¿Una ley para obedecer o promesas para celebrar?

     En mi trayectoria cristiana de cuarenta años, que incluye veinte años de enseñanza de la Biblia y el ministerio pastoral, los Diez Mandamientos (Éxo. 20:3-17) siempre me han desafiado, a pesar de ser la única porción de las Escrituras escrita por Dios mismo (Éxo. 24:12; 31:18; 32:15,16; 34:1, 4, 28; Deut. 5:22; 10:4). Al haber crecido en un hogar adventista y haber sido educado en escuelas adventistas, siempre creí en la importancia de obedecer la Ley de Dios. Sin embargo, la cuestión que siempre me ha obsesionado es: “¿Realmente estoy guardando los Mandamientos de acuerdo con la voluntad de Dios?” Es más, la aseveración bíblica de que el pueblo de Dios se deleita en sus Mandamientos me ha turbado profundamente, porque “si no me deleito en la Ley de Dios, ¿soy digno de ser llamado cristiano?” Al clamar al Señor por este estado de desasosiego, él abrió mis ojos para ver unas pocas cosas maravillosas, en sus Mandamientos, que trajeron sanidad a mi alma.

     Mis ojos fueron abiertos a la declaración de Elena de White: “Los Diez Mandamientos son diez promesas”.[1] Este artículo provee varias evidencias bíblicas convincentes, que demuestran que los Diez Mandamientos son, en verdad, diez promesas.

EL CONTEXTO DEL DECÁLOGO

     Quizás una de las mayores razones para no poder entender que el Decálogo está fundamentado sobre la base de las promesas sea la imposibilidad de comprenderlo y estudiarlo dentro de su contexto inmediato, y también del más amplio.

     Umberto Cassuto presenta correctamente el contexto anterior y posterior del Decálogo: “Éxodo 1 al 19 no es sino una preparación para la actividad en el Sinaí; y todo lo que sigue es ya sea un resultado o un complemento de esto”.[2] El contexto inmediato no deja ninguna duda con respecto a la motivación de Dios al darnos la Ley. “Y habló Dios todas estas palabras [del Decálogo], diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxo. 20:1, 2). Los Diez Mandamientos no surgieron a partir de alguna noción arbitraria de Dios, sino como un recordativo tierno y personal de “Jehová, tu Dios”, quien redimió a Israel de Egipto. La libertad de la esclavitud, un símbolo de la redención, subyace en el fundamento de los Diez Mandamientos. Por lo tanto, el Decálogo no es un código legalista dado a Israel, sino un vínculo redentor que define la relación de amor que debería existir entre Israel y su poderoso Dios. Este poder y este amor rodean los Diez Mandamientos, tal como lo señala Cassuto.

     Así, los Diez Mandamientos no fueron entregados a Israel con el fin de que pudieran obedecerlos y ser salvos, sino que fueron dados a quienes ya habían sido redimidos. En otras palabras, no son un medio de salvación, sino promesas de la relación de pacto que Dios quiere tener con su pueblo.

     Una cuidadosa investigación de los capítulos anteriores y posteriores al registro de la Ley revela estas características pactuales, redentoras, y basadas en promesas de la Ley y del Dador de la Ley:

     1. Dios cumple sus promesas. La liberación de Israel de la esclavitud fue un cumplimiento de la promesa de Dios dada a Abraham (Gén. 15:13,14; ver Éxo. 12:40, 41).

     2. Ningún poder puede impedir que Dios cumpla sus propósitos. A pesar de la opresión de Faraón sobre Israel al ordenar que todos los varones recién nacidos fueran asesinados, Dios hizo que Moisés fuese criado en el mismo palacio de Faraón (Éxo.1:9-29).

     3. El Dios de Moisés es más poderoso que los dioses de Egipto. Las diez plagas (cap. 7-11) “fueron dirigidas específicamente contra las divinidades egipcias para revelar su impotencia”[3] y “para mostrar que Jehová es el verdadero Dios”.[4] Faraón mismo, en varias ocasiones, pidió a Moisés y a Aarón que oraran por él (8:8, 28; 9:27, 28; 10:16, 17).

     4. El Dios de Moisés es más poderoso que las fuerzas de la naturaleza. Dios dividió el mar de modo que Israel lo atravesara a salvo (14:1-22).

