Tanto en el mundo secular como en el eclesiástico, algunos conceptos equivocados acerca de la autoridad siguen desafiando a las instituciones, incluso a la iglesia.

            Por ejemplo, al dirigir un curso acerca de los dones espirituales en el Seminario Teológico de Andrews hace como veinte años, discutimos el aspecto normativo del don profético manifestado en los escritores bíblicos, el aspecto formativo tal como se manifiesta en el ministerio de Elena de White (y otros, como es el caso de los reformadores, que siguen ejerciendo influencia sobre el pensamiento en el mundo cristiano) y el aspecto informativo ejercido por ciertas personas en la congregación local. Además, pusimos énfasis en que, de acuerdo con la definición bíblica, el don profético está compuesto de tres elementos: instrucción, exhortación y consuelo (1 Cor. 14:3).

            Inevitablemente, sin embargo, la discusión se encaminó hacia el tema de la autoridad. Si entre los miembros de la congregación local se reconociera la manifestación del don de profecía, algunos argumentarían que en ese caso se trastornaría el equilibrio del poder. Se desafiaría el liderazgo de los pastores, ancianos, administradores y directores de departamentos. De alguna manera quedarían a la defensiva. ¿Cómo podría una congregación local, en ese caso, revestir de autoridad a algunas de esas personas?

            Si abordamos el tema de la jerarquía, debemos reconocer que en ella hay un orden de autoridad descendente claramente establecido. ¿Quién está en la cima de esta estructura en la congregación local? ¿Los ancianos elegidos por la iglesia? ¿El pastor designado por la Asociación? ¿O los laicos agraciados por Dios con el don de profecía?

            Todas esas preguntas se pueden resumir en una sola: ¿Cuál es la verdadera autoridad bíblica y cómo se la puede ejercer?

Diversos significados

            Casi en todos los casos en que aparecen las palabras “autoridad” o “poder” en la versión Reina-Valera del Nuevo Testamento, se trata de una traducción de la palabra griega exousía. Esto ocurre aproximadamente cien veces. Mateo emplea esa palabra con el sentido de “potestad”: “El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados” (Mat. 9:6). Y en Mateo 8:9 con el evidente sentido de “jurisdicción”: “Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados”.

            Juan usa la palabra exousía con el significado de “libertad de acción”: “Tengo poder (libertad de acción) para ponerla (su vida), y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:18). O también con el sentido de “prerrogativa”: “Mas a todos los que le recibieron… les dio potestad (la prerrogativa) de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). En Lucas la palabra exousía aparece como “poder”: “Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad (tema poder)” (Luc. 4:32). En los escritos de Pablo tiene el sentido de “control”: “Ni tampoco tiene el marido potestad (control) sobre su propio cuerpo” (1 Cor. 7:4). También con el sentido de que alguien está “bajo el control de otro”: “Todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de (controlar por) ninguna” (1 Cor. 6:12).

            El uso de exousía en el Nuevo Testamento sugiere que la autoridad se puede ejercer de maneras positivas y negativas, perjudiciales o beneficiosas. Esa realidad nos sirve de introducción para el tema de las paradojas y complejidades frecuentemente asociadas con la autoridad en la iglesia.

Las raíces de la jerarquía

            Eugenio Kennedy y Sara Charles, en su libro Authority, presuponen que el concepto de jerarquía se puede remontar a la Mesopotamia.[1] Los sacerdotes de esa región desarrollaron un concepto complicado del cielo, y estaban profundamente impresionados por la precisión matemática de los movimientos de los cuerpos celestes. Con el transcurso del tiempo, los sacerdotes sumerios hicieron una impresionante deducción: el orden establecido por los dioses en los cielos es el modelo de orden para la sociedad humana. Así como la Tierra estaba incontestablemente en el centro del Universo, el rey podía gobernar incontestablemente en el centro de la sociedad. O sea que la jerarquía de los cielos era evidente por el hecho de que los planetas y las estrellas giraban en torno de la Tierra; la jerarquía de los ciudadanos se debía poner en evidencia al girar en torno del rey. Ambas situaciones habían sido ordenadas por Dios (supuestamente).

            Esas deducciones de la antigüedad siguieron siendo indiscutibles por casi 3 mil años. Continuaron siendo algo así como la piedra fundamental del concepto, ampliamente aceptado, del “derecho divino de los reyes”. El orden jerárquico que surgió después, en la iglesia y la sociedad, derivaba directamente de esa manera de pensar.

