El Espíritu Santo en Juan 14 al 17

            En el Evangelio de Juan, un grupo de cinco pasajes hacen referencia al Espíritu Santo como “Paracleto” o “Espíritu de verdad” (14:16, 17, 25, 26; 15:26, 27; 16:7-11, 13-15). Además de su terminología distintiva, lo que hace que estos pasajes estén en un plano aparte es que (1) todos se encuentran en los “discursos de despedida” (caps. 14-17); (2) hablan sobre la venida del Espíritu; y (3) describen funciones completamente diferentes de aquellas que se encuentran en las secciones narrativas del Evangelio de Juan (caps. 1-13, 18-21). Aunque en esas secciones el Espíritu Santo, mayormente, es un poder que da vida, a través del cual Dios regenera y transforma a aquellos que creen en él (3:3, 5, 6; 6:63; 7:37, 38), la idea predominante en los discursos de despedida muestran a un instructor, un testigo y un guía: conceptos que van mucho más allá que la impresión de un poder. De hecho, esos cinco pasajes “proveen la evidencia más fuerte para concebir al Espíritu como una figura distintiva, un agente o actor independiente”,[1] y están entre aquellos que contribuyen mucho al desarrollo de la doctrina cristiana del Espíritu.

EL SIGNIFICADO DE PARAKLETOS

            El significado de parakletos es muy discutido. Desde el punto de vista lingüístico, parakletos se relaciona con el verbo parakaleo, que significa solamente “llamar al lado de uno”. Cuando es utilizado como sustantivo, la palabra implica la idea de ayuda legal. En latín, el término equivalente era advocatus (“defensor”, o “abogado”), y esto muestra de qué manera entendían los antiguos escritores y traductores cristianos latinos la palabra parakletos. Bajo la influencia del sustantivo paraklesis (“consolación, consuelo”), algunos traductores y padres griegos llegaron a entender parakletos como un consolador o consejero, significado que también preferían Wycliffe, Tyndale y Lutero, entre otros. La cuestión, sin embargo, es que ninguno de estos términos, son plenamente apropiados para describir el parakltos de Juan, salvo en 1 Juan 2:1, donde se refiere a Jesús (aunque no como un título), y ciertamente significa “abogado” (“intercesor”, “mediador”).

            John Ashton afirma correctamente que “el problema del significado de parakletos no puede ser resuelto lingüísticamente”,[2] y esto puede explicar por qué, en su Vulgata latina, Jerónimo (c. 347-420) utilizó la transliteración paracletus, en vez de una traducción. En 1 Juan 2:1, tradujo parakletos correctamente como advocatus.[3]

            Varios eruditos creen que el parakletos de Juan está relacionado con el término arameo Peraqlîta, que a su vez es una transliteración de la misma palabra griega. Peraqlîta aparece varias veces en la literatura rabínica, haciendo referencia a alguien que intercede por otro. También fue utilizada en los Tárgums, con el significado de la palabra hebrea melîs, un término que se asociaba, tanto en el Antiguo Testamento (Job 33:23; cf. 16:20) como en los rollos del Mar Muerto (1QH 10.13; 14.13), con ideas de intercesión e instrucción. [4] Ambas ideas están presentes en los pasajes juaninos paracléticos (Juan 14:16, 17, 25, 26; 15:26, 27; 16:7-11, 13-15). En el pensamiento judío, por lo tanto, hay varios precedentes que combinan funciones forenses y pedagógicas, de un modo que se asemeja al papel asignado al Paracletos en el cuarto Evangelio. Y es precisamente ese papel, no tanto el origen lingüístico o histórico del término, que debería recibir nuestra mayor atención, especialmente si deseamos tener una comprensión más clara de la función del Espíritu.

EL ESPÍRITU COMO PERSONA

            Entre las funciones que se le atribuyen al Espíritu en los pasajes que hablan del Paracletos, se encuentran los siguientes: enseñar (Juan 14:26), recordar todo lo que Jesús dijo cuando estuvo aquí (vers. 26), y guiar a toda la verdad, anunciando las cosas que han de venir (16:13). El Espíritu habla; escucha (16:13); glorifica (vers. 14); testifica (15:26); y convence de pecado, de justicia y de juicio (16:8). El Espíritu también ha sido descrito como “otro Paracleto” (14:16), que viene a ocupar el lugar de Jesús (16:7); lo cual sugiere no solamente que Jesús mismo era un paracleto para sus discípulos, sino también que el Espíritu desarrollaría un papel similar al de Jesús, con la diferencia de que su presencia habría de ser aún más apreciada que la presencia misma de Jesús (14:28). El Espíritu también sería libre de las limitaciones de tiempo, pues habría de estar con sus discípulos siempre (vers. 16). Además, el Espíritu proviene de Dios (15:26;16:7); es decir, es enviado por Dios (14:26), tal como lo fueron Juan el Bautista (1:6; 3:28) y Jesús mismo (3:34; 6:29, 57; 7:29; etc.). El Espíritu, también, puede ser conocido y recibido (14:17; cf. 7:39) como lo fue Jesús (1:12; 6:69; 10:14; 13:20).[5]

