La certeza de que estamos ligados a un poder más poderoso que cualquiera de sus enemigos, y cualquiera de nuestros enemigos, es una fuente de consuelo y fuerza.

    Uno de mis profesores favoritos en la facultad fue el profesor de Religión. Como estudiante de Teología, yo tenía muchas clases con él: griego, hebreo y otras materias. Ese profesor apreciaba los temas que enseñaba. Era buen comunicador y le gustaba estar con los alumnos. Tenía un tremendo sentido del humor y era estudioso. Durante los años en que fui su alumno, él cursó el doctorado y completó todos los requisitos, excepto la tesis.

    Dos años después de mi graduación, me enteré de que él estaba enfrentando problemas de salud. El diagnóstico era esclerosis múltiple. Yo no vivía lejos, por lo que el colegio me pidió que cubriese una de sus clases durante algunas semanas, durante su licencia médica. Él logró volver a las aulas y enseñar durante un tiempo, aun estando en silla de ruedas; pero el avance de la enfermedad lo hizo imposible. Se jubiló y fue a vivir en una comunidad en la que su familia vivió, después de él, por un largo tiempo. Cierto día, durante la visita del pastor de la iglesia, él comentó: “Toda guerra tiene víctimas. Hay una gran guerra que sucede en el universo entre el bien y el mal, y yo soy una de las víctimas de ese conflicto”.

    La presencia y la propagación del sufrimiento en el mundo es un gran desafío para nuestra creencia religiosa. Si Dios es perfecto, bondadoso y todopoderoso, preguntan los filósofos, ¿cómo puede, entonces, permitir la existencia del sufrimiento? Si realmente le importo a Dios, ¿por qué permite que yo sufra? A lo largo de los años, las personas han respondido a esas cuestiones de maneras diversas.

Algunos creen que los planes de Dios son perfectos, pero que ahora no pueden comprenderlo todo; creen que el sufrimiento forma parte del plan divino. Otros creen que el sufrimiento no es la voluntad de Dios, sino que resultó de los errores que algunas de sus criaturas cometieron. Y aun otros argumentan que el sufrimiento tiene sus beneficios, y podremos aprender a crecer en respuesta a ello.

    Esas y otras formas de responder al sufrimiento, las “teodiceas”, como son llamadas con frecuencia, han recibido atención especial de los estudiosos. Cada una tiene sus puntos fuertes, cada una levanta algunos cuestionamientos; y, lo más importante, las personas que sufren descubren en el sufrimiento una fuente de ánimo personal.

TEODICEA DEL CONFLICTO

    Ante su gran pérdida, mi profesor llamó “teodicea del conflicto cósmico” a la batalla en que los seres humanos estamos inmersos entre las fuerzas del bien y del mal. En el centro de ese conflicto, está la imponente figura del archienemigo de Dios. Ese enemigo es el único responsable por todo lo que está errado y enfermo en las cosas creadas por Dios. Esa figura aparece en diversas partes de la Biblia. Un ejemplo bien conocido es el prólogo del libro de Job (capítulos 1 y 2).

    El Señor permitió que Satanás probase a su siervo fiel. Además de eso, el diablo también apareció como el gran adversario de Jesús, tentándolo en el desierto (Mat.4:1-11; Luc. 4:1-13). El libro de Apocalipsis presenta un vívido retrato de ese conflicto cósmico: “Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Apoc. 12:7-9).

    Para muchos que sufren, a semejanza de aquel estimado profesor mío, la idea de un conflicto cósmico es de particular ayuda. Comprenden que su sufrimiento no proviene de Dios sino de algo totalmente opuesto a Dios, y que es causado por un poder diabólico que hace todo lo que puede a fin de volver miserable nuestra vida. Así, en vez de quedarnos preguntándonos por qué Dios lo permite, o si tiene la intención de usar el sufrimiento para algún propósito, nuestra respuesta debe ser: “Un enemigo ha hecho esto” (Mat. 13:28), y lanzar la culpa sobre ese enemigo.