            Pero en momentos difíciles la jerarquía falló, y son evidentes los cambios que sufrió ese enfoque. Copérnico, entre otros, probó que la Tierra no ocupa un lugar de privilegio en el centro del cosmos. Descubrió que giramos en torno del Sol. Al aplicarlo a la jerarquía, ese descubrimiento llevó a la sociedad a aceptar una concepción integrada, mutuamente dependiente y democrática. Por eso se rechazó la monarquía en la sociedad secular, se produjo una transformación de la vida eclesiástica en Inglaterra con el establecimiento de la Iglesia Episcopal y en Francia con el repudio de la supremacía del catolicismo durante la Revolución Francesa. Pero esos acontecimientos eran sólo un comienzo.

            Los autores católicos del libro Authority notan el cambio de pensamiento en su iglesia. La Iglesia Católica Romana captó el problema a comienzos del siglo XX tal vez como reacción al papa Pío X (1901- 1909), que rechazaba con excesiva autoridad al mundo moderno. Por medio de encíclicas y de otros medios intentó suprimir la influencia del Modernismo en la iglesia. En el Segundo Concilio Vaticano (1962- 1965), la iglesia reaccionó, se reorganizó, restauró un estilo colegiado de gobierno, fundamentalmente no jerárquico, que fue establecido por Jesucristo en su relación con los apóstoles.[2]

            Pero entonces, como dice David Remnick, el papa Juan Pablo II “determinó la reversión de lo que él ve como la crisis múltiple de la iglesia: principalmente una erosión del propósito moral de la obediencia a la autoridad jerárquica”.[3]

            El constante debate acerca del tema de la autoridad ¡lustra cómo la sociedad secular y la eclesiástica han luchado con el nuevo paradigma, a veces sin darse cuenta de que se trata de una cuestión que, en esencia, es bíblica. Ciertamente necesitamos ir a las Escrituras para entender este problema y encontrarle solución.

La norma bíblica

            La jerarquía ha estado íntimamente relacionada con el abuso de autoridad, el ejercicio de la fuerza y la negación de la libertad para muchos que se encontraban bajo el control de unos pocos. Esa forma abusiva de jerarquía es esencialmente inmoral. Pero la autoridad bíblica es moral. Se funda en el amor. No impone nada, no obra desde arriba y hacia abajo, no busca el exclusivismo. Se basa en relaciones, y trata de facilitar la inclusión.

            La autoridad bíblica la da Dios. Habilita a la gente y la libera para crecer en la plenitud del amor divino. Como resultado de ello, esas personas promueven la expansión del reino de los cielos. “La autoridad no es más importante que la vida. En verdad, se adapta exactamente a la vida humana. Este reino de Dios reside dentro de todas las personas sanas. La pérdida de la fama puede ser para ellas más una ventaja que un obstáculo en el ejercicio de una autoridad sensible. Pueden incluso ser superadas por una indiscriminada cultura popular, donde el bien y el mal, lo acertado o lo equivocado no establezcan diferencias en los derechos de los ciudadanos. Aun así, la autoridad de personas normales genera el establecimiento de efectivos patrones sensibles, aunque no sean culturalmente aceptados”.[4]

            Tal concepto de la autoridad, en cada uno de nosotros, conferida por Dios, revelada en su Palabra y estimulada por su Espíritu es el único modelo de organización que puede cumplir la voluntad de Dios. Ése es el concepto de autoridad que encontramos en las enseñanzas de Jesús.

El líder siervo

            Una de las verdades más desafiantes del Nuevo Testamento es la admonición de Jesús de que los líderes deben ser siervos. Desde los días de Abraham había prevalecido el modelo jerárquico. Incluso en la comunidad judía el sumo sacerdote desempeñó un papel sumamente político, además de su condición de conductor espiritual. Al tratar de revertir esa visión tan torcida de la voluntad de Dios, tanto para los individuos como para la comunidad, Jesús afirmó que todo lo que se había enseñado y hecho debía ser reemplazado por un nuevo paradigma.[5] Y al considerar la obra de la iglesia naciente trató de establecer una pirámide invertida con respecto al liderazgo, opuesta al sistema que se aplicaba en la tierra de Abraham.

            Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean (ketexousía) de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor. Y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:25-28).

            “Líder siervo” es una expresión muy conocida en la iglesia y la industria de hoy. El originador de ella es Robert Geenleaf, quien la acuñó en 1970. Vivió cuarenta años como administrador de una gran compañía, y después, durante otros 25, fue director del Greenleaf Center for Servant- Leadership (Centro Greenleaf de líderes siervos). Actualmente muchos de los más conocidos consultores acerca del liderazgo apoyan ese concepto.

