“Y cuando los ángeles todopoderosos, revestidos de la armadura celeste, llegan en auxilio de una persona débil y perseguida, el príncipe de las tinieblas retrocede, con sus ángeles, convencidos de que su batalla está perdida”.
El pastor tiene muchas alegrías en su trabajo, tales como ver gente que se convierte y se santifica en la verdad. Pero algunas veces tiene que hacer frente a situaciones muy agotadoras y llenas de pesadumbre. Eso ocurre cuando hay que aplicar disciplina eclesiástica, en los servicios fúnebres y cuando hay que ayudar a alguien que está poseído por malos espíritus.
En este artículo vamos a analizar la tarea de expulsar demonios, cuando la posesión es evidente por la gran alteración del comportamiento de la persona. Se ha escrito poco al respecto, tal vez porque el tema no es agradable y porque las Escrituras no dicen mucho tampoco, aunque presentan algunos ejemplos.
Nuestras consideraciones se basarán en la Biblia, en los escritos de Elena de White y en la experiencia personal. No pretendemos agotar el tema, sino ayudar a los que tienen que enfrentar esas situaciones.
¿POSESIÓN O ENFERMEDAD?
Hay quienes no creen que un ser humano pueda estar totalmente controlado por agentes satánicos, y consideran que esos casos deberían ser clasificados como enfermedades mentales. Aunque es verdad que hay ciertas enfermedades cuyos síntomas son bastante semejantes a los de la posesión demoníaca, no es posible explicar por medio de la medicina o por la ciencia algunas demostraciones, como la extraordinaria fuerza física y el conocimiento minucioso de asuntos secretos que se manifiestan a veces en los poseídos.
No siempre el poseído habla mucho, revela secretos ni manifiesta una fuerza descomunal; pero, por lo que hemos observado, cuando alguien está verdaderamente endemoniado, se pone sumamente furioso y violento cuando se exalta a Cristo, ya sea por medio de la lectura de un texto sagrado, por una oración o por la melodía de un himno. Cuando alguien está aquejado de alguna enfermedad mental, no reacciona así cuando se exalta a Cristo.
QUIÉN ESTÁ POSEÍDO
El enemigo no se puede apoderar a su gusto de cualquier persona. Si eso fuera posible, el mundo se habría convertido hace mucho en un gigantesco manicomio. Para que se produzca una posesión, es necesario que la persona se entregue, lo que por lo común ocurre poco a poco, cuando acepta las sugerencias del enemigo para hacer el mal. Por eso, un hijo de Dios jamás será poseído, porque su voluntad está dedicada a Cristo y permanece así.
El tentador no puede nunca obligarnos a hacer lo malo. No puede dominar nuestra mente, a menos que la entreguemos a su dirección. La voluntad debe consentir y la fe abandonar su confianza en Cristo, antes de que Satanás pueda ejercer su poder sobre nosotros. Pero todo deseo pecaminoso que acariciamos le da un punto de apoyo. Todo detalle en que dejamos de alcanzar la norma divina es una puerta abierta por la cual él puede entrar para tentarnos y destruirnos”[1]
Al comentar el caso de un endemoniado con el cual Jesús tuvo que ver, Elena de White declaró: “La causa secreta de la aflicción… estribaba en su propia vida. Había sido fascinado por los placeres del pecado, y había querido hacer de su vida una gran diversión… Había creído que podía dedicar su tiempo a locuras inocentes. Pero una vez encaminado hacia abajo, sus pies descendieron rápidamente. La intemperancia y la frivolidad pervirtieron los nobles atributos de su naturaleza, y Satanás llegó a dominarlo en absoluto… Se había colocado en el terreno del enemigo, y Satanás se había posesionado de todas sus facultades.”[2]
Algunas veces es posible que nos encontremos incluso con niños poseídos. Cierta vez, un padre se acercó a Jesús y le dijo: “Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando” (Mar.9:17, 18). Jesús, dispuesto a ayudar al niño, pidió que se lo trajeran. “Y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?, y él dijo: Desde niño. Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos” (vers. 20-22).
