Un breve repaso del papel del Espíritu Santo en las diferentes etapas de la historia de la humanidad.

            La persona divina del Espíritu Santo está presente en toda la Biblia. Desde el primer capítulo hasta el último, el Espíritu es presentado en íntima asociación con la Tierra y con la humanidad, involucrado en los extraordinarios hechos de la Creación, la conversión y la santificación. En un tiempo como el que estamos viviendo, en el cual muchos niegan la personalidad del Espíritu y otros simulan sus manifestaciones, es necesario entenderlo mejor.

REVOLOTEANDO SOBRE LAS AGUAS

            La Palabra de Dios no tarda en mencionarlo. En el segundo versículo de la Biblia, leemos que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Gén. 1:2). De ese modo, al describir el proceso de la Creación, Moisés destaca la persona del Espíritu Santo, indicando una presencia íntima, profunda, desde el inicio comprometida con nuestro planeta. El que se movía sobre las aguas continúa moviéndose, en nuestro pequeño mundo, sobre pueblos, naciones y lenguas. El Espíritu busca espacio para entrar en el corazón humano, convenciendo y guiando en toda la verdad.

            Según el Comentario Bíblico Adventista, en la Creación el Espíritu de Dios estaba presente y actuó en complimiento de la orden del Señor, haciendo que la perfección, la belleza y la armonía surgieran del caos. Desde el Génesis y a lo largo de toda la Biblia, ese Espíritu ejerce el papel de agente divino en todos los actos creadores: de la Tierra, en la naturaleza, de la iglesia y de la nueva vida del hombre.[1]

            Génesis 2:7 es un texto significativo, en el cual podemos contemplar a Dios haciendo del suelo del jardín una oficina de trabajo, mientras su mano desempeña el misterioso acto de la formación del hombre.[2] Pero ¿cuál habría sido el papel del Espíritu Santo en la creación del ser humano? ¿Habría sido el Espíritu quien moldeó el cuerpo de Adán en aquel jardín? El patriarca Job sugiere una respuesta al decir: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4). Ese acto trae a la memoria el relato de Juan 20:22, donde Cristo sopló sobre los discípulos y les dio el Espíritu Santo. Algunos teólogos identifican Juan 20:19 al 22 como una nueva creación.[3] De hecho, existen algunos paralelos entre los relatos de la creación (Génesis 1;2) y ese relato del Evangelio de Juan. Por ejemplo, en ambos las tres personas de la Deidad son mencionadas. En ambos hay un soplo divino. En ambos hay una bendición y una comisión.

            No estaría de más decir que cuando Dios sopló sobre Adán, este se llenó no solo de vida, sino también del Espíritu Santo, considerando la intención de Dios de hacer del cuerpo humano el templo del Espíritu (1 Cor. 6:19). Perfecto, puro, incontaminado como salió de las manos del Creador, ciertamente Adán era lleno del Espíritu de Dios.

DESPUÉS DEL PECADO

            Como sabemos, desdichadamente, la felicidad edénica no perduró y la entrada del pecado causó separación entre Dios y el hombre; tristeza, al Espíritu de Dios (Efe. 4:30). Con nuestra mente limitada, podemos solamente imaginar la profundidad del sufrimiento y del dolor que el pecado causó en aquél que intercede por nosotros con gemidos indecibles (Rom. 8:26). Persistiendo en la rebelión, las generaciones se hundieron en la perversidad y la violencia. Pero, el Espíritu Santo permaneció aquí, ministrando en favor del pecador, revelando así la grandiosidad del amor de Dios por la raza caída. El Espíritu Santo pasó a ser el agente divino que toca el corazón del ser humano, despertándolo, atrayéndolo y conduciéndolo a Cristo y a la verdad, santificándolo y restaurando en él la imagen de Dios.

            Así como era imposible que la Tierra evolucionara por sí misma hasta llegar a desarrollar plenamente la vida y todos los sistemas, es imposible para el hombre desarrollarse hasta alcanzar plenamente la imagen y la semejanza divina. Habiendo participado activamente, bajo las órdenes de Dios, en la creación del mundo a partir de un abismo de tinieblas, el Espíritu Santo es el agente divino que cumple la voluntad de Dios, actuando en la recreación de su imagen en el ser humano, sumergido en este abismo de pecado.

