“Cuando el Señor encontró a Saulo de Tarso en el camino a Damasco… lo primero que hizo el Escultor celestial fue eliminar, en ese camino de Siria, el orgullo natural y el amor propio de ese sabio representante del Sanedrín”.—Anderson.

     He oído comentarios parecidos acerca del ministerio. “¡Ah —suspiran muchos fieles—, cómo era el ministerio antes y cómo es hoy!” “¡Cómo predicaban los pastores antes y cómo lo hacen hoy!” “¡Lo que acompañaba a la predicación de antes y lo que le sigue hoy!”

     Hemos oído mucho acerca de cómo los pastores de antes visitaban los hogares de los miembros y de los interesados, y cómo lo hacen hoy. Cómo daban estudios bíblicos en los hogares, y cuán necesario es que lo hagan hoy. Sí, hay muchas comparaciones respecto de cómo oraban los ministros antes y cómo lo hacen hoy. Hemos oído acerca de la abnegación, el sacrificio, la pasión por las personas, el desprendimiento, el celo, la humildad, el valor, la confianza, el prestigio y el respeto que gozaba el ministerio de entonces y de los comentarios que se hacen hoy. Y después de haber oído todo eso, querido compañero, con el corazón anhelante por un ministerio poderoso, dedicado a la causa de llevar a los perdidos a los pies de Cristo, le dirijo estas humildes y sinceras palabras.

     Es básico, pastor, incluso muy importante, que descubramos y recordemos de qué manera entramos en el ministerio pastoral. ¿Decidió usted ser pastor, o lo eligieron para serlo? ¿Aceptó usted un empleo, o recibió un llamado? ¿Entró en el ministerio como si se tratara de cualquier profesión, o se lo llamó para que desempeñara esa tarea? Sí, ¿cómo fue en realidad su ingreso en el ministerio?

     “Los jóvenes se están levantando para entrar en la obra de Dios; algunos de ellos comprenden apenas el carácter sagrado y la responsabilidad de esta obra. Tienen poca experiencia en el ejercicio de la fe y en el anhelo y el hambre del Espíritu de Dios, que siempre produce resultados. Algunos hombres de capacidad, que podrían desempeñar puestos importantes, no saben qué espíritu los anima. La liviandad les es tan natural como lo es para el agua correr hacia abajo. Hablan de insensateces y bromean con niñas, mientras casi diariamente oyen las verdades más solemnes y conmovedoras. Esos hombres tienen una religión meramente intelectual, pero su corazón no está santificado por las verdades que oyen. Los tales no pueden conducir a otros a la Fuente de aguas vivas antes de haber bebido de sus raudales ellos mismos” (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 400).

EJEMPLOS DE LA BIBLIA

     ¿Cómo entró usted, verdaderamente, en el ministerio? ¿Leyó ya como fue la experiencia de Saulo, que llegaría a ser el gran Pablo? Fue así: “Cuando el Señor encontró a Saulo de Tarso en el camino a Damasco inició la formación de un gran predicador, cuyo nombre se oiría en todos los rincones de la Tierra. Pasaron varios años antes de que se viera el producto final. Lo primero que hizo el Escultor celestial en ese camino de Siria fue eliminar el orgullo natural y el amor propio de ese sabio representante del Sanedrín En presencia del Cristo vivo, la vanagloria y la ambición humanas fueron arrojadas al polvo del camino. Y entonces vino la orden: ‘Levántate, ponte de pie’. Y desde ese momento Saulo supo que estaba sujeto a órdenes y preso por cadenas invisibles” (El pastor evangelista, p. 49).

     El primer acto de Dios con un candidato al ministerio consistió en eliminar el orgullo natural y el amor propio del que quería que fuera su ministro. Es sumamente peligroso que alguien pretenda entrar en las filas del ministerio sin haber sido aplastado, reducido a polvo, sin haberse despojado de sus defectos de carácter, sin que estos no hayan sido eliminados.

     ¿Cómo entró usted, en realidad, en el ministerio? ¿Posee todavía las mismas debilidades, la misma impetuosidad y los demás defectos que ya conoce? ¿El orgullo y el amor propio que existían entonces todavía no han sido subyugados? ¿Por qué no caer, ahora mismo, humildemente, a los pies del amante Salvador? Él eliminará con cariño y dulzura todas las cargas que oprimen el espíritu del pastor, y que le impiden llevar a cabo una tarea más grande y más fecunda en favor del reino celestial.