Creemos que un niño es demasiado inocente como para entregarse al maligno, y que en esos casos la causa se encuentra en los padres. Como consecuencia de una vida pecaminosa o de actitudes imprudentes, ponen a sus hijos bajo el poder del maligno. “Muchos profesos cristianos, en este siglo y en esta nación, recurren a los malos espíritus en vez de confiar en el poder del Dios vivo. Mientras vela al pie del lecho de enfermo de su hijo, la madre clama: ‘No puedo hacer nada más. ¿No habrá un médico que pueda sanar a mi hijo?’ Le cuentan de las maravillosas curaciones llevadas a cabo por un vidente u operador de actos de sanidad por medio del mesmerismo, y ella le confía su ser querido a su cuidado, poniéndolo tan ciertamente en manos de Satanás como si lo tuviera al lado. En muchos casos, la vida futura del niño queda regida por una fuerza satánica que parece imposible de romper”.[3] Necesitamos trabajar con los padres también, de modo que la causa del mal sea eliminada por el poder de Dios.
AUTORIDAD
Una persona puede ser poseída por uno o más demonios. El niño poseído, curado por Jesús, estaba bajo el control de un demonio (Mar. 9:25,26). María Magdalena estaba poseída por siete (Mar. 16:9). El gadareno, por una legión (Luc. 8:30). Además, las huestes espirituales del mal pertenecen a varios órdenes (Efe. 6:12; Col. 2:15), de modo que algunos demonios son más poderosos que otros, y por eso parece que tienen más capacidad de resistir, y cuesta que abandonen a una víctima.
Durante su ministerio Jesús sanó a muchos endemoniados (Mat. 8:16), lo que era una firme evidencia de que él era el Mesías esperado. Isaías profetizó con respecto a él, diciendo: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová… me ha enviado a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel” (Isa. 61:1). Fue ungido con el Espíritu Santo y con poder. Por eso tenía autoridad sobre los demonios. Compartió esa autoridad con sus discípulos cuando, al elegir a los doce, les dio la facultad de expulsar demonios (Mat. 10:1). El Evangelio de Lucas añade que esa autoridad se extendió a “todos los demonios” (Luc. 9:1). Posteriormente, al ascender, la extendió a sus otros seguidores, con el fin de que la emplearan en el cumplimiento de su misión (Mar. 16:15-17).
Por lo tanto, tenemos a nuestra disposición todos los recursos necesarios para enfrentar a los ángeles malos y alcanzar la victoria. Por eso, cuando se nos pone frente a frente con alguien que está poseído, no tenemos nada que temer. Son los demonios los que deben temer cuando están en presencia de un hijo de Dios, porque “Satanás sabe muy bien que la persona más débil pero que permanece en Jesús puede más que todas las huestes de las tinieblas[4] y “al son de la oración fervorosa tiembla todo el ejército de Satanás.[5]
CÓMO EXPULSAR A LOS DEMONIOS
Hay personas cuya posesión es más profunda que otras. En ellas las manifestaciones son más frecuentes. Hemos observado que las crisis, en algunos casos, se producen una vez por semana; en otros, todos los días. Y en otros también varias veces al día. Pero en ningún caso la persona está poseída todo el tiempo. Todos los endemoniados pasan por períodos de mayor lucidez. Al comentar el caso de un endemoniado que apareció un sábado en la sinagoga donde estaba Jesús, Elena de White escribió que “en presencia del Salvador un rayo de luz había atravesado las tinieblas. Se sintió incitado a desear estar libre del dominio de Satanás; pero el demonio resistió el poder de Cristo. Cuando el hombre trató de pedir auxilio a Jesús, el mal espíritu puso en su boca las palabras, y el endemoniado clamó en la agonía del temor. Comprendía parcialmente que se hallaba en presencia de Uno que podía librarle; pero cuando trató de ponerse al alcance de esa mano poderosa, otra voluntad lo retuvo; las palabras de otro fueron pronunciadas por su medio. Era terrible el conflicto entre el poder de Satanás y su propio deseo de libertad.[6]
También al comentar acerca de la liberación de los endemoniados gadarenos, ella aseveró que Cristo “con autoridad ordenó a los espíritus inmundos que salieran. Sus palabras penetraron las oscurecidas mentes de los desafortunados. Vagamente, se dieron cuenta de que estaban cerca de Alguien que podía salvarlos de los atormentadores demonios. Cayeron a los pies del Salvador para adorarlo; pero cuando sus labios se abrieron para pedirle misericordia, los demonios hablaron por su medio clamando vehementemente: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes[7]. Por lo tanto, hasta el hombre más poseído puede percibir si alguien se dispone a ayudarlo, y puede desear ser libre.