            Pregunta Elena de White: “¿Quién sino el Espíritu Santo puede obrar en las mentes humanas para transformar el carácter, retirando los afectos de aquellas cosas que son temporales, perecederas, y llenando el alma con un ferviente deseo al presentarle la herencia inmortal, la eterna sustancia que no puede perecer, recreando, refinando y santificando los agentes humanos a fin de que puedan llegar a ser miembros de la familia real, hijos del rey del cielo?”[4]

            El ser humano no se convierte solo, ni instantáneamente. Esa es una operación solemne y maravillosa del Espíritu de Dios (Juan 16:7, 8), según se describe en estas palabras: “Mediante un agente tan invisible como el viento, Cristo obra constantemente en el corazón. Poco a poco, tal vez inconscientemente para quien las recibe, se hacen impresiones que tienden a atraer el alma a Cristo. Dichas impresiones pueden ser recibidas meditando en él, leyendo las Escrituras u oyendo la palabra del predicador viviente. Repentinamente, al presentar el Espíritu un llamamiento más directo, el alma se entrega gozosamente a Jesús. Muchos llaman a esto conversión repentina; pero es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios; es una obra paciente y larga”.[5]

NEUTRALIZACIÓN DE LA MALA NATURALEZA

            La Biblia presenta al pecado como una fuerza terrible, muy superior al control humano. Pablo lo describió como algo tan real, pleno y tan fuerte como una ley, la ley del pecado enraizada en nuestros miembros (Rom. 7:21, 23). Por causa de esa ley que es propia de su naturaleza, el ser humano puede querer ser bueno, pero estando solo en el intento de satisfacer ese deseo no le será posible concretarlo. Solo, puede querer y esforzarse por ser puro y correcto, pero no lo conseguirá. Cualquier persona que intentare por sí misma vencer la ley del pecado, terminará cansada y frustrada, y diciendo, como Pablo: “Y yo sé que, en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago […]. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:18, 19, 24).

            Ciertamente, Pablo fue muy sincero al escribir esas palabras. Él quería dejar en claro que, para el ser humano en solitario, la tarea de vencer su naturaleza pervertida es imposible. Debido a muchos factores, las luchas espirituales son diferentes para cada persona; diferentes en tipo y en intensidad. Pero, todas conviven con alguna fuerte tendencia pecaminosa que yace en su interior. ¿Qué hacer? Pablo presenta el antídoto: otra ley que se opone a la ley del pecado: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8:2). El pecado, y sus tendencias al mal, puede ser “resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad”.[6]

            El Espíritu Santo es omnipotente.[7] Y cuando habita en nosotros, logramos por su poder neutralizar y mortificar las obras de la carne (Rom. 8:3).

            Neutralizar la naturaleza pecaminosa es parte del emprendimiento de restauración de la imagen de Dios en el ser humano y de hacerlo partícipe de la naturaleza divina (2 Ped. 1:4). Cuanto más lleno del Espíritu, más espiritual es el ser humano y más conoce a Dios (1 Juan 4:8). Como consecuencia, será más amante y justo, preparándose cada día mejor para el encuentro con el Señor (Heb. 12:14).

            El Espíritu Santo no conoce límites. Puede actuar sobre el pecador más empedernido y transformarlo en santo. Tomó a Pablo, el implacable perseguidor de la iglesia, y lo transformó en el más osado mensajero del evangelio.[8]

            El mayor milagro que este mundo puede presenciar no es que el mar se abra o que una muralla caiga. Es la resurrección de un ser que estaba muerto en delitos y pecados. Es el revestimiento de gloria en un ser que antes estaba cubierto por las tinieblas del mal. Es la sustitución de un corazón de piedra por un corazón de carne, sensible y lleno del Espíritu de Dios.