            Todo esto señala una personalidad distintiva, independiente y personal que, al mismo tiempo, posee algunas características divinas, tales como la capacidad de trascender en el espacio y el tiempo. Aunque es cierto que en Juan 14:18 Jesús habla de la venida del Paracleto (cf. Vv. 16, 17), promete que él mismo regresará a los discípulos; lo cual algunos han interpretado como que el Paracleto es el mismo Cristo glorificado, que regresa para estar con sus discípulos de forma espiritual e invisible.[6]Varios comentadores identifican este regreso de Jesús en conexión con la parusía (cf. vv. 1-3) o con sus apariciones luego de la resurrección, especialmente la que se encuentra en Juan 20:16 al 23, cuando sopla sobre los discípulos para impartirles el Espíritu.[7] Sin embargo, al decir que no dejaría huérfanos a sus discípulos, Jesús más probablemente se refería a la venida del Espíritu, pues resulta difícil entender cómo la lejana parusía (al menos considerando el tiempo en el que se escribió el Evangelio) o unas pocas apariciones posteriores a la resurrección únicamente durante el periodo de cuarenta días (Hech. 1:3) podrían resolver la orfandad de los discípulos. Resulta más natural, por lo tanto, interpretar la promesa de Jesús en conexión con la venida del Espíritu.[8] Aun así, Jesús y el Espíritu no pueden ser la misma persona, pues Jesús se refiere al Espíritu como otro Paracleto (Juan 14:16), lo cual preserva la distinción personal entre ambos, y al mismo tiempo señala la similitud de sus roles. La misma distinción personal se encuentra en otros pasajes en los que Jesús y el Espíritu son mencionados juntos (1:32, 33; 7:39; 14:26; 15:26; 20:22). De hecho, al decir que él regresaría a los discípulos en la persona del Espíritu, Jesús estaba (quizá) simplemente evocando el mismo concepto que cuando dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14:9). Es decir, tal como el Padre puede ser visto en el Hijo, el Hijo puede regresar a través del Espíritu. Es difícil no llegar a la conclusión de que la misma unidad que existe entre el Hijo y el Padre (10:30) también existe entre el Hijo y el Espíritu. Unidad, sin embargo, nunca debe ser confundida con igualdad. Así como el Hijo no es el Padre, el Espíritu no es el Hijo.

EL ESPÍRITU Y LA GRAMÁTICA

            En el evangelio de Juan, el Espíritu es una Persona, de la misma manera en que el Padre y el Hijo lo son. Desde la Reforma, uno de los argumentos más recurrentes en favor de la personalidad del Espíritu se basa en la gramática. En el griego, Espíritu (pneuma) es neutro, y varias veces, en los pasajes que mencionan al Paracletos, esta palabra se encuentra acompañada por pronombres masculinos, además de algunos pronombres neutros, como podría esperarse por las reglas de concordancia gramatical.[9] El argumento típico puede ser encontrado en George E. Ladd, cuando Juan correctamente utiliza pronombres neutros en conexión con pneuma: no hay implicancias “ni a favor ni en contra de la personalidad del Espíritu Santo. Pero, donde los pronombres que tienen a pneuma como su antecedente inmediato se encuentran en masculino, solamente podemos concluir que el propósito es sugerir la personalidad del Espíritu”.[10]

            Este argumento, sin embargo, no es correcto. La pregunta es relativamente simple. Lo que se dice significa que, en los lugares donde se utilizan pronombres masculinos, el pronombre más cercano es pneuma y, por lo tanto, es el antecedente de esos pronombres. Pero, el antecedente de un pronombre debe ser determinado por la sintaxis, no por la proximidad; y cuando se utilizan pronombres masculinos, el antecedente sintáctico siempre es parakletos, no pneuma, que solamente se encuentra en aposición con parakletos.[11] Por esta razón, a veces Juan utiliza pronombres neutros en los mismos pasajes. Lo hace cada vez que el antecedente sintáctico es pneuma. Esto significa que no hay absolutamente nada anormal ni significativo en el uso que hace Juan de los pronombres en los contextos que se refieren al Espíritu. Además, el hecho de que parakletos sea masculino no tiene implicación con respecto a la personalidad (y mucho menos la masculinidad) del Espíritu. El género de parakletos, al igual que el de pneuma, no es más que un accidente lingüístico, y no puede extraerse ninguna conclusión teológica de él.[12]

