Cuando la soledad llama a la puerta, la mejor solución es conversar con Jesús. La conoce por experiencia propia y sabe cómo nos puede ayudar.
La soledad profesional es un virus que ataca a los pastores. A diferencia de los primeros apóstoles, que fueron enviados de a dos, la mayor parte de los pastores trabajan solos. Cuando se ignora ese problema, el aislamiento induce a algunos a cambiar de profesión.
La soledad es como el hambre. Todos sentimos un hambre saludable que nos lleva a conseguir comida. Los pastores pueden estudiar para preparar un sermón durante cinco o seis horas. Después de eso anhelan la compañía de la familia o de los compañeros de trabajo, y eso es normal. Demuestra que necesitamos el contacto humano.
La verdad es que la soledad es un asunto serio. Sobre la base de estudios que él mismo hizo y divulgados en libros publicados en los Estados Unidos, el Dr. James J. Lynch asegura que la soledad es el mayor factor de riesgo con respecto a las muertes prematuras. Sus estudios, junto a estudios semejantes hechos por otros profesionales, ponen en evidencia que la soledad entre los pastores y los miembros de las respectivas familias debe ser tratada por los administradores, si en verdad están interesados en el bienestar de las fuerzas activas de la iglesia.
FALTA DE APOYO
La primera vez que tuve la oportunidad de relacionarme con la soledad y la falta de apoyo ocurrió cuando asistí a un seminario de evangelización. Se me asignó un pastor como compañero de pieza, y la primera noche salimos y pasamos el resto del tiempo compartiendo nuestros problemas, temores, preocupaciones y sueños personales relacionados con nuestro trabajo. La parte más incómoda de esa conversación fue el hecho de que él ya estaba decidido a dejar el ministerio pastoral. Los efectos acumulados de la soledad lo llevaron al borde de una depresión crónica.
Los pastores, con frecuencia, se sienten incomprendidos. Tienen una visión de la iglesia e ideas creativas que se podrían convertir en realidad, pero sus ideas no concuerdan con la forma como se hacen las cosas comúnmente. Entonces se apodera de ellos la idea de que están solos, en una isla distante.
Acababa de dictar una clase para pastores en un seminario, cuando uno de ellos, con doce años de experiencia, me dijo que quería hablar conmigo. Habíamos conversado sólo unos minutos cuando empezó a llorar. Lo dejé llorar todo el tiempo que quiso. Después consiguió informarme acerca de la crueldad que había sufrido a manos de algunos miembros de su congregación. Buscó ayuda en un dirigente de su Asociación, pero este no le dio importancia a su queja y redujo el problema a la mínima expresión. El pastor manifestaba muchos síntomas de depresión crónica. Mi consejo fue que consultara a un profesional especializado.
En otro seminario los asistentes eran pastores que habían ingresado en el ministerio años antes de estudiar Teología. Mostré un vídeo acerca de la soledad y le pedí a algunos que contaran sus experiencias al respecto, si se sentían dispuestos a hacerlo. La respuesta fue inmediata y conmovedora. Quedé impresionado con el grado de soledad que pude observar entonces.
Hace poco leí la necrología del capellán de un hospital. Lo conocía muy bien. Mientras decía que apreciaba mi estilo de ministerio en los hospitales, algunas veces me invitó a almorzar y a compartir experiencias. Por lo menos una vez la conversación duró dos horas. Su estilo de visitación a los pacientes de los hospitales era con gracia y muy pastoral, pero el jefe de los capellanes no estaba de acuerdo con él, y creía que debía ser más profesional. Mi amigo trataba de modelar su ministerio de acuerdo con el de Jesús, y no veía razón alguna para adoptar un estilo que se pareciera más al de un psicólogo. Era una persona amable y cuidadosa, que imitaba a Cristo junto al lecho del enfermo. Pero todos los días enfrentaba la desaprobación del jefe, que llegó a sugerir varias veces que se lo apartaría del trabajo.
Meses después lo encontré en la casa de su hermano. Había luchado tanto tiempo con la soledad y la incomprensión que terminó sucumbiendo a la depresión. Se enfermó y lo jubilaron prematuramente. Murió pronto, tal vez como consecuencia de la soledad profesional. Sé de otro pastor que pasó los diez últimos años de su ministerio en una zona de los Estados Unidos donde el énfasis absoluto y total era la evangelización pública.
Se lo conocía como un pastor que alimentaba a las ovejas y atendía acertadamente las necesidades de su congregación. Pero cuando asistía a las asambleas jamás tenía la oportunidad de hablar de su trabajo, sus preocupaciones y sus intereses, y mucho menos recibía muestras de aprecio por parte de los dirigentes por su estilo de trabajo. Durante diez años se sintió como un pez fuera del agua. Siempre salía de esas reuniones sintiéndose muy solo.
