assn., 1877), págs.. 9,10.
[5] Elena G. de White, That I May Know Him (Hagerstown, Md.: Review and Herald Pub. Assn.), pág. 18.