Estar inmersos en el ambiente virtual es importante, pero no debe sustituir la relación real con Dios

    ¿De cuántas redes sociales participas? ¿Tienes idea de la cantidad de fotos, videos o textos que has marcado con “Me gusta” durante la última semana? Esas son actividades que hasta hace pocos años eran inexistentes en nuestra rutina. De hecho, nuestra sociedad está totalmente integrada a las conexiones proporcionadas por Internet.

    También es posible evangelizar por medio de esa tecnología. La Iglesia Adventista del Séptimo Día ha utilizado las redes sociales para alcanzar a personas que, en el mundo offline no serían fácilmente abordadas. Como líderes de iglesia, también podemos utilizar esa herramienta para mantener contacto con los miembros de nuestras congregaciones, delegar tareas, compartir información importante o divulgar eventos.

    Sin embargo, ese sistema es una vía de doble mano. Al mismo tiempo que podemos alcanzar a más personas, también resulta mucho más fácil que podamos ser alcanzados. Cuanto mayor sea nuestra presencia en las redes sociales, mayores serán las chances de que seamos buscados. Esa facilidad hace que los miembros de nuestras iglesias esperen que nuestro tiempo de respuesta sea rápido. De esa manera, necesitamos ser cada vez más veloces en visualizar, más ágiles en responder y más eficaces en producir contenidos que atiendan las necesidades congregacionales. Entonces, llega el sábado y, con él, la duda: ¿permanecemos conectados o no?

Retrato de nuestros tiempos

    Antes de responder a esta cuestión, es necesario comprender un poco de la sociedad en la que estamos insertados. Sin duda alguna, una de sus características es la impaciencia. Para Eduardo Giannetti, las personas viven en un conflicto entre la espera y la consumación inmediata, y prefieren las realizaciones y los placeres del ahora, incluso teniendo conciencia de las consecuencia que se van a encontrar en el futuro.[1] Tal vez eso no sea una novedad para nosotros; sin embargo, lo que no percibimos es que estamos en medio de fuertes corrientes que nos llevan en la misma dirección. Eugenio Trivinho presenta esa condición como “la violencia de la velocidad”.[2] Posiblemente no lo advirtamos, pero vivimos en una sociedad impaciente, que busca ser más rápida y eficiente para tener todo lo que desea aquí y ahora. Esa búsqueda se intensifica con la utilización de Internet, pues esa herramienta nos permite actuar de manera más rápida. Investigamos, compramos y nos relacionamos mediante unos pocos toques en el teclado. Tomamos nuestro Smartphone y enviamos recados a los miembros de las congregaciones que cuidamos, mientras esperamos que el semáforo se ponga en verde, para “ir agilizando las cosas”. Todo tiempo ocioso, aunque sea unos pocos segundos, es utilizado para resolver algo. Estamos siempre conectados. Queremos ser cada vez más productivos, y la interacción por medio de las redes sociales nos proporciona eso. Sin embargo, es necesario recordar que no quedamos incólumes ante la violencia de la velocidad y las consecuencias de la conexión constante.

    Susan Greenfield alerta en relación con los peligros para el cerebro que la conexión permanente a Internet tiende a promover.[3] Ella destaca la diferencia entre la televisión e Internet. “Existe una gran diferencia para lo que hacemos en Internet, que es altamente interactiva y también tiende a ser más estimulante”.[4] Es, justamente, ese estímulo característico de los ambientes digitales lo que los hacen más atractivos y que nos enviciemos más fácilmente. Computadoras, tabletas, Smartphones; en fin, los dispositivos interactivos, cuando son usados de manera excesiva e ininterrumpida, conducen a la mente a un estado de confusión sobre la realidad.[5] Nicholas Carr afirma que las personas en ese estado pierden momentáneamente la noción clara de lo que sea pasado, presente o futuro; y comenta que la disponibilidad instantánea promovida por esos dispositivos no es dominada por la cognición, sino por los sentidos, dejando la mente en un estado semejante al provocado por el Alzheimer o por el autismo.[6] Elena de White escribió sobre esta referida condición, dejándonos una clara amonestación sobre esta peligrosa realidad: “Se está apoderando del mundo un afán nunca visto. En las diversiones, en la acumulación de dinero, en la lucha, hasta en la lucha por la existencia, hay una fuerza terrible que embarga el cuerpo, la mente y el alma. En medio de esta precipitación enloquecedora, habla Dios. Nos invita a apartarnos y tener comunión con él. ‘Estad quietos, y conoced que yo soy Dios’ ”.[7]

Tiempo para desconectar

    En un panorama como este, el sábado ejerce una función paradójica. Es como una pausa en este sistema hiperveloz y un antídoto para los males de la conexión constante. De esa manera, se hace fácil comprender la razón por la cual, para algunas personas, ese día es considerado monótono o, incluso, inútil. Este día, se vive prácticamente una “crisis de abstinencia”. El sábado va a contramarcha de la velocidad de la sociedad, contra la necesidad implacable de conexión, contra aquello a lo que estamos acostumbrados. En ese tiempo sagrado, el ser humano no es evaluado por lo que produce, sino por lo que es: un hijo de Dios. Durante el sábado, nuestra adoración no es mensurada por cuántas actividades de la iglesia logramos atender, sino por la conexión que tenemos con nuestro Creador, por medio de nuestro cuerpo y nuestra mente.

    Acostumbramos acordarnos de Éxodo 20:8 al 11 y de sus especificaciones claras acerca de no hacer ningún trabajo. Generalmente, eso nos remite al descanso físico. A pesar de eso, en Isaías 58:13 y 14 tenemos la afirmación clara de que el descanso de nuestra mente y el dirigirla hacia cuestiones espirituales componen nuestra adoración plena. Aplicado a la actualidad, este texto nos enseña no solo a no “trabajar” los sábados en las redes sociales, sino también a reflexionar sobre lo que vemos en ellas durante ese tiempo sagrado.

