Este artículo, en verdad, es más bien la reunión de varias ideas dispersas, sin ninguna pretensión de que sea un trabajo científico y rigurosamente académico. Son algunas reflexiones fragmentarias, escritas como contribución al tema del verdadero papel del teólogo en el movimiento adventista y donde estaría, de modo más exacto, su esfera de acción. ¿Dónde y por quién se debe formular la teología? ¿En los centros universitarios, por los académicos pos graduados? ¿O en las oficinas, por los directores de departamentos y los administradores?

¿Y qué en cuanto al miembro, al que llamamos laico, o al pastor de distrito? ¿Ocupan ellos algún lugar en el avance teológico de la iglesia? Son preguntas delicadas, y nuestras reflexiones deberán tener para el lector sólo el valor de una contribución para la meditación.

Metodología y métodos

A pesar de cualquier malentendido, las palabras método y metodología no son sinónimos. Se entiende que esta última es el conjunto de técnicas de trabajo que se usan en las investigaciones científicas de cualquier área académica. El método, en cambio, refleja el modo de pensar y la fe del estudioso, ya sea que se lleve a cabo de acuerdo con los moldes académicos o no. La forma de hacerlo establece la diferencia, pues aunque el rigor científico sea obligatorio en la metodología, puede o no estar presente en el método. Siendo esto así, podemos hablar con seguridad de método teológico en el aspecto más laico de la fe, aunque no se aplique en absoluto la metodología de la investigación.

Dentro del contexto adventista, se percibe que la teología sigue estando por encima de cualquier otra disciplina académica. Sin embargo, fuera de este ambiente religioso, la teología se siente relegada frente a otras ciencias más respetadas y divulgadas en el así llamado mundo secular. El centro de la tensión tal vez esté en que la teología, a diferencia de otras ciencias, está constituida por conceptos irreductibles, en los que una nueva luz nunca debe descalificar o negar una luz anterior. Es un saber progresivo, pero no necesariamente “experimental”, como lo exigen las normas de la metodología científica moderna.

Pero, hablando racionalmente, también podemos cuestionar esta pretendida “unicidad” del saber científico, que considera que todo lo que está fuera de sus contornos carece de lógica racional. Al tener otra manera de presentar la realidad, el método teológico se tiene que basar en una fe doctrinal que tiene su propia lógica reflejada en la óptica universal de Dios, y no siempre en las reflexiones locales o circunstanciales del ser humano. Se ve, por lo tanto, que la obra más delicada que se debe hacer consiste en buscar la tenue línea que a veces une y otras separa el saber teológico de la fe del saber intelectual de la razón y, una vez que se la encontró, usarla con la sabiduría del cielo.

La historia del método teológico

Después de la producción de los últimos libros inspirados de la Biblia, la iglesia patrística que los siguió se caracterizaba básicamente por lo que se llama en latín lectio divina. O sea, todos reflexionaban de manera doctrinaria y contemplativa acerca de la Palabra de Dios, para extraer de ahí los conceptos de la verdad, la ética, la salvación y la vida comunitaria. Para ellos, la historia era una constante operación salvadora de parte de Dios, mientras se avanzaba hacia el gran regreso de Cristo, en relación con el cual todos vivían y trabajaban. Eran pobres y perseguidos, no tenían propiedades y ni siquiera se imaginaban lo que sería una facultad de Teología. Su reflexión, por lo tanto, se concentraba en las iglesias que se reunían en las casas de los hermanos o en pequeñas viviendas donadas por los miembros, muchos de los cuales ya habían pasado por el martirio. La ciencia secular se basaba en la fe, y si estaba en desacuerdo en un determinado punto, la Revelación tenía la última palabra.

Pero los contactos con la filosofía griega, la crisis del movimiento montañista y la desastrosa pseudo conversión de Constantino modificaron el cuadro. Por eso la teología que ingresa en la Edad Media ya no era tan bíblica ni eclesiástica como antes, sino escolástica y aristotélica.