    En los últimos años, la figura del diablo ha aparecido con poca frecuencia en las discusiones filosóficas sobre el “mal”. Con todo, para algunos pensadores, la idea del archienemigo de Dios es indispensable para un abordaje correcto del sufrimiento. Por ejemplo, Gregory A. Boyd, en su “Cosmovisión de la guerra trinitaria”, coloca la responsabilidad por los sufrimientos del mundo directamente sobre el diablo.[1]

    En relación con la pregunta “¿Debemos culpar a Dios por el sufrimiento?”, Boyd responde con un enfático: “¡No!”[2] Dios tiene enemigos, él argumenta, y ellos tienen gran poder. Ellos son los responsables por las tristezas y las desgracias del mundo. Satanás y su corte –que una vez fuera angelical y ahora es demoníaca– son las fuerzas que actúan por detrás del conflicto y del derramamiento de sangre de la historia humana. Su interferencia en los procesos de la naturaleza ha transformado el mundo, de un lugar perfecto planeado por Dios, en un ambiente siniestro y amenazador, marcado por el dolor, la enfermedad y la muerte.[3]

    Según Boyd, el concepto de una guerra cósmica responde a los cuestionamientos suscitados por el sufrimiento: ¿Cómo puede un ser perfecto permitir esto? ¿Por qué tengo que sufrir? La existencia del sufrimiento no fue algo confuso para quienes vivieron durante la época de la historia bíblica, observa Boyd, ni para aquellos de los siglos siguientes. Al contrario, eran conscientes de la presencia de los poderes del mal, y atribuyeron los males de la vida a esos poderes, no a Dios. Si el universo es habitado por una hueste de seres que se oponen a Dios, y que causan muerte y destrucción, no es de sorprender el hecho de que suframos. Sorprendente sería si no sufriésemos.

    Desde el punto de vista de la teodicea del conflicto cósmico, no sufrimos porque Dios desea que suframos, pero sí porque vivimos en una zona de guerra. Sufrimos porque los enemigos de Dios están activos en el mundo y nos volvemos vulnerables a sus ataques.[4] Así, es inútil buscar una razón o una finalidad específica para el sufrimiento.

    “Cuando aceptamos la cosmovisión bíblica de ese conflicto, el problema intelectual del mal se transforma en el problema práctico del mal”.[5] Libres, entonces, de la carga de explicar o comprender el sufrimiento, y fortalecidos por la victoria alcanzada por la muerte y la resurrección de Jesús, somos llamados a unirnos a Dios en resistencia a las fuerzas del mal, y aliviando el sufrimiento.

EL GRAN CONFLICTO

    Gregory Boyd no es el único entre los estudiosos cristianos que atribuyen al diablo el papel prominente en la culpa por el sufrimiento humano. En su opinión, Elena de White[6] es “quien relaciona esa perspectiva de guerra con el problema del mal y la doctrina de Dios más profundamente que cualquier otro en la historia de la iglesia”.[7] El tema central de la teodicea escrita por Elena de White aparece en el título de su serie de libros más influyente, “El Gran Conflicto”, además del título de su libro más prominente, El conflicto de los siglos. Según menciona el prefacio de ese libro, su propósito es “presentar una solución satisfactoria al gran problema del mal”.[8]

    A semejanza de Boyd, Elena de White presenta el sufrimiento humano dentro del contexto del Conflicto Cósmico. El Conflicto comenzó con una revuelta contra Dios en el más alto nivel de seres santos creados, y eso recién terminará cuando los enemigos de Dios perezcan y los propósitos amorosos de Dios para su creación finalmente sean concretados. En esa perspectiva, el diablo es la fuente de todos los males del mundo; y todo lo que hace que la vida humana sea miserable es, en última instancia, atribuido a nuestra participación en su rebelión contra Dios.

    Antes de esa rebelión, Lucifer era un ser majestuoso, querubín protector y jefe de la hueste angelical (Eze. 28:14, 15). A despecho de su elevada posición y gran inteligencia, de manera misteriosa e inexplicable, cuestionó la autoridad de Dios. Lucifer despertó sospechas entre sus compañeros, y cuando la oposición de ellos se volvió declarada fueron expulsados del cielo.

    Cuando Adán y Eva comieron del árbol prohibido, su deslealtad hacia Dios los volvió vulnerables a los ataques de los enemigos de Dios. Desde entonces, Satanás y sus ángeles han estado ocupados “causando estragos” en la Tierra. Esas fuerzas siniestras son responsables por todo lo que amenaza la vida y el bienestar humano, desde las catástrofes naturales y las dolencias orgánicas hasta el pecado individual, en todas sus manifestaciones. Bajo la apariencia de actividad humana, el curso de la historia consiste en el desarrollo del conflicto entre Dios y Satanás, pues esos poderes prosiguen en sus objetivos contrastantes para con la Tierra, cada uno intentando contrarrestar y perjudicar el trabajo del otro.