            Otro argumento conocido intenta deducir no solamente la personalidad, sino también la divinidad del Espíritu, a partir del adjetivo griego allos (“otro”) utilizado en Juan 14:16. Spiros Zodhiates, por ejemplo, menciona: “Cristo designa al Espíritu Santo como ‘Paracleto’ […] y lo llama allos […] (‘otro’), que significa otro de igual calidad (y no heteros, otro de diferente calidad). Por lo tanto, Jesucristo designa al Espíritu Santo como igual a sí mismo, Dios”.[13] Este argumento es incluso más erróneo que el otro, a tal punto que confunde actividad, o al menos personalidad, con divinidad.[14] Al referirse al Espíritu como otro Paracleto, Jesús, sin duda, estaba orientando la atención al hecho de que el Espíritu habría de continuar la obra que él mismo había iniciado, y estaría con sus discípulos “para siempre”. El término también puede contener una alusión a la personalidad del Espíritu, pues vendría a remplazar a Jesús. Pero tomar esto ontológicamente, como una referencia a la igualdad de naturaleza entre Jesús y el Espíritu va mucho más allá de la evidencia.

            El argumento comete un error lingüístico bastante básico: el de concluir que dado que heteros generalmente implica una distinción cualitativa,[15] allos también lo hace. La noción fundamental de allos, sin embargo, es meramente cuantitativa (por ejemplo, “otra parábola” en Mat. 13:24, 31, 33), a menos que sea utilizada en oposición a heteros, que es la palabra que en realidad enfatiza la diferenciación cualitativa de todos modos. Por ejemplo, esto ocurre en Gálatas 1:6 y 7, donde Pablo dice que el evangelio falso predicado a los gálatas en su ausencia no era allos, sino heteros.[16] Joseph H. Thayer define la pregunta: “Allos, en comparación con heteros, denota una diferencia numérica, en contraposición a una diferencia cualitativa: allos añade (‘uno además de’), heteros distingue (‘uno de dos’); todo heteros es un allos, pero no todo allos es un heteros. Allos, generalmente, denota simplemente distinción de individuos, heteros incluye la idea secundaria de una diferencia de clase’ ”.[17]

CONCLUSIÓN

            En los discursos de despedida de Juan, el Espíritu Santo no es meramente un poder impersonal, sino un agente de Dios que viene para remplazar a Jesús, el primer Paracleto (14:26), y continúa la obra iniciada por Jesús. Esto significa que el Paracleto se asemeja a Jesús en personalidad y actividad. Además, el Paracleto no es el Jesucristo glorificado, sino que es la unidad de ambos, que es similar a la unidad que existe entre el Padre y el Hijo (10:30; 14:9), y Jesús lo afirmó, al decir que él mismo regresaría en la persona del Paracleto (14:18). Por lo tanto, “el Paracleto es la presencia de Jesús cuando Jesús está ausente”.[18]

            La evidencia acumulativa de las Escrituras indica que el Espíritu Santo es una Persona divina. Recuerde, sin embargo, que el énfasis, incluso en el evangelio de Juan, no se encuentra en su personalidad ni en su naturaleza divina, sino en su obra, y allí deberíamos colocar nosotros el énfasis también: tanto más en vista de que a Dios le agradó hacernos partícipes de su obra (20:21-23). De hecho, la realización histórica de la obra del Espíritu depende enteramente de nosotros. Es decir, no es sino a través de nosotros que el Espíritu cumple su misión en el mundo. Esto es un gran privilegio. Pero, más que eso, se transforma en una vocación sagrada: ser los instrumentos a través de los cuales el Espíritu realiza la obra de Jesús en la Tierra (15:26, 27).

Sobre el autor: Profesor de Nuevo Testamento en el Centro Universitario Adventista, Campus Engenheiro Coelho, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Marianne M. Thompson, The God of the Gospel of John (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2001), p. 149.

[2] John Ashton, “Paraclete,” en The Anchor Bible Dictionary (Nueva York: Doubleday, 1993), t. 5, p. 152

[3] Ver también la Nueva Vulgata (1979) y la Biblia de Jerusalén.

[4] Por más referencias y análisis, ver A. R. C. Leaney, “The Johannine Paraclete and the Qumran Scrolls”, en John and the Dead Sea Scrolls, James H. Charlesworth, ed. (Nueva York: Crossroad, 1990), pp. 38–61; Lochlan Shelfer, “The Legal Precision of the Term ‘Parakle-tos’”, Journal for the Study of the New Testament 32, n° 2 (2009), pp. 131–150.

[5] Gary M. Burge presenta una lista de 16 similitudes entre Jesús y el Paracleto; ver The Anointed Community: The Holy Spirit in the Johannine Tradition (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1987), p. 141.