     5. Dios sana a su pueblo. Las aguas de Marah se volvieron dulces cuando Moisés lanzó un árbol, tal como Dios se lo había ordenado (15:22-26).

     6. Dios provee para su pueblo. El maná del cielo y el agua de la roca para más de seiscientas mil personas fueron las provisiones de Dios (12:37;16; 17:1-6).

     7. Dios pelea por su pueblo. El sencillo acto de Moisés de levantar sus brazos trajo la victoria para Israel sobre los amalecitas (17:8-14).

    8. Las columnas de nube y de fuego (13:21, 22), en las cuales el Guía invisible[5] estaba presente, revela a Dios de dos maneras.Mientras la columna de nube protegía a Israel del calor del día del desierto, la columna de fuego proveía luz en la oscuridad y los protegía del viento helado.

   9. La presencia de Dios siempre habita con su pueblo. El hecho de que su Dios estaba en las columnas de nube y de fuego (Éxo. 13:21, 22), y los lideraba amorosamente, debió haber maravillado a Israel, que quizá nunca supo de algo semejante en Egipto.

   10. Dios libera a su pueblo y lo invita a una relación con él. Dios dio sus Mandamientos a Israel después de libertarlos de la esclavitud y atraerlos hacia sí mismo (19:4). El preámbulo del Decálogo, “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (20:2), provee una razón para la obediencia de Israel: Dios lo libertó de la esclavitud; con el objetivo de entrar en la Tierra Prometida, debían demostrar su lealtad a Dios.

     Con certeza, el propósito de todo lo que Dios obró por Israel (Deut. 26:8) fue inspirarlo a entrar en una relación de pacto con él (Éxo. 14:31; ver Núm. 20:12; Deut. 9:23), por la cual, al escuchar su voz, ellos serían su especial tesoro: una nación santa, real sacerdocio (Éxo. 19:5). En esta relación, por ejemplo, ellos nunca robarían (octavo Mandamiento) porque él, como su Esposo (Jer. 31:32), hace provisión para ellos (ver Mat.7:7; Sant. 4:2); ellos honrarían a sus padres (quinto Mandamiento) porque, al colocarlos en esta posición ventajosa,[6] Dios cumple sus propósitos a través de ellos. En este sentido, los Diez Mandamientos, si bien parecieran ser prohibiciones negativas: “No harás tal cosa”, pueden constituir declaraciones de seguridad: “Nunca harás tal cosa…”

 TERMINOLOGÍA “LOS DIEZ MANDAMIENTOS”

     La expresión “los Diez Mandamientos” es desconocida en el original hebreo de la Biblia. Deliberadamente, si bien aparecen tres veces en la Biblia en castellano (Éxo.34:28; Deut. 4:13; 10:4), en estas tres ocasiones Moisés emplea un derivado de davar, “palabra”, en lugar de mitsvah, “mandamiento”, que él usa ampliamente, junto con sus derivados, en el Pentateuco. De hecho, los Diez Mandamientos son introducidos como las palabras: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo” (Éxo. 20:1; ver Deut.5:22; 10:2). Esto muestra que Dios no dio Diez Mandamientos; dio “Diez Palabras”; es decir, el Decálogo.

     La palabra davar es traducida como “promesa” en muchos lugares en la Biblia en castellano.[7] Es más, su forma verbal “él habló” es traducida como “él prometió”.[8] Esto sugiere que las palabras de Dios pueden ser entendidas como promesas; de allí las “diez palabras” como “diez promesas”.

LA ESTRUCTURA GRAMARICAL

     La estructura gramatical de los Diez Mandamientos: “No harás” tal cosa (una partícula negativa + segunda persona de la forma imperfecta del verbo) comunica no solo una “forma enfática de prohibición”[9] o “la expectativa más fuerte de obediencia”,[10] sino también una “expectativa específica de que algo no suceda”.[11] Las declaraciones que contienen la misma estructura gramatical, como “No morirás”[12] (Juec. 6:23; ver 2 Sam. 12:13; 19:23; Jer. 34:4; 38:24); “No te faltará nada” (Deut. 8:9);[13] “No tengas temor” (7:18; ver 20:1; 31:18; Sal. 91:5; Eze. 3:9) constituyen, indudablemente, promesas.[14] Richard Davison señala el concepto de que los Diez Mandamientos pueden ser entendidos como diez mandamientos “encastrado en la misma estructura gramatical del Decálogo”.[15] Esto muestra que las Diez Palabras de Dios contienen dos facetas intrincadamente entrelazadas, a saber: una prohibición y una promesa o una convicción.[16]