EN EL TIEMPO DEL FIN

            En los últimos días, la actuación del Espíritu Santo será más poderosa de lo que lo fue en cualquier otro tiempo del pasado, teniendo en cuenta el cumplimiento de tres propósitos: formar un movimiento de predicación del evangelio a todo el mundo, fortalecer al pueblo de Dios a fin de que resista la crisis final, y preparar a la iglesia para la venida de Jesucristo.

            Ungido por el Espíritu en el momento de su bautismo, Cristo inició su ministerio terrenal de salvación (Hech. 10:38). Los apóstoles fueron ungidos por el mismo Espíritu Santo, en el día de Pentecostés, e iniciaron su misión como evangelistas (Hech. 2:17-41). Al ser bautizado, Pablo recibió el Espíritu, recuperó la visión y partió para anunciar la salvación en Jesucristo (Hech. 9:17-20). En el final de los tiempos, la iglesia, llena del Espíritu, será capacitada para concluir la misión recibida.

            De hecho, el Apocalipsis describe la actuación del Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios como constituida por dos aspectos: su ministerio sobre la iglesia y su ministerio con la iglesia. Uno se encuentra al inicio del Apocalipsis; el otro, al final del libro. En los capítulos 2 y 3, el consejo “oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” es repetido siete veces (Apoc. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). El Espíritu Santo siempre aconsejó y guio al pueblo de Dios. En estos últimos días, su orientación es vital para que sea preservada la unidad de la iglesia y para coordinar su expansión.

            En Apocalipsis 22:17, está escrito: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de vida gratuitamente”. Habiendo oído y atendido a la invitación del Espíritu Santo, la iglesia desbordará de poder y, junto con el Espíritu, trabajará para hacer sonar la última invitación divina para la salvación de la humanidad. Dios no planificó que el Espíritu trabajara en solitario en esta época solemne de la historia terrenal. Él desea que seamos instrumentos o compañeros del Espíritu en la predicación del evangelio.

            El mensaje del Apocalipsis es claro: el Espíritu y la iglesia llaman a las personas para vivir una experiencia mayor y mejor que todo lo que pueden esperar de este mundo árido, lleno de cisternas rotas o vacías. Solo existen fuentes de agua viva en Cristo Jesús. El Espíritu y la iglesia invitan a todos a beber grandes sorbos de esa agua. Así, el mensaje será predicado por pastores y miembros, personas reavivadas, llenas de fe como fruto de una vida de oración y de comunión.[9] Condenarán osadamente a Babilonia por los pecados cometidos (Apoc. 18:2, 3). Señalarán a la Ley de Dios como regla de conducta para sus hijos, destacando el sábado como día del Señor, y proclamando la sangre de Cristo para el perdón de los pecados. La         preciosa verdad alcanzará al mundo no “tanto con argumentos como por medio de la convicción profunda inspirada por el Espíritu de Dios”.[10]

RESISTENCIA EN LA CRISIS

            Los últimos días serán marcados por manifestaciones del engañador. Los poderes del mal aumentarán (2 Tim. 3:1-5). La Biblia predice la realización de señales y prodigios (Mat. 24:24; Apoc. 13:13). Surgirán falsos reavivamientos, caracterizados por manifestaciones sobrenaturales de glosolalia y milagros. Lo sobrenatural servirá de apoyo para la obra de engaño. El enemigo tiene el propósito de reclutar a quienes no están firmes en la verdad de la Palabra de Dios, y desviar, si fuere posible, aun a los escogidos. El pueblo fiel de Dios sufrirá ataques externos, incluyendo decretos de persecución, restricción y muerte (Apoc. 13:7, 15, 16). Cuando el Espíritu Santo no esté persuadiendo más a aquellos que decididamente rechazaron sus apelaciones y no se entregaron a Cristo, el mal pasará los límites propios.[11] Internamente, la iglesia será atormentada por individuos que adoptarán posiciones extremas de fanatismo o liberalismo y, a través de críticas mordaces, provocarán divisiones y deserciones. Ángeles malos, personificando creyentes, se infiltrarán entre el pueblo de Dios introduciendo fuerte espíritu de incredulidad.[12]

