Cuando las presiones nos sofocan, podemos hacer de ese momento, en comunión con Dios, el mayor triunfo de nuestra historia.

     Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:9, 10).

     La experiencia del profeta Elías nos induce a reflexionar acerca de las emociones del pastor. Después de todo, el pastor es alguien que está siempre expuesto al estrés de las diversas emociones.

     En la actividad del pastor existen las mismas emociones que experimentó Elías. Son emociones que muchas veces están lejos del alcance de los miembros de la iglesia. Si se las conociera ciertamente no llevarían al pastor al ridículo. Por el contrario, ese conocimiento contribuiría a que fuera más amado por los miembros, y con posibilidades de tener una vida más cercana a la realidad de los seres humanos en general, sin por eso perder su unción pastoral.

     El pastor, generalmente, no sólo esconde sus emociones; tampoco desea manifestar debilidad. Cree que nunca debe dejar que los miembros se enteren de lo que está detrás de su rostro. La imagen que debe permanecer es la que proyecta desde el púlpito, donde él siempre es un gigante. Exige que se siga su mejor ejemplo, lo que es inalcanzable por causa de las necesidades que experimenta el mundo real. Si se trata de dinero, no quiere demostrar que le falta. Si el problema es familiar, parece que nunca pasó por eso, o por lo menos nadie debe enterarse. Es de carne y hueso, pero parece que su corazón está hecho de otros materiales. Es capaz de ser sensible a las necesidades de los demás, pero es insensible a las propias.

     Durante el día es posible que llore en una ceremonia fúnebre, y que a la noche sonría en una fiesta de cumpleaños. Después de un mensaje que le llevó alegría a los corazones es posible que tenga un dejo de nostalgia. Pero, para conseguir los resultados esperados, el Señor distribuyó a todos cierta dosis de emoción.

UNA POSTURA ESTEREOTIPADA

     Es común, dentro del contexto evangélico, que el pastor mantenga una imagen acartonada, hasta ceñuda, ansiosa por exigir el respeto de los demás. Para muchos eso ha sido una faceta positiva en la formación de nuevos líderes. Para otros, la excelencia del ministerio surge de una obra eficiente y del respeto mutuo. Sin embargo, además de esos parámetros, podríamos añadir una dosis de buen humor, condicionado por un criterio elevado y equilibrado.

     Algunos se alegran porque son pastores en la iglesia, en la sociedad y en el hogar. Pero en el seno de la familia, además de pastor, debe ser padre, esposo, amigo, etc.

     La distancia que hay entre el púlpito y la congregación es un factor negativo en la formación del carácter cristiano. ¿Cuál sería la reacción de la iglesia si el pastor, al despedir a los miembros después del sermón, les dijera: “Les ruego que oren por mí; estoy muy triste, tengo un problema familiar que me está causando angustia”? O, tal vez: “Oren por mí, estoy afligido; necesito que me ayuden”

     Algunos dirán que ese pastor perdería la admiración que le profesan sus miembros. Quieren un pastor invencible, un superpastor programado para no fallar. Pero, por suerte, todavía existen los que comprenden las luchas, los sinsabores, las espinas y las alegrías del ministerio pastoral.

     La idea de esconder las emociones contribuye a que algunos pastores no distingan la línea divisoria que existe entre lo humano y lo angelical; les parece que es conveniente que los acepten más como ángeles que como seres humanos llenos de la gracia de Dios. Cuando ya no es posible sostener esta actitud, una pequeña muestra de su verdadera personalidad desbarata la imagen del pastor. Se vuelven toscos, temperamentales, autoritarios.

LA CUEVA

     El pastor también tiene su cueva. En ella Elías recibió la terapia divina. Se sentía estresado por el peso de la obra, sus emociones estaban a flor de piel. “O descendía fuego del cielo para lamer el agua y consumir lo que estaba sobre el altar, o Elías moriría allí”. El relato bíblico muestra las señales del estrés que experimentó el profeta: temor de morir, sensación de fracaso, cansancio. Elías siempre estaba en el campo de batalla, lo que no es diferente de la experiencia del pastor moderno.

     En momentos así, tan difíciles, el pastor debe buscar una “cueva”, un lugar donde estar a solas con Dios, durante la noche silenciosa, para abrirle el corazón, contarle sus angustias, lo que aflige su corazón, su vida, su ministerio.

      Elías huía literalmente de la muerte física, y nosotros debemos temer la muerte de los sueños, de las realizaciones. El profeta dejó el escenario para no morir; no era momento para exponerse y arriesgar la vida. En la trayectoria pastoral de luchas y realizaciones, debemos saber cuándo salir del escenario, buscar refugio en Dios para alimentar la vida espiritual.

     En el diálogo con el Señor, Elías abrió su corazón. Tal como Jacob, que dejó sus esposas, sus hijos y sus siervos para ir al valle del Jaboc con el fin de conversar con Dios. Allí luchó con el Señor una noche entera, y él lo bendijo. Con Pablo sucedió algo parecido. Estuvo en el desierto con Jesús, y eso cambió su vida. ¿Qué decir de Moisés, el que habló cara a cara con Dios, y que de fugitivo se convirtió en el libertador de Israel?

LA LECCIÓN DEL MAESTRO

     Jesús estaba recorriendo los tramos finales de su ministerio terrenal y, junto a sus discípulos, se fue a orar al jardín del Getsemaní. Allí enfrentó los mayores desafíos de su ministerio, fuertes emociones y estrés. La tribulación invadió su espíritu. “Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (Mat. 26:38), les dijo a los tres discípulos que lo acompañaron.

     Piense en esto: Él nunca había manifestado ninguna debilidad. La imagen que sus seguidores tenían de él era la del líder que, de pie delante de la sepultura, daba órdenes perentorias para la resurrección de Lázaro. Tenía poder para sanar a los lisiados y los leprosos, y entonces sí abrió humildemente su corazón. El jardín se parecía a la cueva de Elías: también hubo allí soledad, tristeza, diálogo con el Padre, consuelo y garantía de victoria. Jesús, en ese momento, fue transparente delante del Padre y de los discípulos. Abrió plenamente su corazón.

     Cuando nuestras emociones y el estrés nos sofoquen, cuando pensemos que estamos entrando en un laberinto existencial y que sólo nos queda la soledad, podemos hacer de ese momento el triunfo de nuestra historia. Cuando alguien mantiene un diálogo con Dios sabe qué dirección tomar, y llegará a grandes realizaciones y a nuevos desafíos que le señalarán el éxito.

     “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isa. 60:1).

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Misión del Maranhon, Rep. del Brasil.