La seguridad del llamado de Dios para el ministerio pastoral es sumamente importante para el pastor. No es sólo la confirmación de su llamado para una misión específica, sino también la garantía de la bendición de Dios para su trabajo. Lo contrario de esto es hacer algo para lo cual Dios no lo llamó.

            Aunque la idea del llamado de Dios no sea tan popular hoy, creer que el Señor todavía invita a ciertas personas para ministerios específicos, particularmente los de la predicación y la enseñanza de su Palabra, es algo que no sólo es bíblico, sino lógico también.

            La confirmación del llamado puede variar en estilo y grado de persona a persona. Pero todos deben estar convencidos del llamado de Dios. Ese llamado no debe ser fruto del simple deseo de los padres o los abuelos, que sueñan con tener un hijo o nieto pastor. Conozco a un colega que después de estudiar varios años en el seminario resolvió abandonar los estudios al reconocer que estaba estudiando Teología solamente para agradar a los padres, que le decían desde la infancia: “Tú vas a ser pastor”.

            El llamado al ministerio tampoco debe nacer de una iniciativa aislada, motivada por un deseo personal, cuando alguien resuelve ser pastor porque quiere, o porque los amigos hicieron esa decisión.

            ¿Será que diferentes motivaciones estarán hoy ejerciendo influencia sobre los jóvenes para que estudien Teología sin que haya realmente un llamado de Dios? ¿Será difícil encontrar hoy a alguien que sea pastor sólo porque una iglesia le ofreció un buen salario, un empleo estable y otros beneficios? Cierto joven decidió estudiar Teología porque en su iglesia alguien había elogiado su actuación (predicaba, cantaba, etc.). “Fue un grave error”, dijo después. No hay manera de sobrevivir ni de tener satisfacción en el ministerio pastoral cuando se llega a la conclusión de que el llamado fue fruto de la propia elección.

            ¿Cuáles serán las características de un llamado de parte de Dios para el ministerio pastoral? Se cree que por lo menos tres cosas caracterizan esa experiencia:

            Convicción. En primer lugar, hay una convicción personal producida por el Espíritu Santo. Esa convicción puede estar relacionada con la infancia, cuando la idea de ser pastor se despertó gracias al respeto y la admiración inspirados por esa actividad. También puede ser el resultado de la educación cristiana que se recibió, o por una notable experiencia personal. Ciertamente, no todos tienen la misma experiencia, pero sin duda todos necesitan de esa convicción personal.

            Confirmación de la Palabra de Dios. En seguida viene la confirmación de la Palabra de Dios. A este respecto se aplica lo que la Biblia dice en 1 Timoteo 3:1 al 10, donde se presenta una lista de las cualidades que no deben faltar en los líderes. Por ejemplo: vocación comprobada, credibilidad espiritual, madurez emocional, un ministerio fructífero, amor por las personas, equilibrio financiero, una familia bien ordenada, liderazgo comprobado y ejemplo de vida cristiana. Se cometen errores cuando se olvidan estas cualidades en la evaluación de alguien para el ministerio pastoral.

            Confirmación por parte de la iglesia. Por último, está la confirmación por el cuerpo simbólico de Cristo, que es la iglesia. Eso sólo es un reconocimiento y la comprobación por parte de la iglesia de que un individuo está aprobado para la tarea del ministerio. Dicha comprobación se fundamenta en su experiencia pasada. En ese momento surge la oportunidad para la ordenación mediante la imposición de manos.

            Trabajar para Dios como pastor es un privilegio y una misión sagrada, en la que las oportunidades y alegrías proporcionadas superan nuestras expectativas. Ninguna otra tarea abarca, como ésta, todos los niveles de la existencia humana para absorber con tanta intensidad los sufrimientos y las alegrías de la vida. Ningún otro servicio da la oportunidad de compartir tan plenamente los tropiezos y los éxitos de la gente. Por eso, ser pastor significa reflejar amor, sacrificio y abnegación, con el fin de motivar a la gente y preparar los corazones para la eternidad. No existe nada mejor que tener la convicción de que Dios nos llamó para esta obra.