[6] Ver, por ejemplo, George B. Stevens, The Theology of the New Testament, 2a ed. (Edimburgo: T&T Clark, 1906), pp. 214–220; Ernest F. Scott, The Fourth Gospel: Its Purpose and Theology, 2a ed. (Edimburgo: T&T Clark, 1908), pp. 343–349; Ian Simpson, “The Holy Spirit in the Fourth Gospel”, Expositor 4 (1925), pp. 292–299.

[7] Barnabas Lindars (The Gospel of John, The New Century Bible [Londres: Oliphants, 1972], p. 480), por ejemplo, prefiere ver aquí una referencia a la parusía, mientras que Craig S. Keener (The Gospel of John: A Commentary [Peabody: Hendrickson, 2003], 2:973), entre otros, lo entiende en conexión con las apariciones pos resurrección. C. K. Barret, hace lo mismo, aunque piensa que el texto tiene un significado doble y que también puede aplicarse a la parusía (The Gospel According to St. John, 2a ed. [Filadelfia: Westminster John Knox Press, 1978], p. 464).

[8] Ver, por ejemplo, James D. G. Dunn, Pneumatology, vol. 2 of The Christ and the Spirit (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1998), p. 214; J. Ramsey Michaels, The Gospel of John, New International Commentary on the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2010), p. 785.

[9] Los pasajes y sus respectivos pronombres masculinos son los siguientes: Juan 14:26 (ekeinos); 15:26 (hos, ekeinos); 16:7, 8 (autos, ekeinos), 13, 14 (ekeinos [dos veces], heautou). En los mismos pasajes, aparecen cuatro pronombres neutros en conexión con pneuma: 14:17 (ho, auto), 26 (ho); 15:26 (ho). Lo mismo ocurre en 7:39 (ho).

[10] George E. Ladd, A Theology of the New Testament, edición revisada (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1993), p. 331.

[11] Tal como lo dice Daniel B. Wallace, “El uso de ekeinos aquí [Juan 14-16] es considerado con frecuencia por los estudiosos del NT como una afirmación de la personalidad del Espíritu. Una conclusión de ese tipo se basa en la suposición de que el antecedente de ekeinos es pneuma. […] Pero esto está errado. En todos estos pasajes juaninos, pneuma se encuentra en aposición con un pronombre masculino. El género de ekeinos, por lo tanto, no tiene nada que ver con el género natural de pneuma. El antecedente de ekeinos, en cada caso, es parakle-tos, no pneumaGreek Grammar Beyond the Basics: An Exegetical Syntax of the New Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1996), pp. 331, 332. Por un análisis más detallado que incluya más pasajes en los cuales pneuma supuestamente está seguido por elementos gramaticales masculinos (Efe. 1:14; 2 Tes. 2:6, 7; 1 Juan 5:7), ver Daniel B. Wallace, “Greek Grammar and the Personality of the Holy Spirit”, Bulletin for Biblical Research 13, n° 1 (2003), pp. 97–125.

[12] Note que en hebreo la palabra espíritu (rûah) es femenina, mientras que, en alemán, francés y español, por ejemplo, es masculina.

[13] Spiros Zodhiates, The Complete Word Study New Testament: Bringing the Original Text to Life, Word Study Series (Chattanooga, TN: AMG, 1991), p. 944. Ver también Arnold V. Wallenkampf, New by the Spirit (Mountain View, CA: Pacific Press Pub. Assn., 1978), p. 14.

[14] El argumento parece haber sido utilizado por primera vez por Gregorio de Nazianzus, uno de los principales defensores de la doctrina de la Trinidad en el siglo IV, que solía decir que allos en Juan 14:16 señala a la igualdad y a la consustancialidad entre el Espíritu y Cristo (Oratio in laudem Basilii 41.12).

[15] Ver, por ejemplo, Hech. 4:12 (también menciona allos); Rom. 7:23; 1 Cor. 14:21; 2 Cor. 11:4 (también menciona allos); Heb. 7:11, 13, 15; Jud. 7.

[16]Allos y heteros se encuentran aquí, al igual que en Hech. 4:12; no son intercambiables; allos posee una connotación aditiva, mientras que heteros tiene un matiz adversativo”. K. Haacker, “Heteros”, en Exegetical Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1990–1993), t. 2, p. 66.

[17] Joseph H. Thayer, Thayer’s Greek-English Lexicon of the New Testament, 4ta ed. (Peabody, MA: Hendrickson, 1997), p. 29.

[18] Raymond E. Brown, The Gospel According to John I-XII, Anchor Bible Series (New York: Doubleday, 1966–1970), t. 1, p. 1.141.