EL PANORAMA MAS AMPLIO

     La Biblia registra numerosos mandamientos e instrucciones de Dios. Sugerir que todos ellos, particularmente los que son dados a su pueblo, son promesas o declaraciones de seguridad puede parecer una exageración. Sin embargo, una visión más amplia de las Escrituras revela que en realidad lo son.

     La simplicidad de una promesa transmite la noción de “Yo lo haré”; mientras que un mandamiento o una instrucción comunican la idea de “Tú harás”. Si quien realiza la acción es el factor determinante a fin de saber si una declaración contiene una promesa o un mandamiento, la Biblia muestra poca distinción entre ellos. En ambos casos, primero, Dios es quien realiza la acción; segundo, el obediente es el receptor de la acción. La diferencia es que una promesa es la acción de Dios para con el obediente, mientras que un mandamiento es la acción de Dios a través del obediente. Este fenómeno se da consistentemente en la Biblia. Por ejemplo, Dios instruyó, u ordenó, que Moisés sacara a Israel de Egipto (Éxo. 3:10; ver 7:6, 10). No obstante, fue Dios quien lo hizo: “Y habló Dios todas estas palabras, diciendo” (Éxo. 20:1).[17] Jesús prometió a sus discípulos: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mat. 28:20). Sin embargo, la promesa fue dada anticipando su mandamiento o instrucción: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (vers. 19). La obediencia humana es crucial para la recepción ya sea del mandamiento o de la promesa de Dios. De hecho, para quien está dispuesto, las promesas y los mandamientos divinos no son diferentes, porque en los dos está Dios.

     Es más, en castellano, la palabra “mandamiento” significa generalmente “orden, demanda, decreto, control”, que a menudo connota la idea de una restricción del libre albedrío; pero, no representa el término hebreo “mandamiento” (tsavah), que posee un amplio espectro de significados, incluyendo “dirigir, señalar, poner a cargo, ordenar”,[18] y no connota la idea de compulsión o de fuerza. Por otro lado, la Biblia muestra que Dios opera con los seres humanos dentro del contexto de su libre albedrío: “Escogeos hoy a quién sirváis” (Jos. 24:15); “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). En relación con esto, la Sra. de White señala: “Indíquese claramente que el camino de los mandamientos de Dios es el camino de la vida. Dios estableció las leyes de la naturaleza, pero sus leyes no son exacciones arbitrarias. Toda prohibición incluida en una ley, sea física o moral, implica una promesa. Si la obedecemos, la bendición nos acompañará. Dios no nos obliga nunca a hacer el bien, pero procura guardarnos del mal y guiarnos al bien”.[19] Ella también dice: “Cada mandato o precepto que Dios da tiene como base la promesa más positiva. Dios ha provisto los elementos para que podamos llegar a ser semejantes a él, y lo realizará en favor de todos aquellos que no interpongan una voluntad perversa y frustren así su gracia”.[20]

    De allí que la expresión de que Dios “ordenó” a Noé (Gén. 6:22) y a Josué (Jos. 1:9,16) pueda ser entendida como “dar instrucción, dirigir, encargar”.

     Así, se podría declarar que, ya sea la promesa o el mandamiento de Dios, es su invitación a su pueblo para cooperar con él. El resultado permanece fuera de la comprensión humana. La Sra. de White comenta: “Cuando la voluntad del hombre coopera con la voluntad de Dios, llega a ser omnipotente. Cualquier cosa que debe hacerse por orden suya puede llevarse a cabo con su fuerza. Todos sus mandatos son habilitaciones”.[21] Luego, ella añade: “Su orden es una promesa; y la apoya el mismo poder que alimentó a la muchedumbre a orillas del mar”.[22]