Para que un poseído vuelva a la normalidad es imprescindible que otra persona actúe como instrumento de liberación en las manos de Dios. Esta persona tiene que seguir la recomendación bíblica: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Sant. 4:7). De modo que antes de que el diablo huya, es necesario que lo resistamos y, antes de eso, es imprescindible que nos sometamos a Dios. La Biblia nos presenta casos de personas que trataron de expulsar demonios sin estar sometidas a Dios, y el resultado fue un desastre (Hech. 19:13-16). Hasta los discípulos pasaron por esa humillante experiencia. Ellos, que ya habían expulsado demonios antes, vieron frustradas sus tentativas de liberar a un niño. Después, cuando Jesús lo curó, le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera? Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Mar. 9:28, 29).
Inmediatamente antes de ese episodio, Cristo escogió sólo a tres discípulos y los llevó a la cima del monte donde se transfiguró en presencia de ellos. Los demás permanecieron al pie del monte. “Las palabras con que Cristo señalara su muerte les habían infundido tristeza y duda. Y la elección de los tres discípulos para que acompañaran a Jesús a la montaña había excitado los celos de los otros nueve. En vez de fortalecer su fe por la oración y la meditación en la palabra de Cristo, se habían estado espaciando en sus desalientos y agravios personales. En ese estado de tinieblas habían emprendido el conflicto con Satanás”[8] “Su incredulidad, que los privaba de sentir una simpatía más profunda hacia Cristo, y la negligencia con que habían considerado la obra sagrada a ellos confiada, los habían hecho fracasar en el conflicto con las potestades de las tinieblas”.[9]
Por eso, cuando el afligido padre buscó a los nueve, los discípulos estaban envueltos en tinieblas, apartados de la comunión con Dios, y por eso fracasaron. La oración, elevada con una actitud de humildad y sumisión, les habría dado la victoria. Cuando estamos totalmente sometidos a Dios también estamos en condiciones de resistir al maligno. La única manera de hacerlo es invocando el nombre de Jesús. “Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado” (Prov. 18:10). “Satanás tiembla y huye delante de la persona más débil que busca refugio en ese nombre poderoso”.[10] “Satanás no puede soportar que se recurra a su poderoso rival, porque teme y tiembla ante su fuerza y majestad. Al sonido de la oración ferviente, toda la hueste de Satanás tiembla. Él continúa llamando legiones de malos ángeles, para lograr su objeto. Cuando los ángeles todopoderosos, revestidos de la armadura del cielo, acuden en auxilio de la persona perseguida y desfalleciente, Satanás y su hueste retroceden, sabiendo perfectamente que han perdido la batalla”[11]
Hemos visto huir a los demonios cuando se exalta a Jesús, ya sea por medio de la oración, la lectura de la Biblia o por entonar un himno. Con todo, de acuerdo con los ejemplos bíblicos, se debe reprender a los demonios y ordenarles salir en el nombre de Jesús (Luc. 4:33-36; 8:27-29; 9:42; Mar. 16:17; Hech. 16:16-18). En algunos casos la persona queda libre inmediatamente. En otros los demonios rehúsan irse. Incluso cuando Jesús les ordenaba que salieran, había demonios que se demoraban, tratando de discutir, resistir y exhibir su fuerza (Mar. 5:6-13; 9:25, 26). Si hay resistencia, se debe perseverar en la lucha hasta que el último demonio se dé por vencido, lo que puede tomar varias horas.
