Aunque se ha dicho que la información y el conocimiento, en general, se duplican cada ocho meses más o menos, la fuente primaria del material para la predicación sigue siendo la misma que ha sido desde hace miles de años: la Biblia.

 Pero las fuentes afines del material para la predicación son, sin embargo, otra historia. Hay un espectro ilimitado donde explorar, y muchos predicadores se dirigen a diversas disciplinas en busca de material para preparar sus sermones. Yo uso historia, filosofía, psicología, educación, biología, arte y música para mis ilustraciones y metáforas. Dado el enfoque diferente de cada púlpito, la predicación ofrece una rica variedad de situaciones que pueden resultar emocionantes y satisfactorias.

 El contenido del sermón, componente principal de la buena predicación, depende de la calidad de la información eficazmente presentada. La única forma de mantener un flujo consistente de información relevante y estimulante es la lectura. No hay atajos para esto. Qué maravilloso privilegio tiene el ministro: se le paga para que dedique una buena parte de su vida a leer la Biblia y otros materiales de interés.

 Si uno preguntara, qué es más importante, ¿la forma o el contenido? Yo pondría el contenido en primer lugar. A pesar del impacto que produce a corto plazo la predicación de un entusiasta predicador carismático, el impacto que produce a largo plazo, depende de la sustancia. La esencia debe ser consistente con los objetivos del sermón, la correcta administración de la hora de la adoración, y el protocolo propio de la evaluación.

Elaborar claros objetivos para los sermones

 Los objetivos del sermón cambiarán con cada situación. El objetivo debe relacionarse con la edad, el nivel de comprensión, y la habilidad de los oyentes para entender las abstracciones que caracterizan a la mayor parte de la predicación. Es bueno hacerse una serie de preguntas generales durante la preparación del sermón. Es probable que la respuesta correcta a una o más de ellas nos dé uno o dos objetivos sobre los cuales trabajar. Un sermón que tiene dos o más objetivos bien definidos será demasiado impreciso, y difícilmente captará la atención de los oyentes durante la exposición. Esta lista de preguntas puede ampliarse, de suerte que se adapte a la congregación y los fines del predicador.

 ¿Qué aplicaciones formales harán mis oyentes a partir de este sermón? ¿Cuál es la mejor forma de representar a Dios, a Jesús y la salvación? ¿Qué valor a largo plazo obtendrán mis oyentes cuando me escuchen? ¿Tienen fecha límite las ilustraciones del sermón para llegar a ser obsoletas? ¿Qué espero que la gente sienta, piense y haga como resultado de escuchar este sermón?

 A veces anuncio los objetivos de mi sermón mientras predico. Esto me ubica en el lugar correcto, porque a veces mis objetivos no son transmitidos. Recordar esta posibilidad me ayuda a ver cuán frágil es a veces la comunicación de lo que uno quiere decir. Mencionar los objetivos es bueno para mis oyentes porque así les hago saber, por extraño que parezca, que los predicadores tenemos objetivos preestablecidos en nuestros sermones.

 Puesto que la atención de los oyentes divaga, cuando el predicador declara sus objetivos los ayuda a mantener su vista fija en el blanco; además, incidentalmente cada oyente recoge y codifica información. (“Yo no sabía que Jericó estaba tan cerca de Jerusalén”.) Mucha de esta información incidental se olvida rápidamente, y poco o nada tiene que ver con los objetivos del sermón.

 ¿Que’ parte tienen los oyentes en la definición de los objetivos del sermón? En un sentido formal, no mucho, porque la mayoría de ellos no conoce el material del sermón tan bien como el predicador. Por otra parte, los objetivos de los sermones surgen con frecuencia de preguntas, situaciones de la vida real, y asuntos que prevalecen en la congregación o la comunidad.

Administrar la hora de la adoración

 La adoración ha sido y seguirá siendo objeto de estudio, argumentación e iluminación. Sin proponérselo, el predicador y el sermón administran la hora de la adoración; y están, por supuesto, los músicos, los niños, los que tienen la lectura bíblica, etc. Pero la administración de la hora de la adoración es tan crucial para la vida de la iglesia que, particularmente en las iglesias grandes, merece la misma inversión de tiempo que el sermón.

Preguntas para la hora de la adoración

 Un grupo de preguntas debería marcar la pauta para la toma de decisiones con respecto a la hora de la adoración: ¿Qué tipo de adoración tradicional queremos mantener durante el servicio, y por qué? ¿Qué variaciones (entrevista con un miembro; cambio en el orden del servicio, transparencias de la escuela, campamento o alguna actividad misionera) introduciremos? ¿Qué hay en el culto para madres solteras con dos niños, adolescentes, miembros que acaban de perder su trabajo, aquel que viene de visita por primera vez? ¿Qué aspecto significativo podría “llenar” un vacío inesperado cuando los oficiantes se aproximan a la plataforma o la abandonan? ¿En qué forma le estamos permitiendo participar a la congregación en el canto e interpretación de los himnos y la entrega de sus ofrendas? ¿Cómo podríamos subsanar las “fallas” ocurridas en el servicio de adoración de la semana pasada (oraciones larguísimas e interminables, una sección no atendida por los diáconos durante la recolección de los diezmos y las ofrendas, los músicos que practicaban en el sótano cuando ya los esperábamos adentro)? ¿Cómo podríamos ser fluidos en ciertos momentos tediosos (por ejemplo, discursos que se alargan durante la presentación de niños y los bautismos, comentarios sobre el clima durante los anuncios)? ¿Qué deberíamos tomar en cuenta cuando se trata del calendario (honramos a las madres en su día y descuidamos el día de los padres)? ¿Cómo podríamos hacer provisión para que haya más variedad en el gusto musical y en los talentos a fin de lograr el equilibrio y la calidad?

Evaluación del sermón

 La mayoría de nuestros miembros, a quienes saludamos al salir de la iglesia, lanzarán un elogio mecánico “me gustó su sermón”. Una evaluación más exacta de la eficacia del sermón surge cuando los oyentes hacen una pregunta sería acerca de lo que se dijo (esto incluye un razonable desacuerdo) o quieren hablar de sus propias vidas en desarrollo. Un predicador puede considerar esto como una señal de que su mensaje dio en el blanco y produjo una reacción significativa.

 La predicación y la enseñanza tienen mucho en común. Ambas se orientan hacia el cambio del comportamiento. El proceso de enseñanza-aprendizaje conduce al cambio de comportamiento; por lo tanto, instruir a la congregación es un objetivo digno que debe proponerse el predicador. Si bien la información fáctica en sí misma es importante, sigue en pie la verdad de que la información no cambia el comportamiento. Si lo hiciera, la epidemia del SIDA estaría controlada, la gente dejaría de fumar, y terminarían las guerras.

 Los estilos de adoración vienen y van, pero un tiempo significativo dedicado a la Palabra en el culto permanece. El predicador puede ser una inspiración, un analista de valores, y fuente de conocimiento bíblico, junto con un concepto positivo de la vida. Así, nuestro interés permanente debiera ser que el sermón despierte interés, desate acciones que alteren la vida, y desafíen las actitudes y creencias de los oyentes.

Sobre el autor:  Ed. D., es pastor titular de la Iglesia de la Universidad de Loma Linda, en Loma Linda, California