    Elena de White menciona que la cuestión central en el Gran Conflicto es el carácter de Dios; o, más precisamente, la reputación de Dios.[9] La persistente acusación de Lucifer es que Dios es tirano y abusivo, indigno de la devoción de sus criaturas. Para resolver el conflicto, Dios proveyó una revelación definitiva del carácter divino. La dádiva de su propio Hijo demuestra vívidamente el amor divino y expone la nulidad de las acusaciones de Satanás. La Cruz fue el punto de quiebre en la Gran Controversia. Con la muerte de Cristo, quedó “roto el último vínculo de simpatía entre Satanás y el mundo celestial”. Entonces, “todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía que había perdido su reino”.[10] Cuando el mal sea finalmente erradicado del universo, “la historia del terrible experimento de la rebeldía” será “para todos los seres santos una salvaguardia eterna destinada a precaverlos contra todo engaño respecto de la índole de la transgresión, y a guardarlos de cometer pecado y de sufrir el castigo consiguiente”.[11]

DUDAS

    Ninguna teodicea es más dramática que la del Conflicto Cósmico, que destaca la enigmática figura de Lucifer, el ángel querubín protector que se volvió el archienemigo de Dios. Pero, como toda tentativa de explicar el surgimiento del mal en el mundo de Dios, ese abordaje suscita algunas cuestiones importantes. Una de ellas habla sobre su plausibilidad. ¿Existirá, de hecho, un conflicto que se desarrolle a nuestro alrededor? ¿Estaremos rodeados de personajes invisibles? ¿Será posible que existan realmente poderes sobrehumanos que influyan en el curso de nuestra naturaleza e historia?

    Esa visión de las cosas parece no tener sentido ante la perspectiva moderna de vida. Hoy, instintivamente las personas se vuelven a la ciencia y la tecnología a fin de comprender el mundo en que vivimos, en vez de considerar la existencia de fuerzas sobrenaturales. Raramente hablan sobre ángeles, demonios u otras personalidades invisibles para explicar las cosas que suceden.

    Hay, también, personas que cuestionan el concepto real de un conflicto cósmico. La idea de un agente sobrehumano, cuya rebelión engloba a todo el universo y se vuelve una verdadera amenaza para el gobierno de Dios, parece incoherente a la luz del concepto tradicional del poder y la sabiduría divinos. ¿Cómo podría un ser creado representar un serio desafío para Dios? A fin de cuentas, como Creador, Dios no solamente trajo el universo a la existencia; de hecho, es por su poder que todo lo que existe es sustentado, momento tras momento.[12] Por lo tanto, si todo lo que fue creado debe su existencia a Dios, ¿cómo podría cualquier criatura, hasta incluso la más altamente exaltada, representar una real amenaza para Dios? ¿Qué esperaban ganar esos seres inteligentes al desafiar la supremacía divina, si sabían que Dios podría aniquilarlos instantáneamente?

LO ATRACTIVO DE LA TEORÍA DEL CONFLICTO

    Cualesquiera que sean las preguntas suscitadas, hay muchas personas que hallan la idea de un conflicto cósmico no solamente plausible, sino útil. Boyd afirma que el secularismo, con su negación de lo sobrenatural, ya no es tan influyente como antes. Con el “despertar posmoderno” de las últimas décadas, las “estructuras de las modernas categorías naturalistas occidentales” están volviéndose cada vez más irrelevantes, y las personas están menos dispuestas a descartar la perspectiva de otras eras históricas y otras eras implausibles, “primitivas” o “supersticiosas”.[13]

    Es claro que, en un sector popular, lo sobrenatural nunca perdió su atracción. Los ángeles han sido protagónicos en el cine y la televisión. Millones de personas están intrigadas con el diablo; es un personaje familiar en películas y novelas. Aparece con relevancia en una gama de fenómenos religiosos, evocando respuestas que van desde el miedo, la repulsión, el desafío y la admiración, hasta incluso la adoración. E incluso aparece en la psicología popular.[14]

    Otro factor señala hacia una fuente sobrehumana del mal. Ciertas formas de sufrimiento son de tal magnitud que desafían la comprensión; de hecho, solamente una causa sobrehumana y de proporciones cósmicas podría explicarlas. El Holocausto creó la idea plausible del diablo para muchos en el siglo XX. Todos nosotros podemos recordar casos de crueldad y de violencia tan ultrajantes, tanto más de lo que los seres humanos puedan soportar o siquiera imaginar, que claman por alguna explicación cósmica. Se vuelven remotamente comprensibles cuando son atribuidos a una fuente demoníaca sobrehumana y sobrenatural.