EL DEMONIO EN LA IGLESIA
La mayor parte de las veces en que un pastor tiene que ver con endemoniados, parece ocurrir en las reuniones de la iglesia. Aunque el poseído vaya a la reunión con el sincero deseo de buscar ayuda, las intenciones de Satanás son diferentes. En Lucas 4:31 al 36 se nos dice que Cristo estaba enseñando en una sinagoga un sábado, y ahí estaba también un poseído que empezó a hablar en alta voz. Entonces, “la atención se desvió de Cristo, y la gente ya no oyó sus palabras. Tal era el propósito de Satanás al conducir a su víctima a la sinagoga”[12]
Puesto que sabemos que la intención del enemigo consiste en desviar la atención de Cristo y del evangelio con el fin de atraerla a sí mismo, no debemos permitir de ningún modo que tenga éxito. Sugerimos que lo mejor es que algunos hermanos lleven al poseído a una habitación contigua, y que allí se proceda a la tarea de expulsar al demonio, mientras el programa de la iglesia sigue su curso normal. Esa expulsión ciertamente no será fácil ni agradable. Pero si varios hermanos se unen, por más fuerte y violento que parezca el enemigo, será posible expulsarlo. Si el poseído es agresivo, otros tendrán que sujetarlo para que el pastor quede libre con el fin de llevar a cabo su misión espiritual.
CUIDADOS ESPECIALES
Así como hay espíritus mudos, hay otros bien habladores. Nadie, movido por la curiosidad, debe hacerle preguntas a Satanás ni creer sus palabras. No olvidemos que siempre tienen la intención de confundir, desviar y llevar a la perdición. También puede mezclar informaciones verdaderas con falsas. A veces el demonio se dirige a alguien y le dice: “Tú eres mío porque hiciste esto o aquello” ¡Mucho cuidado! Puede ser verdad o no lo que dice. Si no fuera verdad, de todos modos algunos serán engañados y lo comentarán con otros, lo que producirá confusión en la iglesia. Pero si fuera cierto, podría provocar otro problema: algunos se sentirían inclinados a aceptar esa información. Recordemos que se trata de información diabólica, y no divina ni procedente de un siervo del Señor. Nos sentimos inclinados a cuestionar esta clase de “obediencia”.
Al comentar la primera tentación que enfrentó Jesús en el desierto, Elena de White escribió: “Satanás esperaba que provocaría al Hijo de Dios para que entrara en controversia con él, y esperaba que así, en la extrema debilidad y agonía de espíritu de Cristo, él podría obtener ventajas sobre Jesús… El Salvador del mundo no tenía controversia con Satanás, que… era capaz de cualquier engaño”.[13] También nos aconseja: “Nuestra única seguridad consiste en no darle lugar al diablo; porque sus su- gerencias y sus intenciones siempre están orientadas a perjudicamos e impedir que nos apoyemos en Dios… No es seguro entrar en discusiones o parlamentar con él”.[14]
Otro cuidado que todos debemos tener consiste en pensar y hablar más de Jesús, su poder y su amor, y menos de Satanás. “Hay cristianos que piensan y hablan demasiado del poder de Satanás. Piensan en su adversario, oran acerca de él, hablan de él y parece agrandarse más y más en su imaginación. Es verdad que Satanás es un ser fuerte; pero, gracias a Dios, tenemos un Salvador poderoso que arrojó del cielo al maligno. Satanás se goza cuando engrandecemos su poder. ¿Por qué no hablamos de Jesús? ¿Por qué no magnificamos su poder y su amor?”[15]
Incluso cuando Lucifer se encontraba en su estado de pureza junto al trono del Altísimo, había un abismo de diferencia entre él y el Hijo de Dios. Él es una criatura, Jesús es el Creador. No hay manera de comparar su existencia, su sabiduría y su poder. Cristo es infinitamente más poderoso que todos los demonios juntos. Es reconfortante estar a su lado. Recordemos siempre esto.