            Una comprensión del modelo “líder siervo” es vital para que la iglesia se vuelva vibrante, aunque haya problemas: en su aplicación, es la antítesis del concepto tradicional de jerarquía. Greenleaf resumió de esta manera su entendimiento acerca de si estamos o no obrando de acuerdo con este paradigma: “¿Están creciendo como personas los siervos? ¿Se están volviendo más sanos, más sabios, más libres y más autónomos, más satisfechos consigo mismos?”[6] Ya es bastante significativo cuando este concepto se aplica a instituciones seculares. Más aún cuando se lo hace a cualquier segmento de la iglesia.

Compromiso de oír

            Los líderes que son servidores escuchan a la gente, sus pensamientos, sueños y temores. ¿Es eso muy diferente de ser sólo un buen oyente? Muchos líderes saben cuán importantes es dar a la gente la oportunidad de hablar. Pero eso no es lo mismo que estar oyendo. Oír, aquí, significa entender los pensamientos más importantes de la persona, los que con frecuencia permanecen guardados en el corazón. Eso requiere tiempo, disciplina, aceptación, sensibilidad y comprensión.

            Los líderes servidores también son perspicaces para oír su propio corazón. ¿Nos estamos oyendo hablar? ¿Estamos atentos a lo que nos está diciendo nuestro cuerpo? En el libro The Body Speaks [El cuerpo habla][7] descubrimos que nuestro cuerpo presenta síntomas como expresiones de los dilemas de la vida. Tiene su propia manera de enviar mensajes. Y tenemos que oír esos mensajes y obrar en consecuencia. Cuanto más nos demoramos en ese proceso, más grave se volverá la situación, hasta que finalmente nos encontremos postrados, al borde de la muerte.

            El desánimo es muy común entre los clérigos.[8] Pero los que aprenden a escuchar su propio corazón no se abaten. Se oyen a sí mismos mientras escuchan a los demás. Llegan a ser maestros en el arte de meditar, y cuando oyen hablar a su propio espíritu también oyen la voz de Dios. Aceptan la importancia del mensaje y reaccionan antes de que se produzca un daño irreparable. Oírse a sí mismo y oír a los demás son los dos lados de la misma moneda.

Compromiso con la confianza

            Covey se pregunta cómo es una organización cuando en ella hay un bajo nivel de confianza, y él mismo se responde con una sola palabra: “Rígida”.[9] Cuando la gente no se siente libre en la iglesia para actuar utilizando sus dones, aprovechando las oportunidades que le da el Espíritu Santo, la iglesia comienza a encogerse y a morir. Ningún programa puede tener tanto éxito como cuando todos los miembros aprovechan todas las oportunidades de usar sus dones con el fin de atender las necesidades humanas. Muchos de los planes de trabajo que se elaboran para la iglesia son sustitutos desesperados, porque los miembros no se sienten capacitados para usar los dones que recibieron de Dios.

            La confianza es el fundamento de una comunidad de creyentes comprometida con las personas que necesitan conocer a Cristo como su Salvador y encontrar un camino de regreso al hogar. Como dice Covey: “No me importa tanto lo que usted sabe, hasta saber lo que le preocupa tanto”.[10] La relación de un líder siervo que se preocupa de la gente y confía en ella facilita el ejercicio de la autoridad bíblica.

Mantengamos la calma

            Un tercer aspecto en el desarrollo de la autoridad bíblica, que se basa en el modelo del líder siervo, es la invitación a no ser tan ansiosos. Eso significa conservar la calma en momentos de tensión. Así podemos ayudar mejor a la gente en sus dificultades. En presencia de un líder que conserva la calma, la gente goza de más libertad para pensar con más claridad y obrar más responsablemente.

            En ese proceso los líderes siervos son modelos de fe para los miembros, no por decirles qué tienen que hacer, sino por mostrarles la realidad de la lucha que implica el crecimiento en la vida cristiana. No tratan de ser ejemplos de perfección, sino que ejemplifican el proceso. El primer caso se puede ilustrar con la imagen de un pastor sonriente, que procura ocultar un corazón dolorido en un esfuerzo de proyectar una imagen de éxito y victoria, mientras esconde la realidad de los altibajos de todos los días. El segundo lo ejemplifica un pastor que trata de ser auténtico. Es una persona llena de experiencia y sabiduría, con una profunda relación de confianza en el Señor. Ése es el pastor que sabe por experiencia cómo conservar la calma y la confianza, aunque tenga que enfrentar problemas como conflictos, divorcios, enfermedades, desesperación y muerte. No hay sonrisa que pueda servir de máscara para tales experiencias. El líder siervo lo sabe, y no trata de fingir.