    Hoy, parece natural hablar de sufrimiento a gran escala, y con lenguaje cargado de connotaciones cósmicas. La idea de que fuerzas sobrehumanas se encuentran por detrás de los conflictos morales es presentada en una esfera profundamente intuitiva, como indican las películas populares como, por ejemplo, El señor de los anillos y El hombre de acero. Con todo, por detrás de esos espectáculos que divierten a muchas personas está un fantasma que nos asombra.

CONFLICTO Y LIBERACIÓN

    La razón más importante para reflexionar cuidadosamente en ese conflicto cósmico es la poderosa noción de la liberación divina que transmite. Para esa teodicea, Dios no se volvió un ejecutivo independiente, que preside serenamente el cosmos como un alto ejecutivo en una oficina en una esquina del rascacielos, lejos del ruido de las calles de abajo. Al contrario, Dios es una fuerza actuante y poderosa en el mundo, que desafía a los agentes del mal y los resiste en cada una de sus acciones. Esa imagen de Dios puede ser tranquilizadora para las personas que se sienten impotentes ante las fuerzas dispuestas contra ellas.

    Hay personas cuyas pérdidas las deja potencialmente derrotadas por completo y destituyen su vida de significado. Hay personas, como mi profesor de años atrás, cuya dolencia devastadora arruinó su salud y terminó con la carrera que tanto amaba. También, hay personas tan esclavizadas por los vicios que han agotado sus energías y empobrecido su voluntad, que en la esfera de los remedios naturales o los tratamientos convencionales nada puede ayudar. Cuando fallan los programas de recuperación, los cursos de autoayuda y los medicamentos, las personas pueden sentir que están bajo el dominio de un enemigo que posee fuerza sobrenatural. Entonces, para ellos, la idea de la victoria y la liberación divinas puede constituir la única base para la esperanza.

    La certeza de que estamos ligados a un poder infinitamente superior a cualquiera de sus enemigos, y cualquiera de nuestros enemigos, puede ser una fuente de consuelo y fuerza. Así, la noción de un conflicto cósmico, con la garantía de que Dios puede derrotar todo lo que nos perjudica y amenaza y que, finalmente, erradicará enteramente el sufrimiento, puede desempeñar un importante papel en la “teodicea práctica”. Eso da fuerzas para aquellos que enfrentan enormes desafíos causados por el sufrimiento.

Sobre el autor: Profesor de Religión en la Universidad de Loma Linda, Estados Unidos.


Referencias

[1] Gregory A. Boyd, God at War: The Bible and Spiritual Conflict (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1997).

[2] _______________, Is God to Blame? Beyond Pat Answers to the Problem of Suffering (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2003).

[3] _______________, Satan and the Problem of Evil: Constructing a Trinitarian Warfare Theodicy (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2001), p. 247.

[4] _______________, Is God to Blame? Beyond Pat Answers to the Problem of Suffering, p. 105.

[5] _______________, God at War: The Bible and Spiritual Conflict, p. 291.

[6] Ver Ann Taves, Fits, Trances and Visions: Experiencing Religion and Explaining Experience From Wesley to James (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1999), pp. 153-165.

[7] Boyd, God to War: The Bible and Spiritual Conflict, p. 307.

[8] Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 12.

[9] Ver Sigve K. Tonstad, Saving God’s Reputation: The Theological Function of “Pistis Iesou” in the Cosmic Narratives of Revelation (Nueva York: T & T Clark, 2007).

[10] White, El Deseado de todas las gentes, pp. 709, 706.

[11] _____, El conflicto de los siglos, p. 489.

[12] Hechos 17:28.

[13] Boyd, God at War: The Bible and Spiritual Conflict, pp. 61-63.

[14] Ver M. Scott Pecj, People of the Lie: The Hope for Healing Human Evil (Nueva York: Simon & Schuster, 1983).