            Será un tiempo de angustia como nunca lo hubo (Dan. 12:1). La agonía que la iglesia habrá de enfrentar exigirá fe que soporte el cansancio, la demora y el hambre.[13] Es tiempo de zarandeo, que llevará a los críticos, los superficiales, los no consagrados y los desobedientes a abandonar su fe,[14] y hará traslucir al remanente fiel que permanecerá en pie durante la crisis final. La seguridad para el que es fiel es que el Espíritu Santo jamás abandonará a aquel a quien selló (Efe. 4:30), y preservará al pueblo de Dios en la batalla final. La iglesia será perseguida, encarcelada; parecerá débil, pero será fuerte en el Espíritu. La fe no se pierde detrás de las rejas, ni disminuye con la persecución. Atacada y perseguida, más fuerte y victoriosa en el Espíritu de Dios, la iglesia de Cristo aguardará a su Señor.

PREPARACIÓN

            Como pastores, muchas veces estudiamos las profecías relacionadas con los últimos días y casi nos desesperamos porque vemos montarse el escenario profético para la crisis final, al mismo tiempo que percibimos que todavía nos falta, como individuos y como iglesia, hacer lo que debe ser hecho, así como prepararnos para enfrentar lo que nos aguarda. Hay muchos hermanos que no se hallan preparados para defender los fundamentos doctrinales de la fe que profesan, y tienen dificultad para mantener comunión con Dios, por medio del estudio diario de la Biblia y de la práctica de la oración. Las vanidades del mundo todavía dominan el corazón de algunos. Vivimos en los últimos días de la historia, y muchos todavía parecen indiferentes.

            La condición de la iglesia en estos últimos días hace recordar la condición de los apóstoles antes de Pentecostés. Estuvieron con Cristo, pero no se habían dejado moldear por las enseñanzas y el ejemplo del Maestro. Eran egoístas y disputaban posiciones (Mar. 9:34), al mismo tiempo que se mostraban tímidos en la defensa de la verdad. Tenían dificultades para entender las palabras de Cristo y para interpretarlas correctamente. En ciertas ocasiones, se mostraban débiles en el combate con el poder de las tinieblas (Mat. 17:15, 16). En el jardín del Getsemaní, durmieron cuando debían permanecer en oración (Mat. 26:36-46). No entendieron algunas parábolas del maestro (Mat. 13:36; Juan 10:6), ni se conformaban con las previsiones de sufrimiento y muerte de Cristo (Mar. 9:31, 32). Cierta vez, ante la incredulidad, Jesús llegó a decir, en tono de desahogo: “¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?” (Mat. 17:17).

            Sin embargo, con la venida del Espíritu Santo en el Pentecostés, aquellos hombres tímidos, temerosos, inconstantes y presuntuosos fueron transformados. ¿Y qué hicieron? Se consagraron, se humillaron, oraron, confesaron sus faltas, pulieron las asperezas, sepultaron resentimientos y tristezas, pidieron intensamente y esperaron confiadamente el cumplimiento de la promesa del Espíritu Santo. Cuando, finalmente el Espíritu se manifestó sobre ellos en forma de lenguas de fuego, en sonido como de viento tempestuoso, nunca más fueron los mismos. Llenos de poder, con inusitada osadía, hicieron grandes cosas para Dios.

            Esa es la experiencia que la iglesia debe buscar con urgencia. De hecho, “no hay nada que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios despeje el camino quitando todo impedimento, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia decaída y una congregación impenitente […]. Cuando el camino esté preparado para el Espíritu de Dios, vendrá la bendición. Así como Satanás no puede cerrar las ventanas del cielo para que la lluvia venga sobre la tierra, así tampoco puede impedir que descienda un derramamiento de bendiciones sobre el pueblo de Dios. Los impíos y los demonios no pueden estorbar la obra de Dios, o excluir su presencia de las asambleas de su pueblo, si sus miembros, con corazón sumiso y contrito, confiesan sus pecados, se apartan de ellos y con fe demandan las promesas divinas. Cada tentación, cada influencia opositora, ya sea manifiesta o secreta, puede ser resistida con éxito ‘no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos’ (Zac. 4: 6)”.[15]

            El poder para anunciar eficazmente el evangelio es el poder del Espíritu. La fuerza para resistir la crisis viene del Espíritu. La santificación de la iglesia para el encuentro con el Señor es el resultado de la operación del Espíritu.