Se reemplazó la lectio divina por la ratio theologica (razonamiento teológico). Los lugares básicos de la reflexión dejaron de ser las humildes iglesias domésticas, para trasladarse a las famosas escuelas universales establecidas junto a grandes catedrales de oro. Esas escuelas señalan de forma definitiva la ruptura entre ese cristianismo medieval y el que fundó Jesucristo.

La Biblia en esa época se convirtió casi en un libro muerto, de contenido desconocido. Los estudios doctrinarios eran la famosa Summa teológica y los Comentarios sobre las declaraciones de otros autores. En las universidades de París y Oxford la teología comenzaba a desarrollar sus primeros programas doctorales señalados por la producción y la defensa de tesis llamadas questio et disputatio (preguntas y discusiones). Su énfasis, con todo, ya no estaba en la Palabra revelada de Dios, sino en los autores que pretendían manifestar una coherencia de fe más clara que la de la Biblia, cuyo contenido ellos decían comprender, sin caer por cierto en los lazos de la locura.

El resultado de esa visión racional de la Edad Media fue una desastrosa ruptura entre la ciencia y la fe, que culminó casi en el aniquilamiento de la primera, una vez que los gobernantes dominados por el poder papal condenaron como brujería cualquier progreso que se pudiera hacer en su dirección. Lo que encontramos en la Edad Media es una profunda y comprensible rebelión contra la iglesia y el poder monárquico. Respaldado desde hacía mucho, el clamor del pueblo explotó finalmente, golpeando al catolicismo con la Reforma protestante del siglo XVI y con la Revolución Francesa de fines del siglo XVIII.

Pero esos dos movimientos: el protestantismo y la revolución, también eran antagónicos entre sí, de modo que la teología nacida de la Reforma tuvo que empezar a lidiar con el humanismo que ya comenzaba a dominar al mundo. Con temor del comportamiento dogmático- apologético del cual ella misma se librara al salir del catolicismo, la Reforma optó por dejarse absorber por el modernismo, sin respetar a ninguno de sus intelectuales racionalistas. En virtud de eso surgió entonces la famosa ilustración alemana, que produjo eruditos como Reimarus, Harnack y Bultmann, cuya principal contribución fue crear una frustrada “cristología” liberal, que no era otra cosa que el renacimiento de esos ejercicios racionales del escolasticismo, visto ahora con un ropaje más moderno y complicado.

En este nuevo cuadro, como ciencia, la teología aparecía como apenas algo más que una mera teodicea; la fe estaba dominada por las especulaciones de la filosofía hegeliana que en ese entonces determinaba las maneras de comprender la Palabra de Dios. Resultado: los milagros dejaron de ser milagros, la resurrección dejó de ser histórica y el Pentateuco dejó de ser una serie de libros escritos por Moisés. En resumen, la obra de Lutero y sus seguidores se interrumpió.

A esta altura se percibe la necesidad histórica de un movimiento teológico capaz de retomar el pensamiento del ideal protestante, interrumpido por tanto tiempo. Al usar a un predicador bautista y las implicaciones de una desilusión masiva, la Providencia divina hizo surgir en la historia de la teología un movimiento que con el tiempo llegaría a llamarse Iglesia Adventista del Séptimo Día. Su objetivo consistía en continuar con la obra de la Reforma a partir del punto en que ésta quedó interrumpida.

La teología adventista

El tema de “cómo no cometer los mismos errores del pasado” es por demás amplio, por lo que nos queda definir bien nuestra investigación dentro de los moldes de la ciencia teológica. Nuestra pregunta, por lo tanto, sería la siguiente: ¿Dónde se debe cuidar nuestra teología para no volverse medieval como le ocurrió a la teología protestante alemana?