DESPUÉS DE LA LIBERACIÓN
Cristo enseñó que alguien que ha sido liberado puede volver a ser poseído. “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero” (Mat. 12:43-45).
Esa situación no depende del siervo a quien Dios usó para lograr la liberación, sino de las decisiones de la persona liberada. La garantía para que eso no vuelva a ocurrir consiste en no dejar vacía la casa; hay que invitar a Cristo para que more en ella; entregarle por completo la vida a su dominio.
Puesto que poco después de su liberación la persona se siente sumamente cansada, física y mentalmente, recomendamos que el que expulsó al demonio trate de ponerse en su lugar para elevar una oración de total entrega a Dios, que la persona liberada deberá repetir. Se lo debe hacer inmediatamente después de la liberación. “Cuando el ser humano se entrega a Cristo, un nuevo poder se posesiona del nuevo corazón… La persona que se entrega a Cristo llega a ser una fortaleza suya, que él sostiene en un mundo en rebelión, y no quiere que otra autoridad sea conocida en ella sino la suya. Un ser humano así guardado en posesión por los agentes celestiales es inexpugnable para los asaltos de Satanás”[16]
MAYOR ACTIVIDAD
Por medio del don profético se nos advierte que en el grande y prolongado conflicto entre el bien y el mal se destacan dos períodos en que las fuerzas del mal han decidido desplegar más actividad: en los días del ministerio de Cristo y en los días finales de la historia humana. “El período del ministerio personal de Cristo entre los hombres fue el de mayor actividad de las fuerzas del reino de las tinieblas. Durante siglos Satanás y sus ángeles procuraron controlar el cuerpo y el espíritu de los hombres, para inducirlos a pecar y causarles sufrimientos, y después acusar a Dios de toda esa miseria. Jesús estaba revelando a los hombres el carácter de Dios. Estaba listo para quebrantar el poder de Satanás y liberar a los cautivos. Una nueva vida y el amor del Cielo movían el corazón de los hombres; y el príncipe del mal despertó para contender por la supremacía de su reino. Satanás convocó a todas sus fuerzas, y a cada paso combatía la obra de Cristo.
“Así sucederá en el gran conflicto final de la lucha entre la justicia y el pecado. Mientras bajan de lo alto nueva vida, luz y poder sobre los discípulos de Cristo, una nueva vida surge de abajo y da energía a los agentes de Satanás”.[17] Por eso, al aproximarnos al fin, podemos esperar demostraciones más grandes y más frecuentes de posesión demoníaca, pero sabemos de todos modos que nuestra victoria es segura. “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob” (Sal. 46:11).
Sobre el autor: Profesor del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología, Ingeniero Coelho, San Pablo, Brasil.
Referencias
[1] El Deseado de todas las gentes, pp. 100, 101.
[2] Ibíd., p. 221.
[3] Testimonios selectos, t. 2, pp. 52, 53 (portugués).
[4] El conflicto de los siglos, pp. 584, 585.
[5] Testimonios selectos, L 1, p. 121 (portugués).
[6] El Deseado de todas las gentes, pp. 220, 221.
[7] Ibid., p. 304.
[8] Ibíd., 397.
[9] Ibíd.
[10] Ibíd., p. 105.
[11] Testimonios selectos, t. 1, p. 122.
[12] El Deseado de todas las gentes, p. 220.
[13] Mensajes selectos, t. 1, pp. 326, 327.
[14] Testimonios selectos, t. 1, p. 411 (portugués)
[15] El Deseado de todas las gentes, p 455
[16] Ibíd., p. 291.
[17] Ibíd., p. 222.