Ellos tenían grandes esperanzas, convencidos de que una nueva era había llegado. Pensaban que lo que estaban aguardando hacía tanto tiempo finalmente se cumpliría; de hecho, las señales estaban por todas partes. Pero sus esperanzas terminaron en un amargo chasco. ¿Cómo podrían continuar rumbo a un futuro desconocido?
Entonces, de pronto aquellos dos seguidores de Cristo, camino a Emaús, reconocieron que Jesús había estado con ellos durante todo el viaje. La convicción de su presencia lo cambió todo. Ellos viajaron en la carretera proverbial “del chasco al deleite”. ¿Cómo hicieron eso? Su historia puede ser encontrada en Lucas 24.
Compartieron sus pensamientos (vers. 14-16)
Conozco pocas personas que no tengan, por lo menos, a alguien con quien compartir sus esperanzas, sus sueños, sus secretos, sus alegrías, sus dolores y sus miedos. Nuestra naturaleza exige que no guardemos asuntos importantes solo para nosotros mismos.
En el camino hacia Emaús, aquellos dos viajantes conversaban respecto de su esperanza en el Mesías, y de su frustración porque no se habían cumplido sus sueños. Mal percibieron cuán próximo –literalmente– estaba el Salvador a ellos; y que él ya había llegado. Comentando este aspecto, Elena de White dice: “No habían progresado mucho en su viaje cuando se les unió un extraño, pero estaban tan absortos en su lobreguez y desaliento que no lo observaron detenidamente. Continuaron su conversación, expresando los pensamientos de su corazón”.[1] Permitieron que sus sentimientos sobre los acontecimientos recientes nublaran su capacidad de ver que Jesús estaba cerca de ellos, esperando para compartir súbitos entendimientos eternos con ellos y por medio de ellos.
Expresaron sus sentimientos a Jesús (vers. 18-24)
Aunque estuvieran compartiendo sus preocupaciones, todavía no habían experimentado el progreso que necesitaban hasta que expresaran sus sentimientos a Jesús. Estaban con el corazón partido. Pero alguien estaba listo para transformar su chasco en alegría.
Escucharon lo que Jesús tenía para decirles (vers. 25-27)
Jesús estaba esperando para expresar palabras de consuelo al corazón atribulado de esos discípulos. Sin embargo, ellos se demoraron en abrir el corazón a Cristo más que él en revelarles un cambio de vida a ellos. Además de esto, lo que Jesús tenía para decirles estaba directamente concentrado en su misión. La obra de Dios no había comenzado solo tres años y medio antes; y sin ninguna duda, no había llegado a un final sin gloria en las últimas 48 horas. Su misión era claramente manifestada en cada cordero sacrificado en los altares, y acababa de ser testificada cuando el Cordero de Dios fue sacrificado en la cruz del Calvario.
Fueron hospitalarios (vers. 29-31)
Esos hombres, incluso sin saber quién era el huésped, lo invitaron a que se alimentara y descansara en su casa. Él, que los había dejado en suspenso con sus palabras a lo largo del viaje, entonces tocó profundamente sus corazones cuando tomó el pan, lo partió y se lo dio a ellos. En aquel momento sus ojos se abrieron, y percibieron que aquel que había acabado de bendecir el pan era, justamente, quien siempre los había bendecido con la esperanza de que ellos un día iban a ver cumplida la profecía.
Predicaron el mensaje (vers.33-35)
Resignando el hambre, el cansancio, la seguridad personal, y una serie de otros factores físicos y emocionales,[2] esos dos discípulos de Cristo salieron para proclamar “el mayor mensaje que fuera jamás dado al mundo, un mensaje de alegres nuevas, de las cuales dependen las esperanzas de la familia humana para este tiempo y para la eternidad”.[3]
Conclusión
En el ministerio, nosotros también enfrentamos todos los tipos de chascos. Cuando estamos lidiando con ellos, a veces parece que llegó el fin del mundo y que no tenemos ninguna esperanza con relación a nuestro futuro. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es: “¿Cómo puedo pasar del chasco a la alegría?”
Aquellos dos discípulos caminaron sobre algo que era mucho más que un camino que unía Emaús a Jerusalén: recorrieron el camino de la decepción a la alegría, la alegría proveniente de la presencia de Cristo con ellos y del ardiente deseo de compartir las buenas nuevas del Salvador.
¡Que cada uno de nosotros pueda hacer lo mismo!
Referencias
[1] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 739.
[2] Ibíd., p. 743.
[3] Ibíd.