A continuación, damos algunas ideas:

  1. Debemos cuidar en nuestros programas teológicos que nuestras facultades no se conviertan en un conjunto multifacético de materias y especialidades sin ninguna relación entre sí. El teólogo no se puede confundir con un médico especialista que atiende oídos, pero se niega a hacer una cirugía de pulmón. No tiene sentido hablar de teología bíblica y teología sistemática, cuando esos títulos implican un aislamiento de determinados temas, sin relación alguna con los demás. Después de todo, ¿cuál es el interés de hacer teología sistemática si no se la hace a partir de la Palabra de Dios? ¿Y cuál es el sentido de la exégesis si no tiene como objetivo su aplicación por parte del pastor?
  2. La creencia tiene una medida de razón, de devaneo y de fanatismo. Pero la razón destituida de una experiencia real con lo Sagrado no pasa de ser pura especulación sin ningún sentido. Siendo esto así, el teólogo diplomado debe respetar hasta las más sencillas demostraciones sinceras de fe. Y todo diplomado debe tratar de participar de la misma experiencia para que sus palabras, dirigidas a los laicos, posean la misma eficacia espiritual.
  3. Al enfrentar cuestiones académicas y racionales, no podemos ignorar que el carácter positivista científico también enfrenta grandes problemas. Antes de lanzarse al estudio sistemático, el teólogo adventista debe tener en claro qué es lo que está investigando. O conservamos la convicción de que tenemos una verdad hacia la cual avanzamos, o caeremos en la idea de que todo es relativo y que ya no existen valores absolutos. Para reflexionar teológicamente hoy se debe pensar antes con espíritu crítico acerca de la manera como evolucionó la teología, observando atentamente sus encuentros y desencuentros con la verdad, para que no se repita en nosotros la apostasía que se produjo muchas veces. Después de eso, nuestro objetivo supremo como pueblo debe ser z/restaurar las verdades” distorsionadas a lo largo de la historia humana.
  4. Para el pensador adventista, el alma de su teología debe ser la Palabra revelada de Dios; y el evento cristológico la esencia de su comprensión. Nuestra teología no puede ser “genitiva” como proponen ciertos sectores que fabrican temas como “la teología de los pobres”, “la teología de los negros”, “la teología de la mujer”, etc. Existe una sola teología, que parte de Cristo. Desde este punto de vista podemos hablarle al pobre, al negro y a la mujer, observando cómo trataba Jesús a la gente y siguiendo su ejemplo. Desde esta perspectiva es necesario evangelizar al hombre de hoy con sus dificultades, pero sin perder de vista que la fe —sin ignorar los problemas existenciales— debe reflexionar en primer lugar en Dios y no sobre las cosas de este mundo.
  5. Por último, siguiendo el ejemplo de la época patrística, el mejor lugar para la teología es la iglesia local, con sus problemas, dudas y desafíos. Pero, ¿dónde estarían las facultades y las oficinas? Deben ser, en conjunto, catalizadores que recogen la teología de la comunidad y se la devuelvan más sistematizada. Si esto es así, no se deben considerar las funciones como si se tratara de cargos superiores e inferiores en su relación mutua. Y la teología adventista, para ser eficaz, tiene que ser elaborada por todos, pastores y laicos, basados por cierto en la Palabra de Dios. El catolicismo cometió un gran error cuando puso el conocimiento de la fe en las manos de los sacerdotes y los doctores en Teología. Del mismo modo, la teología liberal protestante cometió otro gran error cuando condicionó su espiritualidad al racionalismo humanista.

Entendemos que todo miembro de la Iglesia Adventista, al margen de su formación académica, debería ser un teólogo. Después de todo, ¿qué es un teólogo si no un cristiano que reflexiona acerca de su fe? Como pueblo, es hora de que reflexionemos juntos acerca de la teología, dejando de lado el partidismo y las tendencias a independizarnos de la organización escogida por Dios. Cristo está volviendo, y la teología, por más científica que sea, es también un saber existencial de nuestra más íntima relación con Dios. Esto es, finalmente, la misma vida del cristiano.

Sobre el autor: Profesor de la Facultad de Pedagogía del Instituto Adventista de Ensino, Engenheiro Coelho, San Pablo, Brasil.