            Cuando el invulnerable pastor pierde la calma crea ansiedad y conflicto. Pero cuando el líder conserva la calma, la ansiedad se puede manejar. Los perfeccionistas, que están a la defensiva, y se creen invulnerables, invariablemente están ansiosos. ¡Y tienen razones para estarlo! Pero sólo una presencia calmada puede crear el escenario para la operación libre de la autoridad bíblica, que produce una congregación vibrante y confiada, como asimismo el desarrollo del Reino.

            Según Richardson, “la principal tarea del líder en su manera de ser en medio de la congregación es crear una atmósfera emocional en la que exista la mayor tranquilidad: ser una persona calmada. Para ser un líder competente no se necesita saberlo todo. Cuando usted llega a ser una presencia tranquila, le transmite al grupo experiencia y sabiduría con el fin de descubrir sus propias soluciones para los desafíos que se deben enfrentar.[11]

            Estos tres elementos son cruciales para la implementación del modelo de autoridad del líder siervo descrito por Jesús: líderes que en verdad oigan a la gente, líderes que desarrollan un tipo de relación que se basa en la confianza en la gente y que tratan de ser para ellas una presencia tranquila.

Para reflexionar

            Hechas estas consideraciones acerca de un tema tan poco comprendido, es oportuno reflexionar acerca de algunas conclusiones.

            Primero, el núcleo del egoísmo y el interés propio siempre estará enraizado en nuestro corazón, mientras esperamos el ésjaton (los acontecimientos finales), de modo que la implementación de la genuina autoridad bíblica será imperfecta. Pero ésa no es una buena excusa para postergar su puesta en práctica; después de todo, las alternativas que existen no son cristianas: el autoritarismo, el amor al poder y los intereses personales.

            En segundo lugar, la autoridad bíblica nunca se debe confundir con una jerarquía basada en el autoritarismo. Son dos cosas opuestas, dos estilos de vida institucional completamente diferentes.

            Tercer punto, el uso del poder es un atributo intrínseco del autoritarismo, y siempre tiende a la auto promoción. En contraste con esto, el amor es el atributo intrínseco de la autoridad bíblica, que procura el crecimiento, el desarrollo de los intereses y la libertad de los demás, y no el control de la gente.

            Finalmente, y, en cuarto lugar, si se pone a prueba la autoridad bíblica en una congregación compuesta por personas con diversos dones espirituales, como ser liderazgo, pastoreado o don de profecía, no se necesita temer que haya conflictos. Éste es el modelo designado por Dios para su iglesia. De acuerdo con su plan, todos deben trabajar en equipo, como servidores.

            En la iglesia, “la autoridad para actuar” de los miembros se basa en la “comisión para actuar” dada por Dios. Está ligada a los dones espirituales. En vez de causar conflictos, produce armonía. En la metáfora que usó Pablo en su carta a los Romanos, Corintios y Efesios, todos los dones, con su intrínseca autoridad para actuar, se encuentran juntos en la iglesia y funcionan como un cuerpo que en verdad coopera y que está integrado: el cuerpo indivisible de nuestro Señor Jesucristo.

Sobre el autor: Profesor emérito de Educación Religiosa de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


Referencias

[1] Eugene Kennedy y Sara Charles, Authority (Nueva York, The Free Press, 1995), p. 7.

[2] Ibid., p. 198.

[3] Ibid., p. 199.

[4] Ibid., p. 205.

[5] Mateo 5 y 6.

[6] Robert Greenleaf, Insights on Leadership [Reflexiones acerca del liderazgo] (Larry Spears, editor, Nueva York, John Eiley e Hijos, 1997), p. 19.

[7] James Griffith y Melissa Elliott Griffith, The Body Speaks [El cuerpo habla] (Nueva York, Basic Books, Harper Collins, publicistas, 1994).

[8] Jan Smuts van Rooyen, Discontinuance From the Ministry by Seventh-day Adventist Ministers: A Qualitative Study [La cancelación de la suscripción al Ministry por parte de pastores adventistas: Un estudio cualitativo] (Universidad Andrews, 1997).

[9] Steven Covey, Insight on Leadership [Reflexiones acerca del liderazgo], p. 16.

[10] Ibíd.

[11] R. W. Richardson, Creating a Healthier Church [Cómo crear una iglesia más sana] (Minneapolis, Fortress Press, 1996), p. 173.