     ¿Cómo entró usted en el santo ministerio? Vea el ejemplo de Moisés: era todo humildad y timidez; dependía de la gracia y del auxilio divino (Éxo. 3, 4). El orgullo, el amor propio, la vanagloria y la ambición humana fueron sepultados en el polvo del desierto de Madián, durante los cuarenta años que pasó allí.

     Analice la súplica de Salomón: “Ahora, pues, Jehová, Dios mío, tú me has hecho rey a mí, tu siervo, en lugar de David, mi padre. Yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar por su multitud incalculable. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo; pues, ¿quién podrá gobernar a este pueblo tan grande?” (1 Rey. 3:7-9). ¡Cuánta humildad de parte de un hombre que, como resultado de la elección divina, se convierte en ministro de Dios! Esa humildad, manifestada al entrar en el ministerio, hizo de él el más sabio de los hombres. ¡Qué diferencia! Muchos entran hoy en el ministerio como si ya lo supieran todo y no tuvieran más que aprender.

     ¿De qué manera entró usted, realmente en el ministerio? Considere el caso de Isaías, cuando se lo llamó y se lo escogió. ¿Qué se dice de la manera como entró él en el ministerio? “Entonces dije: ¡Ay de mí que soy muerto! Porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos!” (Isa. 6:5). Sí, Isaías entró en el ministerio al crear el ambiente para que Dios, con una brasa viva del altar, tocara sus labios con el propósito de eliminar la maldad y perdonar su pecado. Al sentirse libre y perdonado de su maldad, Isaías pudo decir: “Heme aquí, envíame a mí” (vers. 8). Es peligroso que alguien entre en el ministerio sin haber sido tocado, perdonado y liberado.

     Observe cómo recibió Jeremías su llamado al ministerio: “Yo dije: ¡Ah, ah, Señor Jehová! ¡Yo no sé hablar, porque soy un muchacho!” (Jer.1:6). Pero, añadió: “Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: I le puesto mis palabras en tu boca” (vers. 9).

     Así, amado Señor, esos hombres llegaron al santo ministerio. Humildes, dependientes, sin nada, reverentes, dispuestos a aprender. Sí, llegaron al ministerio perdonados, purificados, llenos de fuego, libres. Llegaron con la Palabra de Dios en la boca y en el corazón.

UNA ENTREGA COMPLETA

     Esos hombres entraron en el ministerio pensando más en dar que en recibir: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida… Por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7,8). Llegaron sin preguntar qué beneficios tendrían, pero dispuestos a andar kilómetros y más kilómetros para predicar y salvar a la gente. No les interesaban las ventajas, sino que estaban dispuestos a desgastarse para predicar y salvar. “Y yo, con el mayor placer, gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas” (2 Cor. 12:15). Llegaron al ministerio dispuestos a amar sin exigir que se los amara a cambio; a servir sin esperar que se los sirviera; a consolar sin que se los consolara. “Te ruego que perdones ahora su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito” (Éxo. 32:32).

     Nunca fue tan apropiada para el ministerio de hoy la experiencia de Jesús: “Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17:19). Si Jesús, siendo el inmaculado Hijo de Dios, sintió la necesidad de santificarse, ¿qué diremos nosotros? Si, en procura de santidad, él pasaba noches enteras orando, ¿cuánto tiempo deberíamos dedicar nosotros a la oración, miserables mortales? El enemigo nos inducirá a hacer cualquier cosa, menos orar. “Me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados”. Tal el pastor, tal el rebaño.

     Dios cuenta con usted, querido pastor, no importa en qué lugar trabaje ni lo que está haciendo. No importa si trabaja en un centro de salud, o de educación, o como dirigente, en una congregación, en la difusión de publicaciones o en cualquier otro sector de la iglesia. Usted es ministro de Dios, y su representante en la Tierra. No puede dejar de hablar, ni de vivir ni de actuar como tal. Su influencia debe estar encaminada a salvar, reformar y reavivar. El Señor viene pronto, y la iglesia debe estar sin mácula, sin arruga, sin mancha.

     Dios cuenta con usted, mi querido pastor, y con su familia, para que la iglesia sienta como nunca la presencia de un ministerio perdonado, tocado, lavado, reformado, reavivado. Un ministerio apasionado por la salvación de los perdidos. Un ministerio con nostalgia del hogar eterno.

Sobre el autor: Hijo Secretario jubilado de la Asociación Ministerial. Vive en Valparaíso, Coyas, Rep. del Brasil.