COMUNICACIÓN INTERPERSONAL
Algunas iglesias parecen especialmente controladas por fuerzas destructivas. A veces eso se manifiesta en las reuniones de la junta. No es raro que cuando una congregación entra en un clima de guerra, el pastor quede entre dos fuegos. Ya estuve presente en muchas reuniones en las cuales temblé por dentro, y me sentí fuera de mí y con deseos de llorar. Ya fui atacado y me tuve que defender. Años de encuentros interpersonales nada amistosos, bajo la obligación de defenderse, producen soledad. De acuerdo con James Lynch, esas experiencias, a la larga, contribuyen a la aparición de enfermedades cardiovasculares, porque la tensión arterial está permanentemente alta.
Algunos miembros de iglesia que ocupan cargos directivos durante muchos años suelen ver al pastor como una amenaza para su status. No importa lo que haga el ministro, se convierte en el blanco preferido de esos hermanos.
Un pastor me habló acerca de un anciano que lo insultó y lo humilló durante una reunión de la junta. Le sugerí que lo visitara y le dijera algo así como: “Hermano, yo creía que usted sabía cuál es mi papel. Creo que soy un predicador que podría hacer un buen trabajo aquí si tuviera tiempo suficiente para estudiar y orar. Creo en el ministerio de las visitas, especialmente a los enfermos y los desanimados. También estoy comprometido con mi esposa y mis hijos. Creo que Dios quiere que yo sea un modelo de vida espiritual sana, un modelo de esposo y padre. Por eso cuento con usted para que me ayude a atender los asuntos administrativos de la congregación. Sé que usted tiene dones y habilidades en ese aspecto. No quiero interferir con su liderazgo aquí”.
Pasaron algunas semanas antes de que el pastor fuera a visitar al anciano. Pero cuando por fin lo hizo, los resultados fueron sorprendentes. El hombre dijo: “He sido cruel con usted, pastor. Le puse un yugo muy pesado sobre los hombros. Quiero pedirle perdón. Lo apoyaré en su papel de predicador”.
El pastor consiguió resolver un gran problema. Después hubo conflictos entre algunos miembros, pero él no tomó parte en ellos. Como resultado, su ministerio en esa iglesia se volvió pacífico. Ya no necesitaba defenderse; estaba seguro de que se entendía cuál era su papel.
EXPECTATIVAS IRREALES
Un joven pastor me confió el hecho de que pensaba dejar el ministerio pastoral porque también se había cansado de la soledad, y por causa del espíritu competitivo que producían los blancos que se fijaban durante los encuentros ministeriales. Le aconsejé que tratara de trabajar entre seis y ocho horas diarias, eliminando las cosas superfinas y poniendo en primer lugar lo verdaderamente esencial. No demoró mucho en darse cuenta de que él era su peor enemigo. Estaba avanzando hacia la soledad y la depresión al alimentar expectativas irreales. A pesar de que pensaba cambiar de trabajo, durante mucho tiempo siguió pastoreando iglesias.
Eugene Peterson escribió un libro acerca de lo que no necesita hacer un pastor. Según Peterson, el pastor no necesita vivir por encima de las expectativas de los miembros de su congregación y de los administradores. También cree que el pastor no necesita vivir por encima de sus propias expectativas. La razón es simple: no todas las expectativas son realistas o saludables, no importa quién las formule.
Asistí a un congreso pastoral durante el cual un evangelista hizo una lista de los requisitos de un pastor de éxito. Según él, ese pastor tenía que visitar a los miembros y dar estudios bíblicos todos los días, todo el día, incluso los fines de semana. El viernes por la noche debía darle los últimos retoques al sermón del sábado de mañana, entre otras cosas.
Pero no dijo nada acerca de la devoción personal, la vida familiar y las horas libres. Este es precisamente un ejemplo de expectativas irreales. Si un pastor siguiera en serio ese programa, el resultado sería el desánimo y la soledad profesional.
LA SOLUCIÓN
No se está oyendo de verdad el clamor del pastor solitario, como lo demuestra el Dr. Lynch en sus estudios. El pastor debe tener un concepto sensato de su trabajo, de manera que pueda disponer de una buena salud espiritual, emocional y física. Lo que sigue son sólo sugerencias. Después de todo, cada pastor trabaja en una realidad diferente. Pero tomar medidas para combatir la soledad profesional marcará una diferencia en la experiencia de cada pastor.
Dedique tiempo a estar consigo mismo. Ese tiempo es suyo. El consenso es que sea el lunes. No importa qué día sea, no es tiempo de estudiar ni de preparar sermones. Es tiempo libre para jugar, pasear, recrearse, salir con la familia y hacer lo que le guste, menos trabajar. No se lo debe informar como día de trabajo.
Dedique tiempo a la familia. En cierta forma este punto está relacionado con el anterior. El divorcio es cruel, y se lo debe prevenir. No sólo devasta a los cónyuges, sino que también les produce a los hijos un daño tremendo.