    Al respecto, es importante saber cómo funcionan las redes sociales y cómo eligen el contenido que se nos presenta. Vamos a tomar como ejemplo Facebook. Todo lo que vemos, decimos que nos gusta, compartimos o comentamos es filtrado por los sistemas (algoritmos) que hacen que la red social funcione. Nada pasa desapercibido. ¿Has notado que después de buscar algún producto o servicio, aunque sea en otra página, aparecen ofertas del elemento buscado en tu time line? Todas tus acciones son catalogadas y constituyen tu perfil online para que las empresas puedan ofrecerte exactamente aquello que necesitas. Esas empresas lucran por medio de la información obtenida de sus usuarios. Todos nosotros somos “funcionarios”, que generamos contenido y producimos información que es recolectada por las redes sociales y vendidas a los anunciantes. Ese proceso ocurre cada vez que nos conectamos, incluso los sábados.

    De esa manera, después de marcar “Me gusta”, comentar, compartir, ver o publicar algo relacionado con nuestro deporte favorito o nuestra carrera profesional, Facebook nos mostrará en nuestra time line más contenidos relacionados con esos asuntos. Sin embargo, como el sistema que administra ese proceso no es adventista del séptimo día, no va a seleccionar durante las horas del sábado únicamente temas apropiados para ese día. Por lo tanto, las publicaciones que aparecen en nuestra time line reflejan los contenidos vistos durante la semana. Aunque no “cuidemos de nuestros propios intereses” durante el séptimo día, acabamos permitiendo que vengan a nosotros por medio del Smartphone. Una foto o una publicación que desvíe el centro del propósito del reposo sabático son suficientes para destruir el espíritu de adoración de ese día.

    El sábado es un recordatorio eterno de Dios como Creador; un tiempo separado por él para que el ser humano experimente una restauración física y mental. Durante ese día, el Señor desea que sus hijos encuentren la paz por medio de una conexión real con el Cielo. Elena de White refuerza la importancia de ese cuidado: “Cuando el sábado comienza, debemos ponernos en guardia, velar sobre nuestros actos y palabras, no sea que robemos a Dios, dedicando a nuestro uso, el tiempo que pertenece estrictamente al Señor”.[8]

    Es más fácil para el observador del sábado identificar los elementos “no sabáticos” predefinidos y tradicionalmente aceptados, y así evitarlos. Sin embargo, como Internet y sus actividades tienen naturaleza fluida, encubierta e intensa, los cristianos quedan vulnerables ante fallas en la evaluación de la real violencia de una inmersión descuidada en ese universo, permitiéndose la distracción y la pérdida del foco de aquello que es realmente prioritario (Mat. 6:33).

    Debemos permanecer atentos con respecto a la fuerza persuasiva y al carácter dominante que la cibercultura ejerce en la vida de los observadores del sábado. Muchos hijos de Dios hasta desean desconectarse, pero no logran dejar de mirar, incluso durante el sábado, redes sociales, noticias, música e información. Es una compulsión que no se interrumpe a la puesta del sol del viernes.

    Como vimos, esto es muy peligroso. Entonces, ¿qué debemos hacer? La respuesta es simple: el sábado debe ser un día de conexión con el Creador y de desconexión de las cosas de este mundo. Un día para apreciar la paz de la convivencia con el Padre celestial, y evitar la agitación y la ansiedad (Luc. 10:41).

    Necesitamos proteger nuestra mente apagando los aparatos y conectando nuestros pensamientos con el Creador, por medio del descanso, la adoración, las relaciones sociales y las actividades misioneras. Elena de White afirmó: “El sábado fue hecho para el hombre, para beneficiarlo al apartar su espíritu de la labor secular a fin de que contemple la bondad y la gloria de Dios. Es necesario que el pueblo de Dios se reúna para hablar de él, para intercambiar pensamientos e ideas acerca de las verdades contenidas en su Palabra, y dedicar una parte del tiempo a la oración apropiada. Pero estos momentos, aun en sábado, no deben ser hechos tediosos por su dilación y falta de interés”.[9]

    La contemplación y la meditación parecen no encontrar espacio en el estilo de vida actual, y eso dificulta la calidad de la adoración y del descanso en el tiempo sabático. Lo que se observa por todos lados son los esfuerzos del enemigo para impedir que el hombre desarrolle el carácter del Creador, mediante un tiempo de conexión mental y espiritual con él. Por lo tanto, mantener el pensamiento alineado con lo Alto debe ser nuestra mayor prioridad. El sábado es una experiencia espiritual. Y, para que esa experiencia sea plena, el estado de espíritu del adorador necesita entrar en sintonía con la eternidad.

Sobre el autor: Martin Kuhn: Vicerrector del Centro Universitario Adventista de San Pablo, Rep. del Brasil. Flávio Salcedo: Pastor en Porto Alegre, Rep. de Brasil.


Referencias

[2] Eugênio Trivinho, A dromocracia cibercultural: lógica da vida humana na civilização mediática avançada (San Pablo: Paulus, 2007).

[1] Eduardo Giannetti. O valor do amanhã: ensaio sobre a natureza dos juros (San Pablo: Companhia das Letras, 2005).

[3] Susan Greenfield, “O lado sombrio da tecnologia”, Veja (San Pablo: Editora Abril), septiembre 2012.

[4] Ibíd.

[5] Nicholas Carr, A geração superficial. O que a Internet está fazendo com os nossos cérebros (Río de Janeiro: Agir, 2011).

[6] Ibíd.

[7] Elena de White, La educación, p. 260.

[8] ____________, Conducción del niño, p. 501.

[9] ____________, Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 516.