Vivimos en una época de rápidos cambios. Los sociólogos decían hace algunos años que la cultura de un pueblo cambiaba con cada generación, o sea aproximadamente cada 25 años. Pero hoy, con el avance de la tecnología y la aparición de Internet, hasta el fax, que hasta hace poco parecía una maravilla, pasó de moda.
En el mes de julio pasado, por ejemplo, en ocasión del congreso mundial de la iglesia, cuando el secretario de la comisión de nombramientos todavía no había llegado a la plataforma para anunciar quién era el presidente de la Asociación General, ya en todo el mundo se habían enterado de la noticia. Tal es la velocidad de las comunicaciones en estos días.
Por lo tanto, la cultura de la gente no cambia ahora con cada generación. Los cambios hoy son vertiginosos, y si queremos cumplir con los seres humanos de nuestros días la misión de llevarlos a los pies de Jesús, necesitamos “volar” junto con ellos.
El gran desafío que enfrenta el dirigente cristiano de hoy es el siguiente: ¿Debemos cambiar junto con la cultura de la gente? ¿Dónde quedan los principios? ¿Deben ser negociables, o creemos que por ser principios son un reflejo del carácter de Dios y, por lo tanto, son eternos?
Cuando Jesús estuvo en este mundo, a comienzos de su ministerio, reunió a sus discípulos y les confió la comisión evangélica al decirles: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento” (Mat. 10:9, 10). Tres años después, antes de dejarlos, Jesús volvió a reunir a sus discípulos y les dijo: “Cuando os envié sin bolsa, sin alforja y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una” (Luc. 22:35, 36).
Jesús pudo cambiar su estrategia y sus métodos para el cumplimiento de la misión en sólo tres años. Una cultura era, pues, una cultura. Y otra cultura debía ser evangelizada de otra manera.
Cuando predicamos el evangelio hoy, la gran pregunta que debemos hacer no es “¿Cómo debo presentar el mensaje?” sino “¿Cómo reacciona la mente del hombre ante el mensaje?” El mundo en el cual vivimos está cambiando constantemente, obligándonos a cambiar nuestro enfoque, nuestra estrategia, nuestros métodos e inclusive nuestras herramientas.
La televisión, por ejemplo, ha formado una mentalidad que le gusta recibir todo digerido. La televisión es un cambio de imágenes a una velocidad extraordinaria. Y eso es lo que le da movimiento a lo que estamos viendo.
Cuando no había televisión y sólo existía el diario escrito y la radio, el ser humano por lo menos tenía el trabajo de leer o imaginar lo que sugería el texto escrito o hablado. La televisión ha producido una generación mentalmente cómoda. Nadie compra hoy libros voluminosos, ni asiste a seminarios ni soporta largos programas. Las mentes cambiaron, y nuestras estrategias para alcanzar esas mentes también tienen que cambiar.
El peligro consiste en que esos cambios deben incluir los principios. Hace poco me preguntó un joven: “Pastor, ¿no le parece que hoy las relaciones sexuales antes del matrimonio las practica todo el mundo? ¿Que hoy llegar virgen al casamiento es algo obsoleto y, por lo tanto, la iglesia debe cambiar su posición al respecto?” Otro señor me dijo: “El ser humano llega a su plena madurez entre los 18 y los 22 años, edad en la que antes la gente se casaba. Pero hoy nadie se casa a esa edad; por lo tanto, la iglesia debería revisar su posición con el fin de no crearle problemas a la juventud”. ¿Lo ve? Son maneras de pensar, pero implican un principio bíblico claramente expuesto en la Palabra de Dios.
El enemigo es astuto y puede llevar a los pastores ya sea al “conservadurismo” o al “liberalismo”. Algunos que quieren ser leales a los principios pueden cerrar los ojos para no ver los cambios que se producen en la cultura que los rodea y quedar en desventaja para el cumplimiento de la bendita tarea de la evangelización. Otros, que pretenden tener “mentes amplias” capaces de entender la cultura imperante, pueden intentar de alguna manera negociar los principios.
¿Dónde está el punto de equilibrio? ¿Cómo debe actuar el pastor del siglo XXI? ¿Cómo llegar con rapidez al corazón del hombre moderno al llevarle el mensaje de salvación? Una vez Salomón oró al Señor: “Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, para que pueda discernir entre lo bueno y lo malo” (1 Rey. 3:8, 9). Y Santiago confirmó esa actitud al decir: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente” (Sant. 1:5).
Usted y yo necesitamos ir a Jesús todos los días. Necesitamos aprender de él, recibir de él y escondernos en él. Jesús es nuestra única seguridad para no perder el rumbo.
Sobre el autor: Secretario ministerial de la DSA.