La intimidad y la comunicación saludables en el seno del matrimonio y la familia protegen contra la soledad. Los pastores no pueden dejar de comunicarse con los que ama y que lo aman, tanto en calidad como en cantidad.
No se deje manipular. Si usted no organiza su propia agenda, otros lo harán. Por lo demás, sobra la gente que lo quiere hacer. Usted es el único que puede introducir equilibrio en su vida. Contrólela usted mismo.
Cuídese. El estrés conduce a la soledad. El Dr. Lynch sugiere que contemplar los peces en la pecera tiene más capacidad de reducir el estrés que todas las técnicas de relajación y de psicoterapia juntas. Conocí a un pastor que acostumbraba hacer largas caminatas por el bosque después de cada reunión promocional con sus líderes. Dedicar tiempo a disfrutar de la fragancia de las flores es más que una declaración interesante.
Defina su ministerio. Unas pocas prioridades, bien definidas y cuidadosamente preservadas, lo protegerán de las presiones exteriores. Dígale a su congregación cuáles son esas prioridades. Mi médico hizo eso. El horario de su consultorio está bien definido. Me espera para la consulta y tiene cierta elasticidad para casos de emergencia, lodos los pastores deben hacer lo mismo.
Evite las conversaciones venenosas. La gente que critica, acusa, condena y hiere no debe tomarle mucho de su tiempo. Sólo sirve para que le suba la presión y para llevarlo finalmente a la soledad profesional. Les puede decir: “Hermanos (o hermanas), cuando se tranquilicen un poco, y puedan hablar con más equilibrio, sin odio, ni acusaciones, ni críticas, estaré listo para enterarme de sus inquietudes”. Mucha gente le roba energía a los demás. No sea usted una de sus víctimas.
Sea franco. Cuando algún miembro de su iglesia o los administradores pretendan manipular su agenda, no se quede sentado soportando todo pasivamente. Con actitud cristiana, con calma, con cortesía y caballerosidad, exponga sus ideas. Establezca sus prioridades ministeriales. Diga cuál es su filosofía acerca del trabajo pastoral. Cuando yo expongo francamente mis pensamientos, preservo mi dignidad y percibo que los demás respetan mis convicciones.
Cambie su concepto acerca de la administración. Si usted desempeña una labor administrativa, deshágase de la idea de que está ahí para inventar programas con el fin de depositarlos sobre los hombros de los miembros y los demás pastores. Es posible que un programa no se adapte a todos los contextos, lugares y realidades. En vez de imponer un programa, ¿por qué no trata de descubrir los dones y la visión de cada pastor? Anímelos y capacítelos para ejercer sus dones y percibir su visión. Mi padre solía decir que cada obrero tiene que ponerse su propia ropa de trabajo.
Tuve un presidente de Asociación que animaba a los pastores a usar sus propios dones. No imponía programas. Nos decía que tuviéramos nuestros sueños y que tratáramos de llevarlos a cabo creativamente. Aprecié de todo corazón a ese líder. Años después lo trasladaron a otra parte del país, y después que se jubiló lo encontré en Minneápolis. Se sentó a mi lado y me dijo: “Larry, he seguido su trabajo por años. Quiero que sepa que me siento muy feliz con su éxito. Consérvelo”
Hágase de amigos. Decídase a no desempeñar el papel del llanero solitario. Sea amigo de sus colegas en el
ministerio. Haga arreglos con ellos para compartir el púlpito, para llevar a cabo reavivamientos en las iglesias. Acérquese, si es posible, a los pastores de otras denominaciones.
Tuve un gran amigo que era pastor de la Iglesia de Cristo. Cuando enfrentaba problemas en su congregación o en su casa, me buscaba y conversábamos acerca del asunto. Compartíamos nuestros libros. Él me animaba a desarrollar mi capacidad para escribir, yo le enseñaba a dirigir seminarios de diversos tipos. Conversábamos acerca de nuestra visión teológica, pero nunca nos atacamos. Juntos dirigíamos seminarios y salíamos a comer. Estábamos evitando la soledad pastoral.
Conserve su relación con Dios. Jesús experimentó soledad en su ministerio terrenal; pero buscó la intimidad con su Padre, en medio del silencio de la noche. El Maestro también apreció relacionarse con los que lo rodeaban. Descansaba en la casa de María, Marta y Lázaro. Valoró la compañía de sus discípulos.
Cuando la soledad llame a la puerta, converse de corazón a corazón con Jesús. Él conoce la soledad por experiencia propia. Busque un amigo a quien le pueda abrir el corazón. Analice las posibles soluciones en lugar de concentrarse en el problema. Identifique sus causas y hable con calma con la gente implicada en él. Su disposición a enfrentar el problema alivianará su carga y la de sus colegas.
Sobre el autor: Pastor jubilado. Reside en Charlotte, Michigan, Estados Unidos.