LA GLORIA DEL REMANENTE

            Habrá un remanente, habrá una iglesia preparada para el encuentro con el Señor; un pueblo lleno del Espíritu, “con semblantes iluminados y resplandecientes de santa consagración”, anunciando con prisa el mensaje del cielo.[16] Esa no es solamente una posibilidad: es una profecía. Jesús habló del grupo que, en su venida, oirá las melodiosas palabras: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mat. 25:34). Y Juan vio a la novia ataviada con lino fino, resplandeciente y puro, lista para las bodas del Cordero (Apoc. 19:7-9). Nosotros somos llamados a formar parte del cumplimiento de esa profecía. Tenemos el privilegio de ser utilizados por el Espíritu, a fin de promover la unidad y la santificación de la iglesia, preparando así a la novia para el encuentro con el Novio. El mayor premio del ministerio pastoral será ver personas por las cuales trabajamos que reciben de las manos de Cristo la corona de vida eterna.

            Gloria es una palabra clave en el evento de la venida de Cristo. El día de ese evento será glorioso (Hech. 2:20); Jesús vendrá en gloria (Mat. 24:30); los salvos resucitarán en gloria (1 Cor. 15:43); recibiremos “la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:4). La iglesia se volverá gloriosa (Efe. 5:27). La glorificación de la iglesia en el día de la venida de Cristo es el clímax de un proceso que comienza con el trabajo del Espíritu Santo a partir de la conversión, porque el Espíritu de Dios es el Espíritu glorioso (1 Ped. 4:14), y a través del Espíritu somos transformados de gloria en gloria (2 Cor. 3:18). Es el Espíritu quien renueva, santifica y glorifica[17] al hombre. Por la comunión con Cristo, vamos creciendo de gloria en gloria hasta que la naturaleza pecaminosa sea erradicada y el Espíritu de Dios nos tome en plenitud.

            De todo lo que fue mencionado hasta aquí, permanecen tres verdades esenciales, a ser recordadas: nuestra existencia es fruto de la acción del Espíritu Santo. Solo existe comunión y armonía con Dios por medio del Espíritu Santo. El cumplimiento de la misión solamente es posible a través del Espíritu Santo; el cumplimiento de la misión solamente es posible a través del poder del Espíritu Santo. Por eso, un ministerio pastoral lleno del Espíritu Santo es vivo y poderoso; viene de Dios y lleva hacia Dios. “El descenso del Espíritu Santo, sobre la iglesia, es esperado como si se tratara de un asunto del futuro; pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo, y el cielo está esperando concederlo”.[18]

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Norte Catarinense.


Referencias

[1] Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 1, p. 221.

[2] Ibíd., p. 234.

[3] Ver comentarios sobre Juan 20:22 en William Barclay, Comentario del Nuevo Testamento, y en el Comentario bíblico Moody.

[4] Elena de White, Mensajes selectos, t. 3, p. 156.

[5] ___________, El Deseado de todas las gentes, p. 144.

[6] Ibíd., p. 625.

[7] White, Los hechos de los apóstoles, p. 18

[8]. Ibíd., pp. 92-100.

[9] White, El conflicto de los siglos, p. 664.

[10] Ibíd., p. 669.

[11] Ibíd., p. 672.

[12] White, Eventos de los últimos días, p. 160.

[13] ____, El conflicto de los siglos, p. 679.

[14] Ibíd., p. 666.

[15] White, Mensajes selectos, t. 1, p. 144, 145.

[16] ______ Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 847.

[17] ______ Comentario bíblico adventista, t.6, p. 847.

[18] White, El evangelismo, p. 508.