CONCLUSIÓN

     En vista de nuestra naturaleza, nuestras habilidades, nuestras experiencias, por ejemplo, guardar los Diez Mandamientos puede parecer imposible. Sin embargo, debemos recordar que “[la gracia de Cristo] es la que capacita al hombre para obedecer las leyes de Dios y para libertarse de la esclavitud de los malos hábitos. Es el único poder que puede hacerlo firme en el buen camino, y permanecer en él”.[23] Por lo tanto, cada instrucción/mandato de Dios es una declaración de seguridad o promesa, tal como lo señala la Sra. de White: “En la palabra de Dios está la energía creadora que llamó los mundos a la existencia. Esta palabra imparte poder; engendra vida. Cada orden es una promesa; aceptada por la voluntad, recibida en el alma, trae consigo la vida del Ser in- finito. Transforma la naturaleza y vuelve a crear el alma a imagen de Dios”.[24]

     Jesús aclaró que nadie puede obedecer a Dios a menos que permanezca en él o conectado a él: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5b). En síntesis:

     1. El propósito del Decálogo es asegurar a Israel la presencia constante de Dios e inspirar fe en Dios, y ambos propósitos son indispensables a fin de obedecer a Dios.

     2. La descripción de los Diez Mandamientos (“las Diez Palabras”) indica que pueden ser entendidas como diez declaraciones de seguridad o diez promesas.

     3. La estructura gramatical de los Diez Mandamientos revela que pueden ser entendidas como promesas, no necesariamente prohibiciones.

     4. La comprensión general de la Biblia revela que todos los mandamientos o instrucciones de Dios para su pueblo pueden ser vistos como sus promesas. Para aquellos que no conocen a Dios como Señor de amor y promesas, los Diez Mandamientos pueden llegar a ser una carga: exacciones arbitrarias, imposibilidades.

     Pero, para aquellos que conocen a Dios, son promesas y declaraciones de seguridad. Por lo tanto, el pueblo de Dios puede regocijarse en los Diez Mandamientos más de lo que uno se regocija en el oro (Sal. 119:127).

Sobre el autor: Profesor de Antiguo Testamento en el Spicer Memorial College, en Pune, India.


Referencias

[1] Elena de White, Hijos e hijas de Dios, p. 58.

[2] Umberto Cassuto, A Commentary on the Book of Exodus, trad. Israel Abrahams (Jerusalem: Magness,1967, 1974), p. 256.

[3] Herbert Wolf, An Introduction to the Old Testament: Pentateuch (Chicago, IL: Moody, 1991), p. 132.

[4] Ibíd.

[5] Elena de White, Patriarcas y profetas, pp. 287, 288.

[6] Elena de White, ibíd., p. 316.

[7] Ver 1 Rey. 8:56; 2 Crón. 1:9; Neh. 5:12, 13; Sal.102:42.

[8] Ver Deut. 1:11; 6:3; 9:28; Jos. 9:21; 22:4; 23:5; 2 Sam. 7:28; 1 Rey. 2:24; 1 Crón. 17:26; Jer. 32:42.

[9] E. Kautzsch, ed., Gesenius’ Hebrew Grammar, rev. A. E. Cowley (Oxford: Clarendon, 1910, 1990), p. 317.

[10] Ibíd.

[11] Ibíd.

[12] Herbert Wolf, “Judges,” The Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E. Gaebelein (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1992), p. 420.

[13] Wright, pp. 126, 119; ver también Anderson, p. 657.

[14] Christopher J. H. Wright, Deuteronomy, New International Biblical Commentary, ed. Robert L. Hubbard Jr. (Peabody, MA: Hendrickson, 1996), p. 126.

[15] Richard M. Davidson, A Love Song for the Sabbath (Washington, DC: Review and Herald Pub. Assn., 1988), p. 36.

[16] Ibíd., p. 124.

[17] Ver Éxo. 3:11; Deut. 8:14-20; Sal. 81:10; Dan. 9:15; Amós 2:10; Miq. 6:4, etc.

[18] Francis Brown, Samuel R. Driver y Charles A. Briggs, A Hebrew and English Lexicon.

[19] Elena de White, El ministerio de curación, p. 77.

[20] Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo, p. 66.

[21] Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 268.

[22] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 337.

[23] Elena de White, El ministerio de curación, p. 78.

[24] Elena de White, La educación, p. 126.